Todos juntos
Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

martes, 18 de junio de 2013

LOS OTROS

" Juan le dijo (a Jesús):
- Maestro, hemos visto a uno que estaba expulsando demonios en tu nombre, y se lo hemos prohibido, porque no es de los nuestros.
Jesús contestó:
- No se lo prohibáis, porque nadie puede hacer milagros en mi nombre y al mismo tiempo hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro."
(Mc 9,38-40) [Traducción B.T.I.]


En nuestra sociedad y en la iglesia se habla hoy mucho de pluralismo, de respeto a todas las ideologías y formas de interpretar la realidad. Sin embargo, este naciente pluralismo está creando fuertes tensiones en la sociedad y en las comunidades cristianas, tanto más fuertes cuando más rígidos han sido el centralismo o el unitarismo padecidos.

Admitir el pluralismo supone tener conciencia de la relatividad de la verdad, de la laboriosidad de la unidad, de la transitoriedad de las situaciones, aunque ello provoque ansiedad, angustia e inseguridad en el ser humano. La uniformidad es el fruto de la comodidad y de la alienación de los que obedecen, y de la manipulación de los que mandan. La fuerza del Espíritu de Dios, sin embargo, y según el texto de arriba, está más allá de los monopolios, de las instituciones y de las iglesias. Dios es siempre “más”.

No podemos dejar de reconocer que los cristianos hemos caído a menudo en este pecado. Fácilmente desconfiamos —y condenamos— las iniciativas o la acción de los no cristianos, o de los otros cristianos.

La causa más habitual de las tensiones en la iglesia es la diversa manera de pensar. Otra causa de la intransigencia es el celo desmedido por guardar la pureza de la fe, como si para conservarla tuviéramos que expresarla siempre con las palabras intocables del pasado.
Pero la causa mayor de la intransigencia quizá sea la lucha que han desatado los que se sienten perjudicados y atacados por los que pretenden desmontar el cristianismo burgués sobre el que está edificada nuestra iglesia de Occidente.

La comunión entre las iglesias, entre las naciones, entre los pueblos y comunidades no está en la uniformidad, sino en el amor, fruto de la justicia y de la libertad.

Es necesario el pluralismo en todos los ámbitos: por la complejidad de la verdad, de la que cada uno vemos mejor una parte; por el respeto a las libertades legitimas de los individuos y de los grupos; por la independencia del Espíritu en su manifestación en todo esfuerzo humano que lleve como marca la solidaridad universal.

Todo lo dicho no quiere decir que todos los pluralismos sean verdaderos, aunque no seamos cada uno de nosotros los que podamos decir cuáles no lo son. Son inviables los que no busquen como fin último el bien de todo el hombre y de todos los hombres; que para un cristiano significa todo lo que no tenga como norma el camino de amor que marca el evangelio, pero teniendo cuidado, porque se han presentado —y siguen presentándose— como evangélicas muchas exigencias que no tienen nada que ver con los planteamientos de Jesús.
El pasaje evangélico de más arriba descalifica todo intento de monopolizar a Dios, a Jesús o al Espíritu. Y consagra todo pluralismo legítimo.

Juan, uno de los discípulos más allegados a Jesús, se dirige al Maestro para contarle el encuentro que han tenido con un exorcista que utilizaba su nombre para expulsar demonios. El discípulo amado de Jesús personifica, en esta ocasión, la actitud del hombre preocupado exclusivamente de reclutar adeptos para el propio grupo y que, por ello, no tiene en consideración a los que quedan al margen o no quieren enrolarse.

No se dice nada de quién era el exorcista. A los evangelistas les interesa solamente poner de relieve la apertura que la comunidad cristiana debe tener con los que, no perteneciendo expresamente a la iglesia, demuestran hacia Jesús una actitud de simpatía y acercamiento. Ya había surgido en el seno de las primeras comunidades cristianas la tentación de monopolizar y fijar las características y condiciones que debían tener los verdaderos seguidores de Jesús.

Como los discípulos tenían éxito expulsando demonios en nombre de Jesús, uno de aquellos exorcistas intentó hacerlo él también aunque no pertenecía al grupo de sus discípulos. La invocación del nombre del joven galileo era eficaz también en los que estaban fuera de la comunidad.

Entonces se lo quieren impedir, pero sin éxito Y quedan inquietos, consideran su posición al lado de Jesús como un privilegio que los coloca por encima de los demás. Lo que hace el extraño merma su grandeza. Quieren dominar, no servir. ¡Qué frecuente es ponernos en contra de alguien y considerarlo enemigo sencillamente porque hace cosas que nosotros no sabemos o no queremos hacer!

“No es de los nuestros”. El orgullo de los discípulos se expresa en la pretensión de tener, como grupo, el monopolio absoluto de Jesús. Grave peligro de todo grupo: juzgar a una persona o una actuación según sea o no del propio grupo, sentir la necesidad de afirmar el propio grupo por oposición, distinción o separación de los demás. Este es “de los nuestros” y aquél no. Los nuestros son los buenos; los demás, los malos. Las faltas de los nuestros son errores, las de los demás extrema malicia. Las cosas buenas de los demás tampoco son tan buenas y se llegan a negar... Nos cuesta aceptar que las organizaciones de los otros” tengan resultados positivos. ¿Será mucho pedir que el nombre de Jesús lo usemos “para” y no “contra”, que su evangelio lo utilicemos, más que para defender posiciones, para dilatar los espacios del Reino Nuevo que Él vino a aportarnos?

Detrás de la protesta de Juan se ve con claridad ese egoísmo de grupo, tan frecuente en nuestro seno; ese terror a la competencia, que solemos enmascarar de fe, pero que es en realidad uno de nuestros más profundos miedos a perder el monopolio de la salvación.

El discípulo mezquino e inseguro soporta mal que el Espíritu sople donde quiera. Y se dice para sí: ¿No debe estar sólo en nuestras manos, de tal forma que aparezca con claridad que únicamente nosotros somos sus legítimos transmisores?

Sin embargo, los auténticos seguidores y amigos de Dios se gozan en libertad del Espíritu. No se sienten desairados si las almas se acercan a Dios por otros caminos que, frontera de la heterodoxia, porque buscan, en todo, los intereses de Dios, al que aman, y no los propios. Y esto es lo importante: que el bien se abra camino, no ponerle nunca freno. Dios se conformaría, a veces, con que no seamos frenos del Espíritu.

La iglesia no puede pretender el monopolio de Cristo. Jesús es más que la iglesia, desborda las fronteras de ésta; Por eso, sin renunciar a pertenecer a la iglesia, debemos evitar descalificar a tanta buena gente que a su manera se inspira en el Mesías, reconocer todo lo bueno que hay en las demás iglesias o en lo que no son iglesias, alegrarnos por ese bien y ser vínculos de paz y de unión. Ser fieles seguidores de un Dios inmensamente universal.

Abramos los ojos: en muchos de “fuera” está actuando hoy eficazmente el Espíritu que inspira el reino de Dios, el Espíritu de Cristo. Y también lo contrario es una desgraciada evidencia. A buen entendedor…

 






Juan Ramón Junqueras
Cristiano Optimista de Todos los Días

Iglesia Adventista del Séptimo Día

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