ECUMENISMO, VISIÓN PASTORAL, APUESTA POR LA JUSTICIA
Por Ángel Hernández Ayllón
CLAVE:
- El artículo presenta el aspecto humano y pastoral del ecumenismo, base siempre necesaria para todo tipo de relaciones interconfesionales. lo escribe un presbítero católico dedicado por completo a la pastoral y a los aspectos prácticos de la unidad cristiana. Aborda el tema de la fraternidad universal cristiana, el diálogo y el encuentro, la relación de las partes con el todo de la fe, la catolicidad como exigencia de la misión, el testimonio común de los cristianos de diversas Iglesias, ecumenismo y mística, ecumenismo y justicia, así como la relación entre misión y unidad.
INTRODUCCIÓN: ECUMENISMO COSA DE CREYENTES
«Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5, 18). La unidad, la reconciliación de unos con otros es un ministerio ineludible de la Iglesia en continuidad con la misión y ministerio de Cristo que no lo podemos dejar sólo en manos de especialistas, sino que ha de encarnarse en las realidades pastorales y humanas más cercanas. D. Julián García Hernando decía que el ecumenismo ‘es cosa de creyentes y responsabilidad de todos’ y responde a la exhortación y oración de Jesús de que ‘seamos uno’ (Jn 17, 21), pues la unidad de Dios en la diversidad de personas es el modelo de la unidad de la Iglesia en la diversidad de confesiones, ya que la Iglesia dividida presenta al mundo un Evangelio contradictorio.
‘El ecumenismo es cosa de creyentes y responsabilidad de todos’, pero la fe no es algo abstracto, espiritual, íntimo, irreal, complejo, por ello, debemos redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y ellos han de ser los fundamentos de la unidad en Cristo. La fe implica, a la vez un testimonio y un compromiso público. Benedicto XVI, en su carta apostólica ‘Porta Fidei’, declaraba que «el cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este ‘estar con Él’ nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo fuerte y valeroso» 1.
Este testimonio exige el conocimiento entre nosotros, el acercamiento, el deseo de unirnos, de compartir la fe y la misión, sin olvidar que la fe y la caridad se necesitan mutuamente. Es cierto que en cuestiones de justicia tenemos una mayor proximidad y no nos cuesta salir juntos al encuentro de los caídos en las cunetas de la vida, pero no podemos olvidar que nuestra identidad de cristianos descansa y se origina en un acontecimiento histórico de carácter salvífico, como respuesta de un Dios bueno que establece una relación de familia con el hombre. La Iglesia, en cuanto presencia histórica de Cristo es misterio de unión de los hombres con Dios y sacramento universal de salvación. Pero el anuncio de la fe y el que sea significativa en nuestro mundo exige de unas prioridades, como son: «renovación, unidad cristiana, misión. Evidentemente se trata de una actividad simultánea con una relación causal más bien que de momentos cronológicamente distintos. No esperamos a haber terminado la renovación para trabajar por la unidad. A la vez que trabajamos en renovarnos, trabajamos en unirnos. Y mientras hacemos esto, debemos al mismo tiempo colaborar en la misión. Se trata de labores que hemos de realizar simultáneamente, si bien es cierto que la eficacia de la misión dependerá de la unidad que antes se haya obtenido, y esta última, de la renovación eclesial previamente lograda. Todo esto quiere decir que las prioridades antes señaladas dependen unas de otras. Pero no dejan de ser prioridades» 2.
RELACIÓN HUMANA: NOTA ESENCIAL DE IDENTIDAD CRISTIANA
Cuando hablamos de fe, el mismo planteamiento puede ser excluyente y restrictivo a quienes aceptan y viven o cumplen determinadas premisas y condiciones. ¿quién forma la Iglesia de Jesucristo?, ¿quiénes son los verdaderos creyentes?, ¿Todos los bautizados tenemos algo en común? La fe ¿hasta dónde se extiende y nos compromete?
En el plano pastoral, surgen dificultades, muchas veces, incluso entre aquellos que dicen formar parte de la misma confesión, pues celebrando la misma fe nos encontramos con situaciones en las que no sólo no conocemos a quien está celebrando junto a nosotros, sino que incluso no nos importa y sentimos una indiferencia que impide cualquier tipo de relación personal.
Necesitamos un tratamiento de ecología espiritual que nos lleve a descubrir que lo fundamental de la fe no es la elaboración de argumentos sólidos y seguros, de estructuras eclesiales que aseguren una ‘sociedad perfecta’, competitiva e influyente con el mundo actual…; la fe es, ante todo, relación personal, unidad, concordia, comunión. Nuestro Dios, uno y trino, no es un Dios solitario, es un Dios comunitario, relacional. Por ello, la comunión ejemplar y referencial es la santa Trinidad que, siendo comunidad de personas distintas, su relación se estrecha en la unidad de Dios y, es ahí, donde reside el significado y el valor salvífico de nuestro Dios.
El perder de vista esa cualidad relacional de la fe nos puede llevar a la doble crisis que Moltmann expresaba en el ‘Dios crucificado’: «La existencia cristiana de las teologías, las iglesias y las personas padece hoy más que nunca una doble crisis: crisis de relevancia y crisis de identidad. Ambas están relacionadas. La teología y la Iglesia, cuanto más intentan ser relevantes en el contexto actual, tanto más profundamente se sumen en la crisis de su propia identidad cristiana. Cuanto más intentan reafirmar su identidad en dogmas, ritos y planteamientos morales tradicionales, tanto más crece su irrelevancia y falta de credibilidad» 3. Esa falta de relevancia y credibilidad es fruto de haber variado el objetivo de la religión, pues si etimológicamente significa la relación entre Dios y el hombre y Jesucristo iguala o significa paralelamente el amor a Dios y el amor al prójimo, consecuentemente es fundamental la relación entre las personas. Más todavía, si Jesús nos enseña a llamar a Dios Padre, la consecuencia directa es que la formulación de ‘Padre nuestro’ nos convierte a todos en hermanos y nos obliga a asegurar unos mínimos e incluso avanzar en fraternidad para descubrir, o revelar en el tiempo el verdadero plan de Dios: «la hermandad de los discípulos entre sí y con Jesús está estrechamente vinculada con la paternidad de Dios» 4.
¿FRATERNIDAD UNIVERSAL O IDENTIDAD ECLESIAL?
¿Qué es lo verdaderamente importante en el cristianismo? Desgraciadamente hemos perdido el término familiar y relacional de ‘hermano’ y salvo en grupos reducidos hemos perdido la capacidad de sentir ‘al otro’, al bautizado, como hermano en Cristo, con las consecuencias vitales y relacionales que esto supone. Todo ello es fruto de una vivencia de la fe muy superficial, individual en la que lo comunitario queda oculto por el cumplimiento de normas y por una vivencia de la fe ausente de la realidad ‘de los otros’. Bonhoeffer comienza en ‘El precio de la gracia. El seguimiento, diciendo que ‘la gracia barata es el enemigo mortal de nuestra Iglesia. Hoy combatimos a favor de la gracia cara’ 5.
Insistimos en la pregunta, ¿qué es lo verdaderamente importante y fundamental en el cristianismo? Lo relacional es esencial en el cristianismo y va más allá del cumplimiento de ritos o normas, pues lo relacional compromete a toda la persona. La filiación y la fraternidad son dos relaciones de importancia vital en la fe, muy por encima de un querer asegurar cumplimientos y mínimos exigidos. No hay posibilidad de crecer en la fe sin alimentar y fomentar la relación filial con Dios y la relación fraterna con cada uno de quienes nos rodean. Además, estas dos relaciones no dependen de nosotros ni las creamos nosotros, como podría ser en el caso de la amistad, son relaciones que se originan en Dios. La adopción filial como creaturas y como redimidos nos sitúa en una condición de hijos por pura gracia, pero, además, esta situación de hijos nos relaciona entre nosotros como hermanos y nos vincula y sitúa en una condición familiar de obligada relación. «Alguien comenta al Señor que su madre y sus hermanos han venido a verle y él pregunta: ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’. Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dice: ‘Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’. El parentesco por la sangre es sustituido aquí por el parentesco espiritual, que lo supera en rango. Para Jesús son hermanos los que están unidos a él por la recepción de la voluntad del Padre. La sumisión común a la voluntad de Dios crea ese profundísimo parentesco de que aquí se trata… La hermandad no se concibe, instintivamente, como un fenómeno nacido de la propia naturaleza, sino como fruto de una decisión espiritual, de responder afirmativamente a la voluntad de Dios’ 6.
Es cierto que una de las raíces de la división es precisamente el haber alimentado otras relaciones o intereses y haber olvidado la fraternidad entre nosotros. En el momento en que la Iglesia suscita espacios de poder y se va jerarquizando, se dificultan las relaciones naturales que surgen de sentirnos parte de una misma comunidad y de un único destino al que todos caminamos. El Papa Benedicto, en su ya citado libro, plantea haciendo referencia al texto Mt 23, 8-11: «la fraternidad única y sin diferencias se contrapone al falso jerarquismo y al culto de las altas dignidades dentro del judaísmo. Y resulta imposible eludir la seria pregunta que nos plantea el texto: ¿No es acaso nuestra praxis cristiana real mucho más parecida al culto a las altas dignidades fustigado por Jesús que a la imagen de comunidad cristiana dibujada por él? 7.
