Reflexiones del Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, O.S.A. Teologo y ecumenista
I.- La Iglesia de Jerusalén
«El Espíritu de la verdad» (Jn 14, 17).
Todavía en el aire los ecos del centenario de Edimburgo 1910-2010, he aquí que el Octavario 2011 irrumpe con la fuerza que le confieren los orígenes de la Iglesia madre de Jerusalén. Llevado de su habitual llaneza, san Lucas aporta el lema de los ocho días cuando afirma:
«Eran fieles a la enseñanza de los apóstoles y a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones» (Hch 2,42).
Evangelista de la koinonía en la primitiva comunidad apostólica, compañero de Pablo y siempre entrañable san Lucas, le ofrece así al ecumenismo de esta hora los pertrechos necesarios para cubrir las ocho etapas de estos días de intensa oración elevada desde la reducida estancia del Cenáculo. Por de pronto, sus palabras brindan el sublime continuismo eclesial de entonces con la Iglesia de hoy extendida por el mundo. Recuerdan primero al artífice por antonomasia de tal unidad, el Espíritu Santo, alma y vida de las actividades ecuménicas precisamente por ser sobremanera Espíritu de la verdad. Nunca será posible un ecumenismo de espaldas a la verdad para rendirse complaciente y complacido al cenagal de la mentira, del compadreo y de la traición a los sagrados deberes de la fe. De ahí que san Lucas secunde maravillosamente el mensaje de san Juan acerca de la verdad y nos aclare de paso que los primeros discípulos de la Comunidad apostólica eran fieles, vocablo éste que emerge cada vez que cumple incidir en la vida de la Iglesia. Porque fieles son quienes, por medio del bautismo, han recibido el don de la fe; fieles también, los de la excepción en el inmenso mundo pagano; y fieles, en fin, digámoslo con el sesgo lucano, los que practican la causa ecuménica con fidelidad, o sea sin romper vínculos ni faltar a compromisos. Vivir por eso el ecumenismo es como penetrar en aquella escuela de permanente acatamiento a la palabra del Señor que fue la Comunidad de Jerusalén.
Ecumenismo, a la postre, no es sino vivir en la continuidad del día de Pentecostés aspirando a predicar y vivir por todas partes donde existen desigualdades e injusticias la buena noticia de la reconciliación y de la paz. Si la Iglesia apostólica de Jerusalén se realiza en la Iglesia de la Jerusalén celestial, icono de cualesquiera Iglesias cristia-nas, en señal de su continuidad con la Iglesia de Jerusalén, todas las Iglesias deberán asimismo conservar las «características» de aquella primera comunidad cristiana siendo asiduas en «la enseñanza de los apóstoles, la comunión fraterna, la fracción del pan y la oración». Su testimonio evangélico y su lucha contra las desigualdades e injusticias nos recuerdan, así, que la oración por la unidad de los cristianos es inseparable de la oración por la paz y la justicia.
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