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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

domingo, 26 de febrero de 2023

EL ECUMENISMO EN LA ENCICLOPEDIA (II)

EL ECUMENISMO EN LA ENCICLOPEDIA CATÓLICA ONLINE (2ª Parte)


4.- Divisiones de la Cristiandad y sus Causas

a.- Cismas extintos

Las notables herejías que se originaron en los primeros cuatro siglos del cristianismo desaparecieron hace mucho tiempo. El gnosticismo en sus diversas formas ocasionó serios problemas a los apologistas del siglo II, pero apenas sobrevivió hasta el III. Del montanismo y el novacianismo no se oyó mucho luego del siglo III, y el donatismo, que surgió en África en el 311, pereció en la ruina general del cristianismo africano causada por la invasión de los vándalos en el 429. El maniqueísmo surgió en el siglo III, pero no se oyó mucho sobre él hasta después del siglo VI, y el pelagianismo, que surgió al mismo final del siglo IV, aunque durante un tiempo provocó una crisis aguda, recibió un golpe demoledor en el Concilio de Éfeso (431) y desapareció por completo después del Concilio de Orange en 529. El Arrianismo surgió a principios del siglo IV y, a pesar de su condena en Nicea (325), se mantuvo vivo tanto en su forma pura como en su forma diluida de semiarrianismo por el apoyo activo de dos emperadores. Desde la época del Primer Concilio Ecuménico de Constantinopla (381) desapareció de los territorios del Imperio, pero recibió un nuevo hálito de vida entre las tribus del norte, los godos, lombardos, borgoñeses, vándalos, etc. Esto se debió a la predicación de Ulfilas, un obispo con puntos de vista arrianos, que en 341 fue enviado desde Constantinopla para evangelizar a los visigodos. Desde los visigodos se extendió a las tribus afines y se convirtió en su religión nacional, hasta 586, cuando, con la conversión de Recaredo, su rey, y de los visigodos españoles, perecieron los últimos restos de esta herejía particular.

Como estas antiguas herejías ya no existen, no nos conciernen para el problema práctico de reunión que está ante nosotros al presente; pero es instructivo señalar que los principios que contenían son los mismos que, tomando otras formas, han motivado invariablemente la larga serie de revueltas contra la autoridad de la Iglesia Católica. Consideradas de ese modo, las podemos dividir en cinco clases. Primero están ciertas dificultades intelectuales que siempre han confundido la mente humana. La dificultad de explicar la derivación de lo finito a partir de lo infinito, y la dificultad de explicar la coexistencia del mal con el bien en el universo físico y moral, motivó las extrañas especulaciones de los gnósticos y la más simple pero no menos inconsistente teoría de los maniqueos.

La dificultad de armonizar el misterio de la Trinidad en Unidad, y el de la Encarnación, con las concepciones de la razón natural motivó las herejías de los patripasianos, los sabelianos, los macedonios, y los arrianos, y de nuevo la dificultad de concebir lo sobrenatural o justificar la idea de pecado heredado motivó la negación pelagiana de estas doctrinas.

Una segunda fuente de herejías ha sido el estallido de fuertes emociones religiosas, basadas generalmente en visiones imaginarias, que al ser comunicaciones directas de lo alto, se pretendió que la enseñanza tradicional de la Iglesia debía cederles el paso. El montanismo, ese ejemplo temprano de las que ahora son glorificadas como "religiones del Espíritu", fue el ejemplo más notable de esta clase.

En tercer lugar, el roce bajo la regla de autoridad, con el deseo de perseguir ambiciones personales, se aprecia en los orígenes del donatismo y novacianismo, cuyos fundadores, aunque alegaban sobre la endeble base de que los gobernantes a los que ellos deseaban desplazar habían sido nombrados irregularmente, se debe considerar que actuaron principalmente por el deseo de exaltarse a sí mismos, aun a riesgo de dividir la comunidad cristiana.

En cuarto lugar viene el principio de nacionalismo, es decir, de exclusivismo nacionalista, en los que se aliaron con un movimiento separatista no por alguna convicción personal surgida de la justicia de los argumentos a su favor, sino porque sus dirigentes se las ingeniaron para presentarlo como un medio de enfatizar su sentimiento nacional. Este siempre ha probado ser un poderoso instrumento en manos de los líderes heréticos, y tenemos los primeros ejemplos de ello en la forma en que se presentó el donatismo como la religión de los africanos, y el arrianismo como la religión de los godos.