Al respecto, debemos atender a que, como cristianos y como Iglesia, en el aquí y en el ahora de la historia, es fundamental que cuidemos la identidad de nuestro ser cristiano y ser Iglesia para que no se corrompa el mensaje de la fe y la misión que, como Iglesia, nos fue encomendada por Jesucristo. La unidad edificada sobre la fraternidad, ¿forma parte del ser esencial de la fe o es un aspecto accidental?
El Papa Francisco, en su encíclica ‘Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común, argumenta sobre dos principios fundamentales: «todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde» 8, también «… cuando el corazón está auténticamente abierto a una comunión universal nada ni nadie está excluido de esa fraternidad» 9.
‘Familia y comunión universal’ son expresiones y objetivos que no alteran lo esencial de la vida y de la fe. Debemos evitar que el cuidado excesivo de la identidad particular impida ver con claridad el origen y el destino que nos une como hermanos, sabiendo que «estamos entrelazados e inter- conectados y somos interdependientes. Ninguno de nosotros podría sobrevivir sin los otros. No tendríamos lenguaje ni conocimiento. Estamos unidos. Somos uno» 10.
Es cierto que todos tenemos miedo a perdernos o confundirnos con la generalidad perdiendo entonces nuestra esencia, nuestra cualidad, nuestro aporte diferente. El cardenal Kasper se planteaba el interrogante de ¿por qué el movimiento ecuménico ha perdido el paso?, y él decía lo siguiente: «Se pueden ofrecer varias respuestas. Aquí me limitaré a un aspecto que nos introduce en el corazón del problema: el tema de una nueva identidad. Precisamente en un mundo caracterizado por la globalización muchos se preguntan: ¿quiénes somos? ¿quién soy? Nadie quiere desaparecer en una masa anónima, sin rostro, y por otra parte esa cuestión de la propia identidad no concierne sólo a los individuos, sino también a las culturas, grupos étnicos y religiones. También ha vuelto a surgir esa pregunta en el seno de las Iglesias cristianas, en las que un ecumenismo más entendido ha desembocado en relativismo e indiferentismo.
Ese malentendido y un ecumenismo descontrolado surgido en él han dado lugar a comprensibles reservas frente al diálogo ecuménico y, a veces, incluso a posturas fundamentalistas. Entendida correctamente, la interrogación acerca de la propia identidad es fundamental y constitutiva no sólo de cada individuo, sino también de la Iglesia y del diálogo ecuménico. Sólo interlocutores con una clara identidad pueden entablar un diálogo, sin miedo a perder su identidad en el curso del diálogo» 11.
Hay casos en los que, pastoralmente, por el miedo a per- der identidad se impide la relación, el diálogo y encuentro con miembros de otras confesiones, de ahí que la identidad particular, lo adjetivo adquiere prioridad ante la fraternidad, el encuentro, lo sustancial de haber sido redimidos con la misma sangre, de haber tenido el mismo redentor, de estar llamados a un mismo destino: «Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos» (Ef 4, 4-6).
Quizás, uno de los errores, fruto de la crisis de identidad, sea cuáles son las motivaciones y aspiraciones que dirigen y mueven nuestras comunidades, nuestras iglesias particulares. Puede haber quien piense que, en la actualidad, siendo mayoría de confesión católica, no necesitamos entablar diálogo con las diferentes confesiones, pues correríamos el riesgo de introducir el error del relativismo, del irenismo… Algunos justificarán esta postura por una defensa de la propia identidad, pero debemos plantearnos si la vivencia de la fe la podemos vivir y celebrar siendo ajenos y extraños a los ‘otros’. ¿La fe verdadera no necesita de la catolicidad?, ¿De qué identidad cristiana hablamos cuando excluimos a miembros del Cuerpo de Cristo?
DIÁLOGO Y ENCUENTRO
Sin identidad no podemos dialogar y abrirnos al encuentro con ‘el otro’, por ello, es fundamental que además de cui- dar nuestra identidad, nuestro ser, tengamos el firme deseo de encontrarnos y dialogar con aquellos que establecen diferencia en lo accidental, que es legítimo y necesario, pero unidad en lo esencial. «El que no está contra nosotros está a favor nuestro» (Mc 9, 40).
En el texto referido, la visión de los apóstoles es exclusiva y excluyente: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros», pero, surge la mentalidad amplia, tolerante y el espíritu abierto de Jesús. Frente a la respuesta de Jesús, la comunidad aparece intolerante y sectaria, más preocupada por la expansión y el éxito del grupo que por la realidad en juego. La tolerancia y el ecumenismo de Jesús constituyen unas premisas para liberar a la primera comunidad del sectarismo mezquino e introvertido.
Un criterio del Reino de Dios es el no preocuparse por aparecer grandes individualmente. Dios comunica su Espíritu que actúa imprevisiblemente en territorios sin fronteras. En Números 11, 25-29 vemos cómo Dios derrama el espíritu sobre los setenta ancianos. Pero el espíritu, inexplicable- mente y contra todas las reglas, se posa también sobre dos hombres que han permanecido en el campamento y que han faltado a la cita en la tienda, en lo oficial, y éstos se ponen a profetizar. Hay quien inmediatamente corre a denunciar el escándalo. En vez de admirarnos y agradecer a Dios su acción más allá de nuestra previsión, descalificamos a aquellos que no cumplen con la oficialidad. Es una actitud de querer aprisionar y domesticar al Espíritu, para que diga y haga lo que queremos.
No se trata de acoger al otro ‘entre los nuestros’, sino de aceptarlo en su diversidad, en los valores de los que es portador. Reconocerle pleno derecho de ciudadanía en territorio cristiano, aunque no frecuente nuestra tienda, exprese unas ideas distintas a las nuestras, haga opciones que no entran en nuestros esquemas, pues «fuera de la Comunidad católica no existe el vacío eclesial» 12. Es una verdad fundamental que «fuera de su estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, empujan hacia la unidad católica» 13.
San Cirilo de Alejandría, comentando el evangelio de Juan, dice: «Si, pues, todos nosotros formamos un mismo cuerpo en Cristo, y no sólo unos con otros, sino también en relación con aquel que se halla en nosotros gracias a su carne, ¿cómo no mostramos abiertamente todos nosotros esa unidad entre nosotros y en Cristo? Pues Cristo, que es Dios y hombre a la vez, es el vínculo de la unidad… Pues, aunque seamos muchos por separado, y Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, ese Espíritu único e indivisible, reduce por sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí en cuanto subsisten en su respectiva singularidad, y hace que todos aparezcan como una sola cosa en sí mismo» 14.
Una de las realidades eclesiales más preocupantes y que más perjudican la evangelización, la misión a la que Cristo ha enviado a su Iglesia, es precisamente la falta de unidad y de acuerdo, respetando la diversidad y el pluralismo en lo formal, pero manteniéndonos unidos en lo esencial y común del único Evangelio, del único Señor Jesucristo y de la fe común que surge del único Bautismo. «Con ser una y única la Iglesia fundada por Cristo Señor, son muchas, sin embargo, las Comuniones cristianas que se presentan ante los hombres como la verdadera herencia de Cristo; ciertamente, todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y marchan por caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido. Esta división contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura» 15.
El concilio dejaba claro que la división contradice la voluntad de Cristo, escandaliza al mundo y perjudica la evangelización, por ello, la unidad en la misión no debiera ser una condición establecida por consenso o conseguida en pactos de mutuo respeto, sino una exigencia a la obediencia de la voluntad de Cristo. El ecumenismo de la sangre nos está mostrando que la sangre del mártir no la podemos distinguir confesionalmente, pues la sangre de los mártires es la misma sangre de Cristo porque la arteria que los riega es Cristo pues «los mártires y los santos de todas las tradiciones eclesiales ya son uno en Cristo; sus nombres están escritos en el único martirologio de la Iglesia de Dios… el ecumenismo de la sangre es una inestimable contribución a la unidad de los cristianos» 16. El diálogo, la unidad, el encuentro nos tiene que conducir a descubrir el principio que nos ofreció el Concilio: «Conservando la unidad en lo que es necesario, todos en la Iglesia cada uno según sus funciones que se le haya asignado, observen la debida libertad, tanto en las diversas formas de vida espiritual y de disciplina como en la diversidad de ritos litúrgicos, e incluso en la elaboración teológica de la verdad revelada; y que en todo se practique la caridad» 17.
EL TODO ES SUPERIOR A LA PARTE 18
El problema de la falta de unidad no es una cuestión ajena al ser de la Iglesia y a la transmisión del mensaje, pues, desde el inicio se generaron divisiones y dificultades que limitaron y perjudicaron la expansión del Evangelio. La comunidad de Corinto debía padecer ya esta enfermedad, por ello, Pablo con decisión y firmeza les exhorta: «Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir. Pues, hermanos, me he enterado por los de Cloe que hay discordias entre vosotros. Y os digo esto porque cada cual anda diciendo: ‘Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo’. ¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿Fuisteis bautizados en nombre de Pablo?» (1 Cor 1, 10-13). «Les hacía un llamamiento a mis hermanos protestantes a luchar, no por sembrar más sectas, no por hacer más picadillo el cristianismo, sino por unir. Que nosotros protestantes y católicos, por estar divididos, estamos dando un testimonio espantoso, como si Cristo estuviera partido, decía san Pablo. ¡Si no hay más que un Cristo! Y tenemos la obligación de unificarnos en su mensaje, matando en nosotros egoísmos, modos personales de pensar, para presentar la única fe en el único Cristo, formando el único rebaño que salvará el mundo entero» 19.
