Ecumenismo y responsabilidad ante el mundo
por Alfredo Abad Heras
“El efecto de la justicia será la paz y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre”. Isaías 32, 17
“La paz en la historia no es una situación adquirida, sino un proceso; no es objeto de posesión personal, sino que es un camino en común. La paz no es ausencia de violencia, sino presencia de la justicia”.[1] Jürgen Moltmann.
La décima Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias, celebrada en Busán los pasados 30 de octubre al 8 de noviembre 2013, lo hizo bajo el lema: “Dios de vida, condúcenos a la justicia y la paz”.
En los materiales de preparación de la Asamblea de Busan encontramos el documento “Llamamiento ecuménico a la Paz Justa” y el “Manual para la Paz Justa (Just Peace Companion)”, estos documentos derivan de la convocatoria Ecuménica Internacional por la Paz (CEIP) [2] celebrada en Kingston, Jamaica en mayo 2011, para celebrar los logros del Decenio para superar la Violencia que comenzó en 2001. El encuentro se definió a sí mismo como una “fiesta de la cosecha”, una mirada sobre el trabajo realizado por las iglesias del Consejo Mundial de Iglesias y por todas las comunidades y colectivos que han participado en el Decenio. Es interesante el informe del Decenio como documento de referencia. [3] La idea de partida no es una mirada al pasado, sino una mirada al futuro con esperanza.
Como dice la Declaración sobre la Unidad de Busan: “Estamos llamados a ser una comunidad que lleva en su corazón la justicia, que vive en paz, y que no se acomoda en la facilidad de una paz que silencia las protestas y el dolor, sino que lucha por la paz verdadera que va de la mano de la justicia. Solo al verse reconciliados y renovados los cristianos por el Espíritu de Dios podrá la Iglesia dar un testimonio verdadero de la posibilidad de vida en la reconciliación para todos los pueblos, para toda la Creación. La Iglesia es signo creíble y misterio de la gracia de Dios especialmente en la debilidad y en la pobreza, sufriendo como Cristo sufre”. [4]
Lo que me propongo en esa presentación es dar a conocer el llamamiento a una paz justa como, en una reflexión sobre el modo en que los cristianos podemos ser constructores de la paz, de la mano de dos reflexiones, una clásica-moderna (años 90) y otra contemporánea (2010) sobre la cuestión de la paz, Jürgen Moltmann y Xavier Pikaza, respectivamente, protestante y católico. La aproximación bíblica será también una transversal presente en todo este trabajo.
Empiezo intencionadamente por una cita de la Declaración sobre la Unidad, puesto que no solo en este contexto de las jornadas de El Espinar, sino para cualquier impulso a favor de la paz, será necesario que la perspectiva ecuménica y el trabajo por la unidad sean un acento principal. No seremos embajadores creíbles de la reconciliación sin un caminar reconciliado entre nosotros.
1. El Decenio Ecuménico para superar la violencia 2001 – 2011
El Decenio Ecuménico arranca en la 8ª Asamblea del CMI de Harare, 1998, en medio de las celebraciones del 50 aniversario del Consejo Mundial de Iglesias. En el inicio de aquellas sesiones el entonces presidente sudafricano, Nelson Mandela declaró: “Hemos venido a celebrar 50 años de logros para activar la conciencia del mundo hacia la paz y en nombre de los pobres, los excluidos y desposeídos”. Todo un símbolo de uno de los combates mantenidos por las iglesias del CMI a favor de la Igualdad. Mandela también puso una mirada en el futuro en sus palabras de saludo a la Asamblea, “Ustedes fueron más allá del derecho a resistir que tienen los oprimidos, al riesgo de participar en la lucha por poner fin a la opresión. En la actualidad, el CMI está llamado a participar en la nueva lucha por el desarrollo y el fortalecimiento de la democracia” expresó el Presidente Mandela”, y animó al CMI a trabajar en solidaridad por os que luchan por la paz y la dignidad. Fueron palabras proféticas, ya que tanto la circunstancia del contexto africano de la Asamblea como las reflexiones que allí se produjeron fueron conduciendo a la convocatoria del Decenio para superar la violencia.