Una última clase de motivos que a menudo ha trabajado para la separación hay que buscarla en la disposición de los gobernantes temporales para inmiscuirse en la administración de la provincia eclesiástica y moldear arreglos eclesiásticos en formas que puedan ayudar a sus regímenes políticos. Tenemos un ejemplo de este mal en la conducta de los emperadores Constancio y Valente, que tan desastrosamente fomentaron la herejía arriana. Los Padres ortodoxos opusieron a todos estos falsos principios, en primer lugar, la autoridad de la tradición que nos ha llegado de los Apóstoles, aunque no se negaron a enfrentarse con los heresiarcas en su propio terreno también, y refutarlos con argumentos, como lo testifican muchos hermosos tratados.

b. Nestorianismo

Además de estas notables herejías de los primeros siglos, que fijaron el tipo, por así decirlo, para todas las divisiones futuras, el monotelismo  en el siglo VII, la iconoclasia en el VIII, junto con las herejías de los valdenses, albigenses, wiclifitas y de los husitas del período medieval, introdujeron el conflicto y la división en la cristiandad por períodos cortos o largos. Como, sin embargo, ellas también se han extinguido, es suficiente con hacer referencia a su existencia, y podemos transmitir a las Iglesias separatistas aún perdurables en el Oriente de las cuales la más antigua es la nestoriana. La doctrina  distintiva de los nestorianos es la que, según afirmada por Nestorio, fue condenada en el Concilio de Éfeso, en 431. Es la doctrina de que en Cristo hay no sólo dos naturalezas sino también dos personas,  la persona divina, que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad,  y la persona humana, que nació de la Virgen María; y que la unión entre estas dos personas no es física sino moral, habiendo escogido la persona divina a la persona humana para que sea su morada e instrumento de una forma única. Como Nestorio, después de su condena, fue encarcelado  por primera vez en su antiguo monasterio en Antioquía  y luego desterrado al Gran Oasis en el Alto Egipto, su influencia personal sobre sus discípulos cesó. Pero su doctrina se derivó, sin duda, de su antiguo maestro, Teodoro de Mopsuestia,  y, como la memoria de Teodoro fue apreciada como la de la luz teológica más grande de Siria,  la doctrina condenada encontró muchos amigos en el patiarcado oriental, y fue emprendida con un celo especial en Edesa. Desde allí se extendió al vecino reino de Persia donde fue acogida y protegida por el rey persa como una tendencia a emancipar a sus súbditos cristianos de la influencia bizantina. Poco después, el sentimiento predominante en Antioquía se convirtió en monofisita y los nestorianos del patriarcado tuvieron que refugiarse en Persia, con el resultado de que el desarrollo posterior de la herejía tuvo su centro de propagación en la ciudad persa de Seleucia-Ctesifonte, en el Tigris, donde tuvo su sede metropolitana. Estos nestorianos tenían un buen espíritu misionero, y evangelizaron muchos países en el Lejano Oriente, algunos incluso llegaron a China, y otros fundaron esas comunidades cristianas en la costa Malabar de la India  llamaron a los cristianos tomases,  o cristianos de Santo Tomás. Esta iglesia nestoriana alcanzó su más alto grado de prosperidad en el siglo XI, pero la invasión de los mongoles en los siglos XIII y XIV llevó a sus seguidores a la ruina, y la gran masa de sus descendientes fue absorbida en la población musulmana en general. Ahora están representados por un cuerpo pequeño, que habita en las fronteras del lago Urumiyah en el Kurdistán y en las zonas más elevadas. Ellos no son una raza muy civilizada y probablemente saben poco de la doctrina que fue la causa original de su secesión, o la conocen sólo como la consigna patriótica de su raza. Un cuerpo aún más pequeño de católicos (uniats) de la misma ascendencia espiritual y el mismo rito litúrgico  son llamados caldeos y viven en el valle del Eufrates y el Tigris. En 1870 sus catholicos se separaron por un asunto puramente personal, e indujeron a su pueblo a rechazar la aceptación de los decretos del Vaticano.  Regresaron a la unidad siete años más tarde, pero el episodio parece demostrar que su fe no es muy firme.

