Reflexiones del Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, O.S.A.
Teologo y ecumenista
VI.- Fuertes en la oración para actuar.
« ¡Oh Dios, que todos los pueblos te alaben!» (Salmo 67, 1-7).
He aquí una bella exclamación del salmista que parece estar exigiendo de los orantes del octavario un grito similar: « ¡Oh Dios, que todas las Iglesias te alaben!». Pero ¿cómo lo conseguirán si están divididas?
El mensaje ecuménico dice que ello no es posible sin previa unidad, lo cual denota que una exclamación así debiera ir precedida del gran anhelo ecuménico: « ¡Oh Dios, que todos los cristianos vivan la unidad, y que, unidos, todos los cristianos te alaben!». Los de Jerusalén y otras partes tienen hoy probada experiencia y nos piden tomar mejor conciencia del modo en que nos enfrentamos ante las situaciones de injusticia y desigualdad, allí donde estamos. En eso como en tantas cosas, es la oración la que da a los cristianos fuerza y coraje para ejercer la misión común. Y la que ayuda a sobrellevar la pesada cruz de las persecuciones que por todo el mundo están atacando a tantos cristianos por el mundo, especialmente a principios del 2011, por ejemplo, la Iglesia copta de Alejandría, la del Papa Shenouda III y sucesor de san Marcos.
Pide asimismo el salmista orar para que el rostro de Dios brille sobre nosotros, no sólo en pro de un propio beneficio, sino para que su ley sea conocida «entre todas las naciones». Un reclamo a la catolicidad, al fin y al cabo. La Iglesia apostólica, y católica, por supuesto, nos recuerda que la oración forma parte del poder y de la aptitud a la misión y a la profecía para el mundo todo. Oramos en pro de la unidad de nuestras sociedades y de nuestros países, y por la unidad de toda la humanidad en Dios. Nuestra oración por la unidad en Cristo se extiende al mundo entero, tiene, debe tener, dimensiones de catolicidad, cuyo dinamismo y valor oracional arraiga en la enseñanza del Señor a sus discípulos. El evangelio de san Mateo nos propone hablar de la oración como de una fuerza «secreta» que proviene no de la ostentación que con ella se haga ni del espectáculo que desde ella se dé, sino de la humilde presencia del Señor.
La enseñanza de Jesús se resume en el Padre Nuestro. Al decirlo juntos, formamos un pueblo unido que busca la voluntad del Padre y la edificación de su Reino aquí mismo sobre la tierra. Él así nos convoca a una vida de perdón y reconciliación.
La plegaria del octavario hace hoy caer en la cuenta de lo que suplica, pide y ora el ecumenismo: nada menos que alegrarnos de que en todo momento, lugar y cultura, la gente se vuelve hacia Dios para orar. Y en recordar que Jesucristo mismo, el Hijo de Dios, nos enseñó a perseverar en la oración para que venga su Reino.
La oración en común, concluyendo, hará que cobremos conciencia de que Dios nos guía y nos anima a través de todas nuestras alegrías y nuestros dolores, con la fuerza del Espíritu Santo.
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