¿Por qué los españoles somos tan poco ecuménicos?
Un artículo de José Luis Díez Moreno
Es fácil demostrarlo e incluso en estas últimas décadas puede haberse incrementado ese alejamiento del ecumenismo. Tal vez nos mantengamos en el mismo grado, pero con distintas actitudes y hechos. Seguramente este escaso interés ecuménico nos haya llevado a inaugurar un tiempo de indiferencia en este campo, Peor todavía porque ser beligerantes con el ecumenismo significa que algo de éste nos interesa, nos provoca, y por eso nos situamos en contra, pero la indiferencia nos sitúa en el total desinterés. Es muy grave y por ahí nos encontramos en España. A diario vemos excluida la acción ecuménica de planes pastorales, de actividad parroquial y encontramos que quienes se dedican a la labor ecuménica son personas ya de edad avanzada.
Viene de lejos. Tiene historia de siglos. Unas cosas se han enredado con otras y a través de los tiempos ha desembocado en la situación presente. Muchas decisiones y acontecimientos históricos nos han configurado así a unos y a otros, católicos y protestantes españoles. Para poder curar o por lo menos conocer tales males endémicos conviene tener presentes sus orígenes y trayectoria.
I- Una manera de pensar y una forma de vivir
Posiblemente haya que remontarse a los años 1327 y 1328 cuando Marsilio de Padua dirigió la redacción del “Defensor Pacis”, libro condenado por Juan XXIII ( no se trata del actual Juan XXIII sino del tenido por antipapa ). A la vez que Guillermo de Ockham buscó refugio en Munich para perseverar en su desobediencia al Pontífice, Luis de Baviera se hacía coronar emperador en Roma en una ceremonia laica, como en los tiempos del paganismo, y Petrarca, tras su encuentro con Laura de Nolis, descubría que el amor humano comporta “ desorden de las sensaciones”. Tal cúmulo de sucesos parecían romper la unidad de criterios seguidos hasta entonces. Así se preparó el enfrentamiento del hombre con la naturaleza desde dos aspectos: desde el de Ockham que exageraba el voluntarismo de su maestro Duns Scoto y las doctrinas de San Agustín sobre el daño producido a la naturaleza humana por el pecado original, estableciendo una separación abismal entre Dios y el hombre. Daban entonces a los conceptos universales la cualidad de meros nombres, negando a los hombres la posibilidad de un conocimiento distinto del que se logra por los sentidos, referido a los seres individuales concretos. Las verdades importantes sólo se podían conocer mediante la fe según los nominalistas. Negaban por tanto que el hombre pudiera obtener mérito alguno para la vida eterna, la persona no podía ser libre, aunque tiene una leve independencia que le permite moverse en la vida. Tampoco su razón le tolera tener alguna certeza en el conocimiento especulativo: observar y experimentar es lo único a su alcance.
Colegios Mayores y Universidades: del pesimismo al optimismo humanista
Pero se encontraba un humanismo, grecolatino, que aseguraba que la persona con capacidad racional especulativa y su libre albedrío puede conocer objetivamente donde está lo bello, lo justo y lo bueno y actúa meritoriamente para esta vida y la otra. Aquí se percibe un optimismo frente al pesimismo de los seguidores de Ockham. Se estudiaba mucho por aquellos tiempos, finales del S XV, el pensamiento de Raimundo Lulio con el que coincidía ese pensamiento humanista. Lulio era muy leído en la Corte y sus libros se encontraban en la Biblioteca de la misma Isabel la Católica. Por eso el primer renacimiento español estuvo influenciado por el pensamiento de Lulio.
Algunos estudios nos han confirmado que el wiclecismo, el husismo, e incluso el luteranismo y calvinismo, más adelante, procedían del pensamiento pesimista de Guillermo de Ockham y desembocaba en la doctrina de la predestinación y en la moderna ciencia esperiemntal. Por otra parte, desde 1375 en Castilla se estaba haciendo una reforma del pensamiento, la teología y la Iglesia. La recién fundada Orden española de los Monjes Jerónimos se convirtió muy pronto en un puntal de esta reforma. Influyó a la vez bastante la “devotio moderna” procedente de centroeuropa que incorporaba la oración contemplativa que ponía en contacto directo con Dios, la grandeza del hombre le permite a éste ir hacia Dios. Isabel de Castilla vivía en su interior y en su vida pública estas ideas y estaba con los que defendían la modernidad como un esfuerzo hacia la renovación interior del individuo, pero siempre desde dentro de la Iglesia.
Seguros de esto los Reyes Católicos no quisieron aceptar nunca la conciliación entre el pesimismo ockamista y la dignidad humana del humanismo que afirmaba que el crecimiento interior se logra mediante recursos estrictamente humanos, las virtudes ,y las sobrenaturales como las humanas, necesitaban ser ejercidas espiritualmente. Residió en esto la reforma de la Iglesia de España de las últimas décadas del S XV. Isabel de Castilla estaba de acuerdo con aquellos que defendían una educación humanista en este sentido y, apoyándose en las Universidades de Salamanca y Valladolid, trató de atraer a estas ideas a las figuras más notables en la docencia de la filosofía, las artes o la teología. Por eso llegaron a España Pedro Mártir de Anglería, Lucio Marineo Sículo y algunos más. Resplandeció aquí Antonio de Nebrija con su gramática, convenciendo de que el lenguaje era vehículo de la educación y del imperio y mostrando especial interés por los Estudios Generales. A las dos universidades castellanas de Salamanca y Valladolid se sumó muy pronto la de Lérida y las tres impartieron títulos académicos válidos para toda la Península. Otros puntos de España se preparaban para albergar nuevas Universidades: Santiago, Siguenza, Valencia, Barcelona, Mallorca, Sevilla y Zaragoza.
Una red de Colegios Mayores, lugares de residencia, estudio y disciplina para un número limitado de alumnos, se extendieron por todo el reino. Estos Colegios Mayores funcionaron perfectamente en Salamanca y Valladolid, ciudades donde los dominicos aportaron los dos famosos de San Esteban en Salamanca y San Pablo en Valladolid. Se constituyeron en centros de educación de élite con fuerte exigencia intelectual y espiritual. Y todo esto ¿para qué?. Su objetivo era la elevación intelectual y espiritual del clero y también de los laicos y a fe que tuvo éxito a juzgar por la pléyade de teólogos y humanistas que se contaron en España durante todo el siglo XVI mientras en Alemania tomaba pujanza el luteranismo y se afanaba con fuerza en penetrar en España.
Profunda reforma en los religiosos y el clero
Todo esto hace ser a los Reyes Católicos los iniciadores de la gran reforma cristiana en España. Pero no fueron los creadores de un programa de reformas, ya estaba perfilado cuando llegaron al trono. Entre jerónimos, benedictinos, observantes franciscanos y cartujos se vivía con claridad lo necesario de una reforma. Incluso en el clero secular muchos obispos y eclesiásticos abogaban decididamente por una dignificación intelectual, moral y espiritual de párrocos y otros cargos. Los reyes sólo tuvieron que tomar en sus manos esos deseos y darlos vigencia con su autoridad y sus enormes posibilidades. Especialmente Isabel estaba convencida de tal urgencia por la profunda educación religiosa que había recibido de franciscanos y monjes jerónimos.
Su preocupación sobre la elección de obispos se hizo prioritaria pues desde Roma nombraban a algunos no muy dignos. Se cuenta que la reina en un cuadernito llevaba apuntados los nombres de ciertos eclesiásticos conocidos por su espiritualidad y ciencia, como Diego de Muros, fray Alonso de Burgos, fray Hernando de Talavera, Diego Meléndez de Valdés, el maestro Jiménez de Prexamo, Villadiego y Cisneros. Casi todos estos y otros muchos del famoso cuadernillo fueron grandes obispos, evitando así nombramientos como el de Cesar Borgia a punto de ser creado arzobispo de Sevilla. El empeño por la reforma del clero secular tuvo parecido interés: logró reducir el número de clérigos menores, exigió que los nombramientos no fueran extendidos desde Roma a favor de residentes en aquella ciudad que no aparecían nunca en España, se afanó en que todos los sacerdotes vistieran el traje talar, vivieran con dignidad y tuvieran adecuada formación teológica, procuró delimitar adecuadamente la jurisdicción civil y eclesiástica, se ocupó de la inmunidad de los clérigos y el derecho de asilo y trabajó mucho por la eficacia de los Estudios Generales y los Colegios Mayores con visitadores que pudieran intervenir en los desórdenes que a veces se producían. De esta manera la realidad de la Iglesia en España en 1490 había quedado completamente transformada.