c. Monofisismo

El cisma monofisita tuvo consecuencias aún más graves. Su doctrina distintiva está asociada con el nombre de Eutiques, anterior archimandrita de un monasterio cerca de Constantinopla, y Dióscoro, el sobrino de San Cirilo y su sucesor en la sede patriarcal de Alejandría. Esta doctrina, que fue condenada en el Concilio de Calcedonia en el año 451, contrastaba con el nestorianismo pues iba hacia el extremo opuesto. Sostenía que en Cristo hay no sólo una única personalidad, sino también una sola naturaleza. "De dos naturalezas, pero no en dos naturalezas", fue su frase; porque los monofisitas fueron celosos defensores de los decretos de Éfeso, y afirmaban que María era la theotokos, de quien su Hijo recibió una naturaleza humana perfecta; pero afirmaban que el efecto de la unión era que la naturaleza divina absorbió la humana, de modo que ya no hubo dos naturalezas, sino sólo una; nada excepto eso les parecía que disolvía la unidad esencial de la persona de Cristo. En Éfeso, los dos teólogos mencionados habían estado al lado de San Cirilo y habían luchado duro por la condena del nestorianismo justo sobre esta base, que equivalía a una negación de la unidad de Cristo; y ahora les parecía que su doctrina, que había triunfado tan espléndidamente en Éfeso, había sido condenada en Calcedonia. Tampoco puede negarse que algunas expresiones imprudentes usadas por San Cirilo, aunque no era esa su intención, fueron susceptibles de una interpretación monofisita. Además de Eutiques y Dióscoro, algunos de los que habían firmado los decretos del nuevo concilio consideraban que las expresiones de San Cirilo se vieron afectadas por sus decisiones, y regresaron a casa insatisfechos.

Pero aquí, también, fue principalmente el sentimiento racial, que al intensificar la crisis, provocó un cisma de largo alcance. Aunque helenizada en la superficie por su incorporación por primera vez al Imperio de Macedonia y luego al romano, la población de Egipto y Siria era racialmente distinta a los bizantinos  que los gobernaban y a los colonos griegos que se habían establecido entre ellos. De ahí que su actitud hacia la raza dominante era una de antipatía y resentimiento, y acogieron con beneplácito la oportunidad que les permitió en alguna medida reafirmar su distinción nacional. En consecuencia, cuando a los egipcios se les aseguró que su gran héroe San Cirilo había sido atropellado por una condena de su doctrina, éstos se reunieron alrededor de Timoteo Aeluro, el sucesor usurpador de Dióscoro, y abrazaron su doctrina. Los colonos griegos, por supuesto, se pusieron del lado ortodoxo, o más bien de parte de la corte, tal como solía suceder en ese tiemoo,  ya fuese ortodoxo o monotelita,  de acuerdo con la política personal de los sucesivos emperadores; pero desde la época de Calcedonia las grandes masas de la población cristiana  de Egipto se convirtieron en monofisitas y se perdió para la unidad de la Iglesia.  Dos siglos después la invasión mahometana  vino tanto a enfatizar como debilitar este amplio cisma. Durante el intervalo, aunque la gente se puso contra la ortodoxia, el poder imperial pudo hacer mucho para hacerla cumplir, pero cuando llegaron los mahometanos usaron toda la influencia de los califas para confirmar el cisma, es decir, en aquellos a quienes no se pudieron ganar para la religión del Islam.  En el patriarcado de Antioquía  y en el pequeño patriarcado de Jerusalén los eventos siguieron el curso correspondiente. Los cristianos de raza siria estaban predispuestos a aceptar el monofisismo sólo porque sus gobernantes bizantinos estaban del lado de la ortodoxia, y así cayeron en un cisma  que, aunque de vez en cuando era controlado o modificado por la acción de la corte siempre y cuando Bizancio conservara su soberanía sobre esas partes, se asentó en una separación definitiva, cuando los mahometanos se habían apoderado del país, además de perder un gran número de sus adherentes por las perversiones del mahometismo.

Los cristianos de la actualidad (1912) que representan a las antiguas poblaciones de los tres espléndidos patriarcados de Antioquía, Alejandría y Jerusalén son pocos en número, y se dividen en cinco clases.

Primero están los coptos cismáticos en Egipto, descendientes de los egipcios nativos, cuyo número se estima en alrededor de 150.000.

En segundo lugar los abisinios. En los primeros días, éstos eran convertidos desde Alejandría, por lo que en su momento pasaron al cisma con ella. Forman la gran masa de habitantes de Abisinia, alrededor de tres y medio millones, y han mantenido bien su fe, pero son muy ignorantes de su enseñanza y deberes.

En tercer lugar, los jacobitas de Siria, que tienen la misma relación con los antiguos sirios que los coptos con los antiguos egipcios, y se llaman jacobitas por Jacobo (Barradai), que conservaron la sucesión episcopal cuando fue amenazada por Justiniano I, Los jacobitas se encuentran principalmente en Mesopotamia, Siria y el Kurdistán, y se estima que ascienden a algo más de 80.000.