Es claro que la voluntad de Cristo fue fundar una única Iglesia, camino de salvación. Aceptando que podía darse una variedad o pluralidad en las formas, pero no una ruptura con la piedra angular, con el mediador entre Dios y los hombres, con Cristo. Por ello, Pablo ahonda en la teología de que ese cuerpo unido se edifica en el bautismo que a todos nos integra y configura en un mismo cuerpo: «Pues todos nosotros, judíos o griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1Cor 12, 13).
La unidad que Cristo quiso para sus discípulos es participación en la unidad que Él mantiene con el Padre y que el Padre mantiene con Él: «Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros» (Jn 17, 21). Por consiguiente, la Iglesia «Pueblo unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» 20, no puede dejar de mirar al supremo modelo y principio de unidad que resplandece en el misterio trinitario. Padre e Hijo y Espíritu Santo constituyen una cosa sola en la distinción de personas’ 21.
Unidad y distinción, que no uniformidad y división. Por eso, la verdadera unidad pasa por la diversidad de carismas en la unidad del Espíritu. ‘Disponernos al sacrificio de la unidad significa cambiar nuestra mirada, dilatar nuestro horizonte, saber reconocer la obra del Espíritu Santo que actúa en nuestros hermanos, descubrir nuevas formas de santidad, abrirnos a aspectos inéditos del compromiso cristiano.
«Si, sostenidos por la oración, renovamos nuestra mente y nuestro corazón, el diálogo que mantenemos actualmente acabará por superar los límites de un intercambio de ideas y se transformará en intercambio de dones, se hará diálogo de la caridad y de la verdad, impulsándonos y estimulándonos a proseguir hasta poder ofrecer a Dios «el sacrificio mayor», es decir, el de nuestra paz y de nuestra concordia fraterna» (cf. san Cipriano, De Dom. orat., 23) 22.
El Papa Francisco, con su genialidad y claridad nos abre a un principio pastoral: ‘el todo es superior a la parte’. Es verdad que la vivencia de la fe la vivimos en el día a día en lo más cercano: parroquia, movimiento, grupo. Es donde creamos y alimentamos las relaciones interpersonales profundas, tanto afectiva como efectivamente, pero a la vez, debemos ampliar nuestra visión eclesial y espiritual y no encerrarnos en la estrechez de nuestros límites confesionales. Es una gran riqueza ampliar y abrir la visión de la fe a todas aquellas otras realidades que el Espíritu Santo está suscitando y cuidando en otros hermanos: «Hace falta prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies en la tierra» 23.
En el momento actual que estamos viviendo, es muy importante que todos los bautizados tengamos una experiencia de la fe en verdaderas comunidades y que descubramos la importancia fundamental que tiene el bautismo como elemento sacramental unificador. Es verdad que no podemos perdernos en lo global y necesitamos, en el día a día, espacios más concretos en los que trenzar y alimentar la fraternidad desde lo pequeño. El Papa nos da un criterio muy interesante: «trabajar en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva amplia» 24. Cuando aplicamos este principio a la Iglesia, nos invita a que vivamos la fe desde el nivel más cercano que podemos experimentar en la parroquia, grupo o movimiento, enriqueciéndolo desde niveles eclesiales superiores. Es un criterio que nos salvará del aislamiento que produce el individualismo, de la miopía de acostumbrarnos a mirar sólo lo nuestro. Tener una visión más ancha, más profunda, más lejana.
CATOLICIDAD EXIGENCIA PARA LA MISIÓN
El mundo globalizado y mediático en el que vivimos, rápidamente nos pone en contacto con cualquier realidad que exista en el mundo. Hace años podíamos identificar a un continente con una religión, con unas tradiciones que le definían y que definían su identidad. Pero hoy, en cualquier sitio, a través de internet, nos ponemos en contacto con realidades plurales, semejantes, e incluso, diferentes y contrarias a las que vivimos a nuestro alrededor.
Por un lado, lo religioso y las experiencias espirituales cada vez están más presentes y, por otro lado, lo cristiano cada vez se reproduce más en pequeñas ‘iglesias o comunidades eclesiales’ de diferentes tradiciones, credales o no. En estos momentos abundan las experiencias o propuestas pentecostales, fruto de cuatro aspectos fundamentales:
- Son grupos que fomentan la cercanía y las relaciones humanas.
- Es una espiritualidad donde se acentúa el sentimiento. En momentos de flujos migratorios, donde grandes masas de población tienen que moverse buscando un mejor futuro, se produce la búsqueda de un sentido espiritual y de un Dios que dé respuesta a las múltiples carencias que la persona vive en su vida. Si no puedo responder a la realidad presente con mis fuerzas y seguridades, acudo a un Dios que atiende y responde a las necesidades primarias. En este tipo de espiritualidades, muchas veces está ausente el compromiso social y político de la fe, consecuencia de una carencia de formación.
- Son muy proselitistas, pues se mantienen a raíz de donativos y diezmos que solicitan a sus miembros.
- Marcan la identidad frente a otras realidades confesionales o eclesiales, respondiendo, normalmente, a una identidad negativa ‘de no ser’.
Ante un mundo dividido por tantos motivos, se hace necesario que los cristianos busquemos el punto de unión, la fe común, donde, sin perder la identidad confesional o las tradiciones y formas distintas de expresar la fe y de celebrarla, podamos cuidar también aquello que nos une como familia y que ayuda a la causa santísima de la evangelización: «Que todos sean uno para que el mundo crea» (Jn 17, 21).
La catolicidad exige la unidad. En la unidad tenemos que distinguir la dimensión de fe y el aspecto sociológico o histórico, la unidad desde la dimensión de la fe no se ha alterado, sin embargo, la unidad como categoría histórica sí se ha fracturado, ahora bien, «la unidad, así como la santidad, de la Iglesia no se han de entender situadas al final de nuestros esfuerzos: se trata de dones de Cristo otorgados desde un principio a su Iglesia» 25.
La unidad y el ecumenismo termina por ser una obligación de fe, pues el mundo necesita la radicalidad del Evangelio de Jesucristo que se sustenta en la Buena Noticia dirigida a todos, sin distinción. «La Iglesia, como pueblo de Dios, es una comunidad de hombres y mujeres de todas las edades, razas y culturas, estratos económicos y sociales que han sido hechos miembros del cuerpo por Dios mediante la fe y el bautismo… No es una fortaleza en la que las gentes pue- dan encerrarse para vivir allí en seguridad, sino más bien un pueblo disperso en el mundo entero, enviado en misión para sembrar la buena semilla de la Palabra y llevar el amor de Cristo a todos los pueblos» 26. Ese punto de unión, la unidad visible ‘se expresa en la confesión de la fe apostólica, una vida sacramental en común a la que accedemos por un bautismo único y que celebramos juntos en una sola comunidad eucarística: una vida en común cuyos miembros y ministerios se reconocen y reconcilian mutuamente; y una misión común como testigos del Evangelio de la gracia de Dios y al servicio de toda la creación’ 27.
Esta fe común que nos da identidad, nos habla de catolicidad. ¿Es posible vivir la fe, sin reconocer en ‘el otro’ un hermano redimido con la misma sangre y llamado a participar del mismo banquete pascual? Hay momentos donde nuestra visión es parcial y, aunque profesemos la catolicidad como nota esencial de la Iglesia de Jesucristo, sin embargo, nuestro pecado no nos deja reconocer la singularidad y realidad en aquellos que, profesando la misma fe en Jesucristo, lo hacen de forma diferente. Es verdad, que no todos los hermanos tenemos el mismo depósito de fe, pero, a pesar de ello, el diálogo y el encuentro no ha de ser una moda pasajera, sino una exigencia que surge de la fe en el Dios de Jesucristo, del Dios Trinidad «que ha salido a nuestro encuentro por pura gratuidad y ha entrado en diálogo con toda la humanidad. Dialogamos y nos queremos encontrar con el otro, porque queremos amarles como Dios ama a todos. El diálogo con los otros hunde sus raíces en el Dios en quien creemos. Es una opción teocéntrica. Cerrarse al encuentro y al diálogo con los otros es cerrarse al Dios que es Comunión, que es unidad en la diversidad y no es uniformidad» 28.