Convencidos como sus antepasados de la trascendencia de la vida contemplativa , los reyes desencadenaron una ambiciosa actividad sobre la reforma de los monasterios españoles, algunos de ellos con cierta relajación por el empobrecimiento en que habían caído. Lo comunicaron al Papa Inocencio VIII y se apoyaron en las cuatro órdenes ya citadas de gran profundidad espiritual: benedictinos, franciscanos, cartujos y jerónimos. Así, desde 1486 acometió la reina con presteza, inteligencia y empeño tal reforma y a la vez que dotaba a muchas instituciones monásticas de las rentas suficientes hizo que se emprendiera una gran labor de reforma en su espiritualidad y disciplina. Pronto fueron rescatados monasterios como el cisterciense de Santa María de la Espina, el monasterio de Poblet, el de Monserrat, cuyas rentas iban a parar a altos dignatarios de la curia romana como a Julián della Rovere, sobrino de Sixto IV, que llegó a Papa con el nombre de Julio II. Hicieron que le sustituyera como prior fray García Jiménez de Cisneros ( no tenía nada que ver con fray Francisco Jiménez de Cisneros) , prior de los benedictinos reformados de Valladolid y autor de los Exercitalia, libro que tanto bien hizo en aquella época. Enseguida Monserrat se transformó un gran monasterio benedictino. Así ocurrió con otros muchos que no vamos a citar.
Reyes Católicos, su obligación de velar por la Iglesia
Después de muchas presiones por parte de los Reyes españoles el Papa Alejandro VI vino a firmar la Bula “Quanta in Dei Ecclesia”, de 27 de julio de 1493. A partir de este momento especialmente Isabel I se sintió con plena autoridad y obligación para reformar la gran cantidad de monasterios. Los frutos de esta reforma monacal se cosecharía más de medio siglo después, sobre todo en el reinado de Felipe II. Con todas estas actividades en favor de la Iglesia, el mismo Alejandro VI firmó la Bula “Sic convenit” de 19 de diciembre de 1496 por la que otorgaba a Isabel y Fernando el título de Reyes Católicos. Por el se sintieron, particularmente Isabel, obligados a ser fieles hijos de la Iglesia, a protegerla de todos sus enemigos, a elevarla a un gran esplendor y a saberse comprometidos en toda su política nacional e internacional. Después de estos reyes todos los monarcas españoles mantienen el título de Católicos.
Estaban convencidos de que la salud de una sociedad depende del grado de vida espiritual e intelectual de los religiosos, del clero y de los obispos y con las Bulas papales, aunque no sin muchos esfuerzos y sufrimientos, hicieron que la práctica del catolicismo fuera el gran móvil de la vida social y política. Así España se convirtió en el bastión de la Iglesia Católica . Por eso las actuaciones de Carlos V y Felipe II fueron fruto de las raíces que provenían de estos años, tan distintas al Ockhamismo y nominalismo en las que se apoyaron tanto los reformadores protestantes.
No hay que ocultar que esta posición condujo a una interdependencia Iglesia –Estado, en la que se produjeron errores, cosa lógica al adoptar el Estado la posición de protector de la Iglesia y la Iglesia el de rectora también de las conciencias de las autoridades civiles. Pocos años después se logró consumar la unidad religiosa pues la Inquisición que había actuado en la extinción de los judaizantes de 1473 a 1511, cuando este asunto había sido zanjado y había tenido lugar la expulsión de los judíos, intervino en el problema de las nuevas ideas que se inoculaban en España. Su actuación fue deficiente pues aquel organismo político – religioso se hallaba exhausto y no entendió en bastantes años la cuestión protestante.
II- Primera reforma protestante en España
En 1517 se produjo el Alemania el comienzo del enfrentamiento entre el monje agustino Martín Lutero y la jerarquía católica. Cuando en 1520 Carlos V fue elegido Emperador se encontraba rodeado de numerosos españoles de la nobleza, del clero y de la clase intelectual desplazados con él desde España. Todos ellos tuvieron ocasión de seguir muy directamente el conflicto religioso luterano e incluso algunos asistieron a la Dieta de Worms de 1521. Como por Alemania circulaban con bastante facilidad los escritos de Martín Lutero bastantes de esos españoles, principalmente clérigos, adquirieron con naturalidad esos libros, introducidos en España cuando volvían sustituidos en sus cargos por otros que seguían la misma actitud. En aquellos momentos esto no constituía ninguna conducta sospechosa, tan interesados como estaban en toda discusión teológica, pues en Castilla existía entre muchas gentes una considerable altura intelectual, debido a la reforma de instituciones eclesiásticas, religiosas y aún de seglares de la que hemos hablado antes.
En las bibliotecas de algunos teólogos de Salamanca, de Valladolid y de otros lugares se podían encontrar obras luteranas y ciertos maestros y también personas ilustradas aceptaban algunas de aquellas ideas. Todo concluyó, todos se pusieron en guardia y todos miraron a Lutero como hereje cuando el Papa León X con su Bula “Exurge Domine” de 12 de diciembre de 1520 exigió a Lutero una retractación y cuando el 3 de enero de 1521 por la Bula “Decet Romanum Pontificem” le excomulgó. No obstante buena cantidad de esos libros continuaron llegando a la Península por trayectos muy concretos: desde Amberes, atravesando Francia, penetraban principalmente por Aragón y llegaban hasta Sevilla, algunos a la región toledana y otros a Valladolid. Estos últimos la mayor parte de las veces entraban en los equipajes de diplomáticos pues acudían a la Corte, entonces en esta ciudad castellana. Por otra parte, los españoles al finalizar su servicio al Emperador en Alemania portaban algunas de aquellas obras con las nuevas ideas religiosas.
Hay que consignar que ya en 1519 llegó el primer cargamento de libros desde el mismo editor en Amberes y en 1522 todavía fueron más numerosos los que se introdujeron en Castilla. Como en estos años todavía se atribuía relativa importancia a la doctrina luterana su distribución no era difícil. Sin embargo, cuando poco tiempo después iniciaron una más seria investigación de la entrada de libros luteranos, advirtieron que eran más de los que podía esperarse si es que las ideas luteranas tenían en España tan poca acogida como creían. Este contraste alertó a los encargados inquisitoriales al hacer su informe, si bien la Inquisición por aquellos años entendía poco del asunto luterano.
Descubrieron que los cargamentos de obras reformadas y de Biblias iba en aumento. No había barco procedente de los Países Bajos que no tratara de introducir el mayor número posible. Arribaban a los puertos del Norte, a los de Levante y Andalucía e incluso por navegación fluvial hasta la misma Sevilla. Fueron miles y miles de obras protestantes y de Biblias incautados. Se trataba de la Biblia traducida al español por Casiodoro de Reina y Cipriano Valera y de los Evangelios traducidos por el sevillano Pérez de Pineda.
Entre 1540 y 45 se levantaron serias sospechas por la cantidad de libros llegados a Sevilla. De hecho pocos años después se hallaron bibliotecas enteras disimuladas por paredes falsas en las que se contaban gran número de libros con las nuevas ideas. Por la entrega de éstos a personas equivocadas, por la denuncia de algunas mujeres a sus confesores y por las atrevidas predicaciones de algunos clérigos en la misma catedral sevillana se sospechó en una fuerte trama protestante.
Un gran susto en inquisidores y autoridades
Las autoridades inquisitoriales se decidieron a pasar de los libros a las personas y el susto fue imponente: más de 150 sevillanos se hallaron implicados en reuniones clandestinas de corte protestante. Investigados exhaustivamente, el rastro les condujo al Monasterio Jerónimo de San Isidoro del Campo, donde la mayoría de los monjes fueron encontrados proclives a las ideas luteranas y 11 de ellos habían huido a Francia y los Países Bajos instalándose en casas de españoles convencidos por las nuevas ideas. Entre esos monjes huidos se encontraban los citados Casiodoro de Reina y Juan de Valera .
Atenazadas por el susto las autoridades averiguaron, guiadas por ciertos indicios y alguna denuncia, en Valladolid donde estaba la Corte. Allí encontraron un grupo más reducido de personas, pero también muy influyentes: algunos religiosos y religiosas y ciertos miembros de la nobleza castellana, todas personas instruidas y presididas por el clérigo Agustín de Cazalla, capellán que había sido del Emperador en Alemania, donde estuvo en contacto secreto con las ideas reformadas. Lo preocupante de este grupo resultó ser lo clara que tenían la doctrina luterana y que en sus celebraciones litúrgicas observaban el mismo esquema de los luteranos. Además, con frecuencia se reunían en Valladolid en la casa de la madre misma del Dr. Agustín Cazalla. De este grupo tan sólo uno intentó huir pero fue detenido en la frontera.
La Inquisición dedujo que con todo esto debía hacer algo pero no sabía bien que cosa. El príncipe Felipe, por aquellos años ya regente, tampoco sabía como reaccionar. Todos comprendieron la gravedad del asunto: el protestantismo había entrado en España, muchos de sus dirigentes proclamaban en Alemania que pronto la nación española sería ganada por las nuevas ideas y las autoridades religiosas e inquisitoriales de Castilla también lo creían posible. Las alarmas sonaban por los cuatro puntos cardinales y nadie sabía bien como actuar.
