EL PSEUDO-SÍNODO DE LEÓPOLIS (10-III-1946)
II
DEFENSOR UNITATIS
Nómada y mártir de los gulags siberianos. -
Hoy cumplo mi compromiso de venir al cardenal metropolita Josyf Slipyj (1892-1984)[i]. Nacido el 17-2-1892 en Zazdrist, distrito de Strusiv, provincia de Ternopil (Ucrania Occidental), es ordenado sacerdote el 30-9-1917. Doctorado en teología por Innsbruck, pasa a Roma para perfeccionar su cultura en el Angelicum y la Universidad Gregoriana. Rector del Seminario de Leópolis en 1925, y de su Academia Teológica en 1928, se da a la actividad pastoral, participa en diversos Congresos unionistas y escribe textos de teología, filosofía, literatura, historia, y arte y derecho canónico. El 25-11-1939 es elegido para la Iglesia titular de Serra y nombrado coadjutor con derecho a sucesión del metropolita Szeptyckyj, de quien recibe la consagración episcopal y a quien sucede en el gobierno pastoral de la Archidiócesis el 1-11-1944, asumiendo también el título de metropolita de Halyc y de Kamijanec. Aquí termina el primer periodo de su vida, el más hermoso, ciertamente.
Arrestado el 11-4-1945, se le viene encima a partir de entonces un auténtico vendaval de persecuciones: la primera condena llega en 1946, a 8 años de trabajos forzados; la segunda en 1953, a 5 años de exilio en Siberia; la tercera en 1958, a 7 años de trabajos forzados. Cardenal “in pectore” de Juan XXIII (28-3-60), descarga la cuarta en 1962 con deportación de por vida a Potma (Mordovia). Nikita Kruschev, gracias a la paterna intercesión de Juan XXIII, permite el 26-1-63 que salga de aquel infierno. Inmediatamente monseñor Willebrands vuela rumbo a Moscú para darle en nombre del Papa el primer abrazo camino de la libertad y fraternal consuelo durante el largo viaje en tren hasta Orte (Ancona-Italia), a cuya estación llegan en el “Alpen Express” al anochecer del 9-2-63. En una de las salas, esperan el secretario del Papa, monseñor Loris Francesco Capovilla, y monseñor Igino Cardinale. Recibidos los primeros regalos papales, y cerrada ya la noche, la comitiva parte poco después rumbo a la Abadía de San Nilo, en Grottaferrata. Al día siguiente por la tarde tiene lugar en el Vaticano la audiencia con el Papa. En el momento del abrazo, el Metropolita cae rostro en tierra hasta besar los pies del Santo Padre, el cual, al hacer porque se levante, pronuncia estas palabras de la Imitación de Cristo: Felix hora quando Jesus vocat de lacrymis ad gaudium spiritus! (L.II, cap. VIII [“Feliz hora cuando Jesús llama de las lágrimas al gozo del Espíritu”]).-“Santo Padre –replica el Metropolita todavía de rodillas- os agradezco cuanto habéis hecho para sacarme fuera del pozo”.
El 23-12-63, Pablo VI lo nombra Arzobispo mayor de Leópolis, condición que le confería derechos y privilegios similares a los de patriarca (cf. Decreto Orientalium Ecclesiarum, 10). Pasa también a ser miembro de la Sagrada Congregación para las Iglesias Orientales y, en el Consistorio del 22-2-65, del Sacro Colegio Cardenalicio, recibiendo tres días más tarde el nombramiento de Cardenal Presbítero de San Anastasio. En 1968 emprende sus visitas pastorales a las comunidades ucranias de América y Oceanía. Costeada por ucranios de la diáspora, consigue construir en las afueras de Roma (Via Boccea, 478) la Procatedral de Santa Sofía --pequeña réplica de la de Kiev--, consagrada por Pablo VI en 1969. Preside en Roma el Sínodo de los Obispos Ucranios en 1980, y el 7-9-1984 muere en la Ciudad eterna a los 92 años. El 3 de junio y el 19 de septiembre del 91 llegan de Ucrania dos rehabilitaciones.
