EL ECUMENISMO ES VER EN EL OTRO AL HERMANO
Domingo, 18 de enero del 2015.- « Tenía que atravesar Samaría » (Juan 4, 4). Cualquier peregrino medianamente cuerdo conoce la famosa tríada de Tierra Santa: Judea, Galilea y Samaría en medio. Jesús y sus discípulos iban de Judea a Galilea. Tenían, pues, que atravesar Samaría, contra la que había cierto prejuicio derivado de la mezcla de razas y religiones. Cuando los asirios invadieron Samaría deportando gran parte de la población local, introdujeron en el territorio a otros pueblos, cada uno con sus propios dioses y divinidades (2 Reyes 17, 24-34). Los samaritanos se volvieron así, para los judíos, un pueblo « mestizo e impuro ». Se comprende, pues, que, en el evangelio de Juan, cuando los judíos quieren desacreditar a Jesús, le acusen diciendo: « Con razón decimos nosotros que eres samaritano y que tienes un demonio » (Juan 8, 48). Los samaritanos, por su parte, también ofrecían resistencia a los judíos (Juan 4, 8). La herida del pasado se enconó cuando, por el año 129 a.C., el jefe judío Juan Hircano I destruyó el templo de los samaritanos en el monte Garizim. De hecho, san Lucas refiere que en una ocasión Jesús no fue recibido en una ciudad samaritana solo porque estaba de camino hacia Judea (Lucas 9, 52).
El conflicto entre judíos y samaritanos, pues, venía de lejos. Así que la resistencia al diálogo era mutua. De ahí los caminos alternativos y los frecuentes rodeos de los judíos para no pasar por su territorio. Y la extrañeza de la Samaritana cuando un judío sentado sobre el brocal del pozo le pide agua. Más que cuestión geográfica, sin embargo, el segmento de Juan 4, 4 « tenía que atravesar Samaría » indica en definitiva una elección de Jesús: « atravesar Samaría » denota que es necesario encontrarse con el otro, el diferente, al que muchas veces percibo como una amenaza y al que a menudo siento enfrentado contra mí. Todo lo contrario, en cualquier caso, de cuanto el ecumenismo prescribe al considerar hermanos a todos los hombres.
El recién beatificado Pablo VI supo elegir esta luminosa vía en significativas ocasiones. Los buenos biógrafos refieren que el anciano patriarca Atenágoras había expresado a sus íntimos, ya en tiempo de san Juan XXIII, el deseo de encontrarse con el Papa, pero no en el Vaticano, sino en terreno neutral: era el exigido peaje de la Ortodoxia. Pablo VI, por su parte, apenas elegido, decidió romper el hielo de la distancia escribiendo una carta al Titular del Santo Trono de Constantinopla: proponía cercanía y fraternidad. Es decir, había que atravesar Samaría. Lo demás vendría pronto por su pie. Y así fue. El anciano patriarca de barba bíblica, no bien supo del viaje papal a Tierra Santo a primeros de enero de 1964, determinó él también llegarse hasta Jerusalén para tender la mano y ser coprotagonista del histórico abrazo.
Con la elección que supone « atravesar Samaría », por tanto, Jesús está yendo, si bien se percata uno, más allá de su gente. El mensaje es claro: aislarnos de los que son diferentes y relacionarnos sólo con quienes son como nosotros es empobrecimiento intolerable por atroz y anti-ecuménico. El diálogo incluso con quienes no piensan como yo, en cambio, nos hace crecer. Uno se lo escuchó en 2004, durante una sencilla conversación privada, al propio cardenal Walter Kasper. « Atravesar Samaría », en resumen, implica dar pasos firmes con la propia Iglesia hacia las otras Iglesias y de ellas aprender. El ecumenismo a la postre no deja de ser corazón abierto hacia todas las Iglesias y culturas. Es, en suma, el don de permanecer unidos como hermanos en Cristo que une.
… unidos como hermanos en Cristo que une …
Pedro Langa Aguilar
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