En cuarto lugar, cristianos de Santo Tomás en la costa Malabar, que pueden sumar 70.000. Estos fueron originalmente nestorianos, habiendo sido evangelizados primero, como hemos visto, por los primeros nestorianos; los portugueses trataron de catolizarlos por medios muy duros, y sólo lograron atraer su disgusto. Cuando los neerlandeses sucedieron a los portugueses en la India, y comenzaron a perseguir a los católicos estas comunidades malabares regresaron al cisma, pero, al no ser capaces de encontrar un obispo nestoriano, adquirieron un obispo jacobita de Jerusalén, para renovar su sucesión episcopal, y así terminaron convirtiéndose en monofisitas.

En quinto lugar, los armenios, si incluimos a los que viven en la propia Armenia, los de la misma raza y religión que se asentaron en Asia menor, la Turquía europea, Galicia, Armenia y en otros lugares, tal vez pueden ascender a unos tres y medio millones, aunque es difícil obtener estadísticas confiables.

Como en el caso de los nestorianos, al lado de cada una de estas secciones de los monofisitas está el organismo correspondiente de católicos del rito oriental (Uniats) que, una vez monofisitas, en una fecha u otra en el pasado renunciaron a su herejía y se reconciliaron con la Iglesia Católica, que ha sancionado cordialmente la retención de sus ritos nativos. De estos los melquitas, coptos y sirios incluidos, ascienden a unos 35.000, los católicos de Santo Tomás a cerca de 90.000, y los armenios Uniat a unos 60.000 ó 70.000. De uniats abisinios no hay prácticamente ninguno.

d.- Focianismo

El próximo gran cisma que dividió a la cristiandad fue el que se conoce como el cisma de Focio, y dio lugar a la existencia separatista de ese vasto cuerpo de cristianos que ha venido a llamarse "la Iglesia Ortodoxa ". Emplearemos ambos términos como nombres que se han convertido en las designaciones actuales, aunque sin aceptar las implicaciones que conllevan. Ciertamente focianismo es un nombre que expresa bien el carácter de una separación motivada, en todo caso, en primer lugar, no por razones doctrinales, sino por el empeño de un hombre de realizar sus ambiciones personales; ese hombre fue Focio, el usurpador patriarca de Constantinopla en 857. Es cierto que el cisma iniciado por Focio no sobrevivió después de su muerte, pero él fue un hombre tan notable por su conocimiento y habilidad como por su falta de escrúpulos, y así fue capaz de crear -sin duda a partir de materiales preexistentes- y dotar con un arsenal polémico efectivo a un partido eclesiástico animado por sus propias ambiciones separatistas y animosidades contra los latinos.

La historia y las vicisitudes del más lamentable de todos los cismas han sido suficientemente narradas en otros artículos (San Ignacio de Constantinopla, Focio, Miguel Cerulario, Iglesia Griega), pero debemos señalar aquí cómo todo no fue provocado totalmente, tanto en el tiempo de Focio como en el de Miguel Cerulario, por cualquier acción dura o desconsiderada por parte de los Papas. Cuando Bardas, tío del emperador Miguel III, se presentó ante el patriarca Ignacio para recibir la Comunión mientras vivía en incesto con su nuera, cuando la emperatriz madre y su hija fueron llevadas al patriarca contra su voluntad para recibir el velo de la religión, ¿qué otra cosa podía hacer un prelado de conciencia excepto negarse a lo que era tan impropiamente solicitado? Sin embargo, fue sólo por esto que el patriarca Ignacio, al negarse a renunciar a su sede, fue desterrado a la isla de Terebinto, y sólo bajo estas circunstancias que Focio ascendió al todavía ocupado trono patriarcal y le solicitó al Papa San Nicilás I la confirmación de su nombramiento. La carta que le dirigió a San Nicolás ("Opera", en PG, CII, 586-618) tergiversó los hechos, y además llevaba en su rostro tales signos de irrealidad que sólo podían despertar las sospechas del Papa, quien, cuando por fin se enteró de cuáles fueron los verdaderos hechos, hizo lo único que un Papa consciente podía hacer: declaró nula e inválida la elección de Focio, y colocó a Focio bajo excomunión. Más tarde, cuando Focio vio que no podía inducir a Roma a sancionar su usurpación, se quitó su disfraz y declaró que había descubierto que ciertos usos de Occidente eran escandalosos y heréticos, dirigió una encíclica a los demás prelados orientales, invitándolos a reunirse en un concilio General en Constatinopla para juzgar a San Nicolás.