La monarquía toma a su cargo la defensa de la unidad católica
La solución inicial vino del Emperador Carlos V muy acosado por el luteranismo alemán. Su conclusión sobre España era contundente: inflexibilidad, porque en España no podía acontecer lo que por su condescendencia primera ocurrió en Alemania. Con este mandato las autoridades se decidieron a confinar a los descubiertos, investigar exhaustivamente y tener en el punto de mira a los españoles huidos a Francia, Países Bajos o Alemania y a los extranjeros llegados a las distintas regiones Españolas. Así el problema protestante de España además del campo eclesiástico e inquisitorial pasaba a competencia de las decisiones políticas. La Monarquía española tomaba a su cargo la defensa de la unidad católica de la nación. Por eso comenzó a establecerse un antagonismo fuerte entre el pueblo y cuanto significara algo no católico. En este hecho reside la parte nuclear de la explicación del inveterado antagonismo español frente a lo protestante.
Hasta 1554 en que el Príncipe Felipe marchó a Inglaterra para contraer matrimonio con María Tudor las pesquisas sobre los españoles que habían adoptado las nuevas doctrinas continuaron a buen ritmo y podía asegurarse que se sabía quienes eran partidarios del luteranismo a los cuales se abrían procesos inquisitoriales exhaustivos, de larga duración y solían acabar en las cárceles de esa Inquisición. Pero, por el momento, no se llegó a más. En sus años de estancia en Inglaterra el príncipe Felipe pudo comprobar aterrorizado la virulencia religiosa entre católicos y protestantes. A tanto llegaban las cosas que uno de sus grandes consejeros, el dominico fray Bartolomé Carranza, estuvo a punto de ser asesinado en más de una ocasión. Felipe trató de suavizar aquellos enfrentamientos, dominados en aquellos años por los católicos ingleses, pero le resultó imposible y cuando en 1556 abandonó Inglaterra para ser proclamado rey de España en los Países Bajos, había aprendido la gran lección de lo irreconciliable que resultaba la diferencia religiosa entre los católicos y aquellos primeros seguidores de las ideas protestantes.
Constituía para el joven Rey una pesadilla todo lo que había visto, aumentada por lo que sucedió después de dos años a la muerte de su esposa María Tudor y la sucesión en el trono ingles de Isabel I, abiertamente partidaria de las nuevas doctrinas.
Este horror que anidaba en su mente hizo que el joven Felipe II emprendiera en los Países Bajos un fuerte control sobre los protestantes muy abundantes especialmente en Holanda. Esto les hizo temer la implantación de tribunales de la Inquisición en su suelo, aunque Felipe II nunca pensó tal cosa. La sospecha contribuyó a que comenzara contra el Rey la famosa Leyenda Negra, que fue ampliándose durante muchos años dibujando al monarca como un verdadero mounstro de crueldad. Sin embargo todas aquellas infamias estaban fundadas en hechos o actitudes desfigurados, con la clara intención de oponerle a sus súbditos holandeses. Investigaciones de estas últimas décadas procedentes de archivos y no de mentes tortuosas, han reivindicado con claridad la verdadera figura del Rey Felipe. Es curioso que todavía somos los españoles quienes más nos creemos aquella Leyenda Negra y que sean principalmente historiadores extranjeros los que han realizado las más profundas investigaciones y reivindicaciones al respecto.
Hasta él llegaron desde España continuas noticias sobre la constante entrada de libros luteranos que desde Alemania y pasando por los Países Bajos llegaban a casi todas las regiones españolas. Trató de impedirlo de mil maneras. También tenía noticias exactas acerca de las personas que desde aquellas naciones pugnaban por influir en los españoles y de los extranjeros que llegaban a Castilla y otras regiones para hacer adeptos. Estaba bien enterado de todo y en ello le ayudaban personajes tan importantes como el ya citado dominico fray Bartolomé de Carranza, a quién nombró arzobispo de Toledo en Febrero de 1558.
Este dominico se distinguió siempre por ser hombre virtuoso y gran teólogo. Participó incluso en alguna de las sesiones del Concilio de Trento. Llegó a España de nuevo el 1 de agosto de ese 1558, trayendo muchas consultas de Felipe II para su padre Carlos V residente en el Monasterio de Yuste desde 1556. Al Arzobispo Carranza no le dio tiempo sino a llegar a los funerales del Emperador, que fallecía el 21 de septiembre de ese mismo 1558.
Concilio de Trento: gran influjo en la vida española
Aunque decisiva, la acción política no fue lo único que condujo a controlar la entrada protestante en Castilla y a su práctica extinción. Se aludió antes a la firme reforma religiosa de Isabel I de Castilla, a la que hay que añadir la celebración del Concilio de Trento ( 1545 – 1565 ). En él participaron eficazmente muchos e importantes teólogos españoles, procedentes de las universidades de Salamanca y Alcalá, pertenecientes a diversas congregaciones religiosas y defensores de diversas tendencias teológicas, formados todos ellos humanística y teológicamente en la susodicha reforma religiosa implantada en España especialmente desde hacía más de medio siglo. Finalizado el Concilio, muy pronto los obispos españoles lo fueron aplicando. En primer término produjo gran riqueza teológica en las universidades y otros Centros de estudios eclesiásticos. Monasterios y Congregaciones vivieron enseguida llenos del Espíritu de Trento y asociaciones religiosas participaron rápidamente de sus cambios y las asociaciones de fieles se abrieron camino a las doctrinas conciliares.
Personas como Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Juan de Ávila, Fray Luis de León, Fray Luis de Granada, Juan de Dios y una larga lista nos indica cómo se vivía y pensaba en España y ponen de manifiesto la riqueza teológica, espiritual y de vida cristiana que era patrimonio común en nuestra tierra. En la mayoría de las ciudades más de dos terceras partes de la población vivían con verdadera piedad y pertenecían a asociaciones religiosas, llamadas Venerables Órdenes Terceras, todas ellas extensión de franciscanos, dominicos y otras órdenes .
En estas asociaciones de fieles éstos recibían buena formación religiosa, practicaban obras de caridad con necesitados y celebraban con gran frecuencia actos de culto en sus parroquias, templos de religiosos u oratorios. La actividad de los Jesuítas impactó inmediatamente en la población, sobre todo a través de su predicación y sus colegios. Lo mismo sucedió con el apostolado, y enseñanzas del maestro Juan de Ávila por Andalucía y otro tanto con la reforma del Carmelo o la acción caritativa de Juan de Dios. Todo ello tuvo reflejo directo en los escritores del mismo siglo XVI, Siglo de Oro Español.
Los protestantes reos de alta traición
A lo largo de aquellos años, sobre todo entre 1550 – 1558 y alentado por la defensa de la Monarquía a la Iglesia Católica en España, el Inquisidor General Fernando de Valdés, arzobispo de Sevilla, con todos los inquisidores regionales intensificaron fuertemente su labor creando nuevos tribunales en casi todas las regiones españolas, inquiriendo cuanto parecía protestante y especialmente la llegada y estancia de extranjeros. Todo dio formidable resultado al descubrir nuevos hechos relacionados con las personas imputadas y encarceladas no sólo en Valladolid o Sevilla sino en otras ciudades. El propio Felipe II había dejado claro que no se opondría en nada a las decisiones de la Inquisición y así lo cumplió.
En unos cuantos años los procesos estaban terminados, listos para sentencia y en disposición de ejecutarse. Carlos V desde Yuste, casi al final de sus días, insistía en que debía ser un castigo ejemplar para todos los españoles, el inquisidor Valdés y todos los miembros del Santo Oficio se hallaban bien dispuestos a que a sí fuera, el Rey Felipe II desde Flandes también creía en lo necesario de aquella ejemplaridad y los españoles quedaron convencidos de que la cuestión era grave y comenzaron a sentir el escarmiento muy cercano porque los encausados eran casi todos personas principales.
Fallecido el Emperador y sin encontrarse todavía en España el Rey Felipe II apremiaba el castigo con el primer Auto de Fe, que tuvo lugar en la Plaza Mayor de Valladolid, presidido por la gobernadora y hermana del Rey, Dña. Juana, el domingo 21 de mayo de 1559. Fueron ajusticiadas, ya fuera de la ciudad y por el brazo secular, 15 personas entre las que destacaban el licenciado Herrezuelo, que no se arrepintió, la madre y la hermana de Cazalla, el sacerdote Francisco de Vivero, Cristobal de Ocampo… todas personas muy importantes en la región, pero especialmente notable el Dr. Agustín Cazalla, capellán y predicador que había sido del Emperador. Con éste el poder de la justicia se hizo implacable pues se destruyó su casa, se sembró de sal el solar y en un muro se hacía constar su traición a España por las doctrinas abrazadas y extendidas. Estas formas indicaban con claridad que a todos estos reos se les colocaba en el plano de alta traición al Rey y a la Nación. El sesgo que tomaba el tratamiento de los adictos a las nuevas doctrinas se presentaba alarmante y ciertamente se logró con este primer Auto de Fe persuadir a los castellanos de que adherirse a las ideas protestantes era calificado de alta traición.