Por ello, la catolicidad habla de encuentro, de necesidad del otro, de completar nuestra limitación, de abrirnos a otras parcialidades, de crear una visión pastoral y eclesial más grande. «Cristo, lleno de gracia y de verdad, está ya presente en la tierra, en la Iglesia católica. En cada iglesia local está presente la plenitud de la gracia y la verdad: una catolicidad que requiere la comunión con todas las iglesias locales y que pertenece a la identidad de cada iglesia local y constituye una cualidad esencial de su comunión juntas. Esta naturaleza católica de la Iglesia se encuentra y expresa en el espacio y en el tiempo en una gran diversidad de vida y testimonios espirituales entre todos los pueblos. Esta catolicidad transciende el nacionalismo, las tradiciones particulares y todas las barre- ras humanas. Es una plenitud de vida. En la vida de la Iglesia todos los seres humanos y todas las situaciones humanas contribuyen a adorar y servir a Dios en la diversidad de ritos y tradiciones. En el culto de cada iglesia local está presente la totalidad del misterio de Cristo. Allí donde está Jesús, está también la Iglesia católica en la que en todos los tiempos el Espíritu Santo hace participar a las gentes de la vida y la salvación de Cristo, independientemente del sexo, la raza o posición social» 29.
LA MISIÓN EXIGE UNIDAD Y LA UNIDAD REQUIERE ENCUENTRO Y APERTURA
Las expresiones ‘misión y unidad’, ‘misión y ecumenismo hoy’ ‘se refieren a la búsqueda de medios de testimoniar juntos en la unidad y la cooperación ‘a pesar de las distintas eclesiologías’ dentro del contexto de los ardientes retos que hoy enfrentan las Iglesias en todas partes ‘para que el mundo crea’ (Jn 17, 21), evitando todas las formas de rivalidad o competición confesional’ 30.
Pretender vincular ‘misión y unidad’ exige unos presupuestos por nuestra parte, en orden a alcanzar el paso del intercambio de ideas, al intercambio de dones. Ya el concilio Vaticano II, exhortaba a los católicos a «reconocer con gozo y apreciar el patrimonio común, que se encuentra en nuestros hermanos separados… pues contribuye también a nuestra edificación» 31. Por eso: Se requiere olvidar una eclesiología autosuficiente, que excluye cualquier otra realidad o la mira con recelo y en actitud defensiva.
Reconocer los dones y carismas que se han desarrollado en nuestra tradición y no guardarlos egoístamente sino ofrecerlos para beneficio y crecimiento de los demás. Abrirnos a los dones y carismas del Espíritu que históricamente se han desarrollado con mayor fuerza y belleza en otras Iglesias o comunidades eclesiales. ‘La relación entre las iglesias consiste en una interacción dinámica. Cada iglesia está llamada a dar y recibir dones y a rendir cuentas a las demás. Cada iglesia debe ser consciente de todo lo que es provisional en su vida y tener la valentía de reconocerlo ante las demás. Incluso hoy, cuando no siempre es posible compartir la eucaristía, las iglesias divididas se rinden cuentas mutuamente y expresan aspectos de la catolicidad cuando oran unas por otras, comparten recursos, se ayudan en época de necesidad, toman decisiones juntas, trabajan juntas por la justicia, la reconciliación y la paz, se rinden cuentas del discipulado inherente al bautismo y mantienen el diálogo ante las diferencias negándose a decir ‘No te necesito’ (1Cor 12, 21). Separadas unas de otras nos empobrecemos’ 32.
Ya que la Iglesia de Jesucristo está llamada a manifestar su unidad en la rica diversidad, es legítimo que haya diferentes formulaciones de la fe de la Iglesia y a la vez diferentes puntos de partida eclesiológicos. «La catolicidad de la Iglesia expresa la plenitud, la integridad y la totalidad de su vida en Cristo por medio del Espíritu Santo en todo tiempo y lugar. Este misterio se expresa en cada comunidad de creyentes bautizados en la que se confiesa y se vive la fe apostólica, se proclama el Evangelio y se celebran los sacramentos. Cada iglesia es la Iglesia católica y no únicamente una parte de ella. Cada iglesia es la Iglesia católica, aunque no la totalidad de ella. Cada iglesia realiza su catolicidad cuando está en comunión con las demás iglesias» 33.
LA MISIÓN REQUIERE TESTIMONIO COMÚN EN COLABORACIÓN NO EN COMPETICIÓN
En referencia a la misión, el principal obstáculo, en referencia al evangelizado es la secularización y la pérdida del sentido trascendente de la vida, pero, en referencia al evangelizador son nuestras divisiones. «De ahí, que también desde el punto de vista de la misión y de la nueva evangelización, que en la Europa masivamente secularizada tanto necesitamos, tenga el ecumenismo especial urgencia» 34.
Desde nuestra común pertenencia a Cristo por el único bautismo, y aun pudiendo estar en desacuerdo en muchos aspectos, nuestra condición de hermanos en Cristo, exige de nuestras iglesias el caminar juntas y tender lazos de comunión en la misión. Pero como decía el cardenal Ratzinger «el ecumenismo sólo tiene consistencia si concede plena importancia a la obligación de compartir en la Iglesia una fe común». A continuación, dirigiéndose define que «una unidad basada en la experiencia a expensas de la doctrina sería bastante menos que la unidad que contempla el Nuevo Testamento, y, en último término, resultaría peligrosa» 35.
Ahora bien, cada una de nuestras iglesias o comunidades y también a nivel individual debemos preguntarnos:
- ¿En qué percibimos la fidelidad a Cristo en la fe y la vida de las otras iglesias?
- ¿En qué forma nos unimos a otras iglesias para hacer frente a los problemas sociales y políticos, como la persecución, la opresión, la pobreza y la violencia?
- ¿Reconocemos un modelo de iniciación cristiana, basada en el bautismo, en la vida de las otras iglesias?
- ¿En qué forma puede compartir nuestra iglesia la espiritualidad de otras iglesias?
- ¿Hasta qué punto participa nuestra iglesia con otras iglesias o comunidades en la misión apostólica?
La unidad hemos de verla y vivirla como un carisma del Espíritu que hemos de cuidar para que el esfuerzo de la evangelización sea creíble ante el mundo que padece la enfermedad de la división y del enfrentamiento. En tiempos de un creciente fundamentalismo, uno de los grandes desafíos con los que la Iglesia se enfrenta hoy es proclamar la buena Noticia de Jesús ecuménicamente, en diálogo, como ‘un testimonio común’; evangelizar en colaboración y no en competencia. Con frecuencia citamos Juan 17, 21 para fortalecer la ‘unidad visible’ como un fin en sí mismo, pero Jesús oró al Padre por la unidad en la misión, ‘para que el mundo pueda creer’. Nuestras divisiones son una desgracia y el proselitismo es contraproducente a la evangelización que debe ser llevada adelante en diálogo. Nuestra unidad tiene un propósito, que hoy es compartir un testimonio común. «Tendemos a imaginar el paisaje cristiano como compuesto por distintas confesiones existentes unas al lado de otras, cada una reivindicando la verdadera herencia de Cristo. Pero esta visión humana es engañosa. Para Dios, la Iglesia sólo puede ser una. La Iglesia no es una realidad de competición, sino de comunión… De esta manera, en vez de imaginar a la Iglesia como una pluralidad de colectividades sin relación entre ellas, se trata de convertir nuestra mirada y verla como una realidad única en proceso de construcción (Ef 4, 15-16). Si cada parte del pueblo cristiano ha resaltado mejor tal o cual aspecto del Misterio de la fe, ¿acaso podemos caminar hacia la unidad visible sin prestar atención a los dones de las demás familias espirituales?» 36.
La unidad visible en la Iglesia no niega la riqueza de formas y confesiones; en diálogo con el mundo, la Iglesia como institución, nuestras comunidades particulares y cada uno de nosotros como cristianos, debemos afirmar no sólo la posibilidad, sino también la necesidad, de una unidad visible que pase por los gestos concretos, las relaciones fraternas, los momentos comunes de oración, los proyectos sociales en comunión…, de otra forma ¿cómo podría ofrecer la Iglesia un camino de paz en un mundo siempre víctima de conflictos y divisiones? Es claro que la autoridad en nuestro mensaje de paz y concordia, ha de ir sostenido por gestos que hablen más fuerte que las palabras. La unidad visible no es fruto de acuerdos teológicos y diplomáticos, aun cuando éstos no molesten y puedan ser necesarios a un nivel institucional para iluminar y sostener ciertos acuerdos.
CAMINOS Y PROYECTOS DE UNIDAD
Considero que la falta de unidad, o el mal de la división, proviene no sólo de unos antecedentes históricos en los que sus protagonistas alimentaron actitudes de rechazo, enfrentamiento y división, creo que la historia está para estudiarla y para aprender cuáles son las baldosas que hemos de evitar pisar para reproducir nuevamente dichos males. En este campo, se hace necesario una inversión en la educación que promueva los valores que fomenten una cultura de encuentro, de diálogo, de enriquecimiento con la experiencia y vida del otro. La educación de la unidad en la diversidad ayudará a evitar planteamientos fundamentalistas propios de mentalidades endogámicas, muy cerradas en lo particular, en lo suyo, ejerciendo un control sobre las conciencias para evitar contacto o relación con aquellos que no son del mismo pensamiento, confesión, ideología o tendencia.
El tema de la educación es fundamental para favorecer apertura, deseo de conocer al otro y enriquecerse con su tradición. Es claro, que corrompería la fe el favorecer un irenismo o un relativismo que diluyera lo propio y característico de cada confesión, pero creo que se hace necesario que caminemos más profundamente en la catolicidad y en la unidad, puesto que son notas esenciales de la verdadera y única Iglesia de Jesucristo.
