Reflexiones del Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, O.S.A.
Teologo y ecumenista
VIII.- Llamados al servicio de la reconciliación
«Deja tu ofrenda delante del altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano…» (Mt 5,24).
Al término de las reflexiones sobre la ideal comunidad cristiana de Hechos 2,42, volvemos de nuevo al prosaísmo de nuestras divisiones, insatisfacciones, decepciones e injusticias. Y la primera Comunidad apostólica de Jerusalén sigue preguntando al término del octavario 2011: ¿a qué somos llamados?
Los cristianos de la Jerusalén actual sugieren una respuesta: sobre todo al servicio de la reconciliación. Palabra clave dentro del ecumenismo. Oramos por la unidad de los cristianos para que la Iglesia sea signo e instrumento de curación de las divisiones e injusticias políticas y estructurales; en pro de una coexistencia justa y pacífica entre judíos, cristianos y musulmanes; para que crezca la comprensión entre las personas de todas las creencias e increencias. En nuestras vidas personales y familiares, la llamada a la reconciliación debe también encontrar una respuesta.
El reconocimiento ante Dios de nuestra unidad como cristianos, nos avanza la certidumbre de que, en Cristo, Dios busca reconciliarse con todos los pueblos. Y si esa es la voluntad de Dios, ya se colige qué pueda querer para las Iglesias. Se explica, siendo así, que Benedicto XVI quiera estar presente para el mes de octubre de 2011 en Asís al objeto de conmemorar junto a otros líderes interreligiosos aquel histórico encuentro promovido por Juan Pablo II en 1986. Su 25º aniversario así puede que sea lo más importante del movimiento ecuménico en 2011. Como en 2010 lo fue la célebre cumbre centenaria de Edimburgo.
La llamada a reconciliarse, por tanto, es un requerimiento a dejar actuar en nosotros la fuerza de Dios para hacer nuevas todas las cosas. Queda patente una vez más que esta Buena Noticia entraña una invitación a modificar nuestra manera de vivir. El relato de san Mateo sobre la reconciliación no tiene vuelta de hoja: las palabras de Jesús fueron, y siguen siendo, terminantes: no podemos seguir presentando nuestras ofrendas en el altar a sabiendas de que somos responsables de las divisiones y de las injusticias. La de la oración por la unidad de los cristianos es, por tanto, una llamada a la reconciliación, es decir, a practicar la concordia incluso si fuere para interrumpir nuestras actividades eclesiales. Quiso Dios enviarnos a Jesús para reconciliarnos consigo en Él. Ninguna plegaria debiera elevarse hoy con tanta fuerza como la de acción de gracias por habernos hecho servidores de reconciliación en nuestras Iglesias. Conlleva ella, como es obvio, ponernos al servicio de la reconciliación de todos los pueblos, en particular Tierra Santa, el sitio donde Dios quiere abatir el muro de separación entre los pueblos, y reunir a cada uno en el Cuerpo de Cristo, ofrecido en sacrificio en el Calvario.
Ojalá nos llene de amor a todos, para que nuestra uni-dad sirva a la reconciliación que desea para la entera creación.
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