Felipe II llegó al puerto de Laredo el 8 de septiembre de aquel mismo 1559 y fue recibido con toda solemnidad en Valladolid el jueves 14, cuando la ciudad se encontraba tovadía traumatizada por el castigo de personas tan principales. Su llegada se veía, además, afectada por un caso muy singular ocurrido sólo unos quince días antes: la prisión del Arzobispo Primado de Toledo, el Dr. Bartolomé de Carranza, dominico, asesor durante años del mismo soberano y nombrado por él Primado de España. Después de grandes presiones Felipe II había aprobado, todavía desde Bruselas, la detención de Carranza, acusado de luteranismo por ciertas expresiones sacadas de contexto de su “Catecismo Cristiano”, publicado en 1558. Todo se debía a una enorme envidia y venganza de algunos dominicos como el teólogo Fray Melchor Cano y también del Inquisidor General D. Fernando de Valdés. Fue llamado a Valladolid a mediados de agosto, pero ante su tardanza, porque esperaba que la llegada de Felipe II lo solucionaría todo, fue apresado en la noche del 22 de agosto mientras dormía, posiblemente en Torrelaguna, y conducido a la capital castellana a finales de ese mes.
El Rey sentía cierto malestar por todos estos sucesos, las autoridades inquisitoriales confiaban en la firme posición del monarca y el pueblo intuía que los escarmientos iban a continuar. Los deseos del Emperador Carlos V en su testamento influían mucho tanto en Felipe II y su hermana la princesa gobernadora Juana como en las autoridades civiles. No había pasado un mes de la llegada del Soberano cuando se celebró en el mismo lugar el segundo Auto de Fe contra los luteranos o iluminados de Valladolid. Era el domingo 8 de octubre y lo presidía el propio Felipe II con el fin de comunicar mayor contundencia al escarmiento. El mismo Rey y todas las autoridades políticas, religiosas e inquisitoriales aprobaban con firmeza aquel acto. Fueron ajusticiadas 14 personas, fuera de la ciudad, dos de ellas no arrepentidas. El seglar Carlos de Seso se dirigió en la misma plaza a Felipe II invitándole a hacer una reflexión y abrazar las ideas luteranas. También fue ejecutado Fray Domingo de Rojas. Toda Castilla quedaba segura de que en estos reinos el protestantismo se hacía incompatible con la doctrina católica y por lo tanto con la nación española.
Contínuas denuncias de los españoles a los protestantes extranjeros
Los luteranos alemanes y de los Países Bajos, los hugonotes franceses y los anglicanos británicos habían observado, sobre todo en 1558, alguna debilidad en las autoridades españolas y se lanzaron en tromba con sus predicadores a la conquista de los españoles. Mientras estos percibían con claridad lo irreconciliable entre la nación española y las nuevas ideas religiosas y aparecía especialmente a partir de los primeros Autos de Fe la confesionalidad católica de la nación, los extranjeros enviaban sus misioneros camuflados de militares en peregrinación a Santiago de Compostela y portadores de gran cantidad de libros luteranos y calvinistas, por las provincias vascongadas. En Aragón y Cataluña se instalaban médicos zirujanos y otras profesiones que fundaban con ventículos entre grupos de habitantes de esas regiones. Contínuamente arribaban a las costas del Norte barcos con mercancías entre las que introducían enormes cantidades de libros luteranos y calvinistas. Desde Inglaterra en sus numerosos barcos mercantes ocultaban grandes fardos con publicaciones protestantes y gran número de Bíblias de Valera – Reina y bastante personal diplomático, embajadores incluidos, traían como misión principal extender en el suelo español las nuevas ideas.
Aquietada la población española y aleccionada de vez en cuando por algunos Autos de Fe con objetivo ejemplarizante, las autoridades inquisitoriales y políticas se emplearon a fondo en la contención de la llegada de todos aquellos predicadores extranjeros creando un gran número de tribunales de la Inquisición por las zonas donde llegaban y se establecían, visitando población por población y vigilando estrechamente las andanzas de cada extranjero que llegaba a España. De esta manera en diez años, desde 1560 a 1570, fueron prácticamente descabezados todos aquellos pequeños núcleos protestantes formados en tantos lugares. Sin duda, una de las principales actividades para evitar la entrada de ideas, predicadores y libros consistió en el absoluto control de los puertos españoles donde fondeaban barcos, particularmente ingleses, siempre cargados de libros prohibidos. No sólo eran requisados los cargamentos de esa propaganda sino todas las mercancías, el propio barco y el capitán. Cada vez se hizo más difícil que los españoles pudieran colocar en sus bibliotecas publicaciones protestantes. Como todo esto se conocía perfectamente ,los españoles se alejaron cada vez más de veleidades luteranas, calvinistas y anglicanas. La monarquía, la Iglesia católica y el pueblo español formaron un consolidado bloque contra la idea protestante. A partir de 1563 el número de españoles que abrazaban las nuevas ideas decreció sensiblemente como se constata por el exígúo número de castellanos detenidos o castigados. Los habitantes se decidieron a colaborar sin reservas con la Inquisición denunciando constantemente a todo extranjero que intentaba hacer proselitismo de las ideas de la reforma luterana. En 1576 y 1577 parecía ya controlada la actividad misionera de los extranjeros. Algunos habían sido ejecutados, otros condenados a galeras, bastantes encarcelados y algunos huyeron a sus países.
Se suaviza la persecución
A partir de 1575 el rigor de la Inquisición contra los extranjeros se suavizó porque había controlado y prácticamente acabado con aquel tenaz propósito de protestantizar España. Se prueba que en 1582 ya no se practicó ejecución alguna y en los años siguientes una o dos como mucho. Por aquellos años cualquiera sabía que español y católico venía a ser lo mismo y que otra idea religiosa y las personas que la predicaban eran ciertamente enemigos. Se cuenta un dato curioso: Inglaterra con su mirada puesta sobre la península no desaprovechaba ocasión y por entonces se acercó a las costas gallegas el corsario Drake reuniendo a los habitantes de una zona costera en varias iglesias conminándoles a abrazar en anglicanismo. Ni uno siguiera de aquellos gallegos cedió a tal exigencia porque estaban seguros que se lo proponía un enemigo de la fe católica y por tanto un enemigo de España.
No obstante, la sospecha sobre cada extranjero continuó por siglos. En la década de los 1580 el Rey Felipe II pidió suavizar aquellas posiciones y a los extranjeros protestantes se les dejó paulatinamante de exigir que vivieran como católicos, pero si entraban en iglesias debían comportarse como cualquier católico o si encontraban por la calle actos religiosos debían tomar las mismas actitudes exteriores de los católicos. Consta como en algunas regiones españolas por los años 1940 – 50 todavía se castigaba a algún protestante que al paso del Santísimo Sacramento no se descubría. También las actividades de los diplomáticos permanecieron muy vigiladas aunque se permitía la celebración de cultos no católicos en el interior de sus legaciones, pero se vigiló siempre la entrada de cada persona en esos lugares.
A pesar del fracaso protestante continuó siempre la sospecha
Aunque suene dura la palabra “fracaso”, sin embargo es la realidad, pues para el año 1580 la fuerza expansiva de estas ideas había decrecido tanto que las autoridades contemplaron con claridad el éxito de sus estrategias. Tal decrecimiento protestante influyó en que aumentaran las sospechas y comenzaron a ser vigiladas las posadas. Podría decirse que cada español tuviera encomendada la observación de un extranjero. Y surtió efecto porque en 1583 fueron juzgados en Sevilla 81 extranjeros de diversas nacionalidades con sus respectivos conflictos diplomáticos. A la vez se volvió a investigar a españoles que habían tenido contacto con los grupos iniciales de Sevilla y Valladolid, dado que aquella ausencia de toda actividad protestante hacía sospechar en la posibilidad de algún grupo clandestino.
Ante resultados tan positivos, para evitar mayores conflictos diplomáticos y en beneficio de las actividades comerciales en la década de los 1590, el Rey aconsejó mayor flexibilidad en el control y castigo de los protestantes extranjeros. En realidad desde 1580 el fin de la penetración del protestantismo en España era patente. No obstante, Felipe II seguía pensando en lo pernicioso de estas nuevas doctrinas y exigía a su hija Clara Eugenia, gobernadora de los Países Bajos, su esfuerzo continuo para vigilar esas ideas en aquellos territorios y lo mismo pidió a su hijo y sucesor, Felipe III.
Por eso a su muerte en 1598 no cambió prácticamente nada. Durante los cinco primeros años del nuevo reinado la calma fue total pues los ingleses no se acercaron apenas por la Península. Desde 1599 a 1648 en España se toleró la presencia inspeccionada de protestantes extranjeros. Desde 1603, todavía con Isabel I de Inglaterra, se notó una mejora en las relaciones y sobre todo después con el Rey Jacobo I. En sucesivos tratados resultó más condescendiente España que Inglaterra al aplicar la tercera clausula del Duque de Alba de 1575 por la que se determinaba que en la detención de un capitán de barco se confiscaban sus bienes personales, pero no todo el barco y sus mercancías.
En 1604 se firmó el Tratado de Londres por el que se regulaba el comercio entre ambas naciones, procurando evitar las anteriores fricciones religiosas y diplomáticas. Pero el Tratado de Londres no suponía tolerancia alguna ni de culto ni de conciencia para los españoles, pues no permitía a los extranjeros en Inglaterra tener ministros ni templos donde realizar sus reuniones religiosas y se prohibía a los habitantes tener trato con los católicos, a no ser en asuntos diplomáticos o comerciales. Suponía mejores relaciones mercantiles y diplomáticas.