El 27-8-1992, su cadáver embalsamado fue trasladado desde la Procatedral de Santa Sofía en Roma, donde reposaba desde el día de la muerte, a la Catedral de San Jorge en Leópolis, la misma del malhadado pseudo-Sínodo del 8, 9 y 10-3-1946. El 7-9-1992 se le dio sepultura en la cripta, junto a la tumba de su predecesor y maestro el hoy venerable metropolita Andrés Szeptyckyj. El primer presidente de Ucrania, Leonid Kravcuk, había declarado en una entrevista del 2-9-92: “Nosotros en Ucrania tenemos hoy una ley sobre libertad de conciencia y, como Presidente, así lo he declarado oficialmente en la ceremonia de sepultura en Leópolis de Josyf Slipyj, el hombre que tanto sufrió por ello. Significa esto que hay plena y completa rehabilitación de la Iglesia greco-católica y de todo el pueblo a esta Iglesia unido, que ha estado en primera fila en la lucha por la fe, por la libertad y por la independencia de Ucrania”[ii].
El Arzobispo mayor Slipyj besa los pies de su santidad
Juan XXIII el 10-2-1963. El Papa le deja hacer con encantadora ternura.
(Foto Felici. Durante un tiempo esta foto fue embargada a la prensa)
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Encuentros con él. -
Durante mis estudios universitarios en Roma tuve el privilegio de pasear a menudo por los jardines vaticanos, generalmente a primeras horas de la tarde de los miércoles, ayudando a practicar español a monseñor Pietro C.J. Van Lierde, OSA, vicario general del Papa para la Ciudad del Vaticano. Admirable oportunidad aquella para saludar y conversar durante el paseo con transeúntes de relieve. Lo hicimos repetidas veces con su eminencia nuestro cardenal metropolita. La primera vez fue en el corto espacio entre la Torre de San Juan y lo que hoy es el helipuerto. Me impresionó mucho su porte: estaba sentado, de riguroso clergyman negro y tocado con sombrero clerical del mismo color, creo que leyendo un libro, quizás el breviario. Me presentó monseñor Van Lierde y él, todo cortés y con tímida sonrisa, se puso de pie y entablamos los tres una breve conversación. Era imponente, medía casi dos metros, se notaban en su rostro los surcos de las lágrimas y la inconfundible huella de los padecimientos en Siberia. Recuerdo en particular su mirada, fuerte a la vez que dulce, de ojos verde-oscuros, y su voz en correcto italiano con acento eslavo. Habitaba él entonces en un palacete del mismo Vaticano, muy cerca de la Estación, construido en su día para el cardenal Merry del Val, donde había estado de huésped durante la primera fase del Concilio el cardenal Montini.
Otra vez nos vimos junto al Monumento a San Pedro en dichos jardines. Eran días ya próximos a la Navidad. Por no complicar las relaciones ecuménicas con los rusos –era Pimen entonces el patriarca de Moscú-, Pablo VI le había denegado de nuevo usar el título de patriarca. Dado que la noticia había salido por las ondas de Radio Vaticano a primeras horas de la tarde, me permití sacarla a relucir durante la conversación. Inmediatamente noté su gesto de contrariedad. Pero se repuso pronto informándonos a monseñor Van Lierde y a mí del inmenso rimero de cartas de apoyo en su escritorio -no menos de 2000- recibidas de todo el mundo en las últimas horas.
