Reflexiones del Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, O.S.A.
Teologo y ecumenista
V.- La fracción del pan en la esperanza
Desde la Comunidad de Jerusalén hasta hoy, la «fracción del pan» ha sido siempre centro del culto cristiano. Para la Jerusalén de nuestros días partir el pan es, sobre cualquier otro supuesto, símbolo de amistad, perdón y compromiso. Por de pronto dicha fracción del pan nos pone ante el reto de buscar la unidad en un mundo de divisiones. Mundo cuya reunificación es, de distintas manras, tarea de todos. Los cristianos en la fracción del pan son el mensaje profético de esperanza destinado a toda la humanidad. También los cristianos hoy partimos el pan «con un corazón grande y generoso»; pero cada Eucaristía nos recuerda también el hecho doloroso de la desunión.
En este quinto día del octavario, los cristianos de Jerusalén se reúnen en el Cenáculo, lugar de la última Cena. allí mismo donde los sacerdotes peregrinos a Tierra Santa renuevan sus promesas sacerdotales. Y en ese bendito lugar, sin celebrar la Eucaristía, parten y reparten el pan en la esperanza, de la cual sabemos cuando Dios se une con nosotros a través del desierto de nuestras propias insatisfacciones.
El Éxodo nos informa de cómo Dios responde a las murmuraciones del pueblo liberado: proporcionándole lo que necesitaba, ni más, ni menos. El maná del desierto es un don de Dios que nunca debe uno guardarse para sí, so pena de arriesgarse no comprenderlo del todo. San Pablo reconoce que partir el pan no significa sólo celebrar la Eucaristía; también pide ser un pueblo eu-carístico: llegar a ser el Cuerpo de Cristo en el mundo es más que recibir el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía.
El exhorto paulino (1 Co 10-11) recuerda que la comunidad cristiana debe esforzarse por vivir unida. Somos un pueblo abierto a la fracción del pan, pueblo de vida eterna, de vida en plenitud, como nos lo enseña san Juan; un pueblo que se va uniendo a medida que va partiendo / compartiendo la fractio panis. Nuestra celebración de la Eucaristía nos incita a reflexionar sobre la manera en que se expresa día a día la abundancia de este don de vida, sea en la esperanza que en las dificultades.
A pesar de los retos diarios, los cristianos de Jerusalén dan prueba de que es posible alegrarse y esperar. Admirable ocasión, pues, la del octavario para dirigir plegarias al Dios de la esperanza, agradeciéndole (he ahí el vocablo Eucaristía) el don que nos hizo en la Cena del Señor donde, en el Espíritu Santo, encontramos a su Hijo Jesucristo, el pan vivo bajado del cielo. Lástima que, apegados a las desigualdades, no acabemos de aprender tan hermosa lección de gratitud, o sea de Eucaristía.
Uno de los fines del ecumenismo es suplicar a Dios que acelere el día en que su Iglesia toda se reúna para la fracción del pan. Ese día, por de pronto, se habrán salvado los obstáculos de la Intercomunión y de la fecha de la Pascua.
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