Aunque la verdadera ofensa del Papa, a los ojos de Focio, era que, como sucesor de San Pedro, ejercía una autoridad que se atravesaba en el camino de las ambiciones bizantinas, el cismático consideró que, si le recomendaba su causa al mundo religioso, debía proveerle una base dogmática, y, en consecuencia, formuló los siguientes cargos, sólo uno de los cuales levantó una cuestión que incluso tenía la apariencia de ser dogmática. Los occidentales, dijo, ayunan los sábados, usan lacticinia durante la primera semana de Cuaresma, le imponen el yugo del celibato a su clero,  vuelven a confirmar a los que han sido confirmados por simples sacerdotes  y le han añadido el "Filioque" al credo. A estos cinco puntos les añadió otros cuatro, en una carta posterior a los búlgaros,  a saber, que sacrifican un cordero  junto con la Sagrada Eucaristía el domingo de Pascua, que obligan a sus sacerdotes a afeitarse la barba,  que hacen su crisma de agua corriente, y que consagran a los diáconos per saltum al episcopado.  Nada podría ser más trivial que estos cargos sobre cuya base este hombre  se preparaba para romper la unidad de la cristiandad; pero por el momento el cisma  así producido fue sólo transitorio. Focio mismo fue prontamente desplazado por una nueva intriga de la corte, y aunque, a la muerte de Ignacio, él logró una posesión más legítima del patriarcado, murió en 867, tras lo cual hubo una reconciliación con la Santa Sede que duró los dos siglos siguientes.

Luego vino el patriarca Miguel Cerulario, quien en 1053 -es decir, en una época cuando no sólo había tensión entre el emperador y el Papa, sino que la recién ocurrida invasión normanda a Sicilia hacía particularmente deseable que se uniesen para oponerse al enemigo común- mandó a escribir cartas y a darlas a conocer al Papa, en las que renovó la antigua condena de los latinos por ayunar los sábados, por consagrar la Santa Eucaristía en pan sin levadura y por requerirle el celibato al clero. Además, en Constantinopla, invadió las iglesias  construidas para el uso de los occidentales, en las que se usaba el rito latino, e ignominiosamente manejó el Santísimo Sacramento allí reservado, con el argumento de que, al haber sido consagrado en pan sin levadura, no estaba realmente consagrado. Una vez más hubo un santo en el trono de San Pedro, y el Papa León IX, en una carta templada contrastó la violencia que le ofrecía Miguel a la Iglesia Latina en Constantinopla con la aprobación  cordial del Papa de los muchos monasterios del rito griego  en Roma y su vecindario. Además, a petición del emperador Constantino Monómaco, que de ninguna manera compartía el espíritu amargo del patriarca, San León envió dos legados a Constantinopla para arreglar las cosas. Sin embargo, ya no había nada que hacer, pues el emperador era débil, y al patriarca se le permitió llevar todo por delante. Así que los delegados regresaron a casa, después de haber dejado en el altar de Santa Sofía una carta en nombre del Papa por la que Miguel Cerulario  y uno o dos de sus agentes quedaban depuestos y excomulgados. Por supuesto, la excomunión sólo tocaba a las personas mencionadas en el documento, y no a toda la Iglesia bizantina;  y, de hecho, la excomunión de una Iglesia entera es un proceso desconocido e ininteligible. Si toda la Iglesia o el patriarcado a partir de entonces se alejó de la unidad, y se ha mantenido fuera de ella desde entonces, fue porque, y en la medida en que, por propia iniciativa de sus miembros se adhirieron a Miguel y a sus sucesores en la ruptura de relaciones con Roma. 

