Jesús y la Samaritana
Palabras que salvan
Para el Octavario por la Unión de los Cristianos 2015:
“Dame de beber”
por Francisco Rafael de Pascual, monje trapense
Estamos, posiblemente, y a mi entender, ante uno de los textos más bellos y profundos del Evangelio; de una gran hondura teológica y humana, semejante a los que consideramos más “reveladores” de la personalidad de Jesús y su misión.
La escena no es nada “solemne” (como en la Cena, la Pasión y el Sermón de la Montaña). Es un acontecimiento prosaico y sencillamente humano en la vida y andanzas de Jesús.
Nos cuesta mucho aceptar que los momentos más ordinarios de nuestra vida, aquellos en los que hacemos las tareas habituales, pueden ser momentos solemnes de salvación y sabiduría.
San Benito organiza la vida del monje en el monasterio para que, viviendo atento, bajo la mirada de Dios, descubra siempre en el fondo de su corazón la presencia de Dios.
San Benito quiere que el monje sea siempre sincero, honesto y consecuente con los compromisos de su vocación, soportando con paciencia y humildad las dificultades y asperezas de la vida monástica, caritativo con sus hermanos y buscando en todo la gloria de Dios.
En estos tiempos en que dialogamos sobre muchas cosas tenemos muchas lecciones que aprender en este texto –que contradice nuestros miedos y comodidades, nuestros tópicos tontos y nuestra falta de creatividad...- y podemos contemplar a Jesús dándonos una profundísima lección de acercamiento al otro para revelarse a sí mismo y revelar al otro lo que es y de lo que es capaz, a la otra en la realidad más profunda de su ser...
Saber acercarse a los demás requiere el ejercicio de varias virtudes: atención, prudencia, discreción, y, sobre todo, amor.
La “pastoral” no es solo para sacerdotes y obispos; la personalidad del cristiano, semejante en todo a Jesús, debe tener como componente un gusto especial por el otro, por el hermano o por el diferente, tanto por el conocido como por el desconocido.
Jesús está sólo, al parecer (¿quién tomó nota tan admirablemente de todos los detalles? ¿O es que Jesús después les cotilleó todo a sus discípulos? En esa actitud del cansado junto al pozo, sediento, polvoriento... pero siempre dueño de sí, atento a lo que sucede a su alrededor, observador y perspicaz...).
Se acerca una mujer. Inmediatamente se reconocen: un judío y una samaritana. ¡Atentos! No son iguales, no piensan igual, tienen prejuicios uno contra otro, están esperando la ocasión para “saltar”...
Los “prejuicios” y las suposiciones son, en gran medida, una injusticia y una falta de confianza. Revelan nuestra propia inseguridad y nuestros temores. Son como una barrera que levantamos frente al hermano. Encasillamos, podamos, limitamos y encogemos al hermano.
La mujer se acerca al desconocido, en parte desconfiada y en parte dejando sentir su atractivo (como hacemos todos...); posiblemente se miran de reojo; parece ser que no se han cruzado una palabra.
Jesús toma la iniciativa: -“Dame de beber”. Es extraño, porque ni saluda ni pregunta por su identidad. Inmediatamente establece la comunión del que suplica y del que tiene necesidad frente a quien tiene lo que le falta y lo que necesita.
Las “iniciativas” de Jesús en el evangelio son reflejo de la iniciativa de Dios en el plan de salvación. (Jesús y el centurión de Cafarnaum: Jesús “quiere” ir él, tomar la iniciativa, olvidarse de los obstáculos y prejuicios de los judíos con relación a los romanos y paganos.
Abadía de Viaceli. Cobreces (Cantabria) |
La mujer suelta la andanada primera. Le identifica por su procedencia, despectivamente, sin mostrar aprecio. Saca la ficha y recurre a “la costumbre” (las costumbres a veces nos ciegan, son como una defensa a la comodidad, a no verse comprometido, a salir del paso cuanto antes... enseguida nos asustamos, nos ponemos en guardia, tememos...).
Jesús no entra al trapo. Y no se le ocurre nada más que nombrar a Dios, responder “educadamente” y confrontarla con una situación que podría haber sido la contraria (en el diálogo no nos solemos poner en el lado del otro, ni a veces entendemos a quien viene al monasterio sin cubo ni cuerda... a sacar agua...).
Pero la samaritana se da cuenta de que ese hombre no es un judío “normal”. Sus palabras, su actitud, su mirada, su resignación, le delatan. Por eso, probablemente le llama “Señor”; y se da cuenta de que es un “sabio”, porque juega con las palabras y dice cosas bonitas (cosa que les agrada a todas las mujeres, sin duda...). Y la samaritana enseguida va a lo práctico, ¡que ya está bien con el rollo de tener que venir todos los días a buscar agua!
Jesús vuelve a la carga de nuevo. Es incisivo pero no irrespetuoso. Posiblemente sabía quién era esa mujer –en los pueblos se conocen todos- (pero se calló y no dijo nada: a nadie nos gusta que nos digan: -¡”Anda, mira quién es... ya ves tú!... etc.”. Nos suele molestar tremendamente que sepan de nosotros algunas “intimidades” (y siempre que se las recordamos al otro en un diálogo suelen acabar mal las cosas...). Cuando la mujer oye lo de los cinco maridos (el Evangelio siempre exagera...) se queda pasmada. Pero Jesús se lo dice como si nada, como la cosa más normal, sin ridiculizarla... sólo dice la verdad sin herirla. Además, le habla con paz.
