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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

sábado, 6 de mayo de 2017

EXPERIENCIA DE DIÁLOGO INTRA-RELIGIOSO

Ana María Schlüter Rodés


EXPERIENCIA DE DIÁLOGO INTRA-RELIGIOSO 

Nos dice Ana María Schlüter: Pertenezco al instituto de vida consagrada “Mujeres de Betania”, fundado por Jacques van Ginneken SJ. Soy lo que llaman maestra zen. Prefiero llamarlo guía, comadrona o mirlo que percibe cuando algo se mueve bajo tierra y sabe sacar el gusano a la luz. 

Conocí el zen hace cuarenta años con Enomiya-Lassalle, jesuita y maestro zen, que abrió el camino del zen a los cristianos con el apoyo decisivo de Pedro Arrupe, siendo éste provincial de Japón y luego como general de la Compañía de Jesús. Lassalle colaboró en el borrador de Ad Gentes artº 18 donde se dice: “Consideren con atención el modo de asumir en la vida religiosa cristiana las tradiciones ascéticas y contemplativas, cuya semilla había Dios esparcido con frecuencia en las antiguas culturas antes de la proclamación del Evangelio”. 

Después de estancias prolongadas intermitentes, porque trabajaba para poder ir a Japón, Yamada Koun Roshi me nombró maestra zen en 1985. Desde entonces, a la vista de desviaciones que se van dando, me parece muy importante discernir (“considerar con atención”) el modo de asumir el zen. Reflejo de ello son los libros Atrévete con el dragón vivo (comentarios a introducciones antiguas al zen de los siglos VIII, XIII, XIV XVIII), El verdadero vacío – la maravilla de las cosas (el auténtico despertar sobre la base de tres grandes poemas zen de los primeros siglos del zen en China) y Guía del caminante (vida ética). 

Experiencia de una cristiana que practica y transmite zen

Hace unos sesenta años, en un momento crucial de mi vida, marcado por una experiencia profunda, surgieron dos preguntas: 
  1. ¿cómo ser fiel a una experiencia religiosa profunda y cultivarla? 
  2. ¿cómo ayudar a otros a despertar a esta realidad, misterio de amor? 
Esto, por una parte, me llevó a la “Comunidad de Mujeres de Betania”. Y, por otra, a escribir una tesis doctoral sobre el tema “¿Por qué unos ven y otros miran y no ven?” Pero no di más de lleno con lo que buscaba hasta encontrarme con el zen. 

El primer contacto con el zen que tuve años después, fue a través de Enomiya-Lassalle, jesuita y maestro zen, pionero en el diálogo interreligioso. Había colaborado en el Concilio Vaticano II, junto con otros jesuitas de Tokio, en la elaboración de un texto, recogido en el documento conciliar Ad Gentes artº 18, que dice: “Consideren con atención el modo de asumir en la vida religiosa cristiana las tradiciones ascéticas y contemplativas, cuya semilla había Dios esparcido con frecuencia en las antiguas culturas antes de la proclamación del Evangelio.” 

Desde aquel primer contacto con el zen han pasado más de cuarenta años. 


Zen me ha enseñado en primer lugar cómo cultivar una experiencia religiosa profunda por medio del zazen, yendo más allá del pensamiento discursivo. Fue resaltando progresivamente la dimensión mística de la Biblia. Descubrí a San Juan de la Cruz y a otros místicos. Los cuentos populares, recogidos por los hermanos Grimm, que me habían acompañado desde pequeña, reflejaban el proceso hacia el despertar a esa dimensión profunda de uno mismo y de todo lo existente. 

Creo vivamente en la luz del alma de todo ser humano. Se refieren a ella dos sabios santos, muy distantes en el tiempo, en la geografía y por el marco religioso cultural, Siddharta Gotama, el Buda, y San Juan de la Cruz. El primero exclamó en el momento de su despertar, de convertirse en Buda o Despierto: “Todos los seres son seres iluminados, pero por su forma engañosa de pensar y el apego a sí mismos no se percatan de ello.” San Juan de la Cruz escribe en la Subida del Monte Carmelo: “Esta luz nunca falta en el alma, y es debido sólo a sus formas y velos que no se le infunde.” 