Sin embargo, este hecho nos debe recordar el error que cometeríamos si considerásemos los caprichos de un patriarca como Miguel Cerulario como la causa  adecuada de un efecto tan persistente y de largo alcance. Sin lugar a dudas,  tuvo con él en su secesión, sino a toda la población de su patriarcado, en todo caso, un partido fuerte y lo suficientemente influyente como para obligar a la sumisión del resto. Este partido fue el mismo al que nos referimos como formado y consolidado por Focio. En una forma menos pronunciada se puede rastrear a la lucha secular entre las razas griegas y latinas por el dominio universal; y desde la época de Focio sus antipatías habían sido estimuladas por el crecimiento de los reinos occidentales hostiles al imperio y por las relaciones amistosas en el que sus gobernantes estaban con los obispos  romanos. Esto entonces fue la principal causa de la separación que ha perdurado tanto tiempo,  y aún perdura, pero para estimarla en toda su fuerza, debemos tener en cuenta la causa negativa acompañante. Pues aunque Focio en una de sus cartas reclamó para su sede que era "el centro y el apoyo de la verdad", y aunque sus seguidores quieren hacernos buscar nuestro nivel de pureza doctrinal exclusivamente en las prescripciones de los primeros siete concilios ecuménicos, San León IX, en su carta a Cerulario, enumeró a diecinueve de los predecesores de este último que habían caído bajo la condenación de estos siete concilios, mientras Duchesne (Eglises séparés, p. 164) calcula que en el intervalo de 464 años que separan la accesión de Constantio el Grande desde la celebración del Séptimo Concilio (787), Constantinopla y sus dependencias eclesiásticas habían estado en cisma por 203 años. Esto significa que el sentido de unidad, tan fuerte en Occidente, en el Oriente, debido a la perversidad de los emperadores y los patriarcas, no tenía ninguna posibilidad razonable de lograr profundas raíces en el pueblo, y así pudo rara vez ofrecer una resistencia efectiva a las fuerzas generadoras de cisma.

A diferencia de los nestorianos y los monoisitas  (a quienes los ortodoxos consideran herejes  tanto como lo hacen los católicos), el cisma de Focio, comenzado hace casi nueve siglos por Miguel Cerulario, es ahora representado por unos cuantos grupos dispersos que tomados en conjunto no suman más de seis o siete millones, sino por vastas poblaciones que, en conjunto, totalizan no muy lejos de un centenar de millones de personas. Esto se debe principalmente, aunque no exclusivamente, a que los rusos, al haber sido convertidos por los misioneros de Constantinopla  alrededor de un siglo antes de la época de Cerulario, sus relaciones religiosas directas fueron con Constantinopla y no con la lejana Roma; y en consecuencia derivaron poco a poco primero en la aceptación inconsciente, y más tarde en la aceptación consciente, de su actitud separatista. El resultado es que de los 95.000.000 en que las estadísticas (1912) calculan a los cristianos ortodoxos, algunos 70.000.000 son súbditos de Rusia, los restantes 25.000.000 se dividen entre los griegos puros del Imperio Turco y el Reino de Grecia, los rumanos, serbios y búlgaros de la península de los Balcanes, los chipriotas,  y el número comparativamente pequeño, en su mayoría sirios, que residen en los antiguos territorios de Alejandría y dos patriarcados orientales.  En oposición a éstos hay un grupo de católicos (uniats) que, desde la ruptura, se han convertido de su cisma y ahora están en comunión con la Santa Sede, aunque mantienen religiosamente su antiguo rito bizantino, ya sea en griego, eslavo  u otra forma vernácula. El autor del antedicho artículo los estimó en cerca de 5.000.000, de los cuales la mayor parte son ruteros y rumanos en los dominios austríacos.

Probablemente, cuando el cisma de Focio se efectuó por primera vez, los líderes bizantinos creyeron que, aunque por un azar desafortunado la sede de la cual se iban a separar era la que podía reclamar la herencia de la promesa hecha a San Pedro,  era con ellos, en lugar de los occidentales, con quienes siempre se hallaría la mayor parte, la substancia misma, de la cristiandad.  Ciertamente, el centro de la cultura y civilización del mundo, religioso así como civil, estaba entonces en el Helesponto, y puede ser que incluso en cifras reales los súbditos de ese patriarcado superaran las hordas de bárbaros medio convertidos (como los habrían llamado) que formaban la población de los reinos occidentales. Considerada bajo este aspecto, sin embargo, no se puede decir que la comparación aún dice a su favor o que el cisma los ha beneficiado. Por impresionante que sea la Iglesia Ortodoxa numéricamente, se ha superado con creces a ese respecto por los 260.000.000 o más que representan al antiguo patriarcado de Occidente, ni nadie podría comparar ahora, para ventaja del primero, la cultura y actividad religiosa de Oriente con la de Occidente. De hecho, hasta una fecha muy reciente, el estancamiento y la ignorancia es la sentencia dictada sobre el clero y los laicos  ortodoxos por los observadores de todo tipo; y si durante el último siglo se ha producido una sensible mejora de los líderes entre los sacerdotes y el pueblo, ha derivado gran parte de su inspiración a partir de fuentes protestantes, principalmente de universidades alemanas, y no se ha obtenido sin algún sacrificio de la integridad de su antigua tradición y sin alguna mezcla del espíritu protestante moderno.

