Todos juntos
Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

sábado, 12 de febrero de 2011

REFLEXIONES PARA LA UNIDAD III

Reflexiones del Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, O.S.A.
Teologo y ecumenista

III.- La asiduidad a la enseñanza de los apóstoles nos reúne.

«Tu palabra es antorcha para mis pasos» (Salmo 119, 105).
«Tú eres, Señor, mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas» (Salmo 18,29).
«Porque el mandato es una lámpara y la lección una luz» (Pr 6,23).
Refieren los Hechos en el texto-lema del Octavario (cf. Hch 2,42) que la Iglesia de Jerusalén perseveraba en la enseñanza de los apóstoles, pese a la gran diversidad de lenguas y culturas entre sus miembros. Enseñanza, por otra parte, que se cifraba en dar testimonio de la vida, de la enseñanza, del ministerio, de la muerte y de la resurrección del Señor Jesús. Sencillamente, en predicar el kerigma, que, como se ve, puede hacer a la vez de lámpara y de antorcha. Divino mensaje resumido, a la postre, en lo que el Apóstol de las Gentes llama simplemente «el Evangelio».
Buena ilustración la de san Pedro en Jerusalén, el día de Pentecostés.
A partir del profeta Joel, la Iglesia se vincula a la historia bíblica del pueblo de Dios, llevándonos al relato que comienza con la creación (cf. Hch 2,14-36). A pesar de nuestras divisiones, siendo así, la Palabra de Dios nos reúne y nos une. Las dos cosas. Nos agrega y congrega. He ahí su fuerza, su aglutinadora y renovadora energía. La enseñanza de los apóstoles salía y volvía a dicha Palabra, vivía de y para esa universal y católica. Buena Noticia que, por lo demás, en su plenitud llamamos Evangelio. Ella centraba también la unidad en la diversidad de la primera Iglesia. Los cristianos actuales de Jerusalén, sin embargo, nos recuerdan hoy, a la vuelta de tantos siglos, que no era sólo «la enseñanza de los apóstoles» lo que unía a la Iglesia primitiva, sino su constante y fidelísimo vivir al aire de sus postulados. Ese perseverar en el luminoso mensaje de la Palabra. Es lo que san Pablo refleja con inefable hondura cuando define el Evangelio como «poder de Dios para la salvación» (Rm 1,16).
El profeta Isaías nos recuerda que la enseñanza de Dios es inseparable del «juicio, luz de los pueblos» (Is 51,4). Y el salmista ora así: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Mi herencia perpetua son tus mandamientos, alegría de mi corazón».
El ecumenismo es buena ocasión para dar gracias a Dios por revelarnos su verdad en Jesucristo, su Palabra de Vida, que recibimos a través de la enseñanza de los apóstoles, transmitida en primer lugar en Jerusalén. Esa Palabra de la que Benedicto XVI dice maravillas en la reciente Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, recogiendo las intervenciones durante el Sínodo de la Palabra en 2008, donde Su Santidad Bartolomé I pronunció una histórica homilía. Que el Espíritu Santo siga santificándonos en la verdad del Hijo de Dios, para que por nuestra unidad en él crezcamos en la dedicación de por vida a la eterna Palabra y juntos sirvamos al Reino en humildad y amor.

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