Visitas a la Procatedral. -
Después de su muerte, ya profesor yo en el Augustinianum y el Pontificio Instituto Regina Mundi, llegué a trabar gran amistad con su secretario y albacea, monseñor Iván Choma. Por la década de los 90 mis alumnas de Formación Permanente en Regina Mundi (Sección Hispánica) solían acudir conmigo una tarde de mayo, tiempo pascual, a la Procatedral de Santa Sofía. Una de ellas, sor Claudia, al servicio de monseñor Choma, se había encargado de presentarnos. Apacible y aplaciente, Monseñor, después del saludo, nos enseñaba el templo, los iconos y un poco las dependencias del Metropolita, contiguas a la Universidad Católica Ucraniana. Luego bajábamos con él a la cripta donde, dispuesto ya todo, celebraba yo la santa misa: Tenía siempre conmigo la deferencia de ponerme para la ceremonia el cáliz que Pablo VI había regalado a la Procatedral el día de la consagración. Y allí, muy cerca del altar, dentro de una urna de cristal, reposaba el cuerpo embalsamado del difunto. Solía tener la tapa descubierta y en ocasiones se dejaba sentir en el ambiente el fuerte olor acre de los ácidos de conservación. Entonábamos al final de la misa cánticos pascuales y monseñor Choma se entretenía en explicarnos mil detalles del Metropolita. Previa y debidamente adiestradas las alumnas en clase, solíamos concluir la Eucaristía gritando a coro la expresión eslava del estribillo pascual: Hristós voskrese (y monseñor Iván, raudo): Voístinu voskrese (“Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado”). Antes de la despedida, posaba contento y amable con nosotros en la foto de rigor ante la fachada de la Procatedral.
Iglesia greco-católica saliendo de las catacumbas. -
En 1990 me cupo el honor de presidir en nombre del Centro Ecuménico Misioneras de la Unidad, de Madrid, una peregrinación ecuménica a la Unión Soviética (Moscú, Zagorks, Kiev y Leningrado). Habían transcurrido unos meses, pocos, desde la histórica entrevista en el Vaticano entre Juan Pablo II y Gorbachov (1-12-89). Del 12 al 17-1-90, una delegación vaticana y otra ortodoxa habían afrontado en Moscú –sin éxito- el espinoso asunto de Ucrania. Izvestia, de hecho, anunciaba el 3-2-90 la formación de otra comisión, esta vez cuatripartita: Patriarcado de Moscú, Iglesia ortodoxa ucraniana, Vaticano y Greco-católicos de Ucrania occidental. Conocida la fecha del viaje a la URSS para mediados de julio y primeros de agosto, determiné visitar el 15 de junio, en privado, a Monseñor en Via Boccea, 478, donde una semana después iban a concitarse los obispos ucranianos, convocados por Juan Pablo II al objeto de unificar criterios junto a su cardenal presidente Miroslav Iván Lubachivsky de cara a los próximos encuentros de la comisión cuatripartita. Monseñor Iván me puso al tanto de lo que pasaba y, ante mi próximo viaje a Kiev, no dudó en darme el teléfono de un alto funcionario amigo suyo de la Iglesia greco-católica que me acabaría informando in situ, por supuesto que de modo confidencial y secreto: de hecho, aunque la Iglesia greco-católica estaba ya prácticamente legalizada por Gorbachov, se rehusó incluso a fotografiarse con mis compañeros de viaje. Los greco-católicos aún estaban saliendo de las catacumbas.
Dejé más tarde plasmado el encuentro así: “Mientras visitábamos esta maravilla del mundo (Santa Sofía de Kiev), mi mente voló a la homónima de Roma, construida por el cardenal Slipyj. Recordé la respuesta de monseñor Choma al yo preguntarle sobre el futuro paradero del cuerpo embalsamado de Slipyj: ’Hasta que se arreglen las cosas, en su Catedral de Leópolis. Y si Ucrania vuelve algún día a los tiempos de san Vladimiro, es decir, a la plena comunión con Roma, Santa Sofía de Kiev’. Honda satisfacción me produjo la entrevista mantenida, horas antes de abandonar Ucrania, con una personalidad greco-católica. Discurrió de forma estrictamente privada y me puso al corriente de lo que ocurre en aquel sufrido pueblo. Dada su situación en clandestinidad, estimo preferible no revelar el contenido”[iii]. Fue el 23-7-90 por la tarde. Una hora más tarde el grupo sobrevolábamos el ártico rumbo a Leningrado.