En realidad el Decenio respondió a toda una trayectoria de trabajo ecuménico a favor de la paz, toda las historia del cristianismo está marcada por la experiencia de la búsqueda de la paz y el combate a favor de la paz universal para todos, en la predicación del Reino de Dios; o marcada por la experiencia dolorosa de las divisiones las exclusiones y hasta las guerras fratricidas entre hermanas y hermanos que no se reconocían como tales. En numerosas ocasiones los nacionalismos han utilizado la religión como elemento de motivación y tenemos ejemplos claros en la historia, tanto en los conflictos, como en los procesos de paz. De muchas maneras las iglesias han silenciado la violencia en los hogares, por cuestiones de género y abusos de todo tipo en nombre de la cultura o la moral social dominante, como también han sido las iglesias quienes han procurado la sanación y la acogida de muchas situaciones familiares rotas por la violencia. Las mediaciones de paz a nivel internacional tienen referentes religiosos en los menonitas, la comunidad de San Egidio, o las iglesias africanas en Ruanda a favor de la reconciliación. UN trabajo ecuménico que ha tenido que hacer frente también al reconocimiento, con arrepentimiento de nuestros usos y abusos de la violencia.
Una de las primeras reflexiones que surgieron a evaluar el resultado del Decenio fue que las situaciones de violencia y los conflictos abiertos en el mundo no solo se mantenían en número sino que incluso habían crecido, el número de víctimas civiles se había multiplicado y las formas en que la violencia se ejercía sobre las poblaciones se había sofisticado.
En palabras de Fernando Enns, pastor meronita y profesor de Teología que trabajó en el Decenido de 2007 a 2010, “Basados en la fe de que en Cristo, el reino de Dios ha venido a la tierra. En la vida, muerte y resurrección de Jesús, los poderes del mal han sido superados, aunque permanezcan presentes. No tienen la última palabra. Como iglesias, creyentes y seguidores del mensaje del Evangelio, estamos llamados a vivir el bien contra el mal por la transformadora Gracia de Dios. Ya no creemos en poder redentor de la violencia desde que conocemos una realidad diferente que se cumplirá en el Eschaton –no por nuestros esfuerzos, sino por el amor completo de Dios por toda la creación. Esta visión escatológica nos hace ser embajadores de la reconción (2 Corintios, 5)- y la pasada Decada [para Superar la Violencia] ha sido una herramienta en nuestras manos para vivirlo”. [5]
El programa de la Década para Superar la Violencia vino inspirado por la Década previa de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres, donde se hizo manifiesta la enorme influencia que la violencia ejercía sobre la vida de muchas mujeres y el reto que esto representaba para las iglesias. Se animó también un programa denominado “Paz para la ciudad”, en el que se trajeron ejemplos de lo que las iglesias estaban haciendo para la superación de la violencia en situaciones concretas. Los ejemplos de lo que vivían personas de siete ciudades del mundo reforzó esta llamada a ser embajadores de reconciliación, antes citada. El programa del Consejo Mundial de Iglesias se vio orientado a abordar esta cuestión, no solo por los efectos de la violencia sobre los pueblos y las personas, particularmente los más débiles, sino también animado por las luchas tenaces en contra de la violencia que las iglesias mantenían en muchos lugares del mundo y los logros que se estaban viendo fructificar.
Desde este punto de vista la Década para Superar la Violencia se subtituló. “Las iglesias en busca de reconciliación y de paz”. Se trataba de poner en marcha un movimiento global de lucha para consolidar los esfuerzos y las redes existentes para superar la violencia y para inspirar la creación de otros nuevos. En este sentido el documento de evaluación vinal es un elenco de buenas prácticas y de testimonios recogidos de lo que está pasando, de lo que se está haciendo, de ahí la llamada a una mirada al futuro con esperanza.
El informe final también alaba el esfuerzo de llevar el trabajo por la paz de la periferia al centro de la vida y el testimonio de la iglesia, tal y como estaba señalado en los planteamientos iniciales de la Década estableciéndose los siguientes objetivos:
- Hacer frente, con un enfoque global, a las distintas formas de violencia, tanto directa como estructural, en los hogares, en las comunidades y en la esfera internacional y aprender de los análisis locales y regionales de la violencia y de las formas de superar la violencia.
- Instar a las iglesias para que superen el espíritu, la lógica y la práctica de la violencia; para que renuncien a toda justificación teológica de la violencia; y para que reafirmen la espiritualidad de la reconciliación y de la noviolencia activa.
