Todos juntos
Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

jueves, 13 de octubre de 2022

REFLEXIÓN PARA TODOS

Jesús: la compasión que cambia el mundo


por Guillermo Jesús Kowalski

CLAVE:
  • Desde que el Cristianismo, largamente preparado en un Pueblo y con múltiples afinidades axiales, hace su aparición novedosa en la tierra, ya nunca más la compasión quedará aislada en el místico laboratorio de la interioridad sino que estalla como obra recreadora hacia toda preocupación social y se expande al ritmo de la lógica de Aquel que habita entre nosotros.

Espiritualidades de la compasión

Vivimos una época de desprestigio y desinterés en las grandes estructuras religiosas. Esta marea generalizada de apostasía tiene sus matices y sus causas son diversas, externas e internas, “culpables” o “no culpables”. Profetas de calamidades, de la muerte de Dios y de la Iglesia, no faltan. Son signos de los tiempos que nos invitan a redescubrir la novedad presente del Amor de Dios que cura y eleva, el valor de los nuevos necesitados y los de siempre, el calor de un Pueblo que surca la Historia de Salvación y que transcurre en la misma historia poliédrica de todos los hombres… que tanto nos confunde.

Las religiones están en crisis, pero no el sentido religioso de los seres humanos. El “olfato de sentido” que hace a nuestra condición, nos mueva constantemente a encontrar significado y valor trascendente para nuestras vidas. A diferencia de los demás animales, caemos fácilmente en la desesperación cuando se nos agotan los entretenimientos consumistas -que dejamos que nos invadan- para disimular esta búsqueda esencial.

Por más que la tecnología haya ampliado este horizonte de distracción, tarde o temprano nos encontramos con “la Soledad, que no es la ausencia de los hombres, sino la Presencia de Dios”(Madeleine Delbrel). Es el momento crucial entre la Alianza o la idolatría. Es la “opción fundamental” que determina todo lo demás de nuestras vidas y que nuestra libertad profundiza o niega cada día.

En este “mundo feliz” para pocos y de terror para muchos, existen también rostros nómades tocados por la Misericordia, pero que no encuentran donde apoyar su cabeza y que están como ovejas sin pastor. Solitarios con vocación comunitaria que gimen por un nuevo parto místico y fraterno de la humanidad.

Esta multitud de buscadores de la interioridad lamentan que los paradigmas de nuestro tiempo, “sean económicos, políticos o incluso éticos y religiosos, no son relacionales, sino contractuales: relaciones de poder que acaban derivando en el dominio de los que más poder adquieren sobre el resto." (ver "Tiempo de cuidados: Otra forma de estar en el mundo" de Victoria Camps). Anhelan que tiene que haber algo más allá de este mercado global donde todo se compra o se vende y la vida es una feroz competencia para acumular y figurar. Al finalizar la guerra fría, los creyentes del mesianismo mercantil auguraban la paz que traería el comercio global y hoy estamos zambullidos en guerras de países centrales porque las de los pequeños países ya no sacian de beneficios a los mercaderes de armas, contaminación y pobreza.

Necesitamos un espacio de gratuidad y compasión en el que las relaciones, el encuentro y el cuidado fluyan haciendo la existencia más humana. Es aquí donde la evangelización se vuelve imprescindible siempre que sea entendida como el anuncio de la novedad de Cristo, compatible con todo lo bueno que hay bajo el sol y que asume lo humano para reparar sus heridas y llevarlo a la altura de la Misericordia y la convivencia. Hablo de evangelización y no de clericalización, que es el proselitismo interesado y latente en toda religión para manipular conciencias desde un estamento sacralizado y pertrechado con copiosas normas, culpabilizaciones y amenazas eternas… en beneficio propio. No olvidemos que la religión establecida, cuando la fosiliza el clero, mata a sus profetas y fue la instigadora oficial de la muerte del Hijo de Dios. Tal vez por esta poderosa enfermedad, Jesús no perdió tiempo organizando instituciones y sus reglamentos, solo tuvo amigos a quienes predicó y dió testimonio de lo esencial para luego enviar al Espíritu Santo que profundizara todo en la historia y así llegar a incluir a la humanidad entera en el Reino de la misericordia divina.

¿Una nueva “era axial”?

Karen Armstrong ha escrito mucho sobre aquel momento de la historia, que muchos autores conocen como “la era axial”, que fue “decisiva para el desarrollo espiritual de la humanidad. Desde más o menos desde el 900 hasta el 200 aC en cuatro regiones distintas vieron la luz las grandes tradiciones mundiales que han continuado nutriendo la humanidad: el confucianismo y taoísmo en China, el hinduismo y budismo en la India, el monoteísmo en Israel y racionalismo filosófico en Grecia. Fue el período de Buda, Sócrates, Confucio y Jeremías, los místicos de las Upanishads, Mencio y Eurípides." (K. Armstrong, La Gran transformación). Todos, sin abandonar completamente las doctrinas y prácticas religiosas tradicionales, pusieron su acento en que la forma de encontrar lo que ellos llamaban «Dios», «Nirvana», «Brahmán» o «el Camino», era vivir una vida compasiva. En realidad, la religión «era» compasión."

