Todos juntos
Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

lunes, 10 de julio de 2017

CUANDO CELEBRAR SE TRANSFORMA EN BENDICIÓN



CUANDO CELEBRAR
SE TRANSFORMA EN BENDICIÓN
PENTECOSTÉS 2017


EL pasado 4 de junio de 2017, domingo, el Foro Ecuménico Pentecostés (FEP) nos convocaba en Madrid a su X encuentro de Oración Ecuménica de Pentecostés bajo el lema: "Espíritu Santo, ayúdanos a caminar del conflicto a la comunión".


Como se anunciaba en la convocatoria, el encuentro tenía una triple celebración: la primera y principal, la acogida del don del Espíritu en la fiesta de Pentecostés; la segunda, la alegría de saber que el FEP cuenta ya en su haber con diez años de caminar ecuménico, y la tercera, la conmemoración del V centenario del inicio de la Reforma de Lutero.

En la fiesta de Pentecostés de 2007, un grupo de cristianos de diversas tradiciones que habían participado en la elaboración de la aportación de España a la III Asamblea Ecuménica Europea, celebrada ese año en Sibiu (Rumania), se daban cita en una vigilia de oración. A la luz del Espíritu, en ese encuentro, nacía y se ponía en camino este Foro, que, guiado por esta luz, ha seguido caminando y celebrando ininterrumpidamente, año tras año, la recepción del Espíritu enviado por Jesús, y el nacimiento de su Iglesia. 

La conmemoración del V centenario del inicio de la Reforma de Lutero es un acontecimiento de gran relevancia. Situado en plena era ecuménica, no afecta solo a los cristianos luteranos. Se ha convertido en un hecho de gracia que está dinamizando de forma especial el encuentro entre los luteranos y las diversas familias nacidas de la Reforma, y favoreciendo también un sincero encuentro con los cristianos de la Iglesia Católica Romana y de la Iglesia Ortodoxa, animados todos por el mismo y único Espíritu.

UN LUGAR EMBLEMÁTICO PARA LA CELEBRACIÓN







El acto se celebró en el lugar más emblemático de referencia protestante en Madrid: la capilla de la Iglesia de Cristo de la Iglesia Evangélica Española, y las instalaciones del colegio evangélico El Porvenir.


D. Marcos Araujo, vicepresidente de la Fundación Federico Fliedner, en sus palabras de acogida en el inicio del acto dijo: “Esta casa es una casa entrañable para muchos de nosotros porque tiene una doble naturaleza. Esta casa es una iglesia; en este paraninfo donde nos encontramos esta tarde, se reúne una Iglesia desde hace años; está ubicada en un edificio histórico que es también una escuela, la cual, el 31 del próximo mes de octubre, cumplirá 120 años. El conjunto forma parte de lo que llamamos “la Obra Fliedner” llevada a cabo por el pastor Federico Fliedner miembro de una familia de protestantes alemanes que llegó a España en lo que hemos llamado el tiempo de la “segunda Reforma Protestante”. Cuando se permitió la libertad de culto, vinieron a España un grupo de protestantes europeos alemanes, escoceses, franceses, etc. Llegaban a una España que creían tenía necesidad de escuchar un mensaje teológico más abierto, y, junto a esto, constataban también que necesitaba una educación básica de mayor calidad que la que existía entonces. Desde esta conciencia, en este lugar, se abría una capilla y, a su lado, una escuela. Se deseaba que la gente pudiera leer la Biblia, y, para ello, era necesario que la gente hubiera aprendido a leer. Ese colegio hoy sigue vivo. Desde su origen fue un colegio mixto de niños y niñas, lo que para su tiempo era algo singular, singularidad que ya no es tal en nuestra época. Con respecto a su enseñanza, el colegio tenía una cierta inspiración krausista, y basaba su pedagogía en la experimentación.

En estos 120 años, continuó Marcos Araujo, me atrevería a decir que esta casa se ha convertido en la casa de todos los protestantes españoles. Las diversas denominaciones han encontrado aquí su casa, por lo tanto, es una casa con una fuerte vocación ecuménica tanto en su realidad de iglesia como de colegio. Hoy, el alumnado del colegio es, en su mayoría, católico. Esto no es una dificultad, porque no estamos aquí para imponer determinadas ideas, sino para que, desde el respeto y el diálogo sincero, la gente pueda encontrar su propio camino a la Palabra, y, desde ella, su propio camino hacia Dios. 

MESA REDONDA 

El FEP ha cuidado siempre que en sus encuentros exista un tiempo de reflexión y formación, seguido de un momento de oración; por eso, nuestro encuentro tuvo dos partes: la primera consistió en una mesa redonda, y la segunda, en una vigilia de oración.

En la mesa redonda, se abordaron dos cuestiones relacionadas entre sí: Pentecostés y Lutero. Intervinieron el pastor D. Pedro Zamora, rector de la Facultad de Teología SEUT (Seminario Evangélico Unido de Teología), y el profesor D. Rafael Lazcano, de tradición católica, historiadory especialista en la figura de Lutero. Moderó la mesa D. Marcos Araujo.





Antes de iniciar la mesa redonda, Inmaculada González, de la Asociación Ecuménica Internacional (IEF), hizo la presentación de un vídeo-síntesis de la conmemoración conjunta luterano-católica romana, celebrada en Suecia, en el marco del inicio del V centenario de la Reforma de Lutero. 