- Crear una nueva comprensión de la seguridad en función de la cooperación y la comunidad, y no desde la perspectiva de la dominación y la rivalidad.
- Aprender de la espiritualidad y los recursos para la construcción de la paz de otras religiones a fin de colaborar con otras comunidades en la búsqueda de la paz y exhortar a las iglesias a que reflexionen sobre el mal uso de las identidades religiosas y étnicas en las sociedades pluralistas.
- Oponerse a la creciente militarización de nuestro mundo, y en especial a la proliferación de armas pequeñas y ligeras.
La interacción del trabajo programático en el que se embarcó el Consejo Mundial de Iglesias bebía también de la fuente de los encuentros de Justicia, Paz e Integridad de la Creación, de los que también fue inspiradora. La repercusión de todo este programa fue necesariamente ecuménica, no solo en el ámbito del Consejo Mundial de Iglesias, sino también relacionada con los objetivos, los programas y la estructura del Decenio de las Naciones Unidas para una Cultura de Paz y Noviolencia para los Niños del Mundo (2001-2010).
Uno de los muchos aspectos concretos de los resultados de esa Década para Superar la Violencia fue la celebración de un Día Internacional por la Paz que se celebra en septiembre en muchas iglesias alrededor del mundo.
2. Convocatoria Ecuménica Internacional por la Paz
Escribiendo a los cristianos que sufrían persecución, Juan Perez de Pineda decía, reformador español del siglo XVI [6]: “Por la confianza en la promesa hallamos esta luz y consuelo en medio de las tinieblas de la persecución; pero cuando en ellas seguimos nuestra razón, de necesidad hacemos falso juicio, porque por no sentir el favor divino, pensamos que está Dios alejado y dormido; y por no ver la libertad que deseamos, juzgamos que él tampoco nos ve. Como aconteció al profeta que, gravemente atribulado, juzgaba según el juicio de su carne que Dios lo había desamparado, mas por la palabra enseña luego la falsedad de su juicio. ´Cuando estaba (dice) fuera de mi, y huía, dije: Arrojado soy de delante de tus ojos, mas tú oíste la voz de mi oración cuando te llamaba’ (Salmo 31)”.
El texto del Llamamiento a una Paz Justa, acaba con esta misma constatación, dado el nivel de violencia en el mundo y como afecta a las personas y a los pueblos parece que Dios no nos escucha, parece que estamos desamparados y que la victoria de los mecanismos de exclusión y violencia se acaban imponiendo. Existe la violencia. El Llamamiento lo denomina un viaje difícil, no solo por la predominancia de la violencia, sino también por nuestra complicidad, “debemos aprender a dejar de buscar la justificación de lo que hemos hecho y nos preparamos para buscar la justicia”.
La reflexión de Juan Perez de Pineda y su conclusión, son también nuestro apoyo para creer y trabajar en los procesos de paz y en la construcción de una paz justa, solo tenemos la promesa de Dios y la oración como convicciones que obtienen respuesta y que requieren un compromiso firme con la realidad. Lo que ven nuestros ojos no deja de insistir en el alejamiento y abandono de Dios, el sufrimiento en el mundo sigue siendo insoportable, pero es necesario reconocer también los miles de pequeños gestos infinitos que dicen no a la violencia y que superan las desigualdades más recalcitrantes, no olvidemos que también hemos recordado este año a Martín Luther King.
El llamamiento del encuentro de Kingston, Jamaica está dividió en 42 párrafos, y parte del texto de Lucas 1, 79: “Para encaminar nuestros pies por camino de paz” (Lucas 1, 79). Se refiere en su preámbulo no solo al Decenio de superación de la Violencia, sino también a la decisión de la 9ª Asamblea del CMI en Porto Alegre, Brasil, para tener este encuentro. Desde los primeros pasos del documento se vincula la justicia a la paz: “La justicia que abraza la paz: ¿Puede haber justicia sin paz? ¿Puede haber paz sin justicia? Buscamos con demasiada frecuencia la justicia a expensas de la paz, y la paz a expensas de la justicia. Concebir la paz independientemente de la justicia significa poner en peligro la esperanza de que “la justicia y la paz se besar[á]n” (Salmos 85:10). Debemos reformar nuestros caminos cuando falta paz y justicia, o cuando éstas se oponen. Luego levantémonos y trabajemos juntos por la paz y la justicia”.