Hoy puedo ya desvelar que nos entendimos muy bien gracias al intérprete amigo suyo, argentino, con quien llegó a la cita. Conservo la grabación. Del dilatado encuentro –una hora larga- destacaré algo que me dijo con énfasis y que aquí traigo por relacionado con este artículo: “Nosotros los greco-católicos de Ucrania, la gran mayoría –matizó--, creemos que el Vaticano se ha equivocado al denegar en repetidas ocasiones el título de patriarca al difunto metropolita Slipyj. Ya es tarde, evidentemente. Pero le aseguro a usted que, de haberle permitido usar este título (que de iure le correspondía), gran parte de Ucrania, por no decir toda, sería hoy greco-católica. Usted no puede imaginarse por mucho que lo intente cuánto se quería al metropolita Slipyj en Ucrania, greco-católicos y ortodoxos. Sí, también los ortodoxos. Tenía un don, un carisma, tenía sobre todo una dignidad acumulada sin duda al compás de sus terribles sufrimientos en los gulags soviéticos. Para nosotros, hombres como él son los verdaderos mártires de la fe. Él lo fue”. Cuando años después referí el encuentro a monseñor Choma, me di cuenta de por qué había resuelto él titular su nuevo libro con que me obsequiaba: Josyf Slipyj. “Vinctus Christi” et “Defensor unitatis”.
Gocé de veras también el día en que pasó por Roma don Julián García Hernando camino, creo, de Ginebra y me llamó desde el Colegio Español. Le propuse acercarnos hasta Via Boccea, 478, para visitar a monseñor Iván Choma. Disfrutamos mucho los tres aquella tarde del VI Domingo de Pascua (16-5-93). Previamente avisado, monseñor Iván, tras su gentil saludo, nos invitó primero a tomar un café antes de emprender el recorrido por la casa. Había ya volado a Leópolis, claro, el cuerpo embalsamado del Metropolita. En cambio, sí estaba a punto de abrirse al público su museo. De modo que don Julián y yo fuimos así los primeros en recorrer las dependencias de la Procatedral y vivienda contigua escuchando atentamente al mejor guía que podíamos tener: el secretario y albacea del difunto, nuestro amable monseñor Iván, el cual, por cierto, hablaba con alma, con serenidad, con voz cristalina y, durante el recorrido, pendiente en todo momento de nosotros.
El padre Pedro Langa posa junto a su amigo monseñor Iván Choma, secretario del cardenal metropolita Josyf Slipyj, a la entrada de la Universidad Católica Ucraniana (Via Boccea, 478 - Roma –21.V. 1992) |
El metropolita Nikodim y el cardenal Slipyj. -
Considero importante añadir un detalle más, por su relación con el famoso metropolita ortodoxo Nikodim de Leningrado. Son archiconocidos los dos observadores rusos en el Vaticano II: el protopresbítero Vitali Borovoi y el entonces archimandrita Vladimir Koltyarov, jubilado no hace mucho como metropolita de San Petersburgo. Lo que ya no se conoce tanto es su decisivo papel ante Kruschev en apoyo de la petición de Juan XXIII a favor de la liberación de Slipyj. Ahora bien, pronunciar estos dos nombres entonces era tanto como referirse al metropolita Nikodim, a quien uno y otro debían, en definitiva, el estar en el Concilio, de cuyas deliberaciones le informaban a menudo. Referidas estas cosas a monseñor Yván, éste me aseguró que Nikodim, cuantas veces pasaba por Roma –su residencia solía ser o el Russicum, o con los jesuitas en Via Cavalletti, sin omitir tampoco las visitas al Monastero Russo Uspensky (Via della Pisana, 346; fundación del cardenal Tisserant) para saludar a las monjas rusas e italianas, en especial sor Donadeo, la especialista de los iconos--, nunca dejaba de llegarse a Via Boccea, 478 para departir con el cardenal Slipyj. Hablaban largo y tendido. Más aún, en varias ocasiones se llevó de regalo algunos libros que iban viendo la luz en la Universidad Católica Ucraniana de san Clemente, que el Cardenal ponía gozoso en sus manos.