Inmaculada comenzó manifestando que una de las grandes dificultades que tiene el camino ecuménico es que la mayoría de las veces no llegan a los cristianos de base los grandes pasos, acontecimientos o acuerdos que el Espíritu va regalando a su Iglesia en el caminar hacia la reconciliación y la unidad. 

El Foro Ecuménico Pentecostés ha tenido siempre presente esta dificultad, y, por ello, se ha preocupado de dar a conocer esos grandes regalos del Espíritu en el camino hacia la unidad. En esta tarde, dijo, queremos también ofreceros uno de los recientes regalos que el Espíritu nos ha hecho en el inicio del V Centenario de la Reforma de Lutero. Seguramente, muchos habéis podido tener noticia por la prensa o la televisión. Hoy queremos ofreceros la oportunidad de trasladarnos a Lund (Suecia), aunque sea brevemente y en diferido, y revivir lo que allí aconteció, Pidamos al Espíritu que, al ver y oír algo de lo que allí se vivió, se abra nuestra mente y nuestro corazón para que, en nuestro contexto español, el Espíritu pueda también hacernos hoy el regalo de su presencia, y abra caminos, en cada uno de nosotros, para pasar del conflicto a la comunión no solo entre las Iglesias, sino también entre las familias y en nuestros conflictos personales. 

El pasado 31 de octubre, el papa Francisco se trasladaba a Lund para unirse al obispo Munib Yunan, presidente de la Federación Luterana Mundial, y al reverendo Martín Junge, secretario de la Federación, para participar en la primera conmemoración conjunta luterano-católica romana de la Reforma de Lutero.

La conmemoración tuvo dos partes: La primera consistió en una oración ecuménica en la que se puso ante Dios esta historia común, con sus luces y sus sombras, para que, a la luz del Espíritu, juntos podamos comenzar a contarla de forma nueva. No podemos cambiar los hechos, se dijo, pero sí podemos cambiar el modo de contarlos dejando atrás los errores del pasado, y encaminándonos juntos del conflicto a la comunión.

El acto litúrgico en la catedral de Lund terminó con la firma de una Declaración Conjunta que os invitamos a leer y a dejaros interpelar por ella.

La segunda consistió en un acto ecuménico de solidaridad en el estadio Malmö Arena que terminó también con una declaración y un compromiso conjunto de solidaridad firmado por Caritas Internacional y el Organismo Humanitario de la Federación Luterana Mundial. La vía de la solidaridad ha sido hasta hoy poco explorada en el ecumenismo. Hemos descubierto que, en ella, no tenemos límites para alcanzar la plena comunión en la búsqueda conjunta de aliviar el dolor de la humanidad. Los cristianos hemos sido llamados a “protagonizar juntos la revolución de la ternura”. 

Desde esta llamada, concluyó Inmaculada, en la vigilia de oración, os vamos a ofrecer la posibilidad de hacer un gesto solidario colaborando en la financiación de un pequeño proyecto de ayuda a una familia de Kosovo.

Marcos Araujo introdujo la mesa redonda recordando el texto bíblico de Pentecostés: Bajó el Espíritu Santo, y aquellas personas que hablaban distintas lenguas se entendieron todas. Estas personas se quedaron “sorprendidas”. Yo me quedaría con esto, dijo, con la sorpresa que experimentaron. Hoy, nosotros, continuó diciendo, vamos a dejar que nos sorprenda el Espíritu Santo, que renueve en nosotros aquellas cosas que creemos que ya sabemos, pero que, en el fondo, ignoramos, y necesitamos que nos sean reveladas.

Intervención del Pastor Pedro Zamora 

El pastor Zamora abordó el significado de Pentecostés desde el texto bíblico de la Torre de Babel (Génesis 11), planteando la cuestión de si Babel contribuyó a la unidad, a la comunión y a la catolicidad, entendiendo la unidad como comunión, y la catolicidad como totalidad o plenitud de Cristo.

Babel, dijo, hace referencia a la diversidad de lenguas, es un relato bíblico situado en un periodo pre-pentecostal. Hoy lo vamos a referir a la Reforma Protestante, en la que se crearon muchas Iglesias con diversidad de lenguas, las cuales hicieron surgir una nueva Babel, con la que, supuestamente, se rompió la unidad. Se produjo entonces un proceso de confesionalización, las Iglesias se fueron configurando con distintos modos de confesar la fe, pero, en su expansión, más allá de cómo se configuró en Alemania, este proceso se irá definiendo como denominacionalismo. 

Podemos considerar a esta Babel como el periodo en el que surgieron diversas lenguas eclesiales. Ante esto, dijo el pastor Zamora, nos podemos preguntar cuál ha sido en la historia de la Iglesia la contribución de esa Babel eclesial. La respuesta, dijo, nos sitúa entre dos polos en tensión. El primer polo sería el del enfoque desde la perspectiva del “paraíso perdido”, y el otro, el enfoque desde “la nueva Jerusalén”. Dos imágenes evocadoras que fácilmente pueden comprenderse. 

¿Cuál sería “el paraíso perdido” en la historia de la Iglesia? En el relato bíblico, lo situaríamos en el período de Sinar, que corresponde a Génesis 11, periodo en el que se va a producir la diversidad de lenguas. El texto dice que había unidad lingüística, y, en un momento determinado, surge la diversidad de lenguas. Idealizando, ese periodo de unidad se considera perdido. Si analizamos la situación desde esta perspectiva del “paraíso perdido”, la abordaremos desde el lamento. Lamentamos la unidad perdida, la ruptura y la división, y situamos aquí el origen de todos los males que vinieron después. Es una visión negativa de la historia que pone en evidencia la necesidad de recuperar ese estado de unidad originario, aunque se haya idealizado. 