Tal y como había sido pensado el movimiento del Decenio, desde la periferia al centro, así se expresa también el documento, señalando que deben hablar los pueblos, las Escrituras y la iglesia. Los epígrafes que siguen son: El camino de la paz justa; Vivir el camino; Hitos en el camino de la paz justa; Buscar y luchar juntos por la paz justa.
El propósito del Llamamiento Ecuménico a la Paz Justa era llegar, en la Asamblea de Busan, a un nuevo consenso ecuménico sobre la justicia y la paz. La documentación salida de la Asamblea y la Declaración final de Busan [7] indican que se trabajó bien en esa dirección.
En la primera parte del llamamiento el esfuerzo de dar la voz a los pueblos tiene que ver con contar las “historias empapadas de violencia”, debemos escuchar las necesidades de superación de la violencia, pero también de los efectos de la violencia con su rastro maléfico de ausencia de reconciliación. Los mal denominados “efectos colaterales” no son solo el eufemismo que esconde a las víctimas civiles de los conflictos, sino también el negro legado de pobreza, injusticia y opresión que queda en muchas situaciones de ocupación y de opresión tras los conflictos o en torno a los conflictos. Dar la voz a las Escrituras es entender el mensaje de una Biblia que hace de la justicia la compañera inseparable de la paz. “La paz es el regalo de Dios a un mundo roto pero amado”, las palabras, las enseñanzas y la vida de Jesús son un elemento necesario de reconciliación, en particular en el amor a los enemigos y el perdón es la clave, el cimiento de una paz justa. La voz de las iglesias debe ser la voz del cuerpo de Cristo como lugar de construcción de la paz tanto en nuestr liturgia como en nuestro avance ecuménico a favor de la reconciliación, tenemos un ministerio de reconciliación como iglesias cristianas que no podemos dejar de lado (2ª Corintios 5, 18).
A partir de estas voces el anhelo y la construcción de la paz justa se definen como un camino, un proceso habíamos visto en palabras de Moltmann, es un camino que pasa por nuestras propias situaciones y por sentirnos responsables de las formas que la violencia toma en nuestro entorno. El camino es también el camino de la resistencia no violenta, en el pasado tuvo posiciones emblemáticas para las libertades en India o para la superación del racismo en USA. Desde las demás religiones o desde el cristianismo las figuras de mujeres y hombres y de comunidades jalonan el camino de la paz desde la no violencia. Este camino tiene su máxima confrontación con la justificación de la guerra, incluso definida como “guerra justa”. La propuesta del documento es que la paz justa “sea comprendida como un proceso colectivo y dinámico pero arraigado de liberación de los miedos y carencias de los seres humanos, de superación de la animadversión, la discriminación y la opresión, y de establecimiento de condiciones para unas relaciones justas que privilegien la experiencia de los más vulnerables y respeten la integridad de la Creación”.
El tercer elemento del Llamamiento es a vivir el camino, reconociendo como lo hacíamos con Perez de Pineda, que el camino es difícil. La dificultad no solo es externa, sino también interna para no engañarnos a nosotros mismos. Lo importante de este camino es la promesa, tenemos que tener en cuenta que “viajamos juntos” y esto no puede hacerse con una iglesia dividida; “viajamos como una comunidad” que comparte una ética y práctica de la paz; “el viaje resulta atrayente” porque muchos acaban descubriendo la bondad de convertirse en pacificadores y sobre todo descubriendo al prójimo de otro modo, en particular cuan vinculados están los logros de la paz y sus luchas.