Desde la muerte del Metropolita, monseñor Iván Choma había emprendido la ingente tarea de publicar las Opera Omnia de Su Eminencia, programadas para 20 volúmenes (en 1990 habían salido ya 15). Conmigo tuvo el detalle de entregarme un artículo en italiano acerca del gran proyecto editorial, que yo luego procuré traducir para Pastoral Ecuménica (cf. bibliografía), donde monseñor Slipyj levanta acta a favor de la identidad de la Iglesia greco-católica en la URSS[iv]. La desclasificación de los archivos del KGB permitió a mi buen amigo monseñor Iván escribir a fondo sobre nuestro intrépido Defensor unitatis. Y a fe que lo hizo con todas las de la ley y sin olvidarse de la extraordinaria novedad que Giampaolo Mattei refleja citando al autor (cf. blibliografía): “Nadie nos puede acusar de haber redactado una hagiografía, inventando o modificando acontecimientos para poner de relieve la personalidad de Slipyj”. Y es cierto. Porque los verdaderos autores del increíble libro de monseñor Choma son los propios agentes del KGB. El material que ellos mismos archivaron, las palabras anotadas y registradas del Metropolita, las fotos que le tomaron y secuestraron en su día (carpetas clasificadas con los números 68.069 y 63.258) permiten hoy mostrar al mundo lo que “acaeció, no hace muchos años, en esa tierra”[v].
A raíz del encuentro del papa Francisco y del patriarca Kirill en La Habana (12-2-2016), me vinieron a la cabeza estos y otros muchos pensamientos. Sobre todo no me abandona esta frase que yo mismo publiqué a raíz de la peregrinación ecuménica a la Unión Soviética en 1990: “El actual conflicto religioso de Ucrania radica mayormente en el pseudo-Sínodo de 1946, celebrado en Leópolis bajo presiones de Stalin. De aquella conflictiva asamblea procede arrancar para entender las diferencias en la comisión cuatripartita o el retraso en el viaje papal a Rusia”[vi]. Desde entonces a esta parte ha llovido mucho, es cierto, pero con diversa suerte. San Juan Pablo II, que se las ingenió sacando tiempo y ganas el día de su viaje al Canadá para pasarse antes por Via Boccea, 478 y rezar ante el cadáver del Metropolita, al que bendijo y roció con agua bendita y, gesto insólito, llegó a besar en la frente (imágenes cuya publicación fue prohibida por un tiempo a los periodistas), san Juan Pablo II, insisto, pudo viajar a Ucrania, ya de mayor, sí, pero no a Rusia. Y mira que lo intentó
El 10-5-1992, invitado por mi amigo, acudí por la tarde a Santa Sofía (Via Boccea, 478), a la apertura del Centenario del nacimiento del cardenal metropolita Slipyj. Presidió las Vísperas monseñor Marusyn, y asistieron el Embajador de Ucrania ante el Quirinal con su señora. El Coro de profesores del Instituto de Arte Decorativa de Leópolis nos deleitó con un concierto. El archimandrita estudita Lubomyr Husar, andando el tiempo, ya digo, Arzobispo mayor y cardenal, inauguró los actos. Durante la cena, en fin, se nos informó del pronto traslado de los restos del Cardenal a Leópolis. Sería el 27 de agosto, memoria de santa Mónica, madre de san Agustín, en la Iglesia católica.