Por el contrario, la visión de “la nueva Jerusalén” es una aspiración que surge cuando decimos: Bueno, no importa tanto lo que pasó, fijémonos en lo que tenemos delante, que es “la nueva Jerusalén”; de algún modo, el anticipo bíblico de la pluralidad de lenguas va a ser más tarde el regalo de Pentecostés.

La visión de “la nueva Jerusalén” representa una cierta relativización de la importancia de la historia, la cual favorece su relectura desde nuevas situaciones e intereses.

Estos dos modelos representan dos visiones históricas: una negativa, y otra, relativista, orientada hacia el futuro.

Esta doble tensión, dijo el pastor Zamora, se ha percibido también en el documento de la comisión mixta “Del conflicto a la comunión” 1. Algunos piensan que el documento debería haber priorizado el tono profético, dejando atrás la historia, y dirigiendo la mirada más hacia el futuro. Según Paul Tillich, siguiendo “el principio protestante”, sería necesario poner en primer lugar la dimensión profética del cristianismo, dejando en un segundo lugar el aspecto de memoria. El concepto de protestantismo que se nos presenta en esta afirmación es el del modelo de “la nueva Jerusalén” porque apunta más a “la nueva Jerusalén” que al “paraíso perdido”. Por ejemplo, lo podemos ver en la constatación que hace el pastor Juan Sánchez cuando dice: “Hemos de reconocer que, hoy día, el tema de la justificación por la fe no solo no dice absolutamente nada a la mayoría de los ciudadanos de nuestro país, sino que, incluso, para los miembros actuales de las Iglesias protestantes y la Iglesia católica romana, apenas resulta decisivo en su vida de fe”. 

Sin embargo, el análisis histórico que hace el documento es necesario. Pone de manifiesto que, en nuestra sociedad actual, existen muchas Iglesias nuevas surgidas de la Reforma que no ven los conflictos del siglo XVI como propios, aunque estén ligadas por un patrimonio común de doctrina a Iglesias de Europa y de Norteamérica. A muchas de estas Iglesias, el debate del conflicto del siglo XVI no les dice nada. El documento se hace eco de las nuevas corrientes pentecostales y carismáticas 2, y dice que muchas de estas Iglesias surgidas de los movimientos carismáticos presentan énfasis nuevos, y han creado nuevos elementos en común estableciendo comunidades que cruzan fronteras confesionales. Esto hace que el debate teológico que nos llevó en el siglo XVI a la ruptura sea hoy obsoleto e insignificante. El documento dice también que, ante un mundo pluralista como el nuestro, la diversidad y la pluralidad no presentan tanto problema como antaño, y, desde ahí, podría surgir la pregunta: Entonces, ¿para qué tanto debate sobre la unidad? 

El Cardenal Kasper, en su libro sobre Martín Lutero 3, señala también que muchos de los debates del siglo XVI hoy han quedado trasnochados. ”A la vista de los procesos actuales de individualización, las delimitaciones entre las Iglesias confesionales resultan porosas, y las controversias confesionales se han tornado irrelevantes para muchos cristianos, tanto evangélicos como católicos. Lamentarse al respecto no altera en modo alguno el hecho de que la época confesional pertenece irreversiblemente a la historia, y de que todo intento de resucitarla sobre las ruinas del pasado está condenado al fracaso. Ni los intentos católicos de restauración ni las celebraciones de 2017 cambiarán a largo plazo esta realidad.”

Es importante, dijo el pastor Zamora, la fuerza que tiene esta crítica situada en una perspectiva profética y de “nueva Jerusalén”.

Buena parte de los protestantes de hoy se sienten autosuficientes y desinteresados con relación a lo que podríamos llamar las viejas cuestiones pendientes con la Iglesia Católica. 

Sin embargo, al mismo tiempo que hacemos estas críticas, las mismas personas nos podemos situar a la vez en la añoranza del “paraíso perdido”, porque nos movemos simultáneamente entre los dos polos. 

Karen Armstrong, en una entrevista del periódico El Mundo del 31 de mayo, critica la visión de quienes piensan que las rupturas religiosas nos han llevado a las guerras. Dice que las guerras de religión no son guerras de religión, sino guerras puramente de intereses, y que la maldad de la guerra la llevamos dentro de nosotros mismos; no está en la religión. Podrá aparecer después una vertiente política o religiosa que especifique “en nombre de quién se hace la guerra”. Europa llevaba muchos años de guerra cuando se produjeron las rupturas del siglo XVI y las guerras de religión. Todos llevamos en nosotros el pecado del conflicto.

Esta visión del “paraíso perdido” es muy común también en el mundo evangélico; lo vemos, por ejemplo, cuando apela al modelo de la Iglesia primitiva en el Nuevo Testamento, refiriéndose a ella como modélica, modelo cargado, sin duda, también, de una buena dosis de idealización, aunque no se reconozca, y muchos evangélicos lo consideren modelo histórico de algo genuino que ocurrió así y que se perdió a lo largo de la historia. Desde esa concepción idealizada, se critica toda la historia de la Iglesia. Pero, si la reacción ante la aparición de la diversidad de lenguas no se considera ni “un paraíso perdido” ni una “nueva Jerusalén", ¿cómo considerarla entonces? Aquí, dijo el pastor Zamora, es donde podemos situar la historia de Sinar, lugar donde se concentraba una población que hablaba una sola lengua como se cuenta en Génesis 11. 

Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. 2 Y aconteció que, cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. 3 Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. 4 Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra. 5 Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres. 6 Y dijo Jehová: He aquí, el pueblo es uno, y todos estos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. 7 Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero. 8 Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. 
9 Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra.

En este relato, hay algo que llama la atención. Lo primero es que no aparecen acusaciones; el pueblo está construyendo algo con lo que piensa que puede llegar hasta donde quiera, pero el Señor les va a poner límites. El Señor dice, vamos a ponerles un límite, que no se entiendan entre ellos. No los acusa ni los culpabiliza como ocurrió en el relato del Edén. Después de la dispersión por la tierra, tampoco aparecen descripciones de consecuencias nefastas. Sinar representa “la unidad a toda costa”; Babel “la expansión” que cumple, aunque deficitariamente, el mandato creacional: “Fructificad y multiplicaos y llenad la tierra y gobernadla”. Este era el mandato del Señor: Poblad la tierra, no os quedéis encerrados cómodamente en un determinado lugar.

Mi pregunta es, dijo el pastor Zamora antes de concluir: ¿Desaparece Babel en Pentecostés? No, las lenguas siguen, del mismo modo también la dispersión, pero el Espíritu es el que, en la diversidad, hace la unión. En Pentecostés, la unidad de Sinar, y la dispersión de Babel han quedado integradas por el Espíritu. Esta es la contribución de Babel: No hace desaparecer la diversidad, sino que la integra. Con ello, quedan superados los modelos de “paraíso perdido” y de “nueva Jerusalén”; lo bueno y lo malo de los dos modelos queda integrado.

Dice F. Savater: “De una batalla vivida a fondo como tal ̶ sea con armas o con palabras ̶ no se sale vivo, se sale otro” 4. Pero ese otro, no puede dejar de ser lo que ha sido. Aquí, podemos hacer referencia a lo que dicen los Padres de la Iglesia sobre las cicatrices de Cristo, que permanecen en la Trinidad, porque Cristo las lleva consigo en su resurrección y ascensión al cielo.

El documento “Del conflicto a la comunión” ahonda en la historia como el arte de profetizar el pasado. Esa historia sí puede ser profética, puede ser integrada en una nueva realidad, en una realidad de Iglesia nueva, fruto del Espíritu.

¿Cómo hacer para que esta historia de diversidad que ha conllevado tantas luchas y debates pueda quedar integrada por el Espíritu? ¿Cómo opera en ella el Espíritu? Hemos de confiar en que el Espíritu, que es novedad, también hoy nos sorprenda a nosotros. 

Intervención del profesor Rafael Lazcano

El profesor Pedro Zamora terminaba su conferencia preguntando cómo opera el Espíritu Santo en cada uno de nosotros, y en la historia. Y el profesor Rafael Lazcano respondía a esa pregunta desde su exposición.

Lazcano centró su conferencia en el significado de Pentecostés desde la perspectiva ecuménica, y en la forma de actuar del Espíritu Santo en el creyente y en la comunidad. Para ello, además de la lectura de algunas citas bíblicas, ofreció una síntesis de diversos textos de Lutero, y de algunos teólogos luteranos, católicos y ortodoxos.

Comenzó diciendo que Lutero, en 1529, en el Pequeño Catecismo, en el 3.er artículo del Credo, habla de esta actuación: 

Creo en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo "me ha llamado por el Evangelio, me ha ilustrado con sus dones, me ha santificado y mantenido en la fe verdadera, al igual que llama, reúne e ilumina y santifica a toda la cristiandad sobre la tierra, y la conserva en la unidad de la verdadera fe en Jesucristo".

San Pablo, en su carta a los Efesios, afirma que el Espíritu es fuente de unidad y de comunión. 

Os exhorto a que pongáis empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz, un solo Cuerpo, un solo Espíritu, como una es la esperanza a la que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Señor y Padre de todos que está sobre todos, por todos y en todos (Efesios 4,3).

Cuando S. Agustín trata de explicar que Dios es amor (1Jn 1-5), insiste en que son tres personas relacionadas entre sí: el que ama, el amado y el amor. No se da en ellos subordinación, sino integración entre el don, y el dador del don. De ahí, que las relaciones en la Santísima Trinidad sean la paternidad (Padre), la filiación (Hijo) y el don (Espíritu Santo). Agustín alude al Espíritu Santo como dador de amor y don de Dios. Las Sagradas Escrituras enfatizan que el Espíritu Santo deposita en nosotros el amor de Dios, porque el Espíritu Santo procede del amor mutuo del Padre y del Hijo. Toda acción divina se origina en el amor. Dios es amor, y, al darse, transfiere su mismo amor por medio del Espíritu Santo. La identidad de Dios es amor.

Desde esta afirmación, ¿quién es para el creyente cristiano el Espíritu Santo?

Es la Sabiduría de Dios, dijo Lazcano; es el que nos revela la verdad de Dios. San Pablo nos dice que nadie puede conocer a Jesús sin el Espíritu (1 Cor 12,3), como nadie puede conocer al Padre si no le ha sido revelado por el Espíritu. Hablamos de una sabiduría de Dios que es misteriosa, escondida. El Espíritu todo lo sondea. Nadie conoce la intimidad de Dios sino el Espíritu de Dios, y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, y de las cuales también podemos hablar, no con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, con las que podemos expresar realidades espirituales. San Pablo, a través de sus escritos, pone de manifiesto la importancia del Espíritu para los creyentes en el Señor. Es, por lo tanto, el Espíritu el que penetra en los corazones y las mentes para revelar un conocimiento divino, interior, que transforma al ser humano, y lo deja libre para amar con el mismo amor de Dios. 