“Su objetivo era crear un tipo de ser humano totalmente distinto. Todos los sabios predicaban una espiritualidad de la empatía y la compasión insistían en que la gente debía abandonar su egoísmo y su codicia, su violencia y su crueldad. No sólo estaba mal matar a otros seres humanos, sino que tampoco había que pronunciar palabras hostiles, ni hacer gestos de irritación. Más incluso, casi todos los sabios de la era axial se dieron cuenta de que no se podía limitar la benevolencia a tu propia gente: tu preocupación debía extenderse de algún modo a todo el mundo."

La modernidad y la revolución industrial han protagonizado la gran transformación occidental global. Pero hace falta una nueva era axial que, asumiendo este bagaje de progreso unilateral, nos ayude a recalcular el destino eco-social humano. Las llamadas “espiritualidades de la compasión”, que han proliferado como hongos en nuestra época, van en este sentido y son una savia que hay que aprovechar.

La compasión novedosa de Jesús

Jesús instala un nuevo proceso histórico. Desde que el Cristianismo, largamente preparado en un Pueblo y con múltiples afinidades axiales, hace su aparición novedosa en la tierra, ya nunca más la compasión quedará aislada en el místico laboratorio de la interioridad sino que estalla como obra recreadora hacia toda preocupación social y se expande al ritmo de la lógica de Aquel que habita entre nosotros. No es una nueva “pata religioso-clerical cómplice”, que sostiene las cosas como están, sino que hace lío para humanizar los sistemas que matan.

La misericordia de Jesús no vuelve al cielo sin antes haber fecundado con sed de justicia este mundo. No parte la caña quebrada ni apaga la mecha humeante, pero es conflictiva como espada de doble filo que penetra hasta lo profundo de la injusticia social humana…para cambiarla a fuerza de poner la otra mejilla una y otra vez. Es el nuevo poder de los débiles, los anawines bíblicos, quienes desde las Bienaventuranzas empujan la mirada humana a buscar la felicidad en las periferias, lejos de las falsas meritocracias egoístas que adoran el becerro de oro.

El héroe compasivo está lejos del estereotipo del guerrero narcisista que se impone con más violencia y destrucción, que fomenta complicadas guerras en nombre de justificaciones altisonantes (la libertad, la religión, la civilización, etc.) pero que solo ocultan ambición y bajos intereses economicistas.

El cristiano está llamado desde la humildad y el amor a transformar el enemigo en amigo. Recomponer desde un amor más grande es llevar a cabo un kintsugi (arte japonés de unión de piezas rotas) que vence la injusticia desde la compasión de Dios y llega hasta el último hombre.

La misericordia que sana y alegra el corazón

El Evangelio, caracterizado por la empatía de Dios con todo lo humano, continúa siendo sin embargo una realidad siempre nueva, irreductible a culturas y religiones humanas. Es una instancia superadora que, valorando todo lo auténticamente humano, nos introduce en el campo de la Trascendencia, entendida como el Misterio del Amor de Dios, más grande de todo lo que nos podemos imaginar y hacia el cual vamos por el camino de Jesús que nos introduce en su Pueblo para protagonizar la Historia.

Todo lo bueno, bello y verdadero nos conduce a Dios, venga de donde venga. Pero la brújula de Jesús nos ayuda a no perdernos en el discernimiento, evaluando constantemente estas realidades aun cuando no pertenezcan “oficial e institucionalmente” al Pueblo de Dios en ese momento.

Así un samaritano, hereje a los ojos judíos, se convierte en el arquetipo del amor al prójimo, expresión del amor al Dios que no se ve, mientras los ministros de la religión pasan de largo ante el dolor del otro. Un centurión romano, ajeno de pleno derecho a Israel, es a quien Jesús reconoce una fe que no encontró en toda su vida siquiera en los administradores de la religión establecida. Unos que andan haciendo milagros y el bien, que no son del grupo de los discípulos, son valorados por Jesús, quien en vez de mandar a destruirlos por “competir” con ellos… en hacer el bien. Quien busca la verdad y hace el bien, no “compite” con los cristianos por la “superioridad moral o religiosa”: “no se lo impidáis, si no está contra nosotros, está con nosotros” ( Mc. 9, 38-40).

El evangelio no se mueve con la lógica de la competición y el mercado, que puede ser útil para la asignación de determinados recursos, pero no para convertirse en la idolatría actual, sedienta de sacrificios humanos en nombre del progreso. En el evangelio, el que hace prosperar los talentos no es “premiado” por competir con los otros, sino por multiplicarlos al servicio del Reino, así como el que no produjo nada es apartado por "dejar las cosas como están".