El camino del zen lleva a despertar a esa luz del alma, a la naturaleza raíz o esencial de uno mismo y de todas las cosas y consiste en 

Una transmisión especial fuera de toda doctrina, 
Que no se basa en palabras ni letras. 
Apunta directamente al corazón humano y 
lleva a ver la Realidad (kensho) y a vivir despierto (jobutsu). 

Es una transmisión especial, porque no se trata de trasmitir nada sino de despertar a lo que ya está desde siempre. Es un camino de práctica, en la que prevalecen: 
  • Zazen, sentarse a solas con el misterio, 
  • Samu, trabajo manual hecho con devoción, 
  • Teisho, orientación por parte de quien guía a un grupo 
  • Dokusan, guía personal. 
Se transmite dentro de un marco de vida ética. Zen sin vida ética lleva al desastre. 

No depende de palabras y letras. La Realidad última es inefable, se puede experimentar pero no explicar y, sin embargo, a la vez se fue reflejando en un marco de enseñanzas y gestos característicos. “Si una enseñanza fuera de toda escritura no admite la enseñanza dentro de las escrituras, no es verdadera enseñanza”.1

Si bien el cauce del zen es una vida ética y enseñanza correcta, necesario como demuestra la práctica, el cauce no hace el río. El agua de este río es una fuente que mana en el mismo corazón humano. Y el zen es cual dedo que apunta derecho al corazón humano, que lo hace despertar. 

El maestro o guía zen es más comadrona que otra cosa. Es un hecho comprobado una y otra vez que una práctica seria del zazen lleva a despertar, a ver la Realidad (ken-sho) y a la transformación o personalización de esta experiencia, a vivir despierto, a convertirse en despierto o buda (jo-butsu). 

II 

Al irme adentrando progresivamente en el camino del zen fui descubriendo además que no sólo estaba aprendiendo un nuevo modo de abismarme en el misterio, que lleva a superar la limitación del pensar objetivo, sino que estaba aprendiendo algo más, algo que al principio no me podía imaginar, un nuevo “lenguaje” que lleva a percatarse y expresarse de una manera nueva y que abre horizontes nuevos, que ofrece nuevas posibilidades de tomar conciencia de ciertas dimensiones de la experiencia. Pues aunque la Realidad última, inefable, es una y la misma siempre, el marco religioso en el cual se vive influye en la posibilidad y el modo de experimentarla, así como en la interpretación de la experiencia. 

Todo marco cultural y religioso es la expresión de una experiencia y a la vez fomenta un determinado modo de percibir la Realidad y de interpretar la experiencia. Un nuevo marco, como es el budista zen para el cristiano, brinda nuevas posibilidades de lenguaje para expresar lo experimentado y crea además nuevas posibilidades de percepción, a la vez que un nuevo instrumento para salvar del olvido aquello de lo que ha caído en la cuenta. 

El lenguaje budista zen es diferente del lenguaje cristiano. Para decirlo de una manera muy escueta

Zen es despertar al misterio o vacío, a una realidad que no cae en sentido, que es como agua clara en la que no se distingue nada, hasta el punto de que puede entrar la duda de si hay o no agua en el vaso. Es como agua purísima. Esto es a su vez la base de la experiencia de interconexión entre todo lo que existe. Es imposible expresarlo con palabras, por lo tanto la respuesta más idónea es el silencio. Zen, consecuentemente, enseña un camino para abismarse y despertar a una experiencia viva de esta Realidad. En el camino del zen van juntos satori y karuna, iluminación o despertar y compasión, pero el centro de todo, del que nace también la compasión, es el vacío, la plenitud vacía que no cae en sentido. Esa es la experiencia humana fundamental del misterio en esta tradición. La encarna el Buda, el Despierto. 