Dentro de nosotros habita el Espíritu Santo, y, por medio de él, conocemos a Dios. Como aliento de vida que es, el Espíritu Santo nos capacita para vivir en comunión con Dios, y en comunidad con todos los seres humanos, y toda la creación. Con San Agustín, podemos decir: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. 

Creo en el Espíritu Santo. La profesión de fe en el Dios trinitario ̶ Padre, Hijo y Espíritu Santo ̶ es un acto personal del ser humano, y constituye el camino de un proyecto de vida que tiene como horizonte al mismo Dios. Esto implica confiar en Dios y en su Palabra, construyendo la existencia con la vista puesta en él. Por la fe, la persona se entrega plena y totalmente a Dios, que se revela en Cristo por la fuerza del Espíritu Santo. Esta fe es posible como respuesta a la Palabra de Dios, cuyo contenido no es otro que Jesucristo, el Hijo de Dios, en el que Dios mismo ha hablado y actuado para nuestra salvación definitiva. Esta es la certeza de esperanza que sostiene en Lutero la de la salvación por Cristo.

El Espíritu Santo cumple la promesa de Dios que lleva a la plenitud de los tiempos. A través de él, pervive el mensaje del Evangelio en la historia actualizándose en cada una de las conciencias. Sin el Espíritu Santo, la figura de Jesús sería simplemente una de tantas otras de la historia de Israel, pero nada más. 

Tras la muerte de Jesús en la cruz, es cuando el Espíritu Santo da a conocer a Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios, el Mesías, el Salvador. Nos descubre la profunda identidad de Cristo, y nos revela el contenido del reino de Dios predicado por Jesús y hecho presente en cada uno de nosotros por su Espíritu.

Las experiencias de encuentro de los apóstoles con el resucitado, y la manifestación del Espíritu en Pentecostés muestran que el condenado por los hombres en la cruz fue declarado justo por Dios, y que el profeta de Galilea era el Hijo de Dios. 

El teólogo alemán Gerhard Ebeling describe la experiencia de Pentecostés del modo siguiente: 

Lo que la fe pascual decía relación a Jesús, que había pasado de la muerte a la vida, esto mismo, mutatis mutandis, constituía el don del Espíritu. Por medio del Espíritu vivificador, se realiza un giro hacia algo absolutamente nuevo; y es indiferente que esto se crea inminente, considerando anticipo el Espíritu, o que se ponga el tono en la realidad neumática de la cual el creyente ya es partícipe. La experiencia fundamental es la de un acto de Dios, que nos ha liberado y tomado a su cargo por el Espíritu.

Quienes en el día de Pentecostés reciben el Espíritu Santo han vivido la experiencia de la fidelidad de Dios, cumplidor de sus promesas. El Espíritu Santo es para nosotros el don de Dios conseguido por la filiación de Cristo.

San Pablo nos lo recuerda en Gálatas 4,6. 

La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios.

San Pablo nos ha dado criterios para reconocer al Espíritu de Cristo. Al Espíritu se le conoce desde Jesús, y a Jesús, desde el Espíritu. Nadie, sin recibir el Espíritu, puede confesar a Jesús como Mesías, reconocerle como Señor, e invocarle como Salvador.

El Espíritu nos hace reconocer a Cristo como fuerza de Dios en el escándalo y en la debilidad de la cruz. Orienta a la fe en el crucificado y resucitado para nuestra justificación y salvación; el Espíritu libera el corazón del hombre de las angustias, y lo abre a la gloria de Dios. Donde está el Espíritu de Dios, está la libertad (Corintios 3,17). El Espíritu Santo nos hace sentir la diferencia entre Dios y el hombre, y nos ayuda a pedir lo que nos conviene en la debilidad. El Espíritu nos impulsa al servicio del que nos compró con su sangre, porque los dones del Espíritu son para servir a la comunidad, y en ella tienen que acreditarse.

Es importante tener presente en nuestro caminar ecuménico que el Espíritu de Cristo no puede nunca ser ocasión de escándalo y de muerte para el hermano por quien también murió Cristo. Este Espíritu es el mismo para todas las Iglesias, confesiones o manifestaciones religiosas; por lo tanto, es signo, fuente y garantía de unidad. El Espíritu no divide a Cristo, ni en él Cristo está dividido. Este Espíritu es el que crea la comunión de los santos, la comunidad de hombres y mujeres santificados para vivir conforme al Espíritu Santo. El Espíritu de Cristo nos invita, una y otra vez, no a la división ni al egoísmo, sino a la unidad y al servicio. 

El Espíritu Santo es fuente de comunidad, comunión y unidad.

Si la comunión, dijo Lazcano, puede expresarse como basada en la participación de algo que es común para todos, la comunidad es el grupo humano donde se manifiestan las relaciones de comunión. No puede existir la una sin la otra, y el origen de esta profunda relación está en el Espíritu Santo. 

Al final de sus tesis sobre "La libertad cristiana", Lutero concluyó:

El cristiano no vive en sí mismo, vive en Cristo y en su prójimo. En Cristo, por la fe, y en el prójimo, por el amor. Por la fe se eleva sobre sí mismo hacia Dios, y por el amor desciende por debajo de él mismo, pero permaneciendo siempre en Dios y en el amor divino, como dice Cristo.