Terminando el documento el Llamamiento entra en una serie de hitos, cuyo comienzo, señala, es el desenmascarar la violencia y sacar a la luz los conflictos ocultos: “la transformación de conflictos tiene como objetivo desafiar a los adversarios a que redirijan sus intereses cuando estos son opuestos al bien común”. El primero de esos hitos es el que relaciona paz justa y dignidad humana. A partir de la enseñanza de la Biblia entendemos que la creación a imagen y semejanza de Dios es la bendición de la humanidad con dignidad y derechos. Es necesario, en consecuencia, que se mantenga la garantía de los derechos civiles y políticos y que se siga avanzando en los derechos económicos, sociales y culturales. Sin embargo el abuso de los derechos se encuentra muchas veces con la impunidad. El segundo de los hitos es la relación entre paz justa y cuidado de la creación, hemos reconocido en estos últimos tiempos la responsabilidad de las iglesias en la falta de cuidado de la creación, la visón de una paz justa es una cuestión de relaciones entre las personas, pero también de cuidad de la Tierra. Finalmente se señalan dos hitos más, la construcción de culturas de paz y la educación para la paz. El primero afecta a los prejuicios y a las actitudes que fomentan el odio, cada cual, especialmente las mujeres tienen un lugar en la cultura de paz. La educación es fundamental en el desarrollo de estrategias y en la formación del carácter espiritual basado en el respeto.
Las exhortaciones finales del llamamiento son para buscar y luchar juntos por la paz justa. A partir de un texto bíblico se presentan diferentes desafíos mundiales y se siguen de orientaciones principales.
Por la paz en la comunidad, para que todos vivamos sin miedo: El primero de los desafíos son las comunidades divididas por la clase económica, la raza, el color y la casta, por la religión y el sexo. Hogares plagados de violencia y de abuso. La explotación laboral, las drogas o la ausencia de poder alcanzar la atención sanitaria son formas de violencia. El crecimiento de la distancia entre ricos y pobres hace aun más complejo este lugar de la violencia. Las orientaciones hacia las iglesias es que construyan una cultura de paz mediante la participación, aprendiendo a prevenir los conflictos y a transformarlos. Dar el lugar que corresponde a la educación para la paz en las escuelas y las iglesias. En particular la violencia doméstica es un gran desafío mundial y los cristianos debe ser pacificadores que rompan la cultura del silencio.
Por la paz con la tierra, para que se preserve la vida: El segundo de los desafíos es el respeto y protección de la creación. La avaricia está desbordada y se centra en un modelo de crecimiento ilimitado, que acaba en la destrucción de la Tierra y sus criaturas. Los combustibles fósiles como recurso principal, aun más en el tiempo de crisis, junto con el retorno de lo nuclear no solo son una amenaza sino una realizad en el cambio climático. Las orientaciones para las iglesias es la clave de la justicia ecológica, se nos sugiere el arrepentimiento del despilfarro. Hay que evaluar el impacto ambiental de modo autocrítico, hay que aprender para crear nuevas comunidades ecológicas e iglesias verdes.
Por la paz en el mercado, para que todos vivamos con dignidad: El tercero de los desafíos es la acumulación de riqueza en unas pocas manos, mientras que 1.400 millones de humanos subsisten en la extrema pobreza. El texto señala que “algo va muy mal cuando la riqueza de las tres personas más ricas del mundo es mayor que el producto interior bruto de los cuarenta y ocho países más pobres del planeta”. Se necesita combatir una regulación ineficaz, los instrumentos financieros inmorales, las estructuras de recompensa deformadas y los factores sistémicos exacerbados por la avaricia. Las orientaciones apuntan a la economía de vida buscando relaciones socioeconómicas equitativas, que respeten los derechos de los trabajadores y el uso sostenible de recursos. Las iglesias deben abogar por la plena implementación de los derechos económicos, sociales y culturales.
Por la paz entre los pueblos: para que las vidas humanas estén protegidas. El cuarto de los desafíos mundiales reseñado en el Llamamiento es la búsqueda de la paz en la transformación de conflictos. La historia humana se ensucia por la xenofobia, la violencia intercomunitaria, los delitos por prejuicios, los crímenes de guerra, la esclavitud o el genocidio. El documento señala el “aumento de la capacidad humana para destruir la vida y sus fundamentos”, dado el desarrollo de este tipo de conflictos en este tiempo. Las orientaciones principales se encaminan a respetar el carácter sagrado de la vida y consolidar la paz entre los pueblos para fortalecer las normas internacionales de derechos humanos y los tratados e instrumentos de responsabilidad mutua y resolución de conflictos.