Mediante su separación de la unidad atólica, los cristianos ortodoxos  han perdido en otro aspecto muy serio, pues han sucumbido a la desintegración progresiva -el destino de todas las comunidades que carecen de un centro eficaz de unidad. La pretensión original del patriarca  de Constantinopla para ser exaltado al segundo, si no al primer lugar, en la cristiandad fue (aunque nunca se formuló claramente) que la antigua Roma  había sido elegida para la sede de la promacía  porque era la ciudad imperial, y por lo tanto, con la transferencia del imperio, esta primacía había pasado a la Nueva Roma. Tal afirmación perdió bastante su importancia cuando el Imperio Bizantino fue derrocado en el siglo XV, y los sultanes se sentaron en el asiento de los antiguos reyes de Oriente. Por el momento, de hecho, el nuevo orden de cosas, incluso trajo consigo la accesión  del poder a los patriarcas. El sultán vio la ventaja de mantener viva una separación que alejaba a sus súbditos cristianos de sus hermanos en Occidente. En consecuencia, hizo que los patriarcas, a los que podía nombrar, mantener o cambiar a su gusto, fuesen, bajo él mismo, los gobernadores civiles así como eclesiásticos de los cristianos de cualquier raza dentro de sus dominios. Sin embargo, la condición de los patriarcas así atados de pies y manos al principal enemigo de la cristiandad no era más que una servidumbre dorada por la que fue difícil sentir respeto; y, según se desarrolló la conciencia racial entre las muchas nacionalidades del patriarcado, se hizo más y más notorio  que a la teoría de la Nueva Roma ya se le podía dar una nueva aplicación.

Rusia fue la primera en rebelarse, y en 1589 el zar Iván IV insistió en que el patriarca Jeremías debía reconocer al metropolitano  de Moscú como la cabeza de un patriarcado autónomo. ¿Por qué no lo habría de hacer, cuando Moscú se estaba convirtiendo rápidamente en lo que Constantinopla había sido en otro tiempo,  la metrópoli del gran imperio cristiano de Oriente?  Más tarde, para traer al gobierno eclesiástico más eficazmente bajo el poder de la Corona y convertirlo en un instrumento de gobierno político, toda la constitución de la Iglesia  rusa fue cambiada por Pedro el Grande, quien, en desprecio de todos los principios canónicos, suspendi´p la jurisdicción  patriarcal de Moscú, y colocó a toda la Iglesia bajo un sínodo compuesto por los tres metropolitanos, que se sentaban ex oficio ( N. de la T.: Ex Officio: Por virtud u oficio. Se usa cuando alguien tiene un cargo por razón de tener otro; cuando una persona automáticamente recibe una posición alterna sólo por tener otro cargo), y algunos prelados  otros nombrados personalmente por el zar, con un laico como procurador  en jefe para dominar todas sus acciones. Hasta el siglo XIX esta fue la única disminución de la jurisdicción del patriarca de Constantinopla, pero, con el debilitamiento del poder del sultán, las diferentes nacionalidades sobre las que antes reinaba han logrado una tras otra obtener su independencia o la autonomía, y han establecido al mismo tiempo la autonomía de sus iglesias nacionales. Aunque se adhieren a la misma liturgia y a la misma doctrina que las otras Iglesias ortodoxas, han seguido el ejemplo de Rusia y, desechando toda sujeción al patriarca, han instituido santos sinodos propios para gobernarlas eclesiásticamente bajo el control supremo de la autoridad civil. Grecia comenzó en 1833, y desde entonces los rumanos, los serbios y los búlgaros,  con sus respectivas subdivisiones, han seguido su ejemplo; de modo que en la actualidad ya no se debe hablar de la Iglesia Ortodoxa, sino de las Iglesias Ortodoxas, diecisiete en número, de ninguna manera conectadas gubernamentalmente, desgarradas por disputas internas, y que no ofrecen garantías, sobre todo en vista de la infiltración de tendencias protestantes, que su acuerdo doctrinal continuará.