Lutero nos presenta aquí el doble sujeto de la comunión: Dios y el prójimo. No puede haber comunión con Dios sin comunidad. La comunidad es esencial en el Reino. Dios, desde la creación, nos pensó para vivir en comunidad. La esencia de la vida cristiana es la comunidad, es estar junto a los demás, como también la esencia del reino es estar junto a Dios, cara a cara con él en comunidad.

La comunidad cristiana no existe en sí misma, existe en tanto que está unida a Cristo por la fe; sin esta comunión en Cristo, la comunidad cristiana, la Iglesia, no puede ser comunidad de Dios. 

Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), pionero en el modo de comprender la estructura comunitaria de la Iglesia, y su realidad histórica, define en repetidas ocasiones que “la Iglesia es Cristo existiendo como comunidad. La Iglesia es Cristo mismo presente”.

Y dirá que Cristo es la persona corporativa de la comunidad cristiana. La comunidad cristiana es la revelación final de Dios. 

Esto nos lleva a afirmar que no se puede conocer al Dios de Jesús sin ser comunidad de fe. No se puede ser Iglesia sin dar a conocer la revelación de Dios. Cristo vive en la comunidad cristiana, en su Iglesia, revelándose cada día ante el mundo. Dios se auto- revela cuando celebramos su presencia en la Palabra y en los sacramentos, es entonces cuando recobramos la verdadera humanidad, la dignidad de los hijos de Dios, fruto de la unión en Cristo.

Vida de Amor en la comunidad cristiana

Lutero escribía también en “La libertad cristiana” (27) un texto que podemos decir queda fuera de la controversia de la necesidad de las obras y la justificación. 

Aunque el cristiano sea un hombre libre del todo, es necesario, sin embargo, que se convierta en un siervo para ayudar al prójimo, que lo trate y se comporte con él como lo ha hecho Dios por medio de Cristo, y debe hacerlo todo gratuitamente, sin buscar otra cosa que el agrado divino. 

Me comportaré, dice Lutero, de forma cristiana con mi prójimo, al igual que Cristo lo ha hecho conmigo. Ahí tienes cómo la fe es la fuente de la que brota la alegría y el amor hacia Dios, y del amor, esa vida entregada, libre, ansiosa y gozosamente al servicio incondicional del prójimo.

El grado más elevado de madurez humana y cristiana es amar a los demás con el mismo amor con que Dios nos ama.

En el ecumenismo, necesitamos promover la unidad de los cristianos desde el amor de Dios y al prójimo, pues no podemos decir que amamos a Dios si excluimos al que está a nuestro lado. Jesucristo nos ha dado este mandamiento: que el que ame a Dios, ame también a su hermano (1 Juan 1,21).

Con razón afirma Lutero que por la fe somos totalmente libres, pero que por el amor somos esclavos de todos, esclavos del amor. El amor exige lo mejor de nosotros mismos y nos deja en libertad para servir a los demás.

Por eso, el ecumenismo que se refugia en una relación privada con Dios sin establecer o evitando las debidas relaciones interconfesionales es un pseudoecumenismo.

Los cristianos no pueden vivir sumergidos en el pasado mirando hacia atrás, rememorando su edad de oro, de gloria en su tradición, a la espera del “cielo prometido” abstrayéndose del mundo real, del aquí y ahora de nuestro tiempo tan necesitado de vida, amor y espiritualidad cristiana. Dios es amor, y solo el Espíritu Santo, que es la realidad plena del amor divino, nos capacita para amar en plenitud. Amor que se encarna en hechos concretos de la vida, y en experiencias tangibles de relaciones constructivas. Ahí tenemos el texto de Mateo 25,35-45 ante el juicio final: “tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber”. 

Ante todo esto, ¿qué significa para nosotros vivir en el Espíritu?

Significa estar abiertos a la acción de Dios a través de nuestra vida en la historia, incorporando así lo transcendente a la historia de la humanidad. Jesús y su reino se encarnan en la historia humana, lugar de salvación; por ello, en el padrenuestro decimos: “Venga a nosotros tu reino” y no, “llévanos a tu reino”. El Espíritu Santo actúa activamente en nosotros, da sentido a la historia. Solo por el Espíritu llegamos a ser desde dentro, y desde lo más profundo de nuestro ser confesamos que Cristo es único, que es el salvador de mi vida y de toda vida humana. 

La actividad del Espíritu en nosotros se manifiesta en relaciones de comunión; vivir en el Espíritu significa vivir en comunión, vivir en comunidad. A esto se llega a través de una profunda experiencia de comunión con Dios cuyo fruto es el restablecimiento de relaciones maduras, flexibles y enriquecedoras con aquellos con quienes compartimos la vida cristiana. La unidad de los creyentes en Cristo se manifiesta como la condición para que el mundo pueda creer que Cristo es el enviado del Padre por la fuerza del Espíritu.

Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado (Jn 17,21)

Mons. Ignacio Hazim, metropolita ortodoxo de Lattaquié (Siria), pronunció un notable discurso en la inauguración de la Conferencia Ecuménica de Uppsala (Suecia). Este discurso inaugural llevaba por título las palabras del Apocalipsis (21,5): "He aquí que hago nuevas todas las cosas". De él son las siguientes palabras, densas de contenido y merecedoras de un amplio comentario: 

¿Cómo se hace 'nuestro', hoy, el acontecimiento pascual, realizado de una vez para siempre? Por medio de Aquel mismo que es su artífice desde el origen y en la plenitud de los tiempos: el Espíritu Santo. Él es personalmente la Novedad en acción, en el mundo. Él es la Presencia de Dios-con-nosotros, 'unido a nuestro espíritu' (Rom 8,16). Sin Él, Dios está lejos; Cristo se encuentra en el pasado; el Evangelio es letra muerta; la Iglesia, una simple organiza­ción; la autoridad, despotismo; la misión, propaganda; el culto, una evocación; y la vida cristiana, una moral de esclavos.