Seis siglos después, Jesús de Nazaret experimentó vivamente que este misterio último es un misterio de amor. Mientras Juan Bautista lo estuvo bautizando en el Jordán fue como si una voz del cielo dijera: “Tú eres mi hijo amado”(Mc 1,11), Lo mismo en el monte Tabor (Mc 9,7) cuando una nube lo cubrió y los apóstoles oyeron una voz que decía: “Éste es mi hijo amado”. Esta es la experiencia fundamental en torno a la que gira todo en la tradición cristiana. De ahí se ha desarrollado un lenguaje característico, diferente al del budismo zen, un lenguaje en que es central el amor, la relación, “persona” en su sentido original de ser lo que se es por y en relación. La encarna Jesús el Cristo, el Ungido por el Espíritu de Amor. 

Aunque toda tradición religiosa enfatiza una determinada experiencia humana fundamental, y por lo tanto mira desde una perspectiva diferente de otras, en la medida en que se mantiene entroncada en lo esencial, no excluye a las demás. Precisamente por el hecho de ser diferentes pueden interpelarse, corregirse y enriquecerse mutuamente. Esta es mi experiencia, verificada además en muchas personas a quienes acompaño en este camino. 

Practicar zen como cristianos hace ser en cierto modo bilingüe religiosamente, aunque una sea la lengua propia original y principal. No se trata de crear una tercera identidad religiosa superior, sino de favorecer una tensión fructífera, un flujo de diálogo, que hoy día es más necesario que nunca como contrapeso importante contra el fundamentalismo. En este caso se produce un diálogo interreligioso en el interior de la misma persona. Esto exige una doble conversión, por una parte, abrirse a una perspectiva nueva y, por otra, conversión a las propias raíces. Ha de ser un diálogo intra-religioso honesto que no lleve ni a zen cristiano ni a cristianismo zen. 

En nuestro tiempo se percibe una fuerte tendencia al sincretismo religioso, que se manifiesta en expresiones del tipo “todo es lo mismo”. Es el resultado de un vuelco de conciencia que se está dando en la humanidad y que sustituye el rechazo anterior de las religiones entre sí, unido al menosprecio de lo diferente. Sin embargo, la negación de la diferencia todavía no hace justicia a una verdadera valoración del otro. Nuestro tiempo habrá de ir ahondando y madurando esta cuestión y descubrir la unidad en la diferencia y la diferencia en la unidad. Cada vez me parece más evidente. 

III 

Para terminar quisiera resaltar un tercer aspecto de mi experiencia con el zen. Cuando en los años setenta entré en contacto con el zen estaba viviendo en un barrio periférico de Madrid y trabajaba en una Asociación de Vecinos, en que reivindicábamos viviendas dignas y seguras, calles asfaltadas, suficientes puestos escolares etc. Debido a la falta de raíces más profundamente humanas en la acción, más de una persona acababa quemada. 

El contacto con la tradición del zen y la mayor apertura a la mística cristiana resultan muy importantes para un compromiso bien entendido que haga madurar en lugar de quemar a las personas. La contemplación es la fuente de una acción auténticamente humana y “ayuda a insertar nuestro esfuerzo en la verdadera y real profundidad de la acción divina que impulsa silenciosamente la historia”. 2

Santa Teresa en las Séptimas Moradas dice que de la unión más íntima con Dios, “del matrimonio espiritual deben nacer obras siempre obras”. Para el Maestro Eckhart3 Marta, una de las dos hermanas de Betania, aúna la contemplación con la acción, es virgen totalmente abierta a Dios y mujer que constantemente da a la luz obras. La cuestión es vivir y obrar anclados en el hondón del alma. 

La tradición del zen, muy emparentada con la del taoísmo, insiste sobre todo en esa fuente de toda acción auténticamente humana. Su fuente no es en primer lugar el entendimiento y la voluntad humana sino la Realidad sin nombre en que están entroncadas y de la que surge la no-acción, el wu-wei, es decir, una acción sin interferencias egocéntricas y, de ahí, beneficiosa. 