Los españoles se siguen oponiendo a toda relación con protestantes
El pueblo español fue contrario al Tratado de 1604 y cuando en 1605 vino a ratificarlo el Conde de Notingan se produjeron incidentes populares a pesar del buen comportamiento de la delegación inglesa, la cual decidió no sacar de sus barcos las Biblias de Valera – Reina. En los años siguientes la gente se juntaba ante la Embajada Inglesa para protestar y a veces insultar a sus moradores. Se apunta así el ambiente antiprotestante que dominaba a l pueblo. Durante casi 20 años los detenidos fueron escasos, leves los castigos y la condena mayor era la expulsióin del territorio español.
Entre 1624 y 1630, con motivo de la guerra entre España e Inglaterra, se suspendió el Tratado de Londres de 1604, aunque no supuso peor trato a los ingleses. Con la paz de 1630 se reanudó el Tratado y hasta 1648 sólo se detuvo a 8 ingleses. Se insistió en este tiempo en la conversión de los detenidos que a veces se logró, pero de forma ficticia.
Por estos años también el Tribunal Central de la Inquisición ponía cortapisas a los tribunales locales, más exigentes, para que rebajaran penas e incluso en ocasiones las anulaba. Como la presencia extranjera protestante se reducía convenía al Estado evitar fricciones con Ingleterra por causas políticas, diplomáticas y comerciales. Además, alguna tolerancia con los católicos en Inglaterra dependía de la tolerancia aquí con los protestantes ingleses. Pero el antagonismo religioso entre España e Inglaterra comenzó a ser total y los ingleses aumentaron incluso su empeño en extender las ideas protestantes en la Península. La Embajada inglesa en Madrid se convirtió en el punto central donde se reunían todos los que profesaban las doctrinas protestantes y donde llegaban los misioneros ingleses para recorrer luego las regiones españolas con predicaciones y Bíblias protestantes. Por eso este lugar fue estrechamente vigilado y detenidos algunos de los que lo visitaban frecuentemente.
Así las cosas, se tomó la decisión de aislar en lo posible a los ingleses llegados hasta allí de los españoles y también de los propios ingleses residentes en España. Por su parte la gente del pueblo decidió investigar por su cuenta las creencias religiosas de cuantos llegaban a las posadas y hacer las oportunas denuncias. La delación se convirtió en algo habitual a partir del S. XVII. Sin novedades especiales prosiguió la relación tirante en la Península entre católicos y los pocos protestantes, particularmente ingleses, que visitaban nuestras tierras.
De la misma manera transcurrió también la segunda mitad de este siglo, hasta el final de la dinastía de los austrias: Felipe III de 1598 a 1621, Felipe IV de 1621 a 1665 y Carlos II, de 1665 a 1700. En todos estos reinados las dificultades internas fueron considerables y los validos buscaban más sus beneficios que otras cosas. En todos ellos se practicó una política exterior de conciliación. Por eso la cuestión religiosa, desde mediados del siglo, no causó problemas considerables. Si dentro de España continuaba la vigilancia sobre los extranjeros e incluso se multiplicaban las delaciones de la gente, ciertos extranjeros, ingleses en especial, continuaban con la intención de hacer adeptos para las ideas protestantes, terminando la mayoría de ellos en la cárcel y expulsados de las tierras españolas.
III.- Segunda reforma en España
En el S XVIII, ya con los borbones reinando en España, la situación protestante se vió cada vez más disminuida. Los Reyes se titulaban Católica Majestad y las leyes continuaban adversas para todo lo que no fuera católico. Recorrían el país algunos misioneros que siempre acababan encarcelados y deportados a sus lugares de origen. Fuera de esto escasos datos pueden hallarse acerca del protestantismo en la Península en todo este siglo. Lograban escasísimos adeptos que debían vivir en la más estricta clandestinidad. Se acuñó por entonces una frase: “Las paredes oyen”, significativa de la vigilancia y la delación continuas en cualquier sitio. Resultaba casi imposible la existencia de protestantes y si alguno era sorprendido acababa inexorablemente en prisión.
El verdadero avance del protestantismo
En la invasión napoleónica trataron de introducirse elementos protestantes, pero la situación religiosa de las huestes napoleónicas no acompañaba y el patriotismo español de aquellos años lo concentraba todo en mantener la independencia. Ni siquiera las Cortes de Cádiz de 1812 dejaron de subrayar la catolicidad de la nación, aunque suprimieran la Inquisición. Más tarde, con la llegada de Fernando VII aunque volvió a estar vigente esa institución, por cuestiones de alcance internacional se concedió mejor trato a los protestantes extranjeros e incluso en 1831 se les concedieron cementerios propios en algunos lugares. Este nuevo trato hizo pensar en mejores posibilidades para introducir el protestantismo y a partir de ese primer tercio del S XIX se observa un considerable avance en la permisividad en ciertas regiones. . En efecto, se puede considerar que en ésta época y en casi todo este siglo tuvo lugar, no sólo lo que llaman la segunda reforma, sino la llegada de la verdadera reforma protestante a España.
Existieron diversas etapas. Tuvo lugar la entrada de nuevos misioneros de otros países y también de españoles ya protestantes a estudiar sobre el terreno e iniciar unas posibles tareas de reorganización. Entre los más influyentes de los llegados pudieran destacarse: Roberto Chapman, Guillermo Rule y George Alexander y los españoles Juan Calderón, muy vinculado a la revista El Alba y Francisco de Paula Ruet. Por otra parte, los pocos protestantes españoles hicieron desde lo más oculto grandes esfuerzos y organizaron las primeras iglesias españolas. Parece que la primera de éstas se situó en Cádiz en 1838 fundada por Guillermo H Rule, enseguida expulsado, si bién continuó aconsejando por cartas.
Hay que añadir en esos primeros años la recuperación en el extranjero de bastantes escritos protestantes de españoles del S XV con lo cual se logró una especie de “corpus doctrinal” . Luis Usoz y Río se convirtió en el principal impulsor de esta actividad y logró una publicación: “Reformistas Antiguos Españoles” .
Los colportores recorren España
Por estos años, desde los primeros del siglo e incluso antes, comenzaron a recorrer los llamados colportores los caminos de las tierras españolas encargados, especialmente por las Sociedades Bíblicas, de vender a bajo precio o regalar Biblias, Evangelios, también porciones que llamaban de la Biíblia y algunas revistas propagadoras de las ideas protestantes. Procede la palabra colportor del francés y hace referencia a un vendedor ambulante que llevaba colgando diversos enseres que vendía casa por casa. Sus características eran espíritu aventurero, buena reputación y testimonio y una vida de renuncia y privaciones. Los primeros, sólo extranjeros, eran más bien misioneros. Luego se unieron algunos españoles a esta labor de difusión de la Biblia.
Las Sociedades Bíblicas habían nacido al amparo de las Iglesias protestantes para vender sus libros a bajo precio. Desde el S XVI habían participado en las traducciones al español algunos de los huidos desde Sevilla y otros puntos, que se juntaron luego sobre todo en Inglaterra. Uno de los más importantes misioneros y colportores lo tenemos en el escritor inglés George Borrow ( Jorgito el inglés ) que recorrió la Península entre una serie de avatares narrados luego en un libro que tituló: “La Biblia en España”, donde cuenta tantas entradas y salidas en la cárcel, tanta persecución por parte de los simples habitantes o por las autoridades. Además de gran escritor fue un apasionado del pueblo gitano, al que se dedicó con mucho interés.
La Sociedad Bíblica escocesa llegó a Galicia en el S XIX y tuvo como colportores muy conocidos a Ventura Vidal ( León ), Severiano Milos ( Vigo ), Manuel Sendón ( Coruña ) y José de los Ríos ( Orense ). También llegó a España la Casa Bíblica de los Ángeles y en Galicia tuvo colportores como Antonio Pesqueira y Francisco Nores, de Seixo ( Pontevedra ). Estuvo también por España la Scripture Gift Mission, que entregaba libros y folletos gratuítamente, muy bien narrado en el libro de Máximo García Ruiz: “La Biblia perseguida, microhistorias de colportores”. La Sociedad Bíblica escocesa imprimió en Málaga el Nuevo Testamento y trazó una amplia red de colportores por Madrid, Sevilla, Granada, Málaga, Valladolid, Burgos e incluso Segovia, La Mancha, Galicia y Valencia. En la feria de octubre en el Campo Grande de Valladolid, el colportor Flores, que estuvo en el exilio con Matamoros, vendió cerca de 400 Biblias y Testamentos, y 2700 porciones de la Biblia. La Iglesia de Inglaterra también se presentó en Gibraltar. Un representante de la Iglesia anglicana fue Lorenzo Lucena ingresado en 1836 en esta Iglesia.