Paul Tillich, en 1968, dirá que el Espíritu Santo hace que vivamos en Cristo por la fe.

El cristianismo vive gracias a la fe con que cree que en su interior habita lo nuevo. Cristo se despojó de todo cuanto podía envejecer; al morir, renunció a todo eso, y así reveló lo único que es eternamente nuevo: el amor. Vivir del Espíritu y en el Espíritu de Cristo no solamente es vivir de otra forma, sino vivir plenamente, y hacerlo para los demás, y por amor a los demás.

Al concluir su exposición, el profesor Lazcano dijo: 

El Espíritu es uno y es el mismo para todos, y la unidad que podemos construir es la de una comunidad basada en el amor. Este sería el punto de arranque: el convencimiento de que, en el origen y en el pasado, está la fuerza del Espíritu transmitiendo y haciendo que ese amor se viva en la comunidad cristiana. Sin eso, no podrá avanzar el ecumenismo.

Esto lo entendemos teóricamente, pero ¿cómo se puede plasmar en la vida real? Con comunidades cristianas maduras, adultas en la fe, responsables, abiertas al Espíritu, se respondió Lazcano. La teología es importante, pero, desde ella, la unidad no acaba de cuajar, y el ecumenismo no avanza al ritmo que deseamos. 

Hace falta un trabajo de base que es la oración, donde juntos, como comunidad, nos abrirnos a la acción del Espíritu.

Estas palabras conclusivas fueron la mejor introducción a la segunda parte del encuentro: el ágape fraterno y la vigilia de oración ecuménica.

El ágape fraterno

Terminada la mesa redonda, pudimos compartir un ágape fraterno organizado entre todos. Fue muy importante, pues nos ofreció la posibilidad de acercarnos unos a otros, dialogar fraternalmente, y compartir lo que cada uno llevaba para la mesa puesta y servida entre todos. 

Vigilia de oración ecuménica

Constituyó el acto central del encuentro y de la celebración. Las intervenciones de la mesa redonda fueron muy iluminadoras para vivir este momento con gran profundidad espiritual.

Antes de iniciar la celebración, Carlos Jesús Delgado, coordinador del FEP, dirigió a la asamblea unas palabras explicando la importancia de esta celebración después de diez años de camino conjunto construyendo la unidad. 


En esta tarde, dijo, celebramos entrañablemente los diez años del inicio del Foro Ecuménico Pentecostés (2007-2017). Desearía, tan solo, que fuéramos conscientes de lo que significa celebrar, celebrar un decenio, celebrar la venida del Espíritu Santo. Sin el Espíritu Santo, el FEP no existiría. En el 2007 tuvo lugar la III Asamblea Ecuménica Europea en Sibiu, en Rumania, y se pidió a un grupo de personas que estábamos trabajando en el ecumenismo hacer una aportación para dicha Asamblea. Para la elaboración de la aportación, nos centramos en la idea de ser testigos de la luz de Cristo. El lema de la Asamblea era: la Luz de Cristo ilumina a todos, luz que, en muchos de nuestros rituales, simbolizamos con el cirio pascual. 

Este cirio que, junto a la Palabra, preside la procesión de entrada en la celebración de esta noche, tiene también su historia: Lo utilizamos por primera vez en aquella vigilia de oración de 2007. Luego, viajó a Sibiu, a Pisek, en la República Checa, a Valencia, y a algunas parroquias de Madrid hasta que se consumió. 

El cirio que traemos hoy es un cirio que un día fue desechado, pero que alguien con capacidad profética rescató. Es un cirio que está dañado por la trayectoria que ha tenido, como a veces dañamos el resplandor de la luz de Cristo, pero es un cirio que con sus heridas nos recuerda que el Espíritu de Cristo está en medio de nosotros.


El lema de la vigilia era: Espíritu Santo, ayúdanos a caminar del conflicto a la comunión.

La celebración fue presidida por la pastora Esther Ruiz de Miguel, de la Iglesia de Cristo (IEE), quien nos dirigió unas breves palabras de saludo y bienvenida: 

Quisiera, en primer lugar, daros una gran bienvenida. Para la Iglesia de Cristo, es un privilegio y un gozo poder recibiros, y poder seguir teniendo las puertas abiertas a todo aquel que quiera venir. Como dije hace años en otra celebración similar que presidí, pido que el Señor nos dé acierto hoy, mañana y siempre.

El coro del movimiento focolar de Madrid, dirigido por D. Luis Marcos Doreste, animó la celebración con sus cantos, y D. Marcos Araujo acompañó al piano alguno de los himnos.

La vigilia tuvo dos partes. La primera, enmarcada en la conmemoración del V centenario de la Reforma de Lutero, llevaba por título El Espíritu Santo nos conduce del conflicto a la comunión entre las Iglesias. Presentamos al Señor nuestra historia común con sus luces y sombras para que el Espíritu la transformara y orientara hacia el horizonte profético, hacia la novedad del Espíritu, hacia la comunión y la unidad que Dios quiere, y que solo el Espíritu puede regalar. 