La educación en la unidad, en la catolicidad, no resta lo cercano, abre a una experiencia mayor, más grande, más profunda y madura. Las iniciativas de encuentros mundiales, sin un acompañamiento y sin una formación adecuada, pueden diluirse en el sentimiento, en la grandiosidad de un evento mediático, multitudinario…, que, como los fuegos de artificio, se quedan en lo asombroso pero breve del momento. Ahora bien, también es posible vivir esos momentos descubriendo la maravilla de la Iglesia que se extiende en culturas, razas y sentir a la Iglesia como una familia enorme asemejada a una habitación con las puertas abiertas en las que siempre cabe alguien más y en la que vamos descubriendo la alegría de encontrarnos con hermanos y hermanas en la riqueza de culturas, expresiones y espiritualidades.
La catolicidad nos abre a la dimensión espiritual de la fraternidad cristiana que «no es un ideal a realizar sino una realidad creada por Dios en Cristo, de la que él nos permite participar» 37. Unidad y fraternidad son expresiones y reflejos del Dios que se revela en lo humano y que llama a todos a formar parte de su plan, por eso «la unión con Cristo incluye la unión de los cristianos entre sí y, por tanto, incluye también la superación de los límites naturales e históricos que separan a los hombres. Por encima de los necesarios límites de status o del ordenamiento jerárquico tiene que prevalecer el ethos de la fraternidad y de la igualdad» 38.
Cuando hablamos de falta de unidad entre los cristianos, tenemos que dejar que Dios toque nuestras conciencias y pedirle un verdadero espíritu de conversión, pues «el misterio de Cristo es un misterio superador de fronteras» 39. Esto lo podemos apoyar, bíblicamente, en dos textos: «Cuan- tos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (gal 3, 27-28), y también, «os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos» (Col 3, 10-11). Por eso, superadas las barreras de raza, religión, sexo, condición, «sólo queda una frontera, un límite realmente válido, el que hay entre Creador y criatura. Ante él, todos los demás se vuelven absolutamente irrelevantes» 40.
Aceptada la universalidad del acto redentor de Cristo, de su Buena Noticia, y de la llamada que todos tenemos a encontrarnos con Dios, sigue siendo válida la visión ecuménica del cardenal Mercier: ‘para unirse, hay que amarse; para amarse, hay que conocerse; para conocerse, hay que encontrarse; para encontrase, hay que buscarse’. De ahí que lo primero que debemos fomentar en la unidad es el conocernos, el encontrarnos, el crear espacios y tiempos donde podamos compartir no sólo ideas, sino dones y proyectos de espiritualidad y misión. No es posible hacer de la unidad tan sólo un concepto de debate y discusión, ha de ser también un motivo de encuentro, de sanación y de vivencia y transmisión de la fe.
Ecumenismo y mística
Uno de los caminos, en los que podemos encontrarnos en la diferencia y caminar juntos, es la mística. Es la experiencia de sanación y reconciliación que propone Taizé: «En la vocación de nuestra comunidad, hay siempre dos aspiraciones: avanzar en una vida interior a través de la oración y asumir responsabilidades para hacer de la tierra un lugar más habitable. La una no va sin la otra. ¿Acaso no llama el Evangelio a unir, en la propia vida, los dones de un creador que concreta y la sed de un alma mística? Quien sigue a Cristo, está a la vez cerca de Dios y al lado de los demás» 41. El camino de la mística, de la oración es una de las claves, pues más allá de elementos de identidad o credo, la oración nos pone en contacto con el Dios Uno y Trino y nos abre a la realidad y existencia de ‘los otros’.
Al respecto, es muy claro lo que el cardenal Kasper apunta al decir que ‘el movimiento ecuménico no gira en torno al problema de la conversión de los otros, sino de la conversión de todos a Jesucristo… en la medida en que nos acercamos a Jesucristo, nos acercamos también unos a otros. Por eso, no es cuestión de debates ni de compromisos político-eclesiásticos, ni es cuestión de una forma cualquiera de ‘unión’, sino que se trata de caminar juntos desde una comunión aún imperfecta a una comunión plena. Se trata de una comunión espiritual en la fe y en el amor y de un intercambio espiritual recíproco, unido a un mutuo enriquecimiento… Una unidad de esa índole es, en última instancia, un don del Espíritu de Dios… no es un mero asunto académico ni un negocio diplomático, sino un proceso espiritual. La ecúmene espiritual es el corazón, el alma y el motor de la ecúmene (UR 7s.; UUS 21)» 42.
D. Julián García Hernando, fundador de las Misioneras de la Unidad, entendía que «la unidad no debe plantearse como problema, sino como misterio. Ésta es la expresión favorita del P. Couturier. Misterio en el cual solamente podemos entrar de rodillas…» 43. «De otros métodos podemos prescindir, podemos pasar por alto otros subsidios, pero no podemos orillar la oración. Para franquear la puerta de la unidad hay que echar mano de todos los recursos: el estudio, el diálogo, la acción, la colaboración; pero la llave maestra, verdaderamente insustituible, es la oración» 44.
Ecumenismo y justicia
Junto a la oración, un proyecto en el que podemos trabajar unidos es en la lucha por un mundo más justo, pues unos y otros creemos que la persona humana es imagen de Dios y, por lo tanto, digna de respeto. Luchar a favor de la justicia es luchar por la persona y por el plan de Dios. El profesor Juan Pablo García Maestro plantea: «¿No deberíamos preguntarnos si muchas cuestiones de nuestra relación con el mundo y del diálogo ecuménico no se ha avanzado más, quizás porque aún la opción preferencial no es lo prioritario de la Iglesia?». Y concluye: «Absolutizar el tema de Dios y la opción preferencial por los pobres relativizaría muchos problemas eclesiológicos que aún nos dividen» 45.
Hace unos días, el Papa Francisco decía que «en el hermano que ayudamos reconocemos el rostro de Dios que nadie puede ver». De alguna forma, toda injusticia es un atentado contra Dios, pues la pobreza no es una cuestión únicamente sociológica, política o económica, es también una cuestión teológica, en el sentido que es Dios quien injustamente es tratado en sus criaturas y en su imagen, que es la persona humana. Por eso, «cuando puedes reconocer a tu prójimo como tu propia carne y sangre, entonces puedes amarlo espontáneamente, y no importa quién sea esa persona o lo que pueda haber hecho. En ese momento es posible decir con Jesús: ‘Todo cuanto hagáis a mis hermanos y hermanas más pequeños, a mi familia, me lo hacéis a mí’» 46.
En esta cuestión, que va más allá de abordar cuestiones doctrinales o litúrgicas de formas y maneras de expresar y celebrar la fe, en las que sí encontramos problemas y diferencias, es donde podemos encontrar unidad y encontrarnos y compartir espacios, tiempos y proyectos para caminar juntos. El Papa Benedicto dirigiéndose a los representantes del consejo de la Iglesia Evangélica en Alemania les hacía ver la profunda relación que existe entre el mal, el pecado y la división de la humanidad y particularmente de los cristianos, de forma que la lucha contra el pecado, en unidad unos y otros, traería la consecuencia de sanar la sociedad y nuestros corazones y esta lucha el Papa la relaciona con poner a Dios en el centro de nuestras vidas, el volver a lo esencial, el luchar por estar más cerca cada uno de Jesucristo y, como consecuencia estaríamos más juntos los unos de los otros: «Si fuese más vivo en nosotros el amor de Dios, y a partir de Él, el amor por el prójimo, por las creaturas de Dios, por los hombres, ¿podrían el hambre y la pobreza devastar zonas enteras del mundo? Y las preguntas en ese sentido podrían continuar. No, el mal no es una nimiedad. No podría ser tan poderoso, si nosotros pusiéramos a Dios realmente en el centro de nuestra vida» 47
La promoción de la justicia no es sólo un tema extrínseco al ecumenismo, pues desde una opción cristiana a favor de la justicia podemos encontrar unidad en lo siguiente:
- Objetivo: descubrir a Dios en el prójimo y llevar a cabo el mandamiento del amor.
- Método: aplicar las obras de misericordia, desde Mateo 25.
- Agentes: todo bautizado en Cristo.
- Consecuencia: construcción del Reino de Dios, única familia.
El Evangelio justifica el ecumenismo de la justicia y en él podemos ver cómo el mismo Jesús aplicaba y fomentaba la unidad de raza, religión, cultura. Hay textos donde podemos justificar que el ecumenismo de la justicia habla de universalidad y de encuentro entre desiguales, y vemos cómo la justicia actúa de herramienta de encuentro y sanación, sabiendo, como explicaba el Papa Francisco en su viaje a Georgia, que ‘las personas pobres y débiles son la ‘carne de Cristo’ que interpela a los cristianos de cualquier confesión’ y que ‘amistad, caminar juntos, rezar los unos por los otros. Rezar y hacer obras conjuntas de caridad, eso es ecumenismo’.
Analicemos los siguientes textos de la Palabra desde este criterio:
· El buen samaritano (Lc 10, 25-37).
· El buen ladrón (Lc 23, 39-43).
· La mujer siro-fenicia (Mc 7, 24-30).
· La sanación del criado del centurión (Mt 8, 5-13).