La constante actividad de estos hombres daba con ellos frecuentemente en la cárcel. Eran seguidos, vigilados, denunciados y apresados. Como algunos de ellos además fundaban pequeños grupos y hasta algunas capillas su actividad fue más vigilada. A la vez algunos pastores dirigían grupos, pequeños conventículos y hasta congregaciones más numerosas en algunas de las ciudades que hemos indicado. Naturalmente, aunque en la máxima clandestinidad ,no podía pasar desapercibido. La sospecha, la observación y la ley pesaban sobre cada uno de ellos. Se sumó a estas actividades la considerable penetración en ambientes católicos de distintas provincias el reparto del periódico “El Alba” y otros lo cual alarmó considerablemente a muchos obispos y se produjo una fuerte protesta. Aunque por entonces muchos de los gobiernos de la reina Isabel II eran de corte liberal y masónico y por lo tanto procuraban dar largas a estas acusaciones no pudieron sino, empujados además por la misma Isabel II, tomar cartas en el asunto. Y las leyes continuaban allí. Cada una de las diversas Constituciones repetían lo mismo: la católica es la única religión del Estado y no se admite ninguna otra.
El proceso de Granada y el sexenio liberal
Tantas actividades , que en muchas ocasiones realizaban con poca prudencia, condujeron a fuertes protestas, especialmente por bastantes obispos como hemos dicho con motivo de la distribución de la revista “El Alba”. La cosa se presentaba fácil, las leyes marcaban la presencia de la Iglesia católica como la única del país y aunque en muchas ocasiones los ministros de Isabel II eran de perfil poco religioso, con la fuerte protesta y la presión directa de la reina procedieron sencillamente a realizar lo decretado en las leyes. Desde 1861 se recabaron datos concretos y al siguiente año poseían amplia información sobre la realidad de las actividades clandestinas de los protestantes. Aunque lo preveían, se vieron sorprendidos por la red perfectamente organizada en toda la nación. Cerraron lugares de culto, escuelas, todo tipo de organización protestante más notable y, eligiendo a los principales promotores y mantenedores de aquel proyecto protestante, señalaron a los 21 que consideraban más responsables encausándolos y conduciéndoles a un sonado juicio en la ciudad de Granada en el año 1863. De esos 21, casi todos pastores españoles puesto que a los extranjeros ya los habían expulsado a sus países, fueron condenados a prisión.
Los encarcelados eran: reformados, presbiterianos, luteranos, metodistas Y congregacionalistas. Entre sus nombres destacaban: Antonio Vallespinosa, el catalán Francisco de Paula Ruet, el andaluz Manuel Matamoros, el alicantino Juan Bautista Cabrera, el catalán Francisco Albricias y otros. La presión de la Alianza Evangélica y el deseo de alejar el problema lograron que la reina conmutara la pena de prisión por la de expulsión de España y todos ellos se diseminaron por países limítrofes, incluso Marruecos, y muy especialmente Gibraltar les sirvió como punto de encuentro. Estaban convencidos de la debilidad de la monarquía de Isabel II y en el mismo año 1868, poco antes de caer ésta, el alicantino Juan Bautista Cabrera, que antes había sido católico en l a Congregación de los Escolapios y que en cierto modo llevaba entonces la voz cantante, convocó en Gibraltar una reunión a la que asistieron la mayoría de los expulsados y donde tomaron decisiones para los acontecimientos inmediatos. En efecto, muy poco tiempo después Isabel II fue exilada a Francia y se implanto un nuevo gobierno de corte totalmente liberal.
No perdieron el tiempo y en pocas fechas se entrevistó Juan Bautista Cabrera y algunos más, según escribe en su diario, con uno de los sublevados, el General Prim, el La Línea quien les dijo estas famosas palabras:
“¿Son Vds. De aquellos que fueron condenados en Granada porque se decía que no eran buenos cristianos? . Sean VDS bienvenidos. Desde hoy en adelante habrá libertad, y concluyó la tiranía. Cada hombre será dueño de su consciencia y podrá profesar la fe que mejor le parezca. Ustedes pueden volver a su país en el primer vapor que salga, y están en libertad de entrar en España con la Biblia bajo el brazo, y predicar las doctrinas en ella contenidas “
Por medio de decreto el gobierno provisional concedió la libertad de cultos y en la Constitución de 1869 se garantizó la libertad religiosa. Se fundaron nuevamente iglesias, escuelas, periódicos, editoriales…
Los lugares de mayor implantación de iglesias protestantes se encontraron en: Andalucía, Madrid, Cataluña, Baleares y Galicia. En la primera reunión de todos estos grupos protestantes en Sevilla determinaron darse el nombre de Iglesia Cristiana Española. En la segunda, en la misma ciudad, pero ya en la iglesia que llamaron de La Trinidad, antes S. Francisco de Paula, celebraron la I Asamblea del 11 al 20 de abril de 1871 en la que acordaron la redacción de una Confesión de Fe, un Catecismo, un Código de Disciplina Eclesiástica, un Directorio para el Culto y un Libro de Himnos. El Consistorio que dirigía la Iglesia lo presidió Antonio Carrasco, un pastor con grandes éxitos especialmente en Madrid y con gran futuro truncado al morir en el naufragio del barco que le conducía de retorno desde América. La Asamblea de 1872 fue considerada de especial importancia. Reunidos en Madrid aprobaron artículo por artículo la Confesión de Fe, no sin considerables discusiones. Finalizó la Asamblea con la ordenación de cinco nuevos pastores, entre los que se hallaba Moreno Astray, hasta hacía poco sacerdote católico de la diócesis de Santiago de Compostela. En este culto predicó Juan Bautista Cabrera. Se la considera la Asamblea de la Unión entre todos, a excepción de los Adventistas y Hermanos.
Fue este un tiempo de Asambleas, de acercamientos y disensiones. Algo de esto se palpó en la Asamblea del 10 – 27 de junio de 1873, cuando Cabrera encontró fuerte resistencia de algunos grupos en la redacción del Catecismo y del Código de Disciplina. Cosa a destacar fue la creación de un Centro de Estudios Teológicos en Madrid. Cabrera comenzaba a destacar y en julio de 1874 fue nombrado pastor de la importante iglesia entonces de la calle Madera Baja de Madrid. En 1875 Cabrera firmaba ya como Presidente de la Junta de la Iglesia Cristiana Española. En las Asambleas a partir de 1875 resultó patente cierta ruptura entre algunos pastores extranjeros, apegados a sus propias denominaciones, y los pastores españoles. La más tensa resultó la Asamblea de 1878 en la que los pastores Fliedner, Ruet, Jameson y Tornos se opusieron al Código. Tornos había sido también sacerdote católico e incluso confesor de Isabel II. Fliedner había llegado procedente de Alemania en 1869 apoyado por la obra de las diaconisas de kaiserswerth, fundada por su padre, Teodoro, en 1828. Con la creación de escuelas, centros de atención a los más necesitados, Federico Fliedner es el fundador de una obra social vinculada a la IEE.
De los protestantes de las diversas tendencias de estos años proceden, sin duda, al menos las Iglesias históricas existentes en nuestros días, aunque a veces algunos miembros de éstas aludan a un deseado origen de los protestantes españoles del S. XVI, prácticamente desaparecidos todos como hemos comprobado en páginas anteriores.
Nacen las dos Iglesias Históricas
La Constitución de 1876 redujo la Libertad Religiosa del Sexenio a mera tolerancia. Nadie sería molestado por sus ideas religiosas pero en costumbres y moral debía volverse a la práctica católica. Las instituciones protestantes de forma más moderada y casi regresando a la clandestinidad, sobre todo por la constante alerta a que fueron sometidos y las constantes denuncias ante los tribunales, hubieron de reducir considerablemente su actividad exterior.
A Juan Bautista Cabrera, acostumbrado a las formas eclesiásticas vividas en sus años de religioso Calasancio, le parecía extraño el comportamiento de aquellos pastores que, según él, hacían tan poco por la unidad de aquella incipiente Iglesia Cristiana Española y se puso más en guardia cuando en la Asamblea de 1877 se abordó el tema del presbiterio de Madrid, tan anhelado por Cabrera, momento en el que muchos llevaron la contraria a este pastor levantino. Juan Bautista Cabrera se había esforzado como el que más en la redacción de la Confesión de Fe, de todos los otros documentos y el Libro de Himnos le había escrito íntegramente. En abril de 1880 Cabrera dio un paso decisivo fundando la Iglesia Española Reformada Episcopal ( IERE ). Para unos constituía una excisión por parte de quien había luchado tanto por la unidad protestante, para otros ,agotados los intentos de armonía, Cabrera y otros ex – clérigos católico – romanos acordaron estructurar de forma episcopal la Iglesia Cristiana Española. El 23 de septiembre de 1894 era consagrado Juan Bautista Cabrera como primer obispo de esta Iglesia.