La predicación corrió a cargo del P. Constantin Serban, sacerdote de la Iglesia Ortodoxa Rumana, quien hizo un breve comentario al texto de Juan 15,1-5, la vid y los sarmientos, en el contexto de la fiesta de Pentecostés, y de los diez años de la existencia del FEP.

EL P. Constantin comenzó diciendo: Estas palabras que acabamos de escuchar del evangelista Juan me han hecho pensar en el momento en el que Jesús las dijo: unos momentos antes de su pasión, antes de que Judas viniera a darle un beso para traicionarlo y venderlo; antes de que Pedro le hubiera negado tres veces. Pienso en Jesús; tenía razón al expresar lo que nos dice en este texto presintiendo lo que iba a ocurrir, pues iba a ser traicionado y abandonado por los suyos. El mensaje que yo quisiera transmitiros hoy es muy sencillo, es algo que he podido constatar con frecuencia en los encuentros del Foro Ecuménico, en donde, además de ayudarnos y acogernos en los momentos de dificultad y conflicto, hay mucha comprensión; he constatado que entre nosotros hay amistad.

Jesús, después de decir las palabras que hemos oído, en el mismo evangelio de Juan, repite: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Además, llama a sus discípulos “amigos”. Entre nosotros, en el Foro, hay amistad, y esto es algo que tenemos que fomentar y cuidar como hizo Jesús.

Al contemplar las imágenes que tenemos delante de nosotros de tantas situaciones de rupturas y conflictos, pienso en esas situaciones como la consecuencia de no hacer la voluntad de Dios. En este día en el que el Espíritu Santo nos llena de alegría con sus dones, os pido que seamos más fieles en cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine, que nos dé su sabiduría, que trabaje en nosotros para que seamos fieles a la voluntad de Dios. 

En la segunda parte de la celebración, invocamos al Espíritu diciendo:

¡Ven Espíritu Santo! Abre caminos en nosotros para que, ante los conflictos de nuestro mundo, seamos constructores de reconciliación y de paz. 

El oficiante comenzó diciendo:

En este día de Pentecostés, no solo queremos pedir al Espíritu Santo que nos lleve del conflicto a la comunión en nuestras rupturas, como hermanos cristianos; deseamos presentarle también las situaciones de conflicto que hay en cada uno de nosotros, en nuestras familias, en nuestros barrios y pueblos y en nuestro mundo.

La pastora Esther introdujo la oración diciendo: 

El compromiso ecuménico para la unidad de la iglesia no solo sirve a la Iglesia, sino también al mundo, para que el mundo crea. Oremos ahora por el mundo, por todas las situaciones de conflicto que conocemos y que traemos en el corazón.

Representantes de las distintas confesiones y entidades ecuménicas fueron presentando al Espíritu las diversas situaciones de conflicto: la crueldad de la guerra, la enfermedad, la pobreza y todo tipo de exclusión, los refugiados, el sufrimiento de la creación que gime expectante, los perseguidos por la fe, las familias que sufren el conflicto y la ruptura, nuestras divisiones entre cristianos que nos impiden sentarnos en una única mesa eucarística. 

Al terminar cada una de las oraciones, desde la luz del Espíritu, simbolizada en el cirio, se fueron encendiendo pequeñas velas como expresión de nuestro deseo de que la luz y el calor del Espíritu lleguen a todas las situaciones de conflicto, oscuridad y dolor de nuestro mundo. 

La celebración terminó con el rezo del padrenuestro, y el gesto de paz seguido de la acción de gracias por todo lo que Espíritu de Dios ha hecho con sus dones en cada uno de nosotros, en nuestras Iglesias y en nuestro mundo. 


Ciertamente, en esa noche, el Espíritu Santo había estado grande en medio de nosotros, éramos diversos y, sin embargo, nos sentíamos formando un solo cuerpo, una comunidad cristiana en comunión de fe, de respeto, de valoración y afecto. El himno final A ti la Gloria, de Haendel, nos hacía presentir la fuerza profética de lo que acabábamos de vivir y experimentar. Lo que habíamos celebrado esa tarde-noche se había convertido para todos en una bendición.

Foro Ecuménico Pentecostés
Inmaculada González



1 Documento de la Comisión mixta Luterano –Católico Romana. Del Conflicto a la comunión. Conmemoración Conjunta Luterano- Católico Romana de la Reforma en el 2017. Sal Terrae. 

2 Ídem, n.º 14. 
3 Martín Lutero. Una perspectiva ecuménica, Walter Kasper, ST Breve, Capítulo 3.º , Principio y fin de la época confesional, pág. 42. 
4 F. Savater, Diario de Job, Madrid, Santillana, 1997, pág. 46.


NOTA:
El Foro Ecuménico Pentecostés cuenta oficialmente con delegados y miembros de la Iglesia Evangélica Española, la Comunidad Evangélica de Habla Alemana (Friedenskirche, Madrid), la Iglesia Española Reformada Episcopal, la Metrópolis Ortodoxa de España y Portugal, St. George's Anglican Church, Madrid, la Iglesia Católica Romana (Delegación de Relaciones Interconfesionales, y Comisión Diocesana Justicia y Paz, de la archidiócesis de Madrid), la Orden de Carmelitas Descalzos, las Misioneras de la Unidad, el Centro Ecuménico de Madrid, la Asociación Ecuménica Internacional, el Carmelo Ecuménico e Interreligioso, el Grupo ECUDIR de la Institución Teresiana, el Movimiento de los Focolares, y la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada.


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