En este campo, me parece interesante el planteamiento que hace Ignacio Ellacuría en su artículo ‘El problema «ecumenismo y promoción de la justicia» 48. A nivel pastoral, creo que la lucha por la justicia, al igual que la mística son caminos que podemos recorrer juntos, pero la justicia debe ser algo más que un concepto de estudio o de debate, tiene que estar abierta a la Verdad, por ello, serviría como criterio el que ‘no deberíamos sucumbir con demasiada facilidad a la tentación de exclusividad y a la pretensión dogmática de nuestra religión de tener el monopolio de la verdad’ 49. que la justicia esté abierta a la Verdad significa que la Buena Noticia de Jesucristo va dirigida a la liberación de situaciones sociopolíticas que impiden el desarrollo humano e integral de las personas. Pero además, en esta tarea, sí podemos caminar juntos los cristianos y abrirnos a la necesidad de unos y otros, pues el amor recibido de Dios no se reduce a razas, credos o condiciones: ‘Hemos asegurado que somos una comunidad compasiva, solícita y que comparte, pero como cristianos a menudo santificamos sistemas sociopolíticos que lo niegan, donde los ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, donde parece que santificamos una competitividad feroz y tan cruel como la que existe en la selva’ 50.
Haciendo referencia al artículo citado de Ellacuría podemos ver cómo la justicia, que va más allá de la elaboración de un cuerpo doctrinal de verdades conservadas en su pureza, puede, y debe ser, camino de ecumenismo pues ‘el camino de la unidad no está fundamentalmente en las diversas formulaciones e interpretaciones de la fe, sino en determinadas praxis personales y estructurales, que posteriormente son formuladas en términos de fe’ 51. Cuando Jesús pone de ejemplo de caridad al samaritano que actuó con compasión y que comprometió su tiempo, su dinero e incluso su fama, está diciendo que el amor supera los límites que nosotros creamos, pues el samaritano era alguien sospechoso, enemigo, impuro…, y sin embargo Jesús lo presenta como modelo a la hora de atender a quien estaba medio muerto en el camino. Es verdad que su identidad no correspondía con el Pueblo elegido, con la ortodoxia, pero también es verdad que Jesús muestra que la caridad, la justicia vivida con compromiso, está por encima de los discursos, de las intenciones y del respeto a una doctrina que nos aparta del mundo real. ‘Si ante la injusticia no te pones en pie y te opones a ella, entonces cada noche debes confesar tu culpa y decir: «Dios, he pecado, porque he desobedecido una ley fundamental de nuestra relación». Hacemos un flaco favor a nuestras religiones, y las desprestigiamos, si no defendemos la verdad, si no luchamos por la justicia, si no somos la voz de los sin voz, si no somos los defensores de aquellos que no se pueden defender por sí mismos’ 52.
Ellacuría, en su relación entre ecumenismo y justicia establece tres premisas:
Puede darse una profunda división entre quienes pertenecen a una misma confesión y la formulan del mismo modo, pero sin embargo la praxis puede ser opuesta. Ellacuría llega a la sospecha de que ‘las formulaciones y las interpretaciones dependen de la praxis en la que se está inmerso y del interés al que se sirve’ 53.
Es legítimo aceptar un pluralismo en formulación teórica y en praxis, pero no es aceptable cualquier pluralismo. Por ejemplo, no es aceptable una confesión de la salvación que niegue el carácter histórico de la salvación, y que no vea necesario que el Reino de Dios intervenga de forma visible en la historia de los hombres, o que acepte a Cristo como Hijo de Dios y a la vez se instale y legitime un sistema que impida la transformación social y el desarrollo de todos.
En la tercera premisa, Ellacuría concluye diciendo que: ‘la promoción de la justicia, entendida como lucha contra toda forma de injusticia y dominación, es uno de los caminos más seguros para lograr una praxis cristiana adecuada y para generar un pluralismo correcto, que lleva a la unidad verdadera’ 54.
Queda manifiesto que la lucha por la justicia crea un espacio y unas causas en las que podemos unirnos, por eso, Ellacuría se hace dos preguntas: ¿cómo la lucha por la justicia puede contribuir al ecumenismo?, y ¿cómo el ecumenismo puede contribuir a la promoción de la justicia? Es un camino en el que nos vemos involucrados cada día y en el que no nos es posible mantenernos a distancia.
A la vez, creo que sigue habiendo dificultad para encontrarnos en proyectos en los que reconozcamos una autoridad que supere nuestras identidades confesionales y que nos conduzca, nuevamente, a un testimonio común edificado sobre la comunión, y no sobre la competición. La falta de autoridad reconocida es posible sustituirla por la audacia evangélica y por el esfuerzo de abrir espacios comunes que generen relación. El Papa Francisco en su viaje apostólico a Suecia proponía el camino práctico y la actitud de la verdadera unidad cuando la comunión no es plena: «El diálogo entre nosotros ha permitido profundizar la comprensión recíproca, generar mutua confianza y confirmar el deseo de caminar hacia la comunión plena. Uno de los frutos que ha generado este diálogo es la colaboración entre distintas organizaciones de la Federación Mundial y de la Iglesia Católica. Gracias a este nuevo clima de entendimiento, hoy Caritas Internationalis y Lutheran World Federation World Service firmarán una declaración común de acuerdos, con el fin de desarrollar y consolidar una cultura de colaboración para la promoción de la dignidad humana y de la justicia social» 55.
El Dios que asumió la injusticia por nosotros y que cargó con nuestras deudas nos abre a la realidad de que «no se puede hablar de justicia e igualdad mientras no se haga realidad en todas las personas», también a descubrir desde la fe que «no es la unidad la que lleva a la salvación, sino que es la salvación la que crea la unidad», y también que fue la cruz de Jesús la que asumió la injusticia y en la que todos nos reconocemos como garantes de la salvación gratuita que viene de Dios, pues «debajo de la cruz no nos veremos clasificados como protestantes, católicos u ortodoxos. Allí serán salvados los sin Dios, perdonados los enemigos, liberados los prisioneros, enriquecidos los pobres y cobrarán esperanza los infelices» 56.
Propuestas pastorales
En la pastoral, en la vivencia de la fe, en el diálogo ecuménico tenemos que aspirar a todo, sabiendo que luego tendremos que asumir que la realidad nos impone limitaciones que están más allá de las programaciones, pero no podemos conformarnos con aquello que no expresa la voluntad de Dios. El Papa Francisco nos da esas pistas para que podamos en la actividad compartir todo lo bueno que el Espíritu Santo ha derramado en cada confesión: «Si nos concentramos en las convicciones que nos unen y recordamos el principio de la jerarquía de verdades, podemos caminar decididamente hacia expresiones comunes de anuncio, de servicio y testimonio… Y si realmente creemos en la libre y generosa acción del Espíritu, ¡cuántas cosas podemos aprender unos de otros! No se trata sólo de recibir información sobre los demás para conocerlos mejor, sino de recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don para nosotros… A través de un intercambio de dones, el Espíritu puede llevarnos cada vez más a la verdad y al bien» 57.
Que favorezcan la CATOLICIDAD
Cultura del encuentro. Con creyentes de otras confesiones y con la increencia. La unidad la debemos fomentar desde lo cristiano hacia lo humano. Dirigirnos por la ‘fraternidad universal’.
Abrir espacios gratuitos de convivencia en los que se facilite el encuentro, el diálogo, la acogida, el conocimiento en la diversidad, el enriquecimiento con los dones del otro.
Establecer un calendario local en el que todos pudiéramos reconocernos y en el que pudiéramos encontrarnos al menos una vez al trimestre. Hay días que representan a cada confesión y que podrían ser una invitación a todos a poder participar: Día de la Reforma, San Andrés, San Pedro y San Pablo.
Conocer los espacios celebrativos y vitales de los hermanos de otras confesiones y compartir con ellos oración y vida.
Llevar a cabo la presentación del Kerigma de forma ecuménica con métodos en los que nos podamos encontrar juntos: Curso Alpha.
La creación de un Consejo de Iglesias, que favorezca el diálogo y el conocimiento mutuo 58.
Que favorezcan la VERDAD
Romper con discursos, actitudes, propuestas pastorales que excluyan al otro. Conocer la verdad me tiene que llevar a abrirme a las otras confesiones sin dejar espacio a la sospecha, al juicio prematuro, al rechazo de la diferencia.
Para llegar a la verdad del otro es fundamental conocernos, acercarnos sin prejuicios en sus tiempos y espacios de celebración y enriquecernos con la vida que ellos generan.
Es fundamental también que los líderes salgan de su espacio de poder y mantengan un diálogo fraterno en el que estrechen posiciones, y del que surja la voluntad de crear espacios, e incluso acciones en las que podamos colaborar conjuntamente. Por algo decía el cardenal Cassidy, en el momento de la presentación del nuevo Directorio de Ecumenismo en Roma estas palabras fuertes pero cargadas de verdad: «¿Cómo va a conocer el ecumenismo el pueblo si no lo conocen los sacerdotes? ¿Cómo van a saber los sacerdotes lo que es el ecumenismo si no lo saben los obispos?» 59.