Por su parte la Iglesia Cristiana Española continuaba sus Asambleas. En 1886 se celebró en Madrid la X Asamblea formada por representantes de sus comunidades en Madrid, Sevilla, Córdoba, Granada, Jerez, Isla de San Fernando, Málaga, Reus, Camuñas, mocejón, Cartajena, Cádiz y Huelva, y las misiones de Utrera y Villafranca de Córdoba, todas ellas de tradición presbiteriana. La unión Ibero – Evangélica que agrupaba asociaciones de tipo congregacionalista en Santander, Bilbao, San Sebastian, Logroño, Pradejón, y Zaragoza, con varias misiones, decidió unirse a la Iglesia Cristiana Española que, con este motivo, cambió su nombre por el de Iglesia Evangélica Española ( IEE ) en mayo de 1886, adoptando también como bases, la Confesión de Fe y la Disciplina de la Iglesia Cristiana Española.
De esta manera quedaban constituídas las dos Iglesias protestantes denominadas Iglesias Históricas. Sometidas a observación y delación, con las diferencias surgidas entre ambas y con el mayor proselitismo posible entre algunos sectores católicos con el fin de aumentar sus miembros se llegó a finales del S. XIX, la verdadera etapa de la implantación del protestantismo en España.
IV. Muchos sufrimientos y alguna esperanza ecuménica
Como los españoles, sus autoridades y la Iglesia Católica atacaban en bloque a los protestantes, fueran de la denominación que fueran, aunque con bastantes divergencias decidieron hacer cierto bloque para organizar una campaña de mítines en 1910. Recogieron 150.000 firmas en pro de la libertad de culto. Las entregaron al gobierno y Canalejas autorizó que los lugares protestantes fueran identificados con rótulos o cruces. Resultó un éxito que, dentro de la oscuridad en que volvían a vivir los protestantes, proclamaba a los cuatro vientos su presencia en muchas calles de ciudades y pueblos. Los católicos seguían sin comprender por qué unos herejes en su mayoría extranjeros se mantenían empeñados en destruir la unidad religiosa española y los protestantes de estos años tampoco entendían por qué ellos, españoles en su mayoría, eran rechazados y perseguidos de aquella forma. La irreconciliación era patente y cada parte movía los peones necesarios para imponerse al otro. Aquí los católicos llevaban siempre las de ganar por su aplastante número y por los resortes políticos a su disposición. Aunque en un nuevo siglo, las cosas continuaban francamente enconadas.
En mayo de 1914 se produjeron en Barcelona y Tarragona manifestaciones de protestantes contrarrestadas por otras de grupos católicos conservadores, empujados por algunas jerarquías eclesiásticas. Después de muchos intentos se constituyó la “Alianza Evangélica Española”. En varias ocasiones esta Alianza protestó ante las autoridades por la dura discriminación de que eran objeto los evangélicos. En 1922 comenzó a funcionar en Barcelona un seminario de la Iglesia Bautista, con efímera duración pues en 1923 se impuso la dictadura militar de Primo de Rivera. Como el General blasonaba de católico y se hallaba muy cerca de la jerarquía suprimió toda libertad religiosa concedida por gobiernos anteriores y la situación del protestantismo español pasó por bastantes dificultades, denuncias, prohibiciones y sufrimientos hasta la llegada de la Segunda República. Todo se utilizaba por unos y otros para enconar los ánimos.
República y Guerra Civil
Con la proclamación de la República en 1931 creyeron los protestantes sentirse más seguros y saludaron con alborozo su llegada, especialmente en declaraciones de ciertos pastores publicadas y utilizadas después en el régimen de Franco contra los propios protestantes. Pronto, sin embargo, empezó también su zozobra con el proyecto de Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas. Se abría la incertidumbre y en abril de 1935, después de cuatro años de República, cuando la persecución religiosa se hizo implacable con los católicos” los protestantes españoles, sinceros republicanos” decían, no pudieron celebrar ese aniversario con la alegría de los primeros años porque la persecución atea dejaba también vacíos sus templos y les hacía imposible a los pastores su misión.
El 18 de julio de 1936 estalló la guerra y D. Carlos Araujo escribía en la revista “El Cristiano”: “Estamos en Guerra Civil. Al principio pareció una sedición, un levantamiento, algo que podría ser sofocado en unos días, tal vez en algunas semanas…”
El Gobierno de la República había ayudado a las Iglesias protestantes, pero ante el difícil control de milicianos y otras fuerzas, los pastores extranjeros fueron repatriados en su mayoría y la IEE puso sus edificios bajo la protección de Suiza. A finales de 1938 se creó el Comisariado Nacional de Cultos, de la Presidencia del Consejo de Ministros, pero de nada sirvió ya. A la vez en los territorios conquistados por Franco se derogaba la Constitución de 1931 y todo volvía a la situación anterior: se cerraron iglesias, se acusó a pastores y fieles protestantes de comunistas y republicanos, se practicaron detenciones y depuraciones, bastantes fueron encarcelados, al menos dos pastores fueron fusilados y otros estuvieron a punto de morir.
Todo lo sucedido durante los años de la contienda generó considerable antagonismo y rencor entre sectores católicos y los protestantes. Los primeros años de postguerra fueron dificilísimos para la vida nacional y también para los no católicos. Aunque en Madrid, Galicia y Sevilla las Iglesias evangélicas gozaron de alguna tolerancia no fue así en toda España incluso en Madrid el complejo de la IEE de la calle Bravo Murillo, 85 fue apedreado en varias ocasiones por jóvenes católicos por pensar que aquellos edificios habían sido protegidos por comunistas, sin saber que se debió a ponerse bajo la protección suiza. Había crecido la idea de que protestante y comunista eran dos cosas iguales. Las Iglesias del Sur sufrieron fuerte represión y algunos pastores tuvieron que ocultarse. Siempre decían en el régimen que no era debido a su situación religiosa, sino a su ascripción política. En mayo de 1939 protestaron oficialmente algunos pastores en Cataluña por permanecer cerradas sus iglesias. Se les contestó que para ello precisaban de una orden superior. Durante un tiempo la inseguridad era permanente en cualquier sitio de España, pues interrumpían el culto, especialmente los falangistas, en iglesias y casas particulares, se llevaban detenidos a muchos de los asistentes y se incautaban los libros y objetos de culto. En algunos templos se presentaron grupos de esos falangistas y después de expulsar a los asistentes destrozaron los locales. En ocasiones eran multados con cantidades a las que no podían hacer frente y el pastor Joan Ganzález señala que en 1940 le fueron requisadas 100.000 Biblias y otros libros religiosos a la Sociedad Bíblica de Madrid.
En 1945 se aprobó el Fuero de los Españoles donde se determinaba que la única religión era la católica, pero que no se molestaría a nadie por sus convicciones religiosas. Quedaba, sin embargo, prohibido todo culto público no católico. Se trataba de toda una restricción, aunque comparado con lo de años anteriores algo más permisiva. En esta situación los rencores crecían en ambas partes. Los protestantes advertían cómo los católicos aprobaban las actividades antiprotestantes: prohibición del matrimonio religioso, dificultades en los enterramientos, apedreamiento por jóvenes católicos de algunos templos protestantes, vejación pública de fieles evangélicos, pastorales antiprotestantes de diversos obispos, etc, etc . A la vez los católicos se exasperaban al ver como en sus pesquisas comprobaban cierto crecimiento del protestantismo con sus templos abarrotados, sobre todo en Barcelona, y la aparición de nuevas capillas. Puede decirse que entre los años 1945 y 1955 el enfrentamiento entre unos y otros llegaba a extremos considerables, si bien siempre acababan perdiendo los protestantes. Las autoridades civiles entorpecían constantemente la acción de los protestantes y la jerarquía católica denunciaba incesantemente todo movimiento de éstos. Los españoles llegaron a pensar de nuevo que los evangélicos debían ser considerados como enemigos de España por comunistas y creían que casi todos ellos eran extranjeros. Hasta los niños se juntaban a gritar ante algunos templos protestantes.
En 1955 la Iglesia Metodista Española decidió unirse a la IEE, para lo cual el Sínodo de 1954 aprovo una versión revisada de su Confesión de Fe y de su Reglamento. Habían sido misioneros ingleses quienes fundaron la primera comunidad metodosta el 1 de septiembre de 1871. En el momento de la unión, la aportación metodosta fue en Cataluña de las comunidades antiguas de Barcelona y Rubí a las que se añadieron posteriormente las nuevas comunidades de L´Hospitalet de Llobregat, Santa Coloma de Gramanet y La Llagosta. De Mallorca ingresaron en la IEE las Iglesias de Palma de Mayorca, Capdepera, Mahón, Es Castell y misiones. Aún hoy se advierten todavía ciertas diferencias entre la doctrina presbiteriana y reformada de la Iglesia Evangélica Española y la metodista de este grupo. La IEE pertenece ahora a la Alianza Reformada Mundial y al Consejo Mundial de Iglesias desde su fundación en 1948.