El párrafo final del documento insiste en nuestra responsabilidad: “Un pueblo nacido para anhelar. Nuestro hogar no está como debería y como estará. Aunque la vida en las manos de Dios es incontenible, aún no reina la paz. Los principados y las potestades todavía disfrutan de sus victorias si bien no son soberanos, y estaremos inquietos y quebrantados hasta que prevalezca la paz. Por eso, nuestra construcción de la paz deberá necesariamente criticar, denunciar, defender y resistir, además de proclamar, empoderar, consolar, reconciliar y sanar. Los pacificadores hablarán a favor y en contra, derribarán y construirán, se lamentarán y celebrarán, se afligirán y se regocijarán. Hasta que nuestro anhelar se una a nuestro pertenecer en la consumación de todas las cosas en Dios, el trabajo de paz continuará como el parpadeo de la gracia segura”.
3. ¿Podemos los cristianos contribuir a la paz justa?
Hemos de reconocer que junto al Llamamiento Ecuménico a la Paz Justa se elevan otras muchas voces proféticas en el mismo sentido, detectarlas y conocer las implicaciones que tiene para nosotros son importantes. Durante mucho tiempo la cuestión de los conflictos o las amenazas para la naturaleza, incluso la protección de los derechos humanos o la propia inestabilidad económica que daba lugar a los mayores despilfarros junto a las más terribles pobrezas, se consideraban cuestiones de países del “tercer mundo”, del sur, entendido como los continentes africano, asiático y Latinoamérica. Apenas reconocíamos algo de estos problemas en nuestro cuarto mundo e incluso salvábamos excepciones de esos entornos. La situación ha cambiado enormemente con el modelo de globalización que hemos desarrollado, así encontramos que las palabras que parecían destinadas a los lugares mal denominados subdesarrollados o en vías de desarrollo ha cambiado y los equilibrios mundiales también.
En una entrevista de despedida publicada por Reformed Comuniqué el pastor Setry Nyomi, secretario general saliente de la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas, señala: “Las cuestiones de las que trata la Confesión de Accra (2004) siguen con nosotros. Y se expresan de manera más viciosa que en 2004. Seguimos teniendo injusticia económica, seguimos teniendo muchas, muchas, muchas personas muriendo como resultado del camino que la economía global ha tomado. Desde 2004 también se ha visto afectado el norte global en una vía que no podíamos prever entonces cuando todos pensaban que los afectados eran Latinoamérica, África y Asia. Pero en 2008 la crisis económica impacto el norte global y tuve cartas de varías personas diciendo que esto era precisamente de lo que estaba hablando la Confesión de Accra”. [8]
El Llamamiento Ecuménico para un Paz Justa nos implica a todos y debe ser cuestión de todos, porque no hemos estado atentos a lo importante que era seguir combatiendo el desprecio por la vida humana, debemos volver a la enseñanza bíblica del Shalom de forma radical y entender la universalidad de la paz como una condición sine qua non. La pérdida de la universalidad e inalienabilidad de los derechos de las personas es una de las características de este tiempo, todo lo contrario al Shalom bíblico como concepto.
“Las tradiciones bíblicas y la experiencia judía y cristiana de la fe hablan de una paz universal, porque hablan de la paz de Dios. La palabra hebrea Shalom significa la santificación de toda la vida, creada por Dios, en todos sus aspectos. Una vida bendecida y consagrada en la comunicad con el Dios que da la vida, con los demás seres humanos y con todas las criaturas: paz con Dios, paz entre los hombres y paz con la naturaleza. En nombre de Dios no se puede restringir el “Shalom” al ámbito de lo religioso o de lo individual. El “Shalom” tiende a ser universal y perdurable. Ahora bien, lo que de “Shalom” experimentan los judíos y los cristianos en la historia no son más que meros comienzos y anticipaciones de aquella paz de Dios que un día habrá de llevar a todas las criaturas a la vida eterna. Judaísmo y cristianismo son movimientos concretos de esperanza concreta de paz para todos los pueblos y todas las criaturas”. [9]
El cristianismo no puede contempla el Llamamiento Ecuménico a una paz justa como un programa más, como una motivación más. En todos los lugares son necesarios procesos de reconciliación para evitar los enquistamientos y los enroques perjudiciales y basados en los prejuicios. Según Juan Maria Bandres, abogado y político español que contribuyó a la búsqueda de paz y justicia para el país Vasco y singularmente para los refugiados comenta: “[El cristianismo…] …solamente se puede concebir como un factor de liberación y fraternidad con los demás. Cualquier concepto de religión que nos llevara a algo distinto de eso me parecería un falseamiento del auténtico sentido religioso”. [10]
Quiero aporta en este sentido dos contribuciones en respuesta a nuestra posibilidad de construir una paz justa, la de Xavier Pikaza y la de Jürgen Moltmann. Xavier Pikaza, como se presenta también en el Llamamiento habla de “Un camino de paz. Una propuesta cristiana”. [11] Esta propuesta se desarrolla en un itinerario concreto de la paz cristiana y lo divide en doce estaciones. Las tres primeras las decida al plano de la familia y del surgimiento de la vida; las tres siguientes al plano intelectual y religioso; las tres siguientes, a la exigencia de una transformación social y religiosa y las últimas desarrollan el sentido de la paz como superación de toda guerra en el plano militar y religioso.
