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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

domingo, 1 de marzo de 2020

UNA REFLEXIÓN SOBRE LA CUARESMA



CUARESMA: TIEMPO DE RECONCILIACIÓN

por Carmen Herrero 

El miércoles, 26, con el rito de la imposición de ceniza, comenzamos una nueva Cuaresma. Tiempo de gracia y de reconciliación. Tiempo de misericordia por parte del Padre bueno que constantemente invita a sus hijos al Banquete pascual. Pues, Cuaresma es un caminar con alegría y jubilo hacia la Pascua: la resurrección de Cristo y nuestra propia resurrección. “La Pascua de Jesús no es un acontecimiento del pasado: por el poder del Espíritu Santo siempre es actual y nos permite mirar y tocar con fe la carne de Cristo en tantas personas que sufren” 1

El mensaje de Cuaresma del papa Francisco de este año, 2020, lleva como título: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios(2 Co 5,20). El cristiano está llamado a volver a Dios constantemente «de todo corazón» (Jl 2,12) 

Pero, ¿cómo conducirse por este camino de reconciliación con Dios, con nosotros mismo y con los demás? Y, ¿qué medios tomar para este camino de 40 días y poder llegar a vivir en profundidad esta reconciliación evangélica? 

Hemos de comenzar por conducirnos con dignidad, la dignidad que nos viene de ser lo que somos: hijos e hijas de Dios, amados del Padre desde toda la eternidad y salvados en su Hijo Jesucristo. Desde esta certeza y convicción caminaremos con gozo y los obstáculos y dificultades que se antepongan a nuestra reconciliación serán más fáciles de superar; porque no caminos solos, sino de la mano de aquel que es nuestro Reconciliador: Jesús. En él pongo toda mi esperanza, porque él es mi fortaleza, mi cayado firme que me lleva a caminar con paso ligero y seguro por el camino de la conversión, de la evangelización de mi propio corazón; siempre mirando hacia adelante, sin volver la vista atrás, apoyando mis pasos sobre sus pasos para seguirle. “Tu sígueme” (Jn 21,22)

¿Qué valores quiero vivir, durante este tiempo cuaresmal, cuarenta días, que me ayuden en este proceso de reconciliación? Indico algún de ellos, entre otros muchos que podríamos practicar como ayuda a la reconciliación. Teniendo presente que la reconciliación es tarea diaria, no solamente de cuarenta días. 

Sobriedad. 

La primera condición es que mi mochila tiene que estar muy ligera de peso para que no sea un obstáculo para mi camino cuaresmal. Entonces, mi primera disposición, es la sobriedad. ¿De qué sobriedad hablamos? De una sobriedad que te unifica; porque la reconciliación es hacer la unidad en sí mismos. Unir todas las rupturas que se dan en mi interior. Sobriedad en tus deseos, pensamientos, sueños y fantasías. La sobriedad te lleva a volver a lo esencial, a tu propia realidad concreta, y esta realidad pasa por la conversión, por la reconciliación contigo mismo, con Dios y con los hermanos; incluso con tu historia y tu pasado. Déjate convertir y evangelizar las zonas más profundas de tu corazón; es decir, deja que la gracia de Cuaresma entre en ti y te reconstruya desde el interior, desde lo más profundo de tu ser. Seguro que, si logras hacer esta experiencia, tu caminar será más ligero y rápido, tu alegría mayor, y tu esperanza infinita. 

La sobriedad te lleva a la verdad. Vivir en verdad, hacer la verdad en tu vida. “La verdad os harás libres” (Jn 8,32). Y, ¿qué es la verdad? La verdad es Cristo, y conocerle te lleva a hacer la verdad en tu vida, pues no podemos conocer a Cristo y vivir en la mentira, en el pecado, en el desorden; en la esclavitud de tantos ídolos como nos acechan y nos rompen. La sobriedad te llevará a la sensatez, al buen discernimiento, a no seguir dioses extraños. 

A la sobriedad le a acompañan el desierto, la oración, el ayuno, el compartir. 

Desierto. 

Vivir el desierto como una necesidad para estar asolas con Aquel que sabemos nos ama y quiere entablar una relación de amor conmigo: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2,4). Retirarse al desierto como necesidad de escucha amorosa y de estar a solas con Dios. Descubrir la mística del desierto, no quedarse solamente en la austeridad que él conlleva, sino vivir la mística que el desierto encierra: encuentro amoroso con el misterio trinitario. El desierto, ante todo, tiene que llevarte a un mayor conocimiento de Jesucristo, a rechazar con energía todo cuanto se anteponga al amor de Jesús y a tu propia libertad. El desierto tiene la virtud de unificar la persona, porque es el lugar en el que realmente te encuentras contigo mismo, cara a cara con tu Creador. Todos, aunque sea inconsciente, deseamos la unidad del ser, porque es uno de los valores esenciales para ser felices. 

Oración. 