Últimos coletazos de la intolerancia
En enero de 1956, en plena celebración del Octavario de Oraciones por la Unión de las Iglesias, tuvo lugar en Madrid un suceso exponente a las claras de la situación protestante de aquellos momentos. Uno de aquellos días se presentó la policía en los locales de la IEE en la calle de Bravo Murillo, 85. Llevaban orden del Gobernador Civil de clausurar todo aquel complejo. Se encontraba entonces allí el colegio protestante de El Porvenir con aulas, Biblioteca, comedor, etc y el Seminario Evangélico Unido de Teología ( SEUT ), instalado en aquellos locales desde 1947, después de permanecer varios años en la calle de Noviciado 5. Naturalmente en sus instalaciones se encontraba material docente teológico y los enseres propios de un centro de esas características. Lo saliente del caso fue que inmediatamente detrás de la policía apareció una turbamulta de gentes vociferante contra los protestantes y exigiendo el cierre de aquellos locales. Parece comprobarse que la mayoría de aquellas gentes habían sido convocados en aquel punto y hora por la asociación Fe Católica, conocida por su incontenible antiprotestantismo y entre aquellos manifestantes se vieron algunos de sus dirigentes. Efecto del cierre fue la paralización de aquel centro, la incautación de 10.000 Biblias, unos 25.000 Evangelios, bastantes libros de Himnos y diversos libros del culto. EL seut hubo de ser trasladado a Barcelona, desde donde regresó a Madrid en 1965 a la calle de Beneficencia , 18 para pasar en el año 2001 a El Escorial. En el año 2011 fue reconocido por el gobierno de Rodríguez Zapatero como Facultad Teológica y dentro de unos meses será instalado de nuevo en Bravo Murillo, 85. Actos como este envalentonaban de forma considerable a numerosos grupos antiprotestantes y contribuían poderosamente a generalizar este ambiente.
La reacción internacional contra este acto fue enorme. Los embajadores de EE. UU., del Reino Unido, de Suecia, de Alemania… protestaron inmediatamente en nombre de sus gobiernos. El suceso adquirió proporciones insospechadas para el régimen. Incluso en Suiza pensaron restringir la tolerancia de que gozaban allí los católicos. Hubo grandes protestas también de éstos en casi toda Europa. El famoso teólogo alemán Dibelius intervino ante el Papa Pío XII, quien se dirigió a las autoridades eclesiásticas españolas. Se cruzaron documentos entre la Conferencia de Metropolitanos y el Ministerio de Justicia. Sin embargo, el artículo 6º del Fuero de los Españoles pesaba como una losa: “La Religión católica es la única del Estado Español”. Prácticamente todo seguía igual. Pero el ingreso de España en la ONU en 1960 empujó al Gobierno Español a mostrarse más tolerante y permisivo con las confesiones no católicas.
“Aquí no tenemos protestantes”
La convocatoria del Concilio Vaticano II por Juan XXIII en enero de 1959 logró que los españoles comenzáramos a oír hablar de algo desconocido para nosotros hasta entonces: el ecumenismo. Existía una actividad eclesial denominada así y que consistía en buscar la unión de los cristianos separados. Pilló de sorpresa e impactó a muchos españoles. Lentamente supimos en qué consistía y adquirimos los primeros conocimientos ecuménicos en libros extranjeros, especialmente franceses. Una muestra el del P. Congar, OP, titulado: “ Cristianos desunidos” , abc para la comprensión del ecumenismo entre algunos eclesiásticos españoles. Ya la primera etapa del Concilio nos trajo ideas más concretas sobre el Movimiento Ecuménico, su historia, su teología, su pastoral. Incluso en las primeras semanas de esta etapa se comenzaba en Madrid un diálogo entre algunos sacerdotes católicos y las primeras autoridades protestantes de la IEE y la IERE. Años antes, en 1954 y en Barcelona y Salamanca, se había iniciado el primer ecumenismo de España.
Cuando en la segunda y tercera etapas conciliares quedó bien a las claras en qué consistía el ecumenismo y cómo era “vocación y gracia” para todos los católicos, nos pareció algo verdaderamente sublime en la actividad conciliar y nos sumamos plenamente a aquel Decreto: ” Unitatis Redintegratio” promulgado el 21 de noviembre de 1964. Algo curioso: también a los Padres Conciliares españoles les parecía estupendo. Y ¿cómo, se preguntaban los católicos españoles, si entonces la Iglesia católica en España tendría que cambiar tantas actitudes?. Se lo respondieron los propios prelados: “ esto está muy bien, es para los países europeos, pues en España no nos afecta porque aquí no tenemos protestantes”.
No obstante, algunos de aquellos obispos publicaron Cartas Pastorales con cierto contenido ecuménico, pero absolutamente alejadas de todo compromiso como se demostró en la tibia posición del episcopado español en la discusión conciliar de la Declaración “ Dignitatis Humanae” sobre la libertad religiosa promulgada el 7 de diciembre de 1965. Pero el Concilio había desde su primera etapa sembrado responsabilidad e ilusión entre muchos católicos de los cuales algunos acrecentaron su actividad ecuménica y otros iniciaron un considerable compromiso ecuménico entre católicos y protestantes. Fueron los años dorados del ecumenismo español. Así saltaron a la acción ecuménica nombres protestantes, los pastores Corvillón, Poveda, Vidal Regaliza, Mendoza, Calellas, Capó, etc de la IEE, el obispo Taibo y el presbítero Andrés Puchades de la IERE o los pastores Rodrigo y Cardona de la Iglesia Bautista. En el campo católico se pueden subrayar los PP. Botám, Sánchez Vaquero, García Hernando, Gesteira, Díez, González Prado y otros y los PP. Tchiamparlis y Moldovan ortodoxos. Todos son testigos de un primer y sincero ecumenismo español espoleado por una profunda espiritualidad, sincera fraternidad y considerable esperanza y aparecieron organismos tan importantes como el Comité Cristiano Interconfesional que tanto unió la actividad ecuménica de católicos, protestantes y ortodoxos durante casi 30 años.
En aquellos primeros años el número de evangélicos en España era muy pequeño: 30.000, reconocido por ellos mismos y el de los ortodoxos se reducía a los pertenecientes a las embajadas de países de confesión ortodoxa.
Situación del actual ecumenismo en España
Choca bastante esta realidad ecuménica con la actual cuando las distintas Iglesias viven mucho más alejadas y practican todas una considerable indiferencia en su ecumenismo. Se encuentran jerarquías religiosas católicas que continúan aludiendo a la falta de protestantes con quienes dialogar, las Iglesias históricas se sienten ignoradas por la Iglesia católica, otras confesiones mantienen que poco puede hacerse en terreno ecuménico mientras aún se mantengan los recuerdos de la postguerra y los ortodoxos no se consideran debidamente reconocidos.
En cuanto a la Iglesia católica conviene aludir a la ausencia de actividad ecuménica en la pastoral nacional, diocesana y parroquial, cierta desconexión entre los Centros Ecuménicos, la desconfianza de los ecumenistas en el hacer ecuménico del episcopado, el nulo compromiso de los jóvenes en el ecumenismo a pesar del trabajo de algunos delegados diocesanos, la escasísima formación ecuménica en los centros eclesiásticos y el exiguo número de clérigos expertos en teología ecuménica. La IEE y la IERE se encuentran bastante debilitadas en estos momentos teológicamente, en su pastoral y actividades ecuménicas. Se hallan miembros de estas iglesias que echan de menos el vigor teológico de décadas anteriores. Esto hace que les falte reflexión serena y profunda en todas las áreas de su ser Iglesia incluyendo el ecumenismo. Y como consecuencia, en palabras de algunos de ellos, su experiencia eclesial también se les hace muy liviana y prácticamente anecdótica. Ello, unido a la posición indicada de la Iglesia católica y a las actitudes surgidas en el último Sínodo de la IERE y en la última reunión de la IEE en Málaga, contribuye de manera decisiva al empobrecimiento del ecumenismo en nuestra nación. No obstante tienen esperanza en que el Espíritu encienda una llamita en algún lugar. Hoy el número de fieles en estas Iglesias históricas es muy pequeño, sin embargo el de las Iglesias libres ha crecido considerablemente por efecto de la inmigración y puede acercarse a unos 600.000 fieles, si bien con muy pequeñas vinculaciones entre sí.
Las Iglesias ortodoxas que viven hoy en España cuentan con más de un millón de fieles. Se trata de un número considerable llamado a contribuir a la creación de un sano ecumenismo entre nosotros. Por el momento, con las dificultades y vaivenes de su establecimiento, ni ellos se ven con la solidez y unidad necesaria, ni la Iglesia católica las toma en seria consideración, a la vez que para las Iglesias protestantes son poco asequibles para la relación ecuménica. Las iglesias ortodoxas más antiguas en España y con un considerable bagaje ecuménico son la Ortodoxa Griega del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla y la Ortodoxa Rumana. En los últimos meses se ha intensificado el proyecto de un Consejo Nacional de Iglesias. Se expuso su necesidad por parte de la Comisión de Relaciones Interconfesionales hacia el año 2004, pero fue rechazado por la Conferencia Episcopal. Después de estos años, ahora, Iglesias históricas protestantes y las Iglesias ortodoxas han comenzado reuniones para establecer este posible Consejo. Ha sido informada e invitada la Iglesia católica que, como se suponía, no participará en la creación de este Consejo, aunque el Directorio de Ecumenismo aconseja vivamente formar parte activa de estas instituciones ecuménicas que surgen por casi todos los países.
José Luis Díez Moreno
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