Para favorecer la Verdad sería conveniente que, en los planes de formación de cada Iglesia o comunidad, se incluya el deseo de conocer a las otras realidades eclesiales y, que incluso, exista la posibilidad de que algunos de los miembros de esas comunidades se hagan presentes y pueda ser quien hable de su realidad eclesial. También, se podría elaborar localmente, un pequeño material donde cada uno pueda expresar su identidad, huyendo de expresiones que nos enfrenten y dividan.
Favorecer la Verdad exige de todos presentarse a los demás con su identidad clara, pero, a la vez, evitando posturas de rechazo, de superioridad, excluyentes.
Que favorezcan la MÍSTICA
Compartir espacios y tiempos de oración. La riqueza de las formas en las que cada cual alaba y celebra son muy ricas y son expresiones todas de la acción y del lenguaje del Espíritu Santo.
Cuidar localmente la celebración de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos y prepararla juntos. A lo largo de los últimos cinco años tenemos la experiencia de haber preparado conjuntamente este tiempo, en el que predominaba la oración, pero en el que hemos incluido alguna otra actividad: visita a enfermos, cine fórum, comida fraterna, manifiesto público por la unidad, visitas a las diferentes iglesias o comunidades eclesiales.
Que favorezcan la JUSTICIA
Compartir proyectos sociales locales en fechas significativas para el ecumenismo: semana de oración por la unidad de los cristianos; sería una forma de expresar la unidad visible a la que tendemos.
Cuando padecemos la agresión de grupos fundamentalistas, ellos no se plantean de qué confesión cristiana son a aquellos que vamos a agredir, por ello, cuando salimos al paso de quien lo necesita no deberíamos preguntarnos qué tipo de papeles eclesiales tienen, reconociendo en cada uno alguien amado por Dios, imagen de Dios y, de la misma forma, el trabajo a favor de la justicia nos debería comprometer a todos de forma unida.
Puesto que la fe debe vivirse en la vida cotidiana y en ella tiene que influir, sería un gran gesto ecuménico que en causas sociales que provienen de diferentes asociaciones o grupos, no necesariamente confesionales, los cristianos unidos pudieran participar en común.
Otro gesto ecuménico que podría sanar la memoria y el corazón sería que las diferentes iglesias o comunidades eclesiales locales se compartieran algún proyecto misionero sobre el cuál se pudiera orar en comunidad y colaborar económicamente.
CONCLUSIÓN
Deberíamos vivir sabiendo que los dones espirituales, vengan de donde vengan, son propiedad de la Una y única Iglesia de Jesucristo, no son propiedad exclusiva de unos u otros, sino de todos. Cuando aceptamos y vivimos desde esta realidad somos capaces de tener una visión más amplia, más ancha, más verdadera, más eclesial, más de Cristo.
El diálogo ecuménico contemporáneo parte de lo que tenemos en común y no de lo que nos divide, y «lo más necesario para el ecumenismo es sobre todo que, presionados por la secularización, no perdamos casi inadvertidamente las grandes cosas que tenemos en común, aquellas que de por sí nos hacen cristianos y que tenemos como don y tarea» 60.
Compartimos:
· El Evangelio como Palabra de Dios.
· Los credos de los primeros siglos (sintetizan el mensaje del Evangelio y ofrecen una interpretación auténtica de él).
· A Jesucristo, nuestro Señor y Salvador común, como verdadero Dios y verdadero hombre, mediador único y universal ante Dios y el ser humano.
· Juntos confesamos que existe la Iglesia una, santa, católica y apostólica, a la que pertenecemos de distintos modos, de suerte que somos hermanos y hermanas en el único Señor y en el único Espíritu de Cristo.
Una comprensión nueva y renovada de la relación entre Escritura y Tradición. ¿Se pueden encontrar respuestas a nuestros problemas apelando a la sola Escritura o deben derivarse los argumentos de la Tradición tanto como de la Escritura? En la actualidad, ya no es posible contraponer Escritura y Tradición. La Escritura misma es producto de la Tradición más primitiva, y la Tradición posterior (en su sentido teológico) deber ser entendida como la viva presencia de ese mismo Evangelio a lo largo de los siglos hasta llegar al presente.
Hay otros elementos que, siendo importantes, no dejan de ser elementos que, en la jerarquía de verdades, bajo la ley de la gradualidad, ocupan un lugar, no secundario, sino segundo. Forman parte de las legítimas diferencias confesionales. Ahora bien, en el diálogo y camino ecuménico tenemos que tener conciencia clara de cuáles son los aspectos que nos unen a todos en la misma Iglesia de Jesús y cuáles son los elementos que, formando parte de la Iglesia de Jesucristo, nos identifican y califican más claramente a cada una de las confesiones. Siendo todos, elementos de la Iglesia de Jesucristo, desde esa jerarquía de verdades, hay elementos que son irrenunciables por todos y sin los cuáles no podemos hablar de Iglesia de Jesucristo; otros, son elementos a los que podemos aspirar, no accidentales, que, aunque hayan supuesto piedras de choque, son elementos que ayudan a vivir y acoger esa ‘Buena Noticia’ revelada. Estos elementos no se encuentran en todos. Al hablar de la catolicidad de la Iglesia sólo podemos hacerlo refiriéndonos a la riqueza que viene de todos y que todos aportamos.
Ahora bien, en este camino de diálogo, es claro que no podemos caminar en el relativismo eclesiológico o teológico. En el escenario ecuménico necesitamos mantener abierta y nítidamente nuestras identidades.
Debemos evitar dos riesgos reales: bajo un desconocimiento de la fe personal, elaborar un discurso de ecumenismo que no respete, el verdadero diálogo que ha de partir de una clara identidad de cada uno. Podemos caer en el error de hablar a título personal, sin respeto a la tradición a la que representamos o de la que formamos parte.
Otro riesgo posible, es el ceder en posturas funda- mentales de la fe para fomentar la unidad. La unidad que alcanzaríamos sería una falacia, un engaño que, sin fundamento, no tendría solidez.
Sólo interlocutores con una clara identidad –decía el cardenal Kasper– pueden entablar un diálogo, sin miedo a perder su identidad en el curso del diálogo.
Otro rasgo a evitar es considerar separadamente el ecumenismo que se realiza en los altos niveles institucionales y, por otro lado, sin tener ningún elemento de unión, el ecumenismo de base (como si estuviéramos hablando de cosas distintas), que para algunos sería el real, el auténtico. El peligro, cierto y real, que corremos es prescindir de los principios, de las verdades fundamentales y responder o generar un diálogo sólo y exclusivamente desde la cercanía, la amistad. Creo que cada nivel tiene su expresión, su influencia, pero no podemos alimentar la pretensión de pensar que sólo lo que hacemos en la esfera de las relaciones personales tiene validez y autenticidad. Es fundamental que a la hora de establecer relaciones ecuménicas no lo hagamos nunca a título personal, olvidando que formamos parte de un cuerpo, de una tradición, de una familia confesional.
Otro error que puede extenderse es el dividir el ecumenismo de base y el teológico. Algunos creen que las ideas son el verdadero obstáculo que nos impide unirnos y celebrar juntos. Es una cuestión que ya en los orígenes del ecumenismo se planteó, pero que rápidamente fue subsanada, pues el ecumenismo no se puede reducir a unas normas de buena conducta, a unas relaciones de amistad, a unos espacios donde gozamos de estar juntos. La teología, la verdad de fe ejerce un papel importante en las relaciones ecuménicas que no podemos olvidar y no podemos devaluar. Los primeros cristianos tuvieron que definir y defender su fe a costa de la vida y, pronto se elaboraron esos pequeños depósitos de la fe, esas verdades que hubo que defender de posibles errores y malformaciones. La Iglesia ha mantenido fielmente ese depósito que se nos ha transmitido de generación en generación y que se expresa litúrgicamente cada domingo.
Tenemos un único Dios, pero tres personas distintas, lo cual convierte a Dios no en Alguien solitario, sino el Alguien comunitario. Este presupuesto indica que Dios vive en comunidad de personas distintas y forman un único Dios (unidad en la diversidad). Además, con la particularidad que, si Dios es por un lado ‘El que Es’ y, por otro, Dios es ‘Amor’, quiere decir que la Vida y el Amor sólo pueden fluir de la unidad, así es que la unidad es el camino por el que Dios reconcilia al mundo, lo redime y le abre un camino futuro de salvación.
Como consecuencia de la vida que Dios comparte en su comunidad de personas distintas, diferentes, se expresa manifestando lo que Él es. Si nuestro destino es estar en la presencia de Dios, el camino de la vida es un ir soltando todo aquello que no nos permite vivir en comunidad de vida, con nosotros mismos, con los demás y con Dios. La misión de Jesucristo fue precisamente esa, la de ordenar, redimir, reconciliar. El mandamiento de Jesucristo fue precisamente la expresión vital de Dios, el amor y un amor sin condiciones y sin fronteras: al samaritano, al pobre, al leproso…, al enemigo, al que te ha ofendido…, al más pequeño… Jesucristo no puede expresarse de otra forma que no sea manifestando a Dios y la propuesta que nos hace es para preparar aquel encuentro definitivo que todos tendremos con Dios, como Padre: «Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer, sometido a la Ley de Moisés, para dar libertad a los que estábamos bajo esa ley, para que Dios nos recibiera como a hijos. Y para mostrar que ya somos sus hijos, Dios envió al Espíritu de su Hijo a nuestro corazón; y el Espíritu grita: ‘Abba, Padre’ Así pues, tú ya no eres esclavo, sino hijo de Dios; y por ser su hijo, es voluntad de Dios que sea también heredero» (gal 4, 4-7).