Resumen: En estos tres cismas orientales, que rompieron tan desastrosamente la antigua unidad de la cristiandad, hay dos cosas especialmente observables desde el punto de vista de este artículo. Una de ellas es que, aparte de la separación del centro de la unidad que constituía el cisma, han conservado casi en su totalidad el antiguo sistema de organización y método de la Iglsia. Han conservado la jerarquí triple dotada con ordenes válidas, el culto sacrificial de la Misa, una espiritualidad basada en la utilización de los siete sacramentos, la doctrina católica de la gracia,  la exaltación de la Virgen Madre y la invocación de los santos. Ante todo, han retenido la apelación a la tradición como la prueba segura de la sana doctrina y el principio de sumisión a una autoridad docente. La otra cosa observable en estos tres cismas concuerda con lo que ya se ha notado en los primeros cismas. Consideraciones doctrinales basadas en el ejercicio del juicio privado pueden haber influido en sus fundadores en un grado mayor o menor, pero razones de un orden totalmente diferente determinan la lealtad de sus seguidores. El nacionalismo explotado por sus dirigentes, o más a menudo explotado por los gobernantes civiles para fines políticos, es la verdadera fórmula que explica su origen y larga duración. El nacionalismo de Siria y Egipto en su antipatía hacia el gobierno bizantino, luego explotado por los soberanos persas y mahometanos, es lo que explica los hechos de la historia nestoriana y monofisita;  el nacionalismo del helenismo bizantino en su antipatía hacia los latinos, según explotado por los emperadores de Oriente y sus prelados,  es lo que explica la separación de las Iglesias ortodoxas de la Santa Sede; el nacionalismo de los griegos, eslavos  de diferentes razas, y los bizantinos, que es la fuente de sus antipatías mutuas, es lo que explica su separación de Constantinopla y su erección en tantas iglesias autónomas.

(continúa ...)

AGENDA – PRÓXIMOS ACTOS


28 febrero 2023 – 21’30 horas

Oración al estilo de Taizé
Parroquia de María Auxiliadora, c/ San Juan Bosco, 70 - SARRIÁ
BARCELONA

Marzo

2 marzo 2023 – 18’00 horas

Oración por la Unidad con cantos de Taizé
Iglesia de San Andrés. Iglesia Anglicana. Av. Nuestro Padre Jesús Cautivo, 74B
LOS BOLICHES (Málaga)

3 marzo 2023 – 18’00 horas

Culto del Día Mundial de Oración
Predica Carmen Maíquez, teóloga de la universidad de Comllas
Catedral del Redentor, calle Beneficiencia, 18
MADRID

7 marzo 2023 – 18’00 horas

Curso de Formación bíblico-ecuménica, "Una caravana de Hermanos"
Tema: Biblia y tradición en el diálogo ecuménico por Luis Sánchez Navarro
Centro Ecuménico "Julián García Hernando", c/ José Arcones Gil, 37 - 2º
MADRID
ON LINE

8 marzo 2023 – 19’00 horas

Curso de Formación Ecuménica
Colegio Mayor Virgen del Carmen, calle Albareda 33
ZARAGOZA

9 marzo 2023 - 19'00 horas

Curso sobre Diálogo Ecuménico e Interreligioso
El diálogo ecuménico en la actualidad: unidad en la diferencia, con Victorino Pérez Prieto y Albert Moliner Fernández
BARCELONA
ON LINE

14 marzo 2023 – 18’00 horas

Curso de Formación bíblico-ecuménica, "Una caravana de Hermanos"
Tema: Ecos de Karlsruhe II por Marta López Ballata
Centro Ecuménico "Julián García Hernando", c/ José Arcones Gil, 37 - 2º
MADRID
ON LINE

17 - 18 marzo 2023 

Retiro Espiritual para laicos de Cuaresma
"Comunidad de los bautizados" (organizan parroquias de Jaca y Sabiñánigo)
Casa de ejercicios espirituales PP. Jesuítas
JAVIER (Navarra)

20 - 24 marzo 2023 - 18'00 horas

Curso de Formación Ecuménica
Salones parroquia de la Asunción
ONDA (Castellón)

21 marzo 2023 – 18’00 horas

Curso de Formación bíblico-ecuménica, "Una caravana de Hermanos"
Tema: Los cursos Alpha, una evangelización ecuménica por Ángel Ayllón
Centro Ecuménico "Julián García Hernando", c/ José Arcones Gil, 37 - 2º
MADRID
ON LINE

28 marzo 2023 – 18’00 horas

Curso de Formación bíblico-ecuménica, "Una caravana de Hermanos"
Tema: Ecumenismo y sinodalidad II por Juan Sánchez
Centro Ecuménico "Julián García Hernando", c/ José Arcones Gil, 37 - 2º
MADRID
ON LINE

30 marzo 2023 - 18'00 horas

Charla Mártires de Cristo, testigos de la fe, Iglesia Ortodoxa Rumana.
Salones parroquia de la Asunción
ONDA (Castellón)




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