Lo importante no es hacer, moverse mucho, 
sino saber estar en su sitio, vivir respondiendo. 
El hilo no tiene que pretender hacer de mantel, 
sino ocupar el lugar que en el conjunto le toca. 
Así hace posible el mantel. 
Si uno no “inserta su esfuerzo 
en la acción divina que en el silencio 
empuja la historia”, 
da palos de ciego, se cansa mucho y se quema. 
Su acción no lleva fruto duradero. 

Con palabras del Tao Te King: 

“La acción debe parecer no acción. 
El estar pendiente debe parecer no estar pendiente... 
Para superar lo difícil, 
Ha de empezarse por lo fácil. 
Para realizar lo grande, 
Ha de empezarse por lo pequeño. 
Por eso el sabio nunca parece estar realizando algo grande, 
Pero al final puede realizar una gran obra... 
Quien considera todo muy fácil, 
Encontrará dificultades. 
Por eso el sabio tiene en cuenta la dificultad, 
Y entonces nada le resulta difícil.” 4

Ana María Schlüter Rodés 

1 Miura, Isshu & Fuller Sasaki, The Zen Koan. Harcourt Brace Jovanovich Publishers, San Diego/New York/London 1965, 54. 
2 Urbina, Fernando, Comentario a la Noche oscura del espíritu y la Subida al Monte Carmelo de San Juan de la Cruz.Marova, Madrid 1982. 
3 Maestro Eckhart, IntravitJesus in quoddam castellum. 
4 Tao Te King 63 



Ana María Schlüter Rodés nació en Barcelona, en 1935, de padre alemán y madre catalana. Durante las guerras civil y mundial vivió en Alemania. En 1949 vuelve a Barcelona, donde iniciará sus estudios universita­rios que proseguirá en Alemania (Hamburg y Freiburg i.Br.) y Holanda (Nimega y Utrecht).

A los veintitrés años ingresa en el instituto religioso, de origen holandés, fundado por J. van Ginneken S.J., denominado “Mujeres de Betania”. Se doctora en Filosofía y Letras con una tesis en torno a la pregunta “¿Por qué unos ven y otros miran y no ven?”.

En 1966, después de una estancia en Roma, durante la última etapa del Concilio Vaticano II, vuelve a España. Desde 1970 vive en San Blas – Madrid, alternan­do su labor como profesora de ecumenismo en el Instituto Superior de Pastoral de Madrid y otras facultades de teología, con secretaria en una Asociación de Vecinos del barrio.

A partir de 1975 entra en contacto con el Zen y hace su primer sesshin con el jesuita y maestro zen Hugo Enomiya-Lassalle. En 1979 va por vez primera al Japón, a Shinmeikutsu, al centro de Enomiya-Lassalle. Al final de su estancia éste la presenta a Yamada Koun Roshi. Continua formándose con Yamada Koun Roshi, acudien­do periódicamente desde 1981 al San’ un Zendo de Kamakura. En septiembre de 1985 recibe en Kamakura el reconocimiento de Yamada Koun Roshi, como maestra zen, con el nombre de Kiun An (Ermita de la Nube Radiante). En 1994 es nombrada Jun-shike (‘maestra zen asociada’) por su sucesor Kubota Jiun Roshi.

En 1986 funda con sus discípulos el centro zen “Zendo Betania” en Brihuega/Guadalajara (www.zendobetania.com). Allí reside desde entonces mientras sigue dando cursos de zen allí y en otras ciudades de la península y Baleares, así como en México.

Ha publicado varios libros, por ejemplo, “El camino del despertar en los cuentos”, “Atrévete con el dragón vivo” y “La recepción del zen en Occidente entre cristianos”.

FUENTE:
Publicado en
Boletín E·cuménico HOREB Carlos de Foucauld
Boletín nº 82, Mayo de 2017.
y
http://www.encuentrosconlosutil.com



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