Hay veces que olvidamos que lo definitivo y eterno es lo fundamental, no lo pasajero y provisional. Pero, no es posible que nos desentendamos de las realidades terrenas, y es aquí en las realidades penúltimas, en los momentos actuales donde tenemos que trenzar nuestras relaciones humanas, pero no debemos hacerlo sin poner nuestra mirada en lo que será la meta definitiva a la que caminamos, la realidad última: «otra fuerza que nos unirá tremendamente sería esta perspectiva escatológica, el saber que caminamos hacia el mismo rumbo, el saber que somos tripulantes de la misma nave, el saber que es un mismo faro que está iluminándonos con su misma luz para atraer la nave en medio de las borrascas del tiempo y de la vida» 61. Pero, ¿estamos seguros de poder alcanzar el encuentro con Dios, sin hacerlo antes con nuestros semejantes, con los que hemos compartido y vivido la vida? No será posible que entremos en el gozo y visión de Dios si antes no hemos alimentado, purificado, reconciliado las relaciones con los más cercanos. ¿No será esta la misión para la que hemos sido creados? Es una deformación espiritual cuando hacemos hincapié en cuestiones secundarias y pasajeras y no ponemos el acento en la caridad en el respeto al otro, es decir, no podemos entrar en comunión con Dios como realidad última, si no partimos de la comunión con los demás, que son imagen de Dios, en las realidades penúltimas.
Concluimos con la misión de Jesucristo que es nuestra misión y desafío: «Jesús iba a morir por la nación y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos» (Jn 11, 51-52). Pues, «hasta que superemos nuestro ego y descubramos nuestra unicidad como seres humanos, seguiremos comparándonos y compitiendo, haciéndonos sufrir, luchando y asesinando. Nuestra especie sólo sobrevivirá si empezamos a reconocer que todos somos una misma carne y formamos una sola familia» 62.
Demos autoridad al Espíritu Santo para que como aguja restaure y zurza nuestras relaciones y no utilicemos la tijera de la división, pues no es el instrumento que el Espíritu Santo usa.
Ángel Hernández Ayllón
NOTAS:
1. BENEDICTO XVI, Carta apostólica en forma de motu proprio ‘Porta Fidei’. Carta con la que se convocó el año de la Fe, 11 de octubre del 2011, nº 10.
2. J. GARCÍA HERNANDO, «Renouveau charismatique el oecuménisme», en Unité Chrétienne, nº 48 (noviembre 1977) 53.
3. J. MOLTMANN, El Dios crucificado, Sígueme, Salamanca 2009, 29.
4. J. RATZINGER, La fraternidad de los cristianos, Sígueme, Salamanca 2015, 43.
5. D. BONHOEFFER, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 2007, 15.
6. J. RATZINGER, La fraternidad de los cristianos, Sígueme, Sala- manca 2005, 45.
7. Ibidem, 80.
8. Papa FRANCISCO, Carta Encíclica Laudato si’, 89.
9. Ibidem, 92.
10. A. NOLAN, Jesús, hoy. Una espiritualidad de libertad radical, Sal Terrae, Santander 2011, 210.
11. W. KASPER, Caminos de unidad. Perspectivas para el ecumenismo, Ediciones Cristiandad, Madrid 2008, 38-39.
12. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Ut unum sint, n. 13.
13. Lg 8.
14. San Cirilo de Alejandría, Oficio de Lectura, martes VI de Pascua.
15. UR 1.
16. Papa FRANCISCO, Entrevista con Andrea Tornielli, 14 de diciembre de 2013.
17. UR 4.
18. Papa FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, nn. 234-237.
19. O. ROMERO, «Homilía 6 de noviembre de 1977», en Homilías Monseñor Óscar A. Romero, Tomo I. Editorial UCA, San Salvador 2005, 442-443.
20. San CIPRIANO, De dominica oratione, n. 23
21. San JUAN PABLO II, Apertura de la puerta santa de la Basílica de San Pablo Extramuros (18-01-2000).
22. Ibidem.
23. Eg 234.
24. Ibidem, 235.
25. Cardenal L. J. SUENENS, Documento de Malinas 2. Ecumenismo y renovación carismática. Orientaciones teológicas y pastorales, 1978.
26. Comisión Fe y Constitución. Confesar la fe común. Una explicación ecuménica de la fe apostólica según es confesada en el credo Niceno-Constantinopolitano, Centro de estudios orientales y ecuménicos ‘Juan XXIII’, Salamanca 1994, 107-108.
27. Documento emitido por la novena Asamblea del CMI celebrada en Porto Alegre. Llamados a ser la Iglesia Una, 2, febrero 2006.
28. J. P. GARCÍA MAESTRO, «Evangelizar la cuestión social: una aproximación teológica» en Corintios XIII (octubre-diciembre 2012) nº 144.
29. Comisión Fe y Constitución. Confesar la fe común. Una explicación ecuménica de la fe apostólica según es confesada en el credo Niceno-Constantinopolitano, Centro de estudios orientales y ecuménicos ‘Juan XXIII’, Salamanca 1994, 109.
30. Documento preparatorio de estudio del CMI: Misión y evangelización en la unidad hoy, 8, 2005.
31. UR 4.
32. Documento emitido por la novena Asamblea del CMI celebrada en Porto Alegre. Llamados a ser la Iglesia Una, 7, febrero 2006.
33. Ibidem, 6.
34. J. P. GARCÍA MAESTRO, «El ecumenismo que viene», X Congreso Trinitario Internacional. Trinidad, comunión y unidad, granada 24-26 de noviembre de 2016.
35. J. RATZINGER, «The future of Ecumenism», 204, Theological Renewal, nº 68 (abril-mayo 1977).
36. Carta de Taizé. Hno. ALOIS, Un camino de reconciliación, nº 261, 2008/4.
37. D. BONHOEFFER, Vida en comunidad, Ed. Sígueme, Salamanca 2005, 22.
38. J. RATZINGER, La fraternidad de los cristianos, Sígueme, Sala- manca 2015, 77.
39. Ibidem, 78.
40. Ibidem, 79.
41. Hermano ROGER DE TAIZÉ, ¿Presientes una felicidad?, PPC, Madrid 2006, 73.
42. W. KASPER, Caminos de unidad. Perspectivas para el ecumenismo, Ediciones Cristiandad, Madrid 2008, 41.
43. J. GARCÍA HERNANDO, La unidad es la meta, la oración el camino, San Pablo, Madrid 2004, 17.
44. Ibidem, 32.
45. J. P. GARCÍA MAESTRO, «El ecumenismo que viene», X Congreso Trinitario Internacional. Trinidad, comunión y unidad, granada 24-26 de noviembre de 2016.
46. A. NOLAN, Jesús, hoy. Una espiritualidad de libertad radical, Sal Terrae, Santander 2011, 210.
47. Papa BENEDICTO XVI, Antiguo convento agustino de Erfurt, 23 de septiembre de 2011.
48. I. ELLACURÍA, El problema ‘ecumenismo y promoción de la justicia’, Escritos Teológicos, tomo III, UCA editores, San Salvador 2002, 375-378.
49. Desmond TUTU, Dios no es cristiano y otras provocaciones, Desclée de Brouwer, Bilbao 2012, 5-6.
50. Ibidem, 8.
51. I. ELLACURÍA. El problema ‘ecumenismo y promoción de la justicia’, Escritos Teológicos, tomo III, UCA editores, San Salvador 2002, 375.
52. Desmond TUTU, Dios no es cristiano y otras provocaciones, 19.
53. I. ELLACURÍA, El problema ‘ecumenismo y promoción de la justicia’, 376.
54. Ibidem, 377.
55. Papa FRANCISCO, Viaje apostólico a Suecia. Evento ecuménico en el Malmoe Arena. 31 de octubre de 2016.
56. J. P. GARCÍA MAESTRO, «El ecumenismo que viene», X Congreso Trinitario Internacional. Trinidad, comunión y unidad, granada 24-26 de noviembre de 2016.
57. Papa FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 246.
58. Ya existió la necesidad y la visión de crearlo. J. L. DÍEZ MORENO, Historia del Ecumenismo en España, Editorial San Pablo, Madrid 2008, 428-433.
59. Citado por J. GARCÍA HERNANDO, «Pioneros del Ecumenismo», en Pastoral Ecuménica 64-65 (2005) 23.
60. Papa BENEDICTO XVI, Antiguo convento agustino de Erfurt, 23 de septiembre de 2011.
61. O. ROMERO, «Homilía 6 de noviembre de 1977», en Homilías Monseñor Óscar A. Romero, Tomo I. Editorial UCA, San Salvador 2005, 443.
62. A. NOLAN, Jesús, hoy. Una espiritualidad de libertad radical, Sal Terrae, Santander 2011, 213.
PUBLICADO EN
Diálogo ecuménico
ISSN: 0210-2870, Tomo 51, Nº159-161, 2016, págs. 377-414
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