Dios nos regala a todos diversidad de talentos y dones para complementarnos solidariamente, como a los leprosos les concede la salud para volver a integrarse a la comunidad. Pero pocos son los que reconocen y agradecen. No hay nada tan realista y sano como ver y agradecer. Lo contrario es enfermarnos por quejarnos tanto y no saber aprovechar y multiplicar los regalos divinos. “¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4, 7)

Siempre se puede amar más, siempre se puede perdonar más, etc. Porque Dios siempre es más y quienes pretendemos ir hacia Él somos incorporados a esta expansión del alma, porque “el bien tiende de suyo a expandirse”. Hoy somos, después de 2.000 años, en cierto sentido mucho más “cristianos” que entonces…y ¡lo que nos queda por crecer! ¡Y por “humanizarnos”!

Creo que el famoso “pecado contra el Espíritu Santo que no será perdonado” que menciona Jesús, tiene que ver con esto. Con la incapacidad de ver la acción providente de Jesús en la historia y en todos los hombres, creyentes y no creyentes (como si fuera tan claro distinguirlos, ya sea cuando vamos a la iglesia o cuando salimos de ella), de fosilizar la Iglesia en un solo momento de ella que conviene a intereses clericales que se creen dueños de Dios, de dejar de crecer y expandir la misericordia reparadora del Señor en toda la Creación. El Espíritu de Dios es joven y su presencia es atenta y compasiva a cada humano en el tiempo: si no hay cronos, no hay Kairós. Si no hay carne no hay Encarnación y la religión se convierte en una evasiva perorata pietista, un cuento de hadas para resignarse ante la injusticia de este mundo, fábrica de pobres y periferias existenciales.

Hemos ido descubriendo las consecuencias del Evangelio en las estructuras del tiempo, nos escandalizan pecados y atropellos de los cuales hace siglos no nos dábamos cuenta, porque nacimos empecatados de ego y soberbia, llenos de sesgos que perduran y sólo con la gracia, la libertad, el tiempo, las críticas, etc. nos hacen dar cuenta, a veces con mucho dolor y vergüenza, del camino a la verdad, el bien y el arrepentimiento.

Si buscamos justicia no es para destruir al que nos hace daño, sino para reparar las heridas. Vivir en este mundo y no reclamar por las injusticias, es ser cómplice de éstas, partícipes por acción u omisión de los males estructurales del mundo. Pero reclamarlas por odio es sumar más injusticia a este mundo: “nunca seguiría una ideología que, en nombre del amor a unos, exige el odio a otros” (Madeleine Delbrel). El amor de Dios nos mueve a luchar contra las injusticias y solidarizarnos con los perjudicados y víctimas, pero desde la compasión por todos y la búsqueda de la unidad…como Jesús.

El amor de Dios nos hace reconocer nuestras fallas, a comprender que aquello de lo cual acusamos al prójimo, lo llevamos dentro nuestro en alguna medida y no lo vamos a exorcizar destruyendo al hermano. “El que esté sin pecado que tire la primera piedra”, todos somos de algún modo, la adúltera o podríamos caer en ello antes de que cante el gallo.

El Martín Fierro, obra identitaria de la literatura argentina dice “y tenga mucho cuidado, aquel que en estribo esté, que suele quedarse a pie el gaucho más advertido”. Siempre podemos caernos del caballo por más buenos jinetes que creamos ser, siempre estamos al borde del abismo, especialmente cuanto más cotizamos “nuestros méritos” en el primer banco de la iglesia.

Tampoco el victimismo ayuda, porque condena a cadena perpetua y sin posibilidad de perdón al agresor. El victimismo ha reemplazado al opresor, para reproducirlo. No cura, ni tiene ánimo de hacerlo, sino que agrava la herida inicial. Nos coloca en un podio moral inaccesible, nos convierte en un semidiós intocable de los nuevos tiempos, con capacidad de pontificar sobre lo que sea y con un prestigio que nadie se anima a menoscabar so pena de cancelación y escarnio social. El victimismo es una manipulación del dolor recibido para extorsionar a perpetuidad al que lo ha producido y mantenerse en el trono de juez. Es la imposibilidad de la Misericordia de Jesús que desde la cruz perdona y transforma al agresor en un reparador amante.

Debemos preguntarnos: ¿Qué es lo que nos une: la competencia, el odio, el resentimiento... o la compasión?

El perdón es poderoso y nace de un corazón agradecido por el Perdón. Tiene una doble capacidad transformadora cuando no desfallece en el largo camino que significa. Transforma a la víctima y al victimario. Construye una nueva Civilización.

EL AUTOR:

Guillermo Jesús Kowalski
Licenciado en Teología por la UCA (Argentina), Licenciado en Ciencias Sociales y Humanidades (Universidad Nacional de Quilmes, Argentina), Máster en Doctrina Social de la Iglesia (Universidad de Salamanca), Experto en Proyectos de Cooperación para el Desarrollo (Universidad de Alcalá de Henares) Fundador y Representante legal de varias escuelas, Docente de religión, asignaturas sociales, filosóficas y teológicas. Charlas de Cristianismo, Doctrina Social de la Iglesia, Laudato Si, etc. en escuelas y “Grupo de Jesús” de Frankfurt.


FUENTE:
https://www.religiondigital.org/


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