Sería largo y no coincidiría con nuestro propósito el explorar aquí todo el libro o presentar un resumen del mismo, lo que si quiero hacer es recomendarlo como una propuesta accesible de formación e profundización de la cuestión en un tono distinto del planteamiento del Llamamiento pero con una música muy similar, el Evangelio y la vida de Jesús como trasfondo. Y una letra prácticamente idéntica, la búsqueda de la paz tiene planos y niveles que hay que abordar en la complejidad de nuestra sociedad y en relación con la naturaleza. Dice Pikaza: “Lo que Jesús propuso y lo que así hemos definido como su “marcha de la paz” no es una sencilla adaptación en el interior del sistema que había venido operando hasta ese momento, sino una mutación o cambio de nivel, en el plano de la vida”. [12]
En su libro La justicia crea futuro [13], Jürgen Moltmann se pregunta si “¿Pueden los cristianos construir la paz?”, a lo que responde que la Iglesia existe en diversas formas sociales, desde la Iglesia Universal hasta las comunidades locales y los grupos específicos, pasando por las organizaciones territoriales, entre las que se encontraría el movimiento ecuménico. El teólogo alemán hace referencia a las diferentes actuaciones que deben de emprender los cristianos para la construcción de la paz, y cita en particular a Dietrich Bonhoeffer, con quien nace una nueva espiritualidad de “resistencia y sumisión”. Un nuevo estilo de vida que tiene que ver con el compromiso público y abierto. Para Moltmann esta nueva espiritualidad toma diversos nombres en Taizé “contemplación y lucha”, en las comunidades de base latinoamericanas “mística y liberación”. En cualquier caso la referencia fundamental del compromiso con la paz está relacionado con la construcción de la ecúmene desde abajo, aunque lleve a conflictos con la jerarquía o desconfianza de parte de los órganos de gobierno. Esta tarea implica la exigencia, para las comunidades locales, de seguir el Evangelio de Jesucristo pasando de ser comunidades religiosas vinculadas por el culto divino, a ser comunidades de vida. Ser comunidades de vida aumenta la capacidad para los cristianos de percibir los conflictos sociales, económicos y políticos, implicándose en que se resuelvan a la luz de la paz y de la justicia. El profeta Jeremías en el capítulo 8 de su libro relaciona la paz con la sanidad, con la curación, y comenta la ausencia de paz, que los hipócritas proclaman cuando no la hay, como un modo liviano de afrontar la herida del pueblo. La salvación de Dios se refiere a un proceso integral de sanación de lo creado y comenta Moltmann que cumplir la misión cristiana de sanar las enfermedades sociales y políticas tiene que ver con que nuestro compromiso esté en comunidades de vida. El pensamiento global que actúa localmente es la consigna de todos los niveles de la diversidad de formas sociales en que se manifiesta la Iglesia, teniendo en cuenta que tenemos una gran profusión de documentos que no llegan a la base ni son tomados en serio, como tampoco son tomadas en serio las experiencias de vida a nivel local. Las iglesias a todos los niveles deben integrarse en un proceso común de aprendizaje de la justicia y de la paz, para hablar de una sola voz, y entonces ser escuchadas, es el llamamiento de Moltmann en respuesta a la pregunta inicial sobre lo que podemos hacer por la construcción de la paz.