El último quiebro en toda esta curiosa historia me lo dio el propio monseñor Iván al invitarme a su toma de posesión como obispo en Santa Sofía. Desdichadamente yo había dejado ya Roma y ejercía en Madrid como profesor en el Centro Teológico San Agustín y en la Universidad Eclesiástica San Dámaso. Aunque a menudo me había asaltado la duda de si sería obispo, nunca llegué a preguntarle sobre tan delicado tema. Sabía, desde luego, que Juan XXIII le había otorgado el título de “Monseñor”. Pero de ahí a obispo distaba mucho todavía. El Vaticano, que desde 1977 le había impuesto silencio, cambiadas las circunstancias una vez legalizada por Gorbachov la Iglesia greco-católica de Ucrania, le autorizó a ejercer de lo que era desde tiempo atrás: a él, y a su compañero de episcopado y luego Arzobispo mayor de Kiev y cardenal Lubomyr Husar. Porque a los tres, o sea: a Stepan Chmil, S.D.B., Iván Choma y Lubomyr Húsar, M.S.U., el cardenal Slipyj los consagró secretamente obispos en Castelgandolfo el 2-4-1977. ¡Sorpresas de la vida! Monseñor Iván, mi amigo, fue a reunirse en la Casa del Padre con su amado maestro y cardenal y también amigo mío el metropolita Josyf Slipyj el 3-2-2006. ¿Qué dirían hoy mis dos amigos de la guerra que se libra en Ucrania? ¿Y qué del encuentro en La Habana? Ni se sabe, aunque lo pueda uno intuir. Prometo volver a estas preguntas con el último artículo de mi trilogía sobre el pseudo-Sínodo de Leópolis.
Dedicatoria estampada por monseñor Iván Choma en su libro
“Josyf Slipyj, Padre e confessore della Chiesa Ucraina martire. Roma 1990”
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Bibliografía:
- Choma, Iván, Josyf Slipyj. Padre e confessore della Chiesa Ucraina martire. Aiuto alla Chiesa che sofre. Roma 1990.
- Choma, Iván, Josyf Slipyj. “Vinctus Christi” et “Defensor unitatis”. Roma 1997.
- Choma, Iván, “La Iglesia greco-católica en la URSS, ¿Iglesia uniata?”: PE, 10 (1993) 89-97.
- Langa, Pedro, “Cruciales fechas del ecumenismo en Rusia. Reflexiones de un viaje”: PE, 7 (1990) 307- 325.
- Langa, Pedro, “Hacia un nuevo estilo en el Departamento para las relaciones exteriores del patriarcado de Moscú”: PE, 28/84 (2011) 209-243.
- Langa, Pedro, “El pseudo-Sónodo de Leópolis (10-III-1946). I. La terrible verdad”: Equipo Ecuménico. Sabiñánigo, 10 de marzo de 2016 (http://equipoecumenicosabinnanigo.blogspot. com.es /2016/03/el-pseudo-sinodo-de-leopolis-10iii1946.html).
- Mattei, Giampaolo, “Los archivos scretos del KGB confirman el testimonio heroico del cardenal Josyf Slipyj. Monseñor Iván Choma publica los datos en un libro documental de gran interés”: L’Osservatore Romano, N. 7 – 14 de febrero de 1997, p. 8 (80).
[i] Cf. “El pseudo-Sónodo de Leópolis (10-III-1946). I. La terrible verdad”.
[ii] Choma, I., Josyf Slipyj. “Vinctus Christi” et “Defensor unitatis”, 100.
[iii] “Cruciales fechas…”, p. 316.
[iv] PE, 10 (1993) 89-97
[v] Mattei, “Los archivos scretos del KGB: L’OR, N. 7 – 14-2-1997, p. 8 (80).
[vi] “Cruciales fechas…”, p. 314.
Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, OSA
Teólogo y ecumenista
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