La oración es el fruto del desierto, “acostumbrarse a soledad es gran cosa para la oración” dirá Teresa de Jesús. El desierto nos conduce a la soledad, a la escucha, y la escucha al amor; y el fruto del amor es la oración que transforma y une con Cristo y con los hermanos en humanidad. La oración que le agrada al Señor, es la oración de un corazón sosegado, acallado, unificado; abierto a acoger su Presencia y a vivir en su intimidad. No todos podemos retirarnos al desierto como lugar geográfico; pero sí que podemos retirarnos, y debemos retirarnos, al desierto de nuestro propio interior. Pues el desierto no es la ausencia de las personas, sino la presencia de Dios. Y orar es vivir en su Presencia. El papa Francisco en su mensaje de Cuaresma insiste en la oración: “La oración es muy importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene. La oración puede asumir formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad”. 2 La voluntad del padre es que volvamos de todo corazón a la casa del Padre. “Les daré un corazón para que me conozcan, porque yo soy el Señor; y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, pues volverán a mí de todo corazón” (Jeremías, 24,7)

Ayuno. 

El ayuno es esencial en el seguimiento de Jesús, y también para vivir una relación, justa y armoniosa entre mi yo y los alimentos. No dejándome poseer por ellos ni tampoco quererlos poseer. La justa relación con las cosas, con los alimentos, consiste en reconocer con gratitud su valor, su necesidad y, como dice san Ignacio de Loyola: “las cosas se usan tanto en cuanto me ayudan al fin perseguido”. El saber privarse, sentir la necesidad y hasta el hambre material, nos lleva a la libertad y a valorar las cosas que Dios ha creado para nuestro sustento; y también a pensar en tantos hermanos nuestros como carecen de lo más esencial, en parte, por el mal uso que hacemos de los recursos de la naturaleza; del acaparamiento y la posesión desmesurada de unos pocos. Ahí tendría que ir orientado nuestro ayuno: a ser solidarios con tantas personas como no tienen lo necesario para alimentarse correctamente. En nuestros días el ayuno significa compartir. La privación en sentido de compartir, tienen un sentido mucho más evangélico que la privación únicamente por ascesis. Pon en un sobre tus ahorros y comparte… Tu corazón se llenará de alegría, y la alegría es superior a la ascesis, además alegrarás el corazón de tu hermano necesitado y el corazón del Padre, porque ve en ti el amor a tus hermanos, sus hijos. “Que os améis los unos a los otros como yo os he amados” (Jn 13,34)

Y siendo muy importante esta orientación del ayuno material, y el de compartir, él debe de conducirnos todavía mucho más lejos, a ese otro ayuno del yo que es el que realmente nos quita la libertad, nos esclaviza y nos impide ver al hermano como un don, una riqueza desde la diferencia. Esto es lo que no supo vivir el rico de la parábola de Lazado (Lc 16, 19-31). Su pecado no está en que era rico, sino en que ignoró a su hermano pobre y necesitado. El rico, teniendo mucho, ignoraba a los demás, no supo vivir la fraternidad ni el compartir. Vivía al margen de Dios y al margen de los demás; muy centrado en su yo, y como consecuencia no reconoció a su hermano hambriento y desnudo. El ayuno de mi yo me lleva a reconocer el tú de mi hermano, para juntos caminamos más gozosos hacia la Pascua. 

Compartir. 

El compartir nos lleva a la generosidad, al despojo, a la pobreza evangélica; y, sobre todo, a tener en cuenta al hermano más necesitado. Quien sabe compartir nunca se empobrece, antes bien, se enriquece infinitamente. La sagrada Escritura nos lo certifica; pero también la vida misma. “El que siembra escasamente, escasamente cosechará; y el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará. Cada uno dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9,6-7). El dar conlleva en sí mismo, una gran alegría; y más todavía cuando este dar implica desprendimiento y entrega en bien de los más necesitados. Dice el papa Francisco: “Hoy sigue siendo importante recordar a los hombres y mujeres de buena voluntad que deben compartir sus bienes con los más necesitados mediante la limosna, como forma de participación personal en la construcción de un mundo más justo. Compartir con caridad hace al hombre más humano, mientras que acumular conlleva el riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo. Podemos y debemos ir incluso más allá, considerando las dimensiones estructurales de la economía”. 3 En nuestros días todo está al servicio de la economía, cuando tiene que ser al contrario: la economía tiene que estar al servicio de los hombres, al crecimiento y bien de la humanidad. 

La Cuaresma tiene que ayudarnos, a nosotros, los cristianos, a identificarnos cada vez más con Cristo, y a partir de esta identificación podremos vivir con él la muerte y resurrección que nos conduce a la Pascua. 

NOTAS:
1. Discurso de Cuaresma del papa Francisco 2020
2. Mensaje del papa Francisco de Cuaresma 2020
3. Discurso de Cuaresma del papa Francisco 2020 


Sor Carmen Herrero 
Fraternidad Monástica de Jerusalén



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