La construcción de la paz desde la comunidad viva no es una llamada a una iglesia específica, desde el pensar global y actuar local que nos recuerda Moltmann, la Iglesia Universal está en ese compromiso, uno de los aspectos esenciales destacados por la Asamblea del CMI en Busan, en su Declaración sobre la Unidad [14], es el vínculo necesario entre ecumenismo y construcción de la paz. En ese documento la definición de ecumenismo es dinámica, y se entiende como búsqueda de la unidad visible que debe expresarse en un “sentarnos juntos a la Mesa del Señor”. La paz en las iglesias y entre las iglesias es un aspecto importante de nuestra búsqueda de la unidad, seguir compartiendo tradiciones, debates teológicos, documentos e “intensificar el trabajo por la justicia, la paz y la sanación de la creación”. Pero se concreta también en la búsqueda de hacer realidad las consecuencias de nuestros acuerdos teológicos, tal como acabamos de señalar con Moltmann, la distancia que separa las declaraciones de los hechos debe ser superada en el aprendizaje de la escucha mutua.
La situación económica y moral de nuestra sociedad tiene una complejidad nueva y desafiante que requiere de las iglesias valores fundamentales de coherencia y compromiso con la verdad, de compromiso con la participación de cada persona, la colegialidad y el desarrollo de órganos inclusivos en los procesos de unidad y de toma de decisiones, se necesitan “métodos más justos, participativos e inclusivos de convivencia”. No es solo una responsabilidad interna, sino también una responsabilidad con las dimensiones sociales de nuestro compromiso, a este fin el documento del CMI señala la necesidad tanto de unir fuerzas como de perseverar en la oración, nos sostiene y nos guía la confianza en lo que Dios hace en nosotros para la unidad y no podemos dejar de recibir el impuso del Espíritu como seguidores de Cristo, este impulso es un impulso hacia una paz justa.
Oramos con la Declaración sobre la Unidad de la 10ª Asamblea del CMI:
Dios de vida,
condúcenos a la justicia y la paz,
para que los que sufren encuentren esperanza,
los heridos obtengan sanación,
y las iglesias divididas alcancen una unidad visible,
por el que ora por nosotros
y en el que somos un solo Cuerpo,
tu Hijo, Jesucristo,
que junto a ti y al Espíritu Santo
es digno de alabanzas; un solo Dios,
ahora y siempre. Amén.[15]
[1] Moltmann, Jürgen. La justicia crea futuro, Política de paz y ética de la creación en un mundo amenazado, Sal Terrae, col. Presencia Teológica nº 66, Santander 1992. Pag. 63
[2] http://www.superarlaviolencia.org/es/convocatoria.html
[3] http://www.superarlaviolencia.org/fileadmin/dov/files/OvercomingViolence.pdf
[4] 10ª Asamblea CMI. Declaración sobre la Unidad. Doc PRC 01.1. El documento se refiere a los numerosos programas del CMI que han contribuido a entender lo que significa ser una comunidad de fe en la que las divisiones de etnia, raza, género, poder y clase social se confronten y se superen.
[5] http://www.superarlaviolencia.org/fileadmin/dov/files/OvercomingViolence.pdf
[6] Pérez de Pineda, Juan. Epístola Consolatoria. Obras d elos reformadores españoles del siglo XVI. Ed. MAD SL, Col. Eduforma Historia.
[7] http://www.oikoumene.org/es/resources/documents/assembly/2013-busan/adopted-documents-statements/message-of-the-wcc-10th-assembly
[8] Reformed Communiqué. Junio 2014, Vol 5, nº 2. Publicación de la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas. Suscripción: www.wcrc.ch/reformed-communique-newsletter.
[9] Moltmann, J. Ibid La justicia crea futuro.
[10] Castro, Raimundo. Juan María Bandrés. Memorias para la paz. Ed, Hijos de Muley-Rubio. Madrid 1998
[11] Pikaza, Xavier. El camino de la paz. Una visión cristiana. Ed Khaf. Col. Expresar teológico. Madrid 2010
[12] Pikaza, X. Ibid. El camino de la paz
[13] Moltmann, J. Ibid La justicia crea futuro.
[14] Ibid. 10ª Asamblea CMI. Doc PRC 01.1
[15] Ibid. 10ª Asamblea CMI. Doc PRC 01.1
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