Jesús sabe que la mujer no debe vivir una situación fácil. Una mujer que ha tenido tantos maridos seguro que tenía muchas marcas dolorosas en su vida.
San Benito sabe que el monje llega herido al monasterio: las costumbres y, a veces los pecados; el alejamiento de Dios, la desobediencia… La tarea esencial del monje es sanar, necesita médicos, necesita estar “saludable” (sano). La comunidad es a la vez médico y hospital. Pero san Benito quiere que todos sean respetuosos y preocupados unos por otros, sin infantilismo ni ñoñerías. Nunca debemos herir al hermano.
Al verse comprometida, la mujer argumenta y se evade, quiere irse por otro camino y recurre a algo que puede distraer la atención de su interlocutor. Echa mano de lo primero que tiene, no de un argumento elaborado; se sabía lo del Mesías y sabía un poco de “religión” (la aprendida en la escuela, posiblemente), y se centran los dos en el punto fundamental: el Mesías (no podemos hacer ni diálogos ni pastorales ni “contemplaciones” si no nos centramos en lo fundamental: Jesús).
Jesús saca ahora su ficha personal y se “revela”. Llegan los discípulos y estropean las cosas. La mujer sale pitando y comenta lo que le ha sido dicho y lo que ha experimentado. Jesús les da una pequeña reprimenda a los discípulos, que nunca se enteran de la misa la media, y cuando van con Jesús parece que van de excursión (no hay buen diálogo ni buena pastoral si no hay alguien que guíe un poco y que ponga las cosas en su sitio... pues cuanta más gente hay más fácil es perderse en detalles tontos... unos se extrañan de que se hable con una mujer, otros piensan que lo importante es tener comida, otros pasan de todo y ni preguntan ni contestan... y no falta quien haga preguntas que ni van ni vienen al caso.... y hay quienes piensan que sólo son ellos los que siembran y recogen... sin darse cuenta de que hay otros que sembraron y trabajaron antes...).
La sabiduría de los antiguos es importante. Saber ocupar el puesto y la postura correcta en el monasterio es una tarea dura. En el monasterio no se puede vivir “pasivamente” y cada uno a su aire.
El testimonio de la mujer parece ser que impactó a los del pueblo. Pero los impactó por su entusiasmo, porque ella misma estaba convencida de haber encontrado al Mesías, porque, posiblemente, nunca había sentido nada igual. No dice el Evangelio que fuera con los cinco maridos (a “regularizar su situación”...). Fue con los que quisieron creerla... con los que quisieron oír y estar. Los que ni quieren oír ni estar son siempre un estorbo.
Dice el Evangelio que “Jesús” se quedó dos días. Los apóstoles ni aparecen. Jesús, posiblemente, tuvo que alterar su horario, o sus planes, o suprimir alguna reunión... pero vio que, ya que surgió la ocasión, había que aprovecharla.
San Benito quiere que el monje no se impaciente, que todo lo haga con calma, que no sea inquieto ni suspicaz, que no sea desagradecido, que recuerde siempre lo que han hecho por él, y
que esté siempre dispuesto a corresponder a la gracia.
que esté siempre dispuesto a corresponder a la gracia.
A veces nos perdemos en planes, buscando decisiones comunitarias –no tengo nada contra ellas, es un principio muy benedictino-, nos atan las costumbres –pero no la “tradición, ¡ojo!- y hasta que no surge una Escolástica* que hace llover a cántaros, o hasta que no surge una samaritana que se vuelve medio loca de entusiasmo, no hay milagro, no hay avance, no hay efecto salvífico...
La acción de Dios surge en los momentos más inverosímiles, más inesperados, según el Evangelio... y nunca nos puede pillar desprevenidos (eso es señal de que no estamos atentos, de que nuestra oración posiblemente sea floja, de que estamos distraídos con muchas cosas, o, sencillamente, que no nos queremos “meter en líos”.
Pidamos al Señor que nos abra el corazón para saber aprovechar las ocasiones, para liberarnos de prejuicios, para saber discernir su presencia... para saber adorarle en espíritu y en verdad.
He hecho una pequeña reflexión “monástica” respecto a las palabras de Jesús y a la ocasión de este nuevo Octavario. Podemos correr el riesgo de pensar que se trata de que “se unan los cristianos que andan por ahí”, los que no conocemos; que se encarguen los organismos ecuménicos de ello… que sean los otros los que vengan primero a nuestra casas; pero la verdad es que si no salimos a buscar no sabremos nunca recibir. Si no pedimos, como Jesús, nunca recibiremos. Jesús no recibió agua, sino que recuperó a una oveja perdida para el redil.
* Escolástica es la hermana de San Benito. Tenía un monasterio debajo de Subiaco, el monasterio de los monjes (ambos existen hoy). Una tarde Benito y unos monjes fueron a ver a las monjas y a merendar (se supone) con ellas. Charlando y charlando “espiritualmente” Escolástica pidió a Benito que se entretuvieran un poco más; ante la negativa de Benito, Escolástica se puso a rezar y cayó una tormenta de campeonato. Y así siguieron charlando… y merendando, hasta que escampó. A Jesús también le gustaba merendar con sus amigos.
Enero de 2015
Abadía de Viaceli, Cobreces (Cantabria))
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