Un nuevo ritual para un nuevo tiempo.
por Koldo Aldai
Queremos dejar las viejas formas atrás, sin embargo aún no hemos dado vida a las nuevas. Vivimos tiempos de tránsito con la interinidad que ello implica en la manera de encarar momentos significativos en el desarrollo de nuestra encarnación física. Queremos dejar la religión tradicional, pero aún no hemos terminado de diseñar la espiritualidad ancha, abarcante, inclusiva del futuro. Recelamos de la ceremonias católicas, pero en esa actitud de despecho llegamos a desacralizar momentos importantes de nuestras vidas.
Da la impresión de que sabemos lo qué no queremos, pero aún no hemos acertado con lo qué queremos. Rechazamos las fórmulas antiguas, pero no hemos dado vida a las nuevas. No queremos un funeral católico por no adherirnos a la ortodoxia hasta ahora preponderante, por no entregar a los sacerdotes el protagonismo de esos momentos de despedida física de nuestros seres queridos…, sin embargo por poner sólo un ejemplo, contratamos a tal efecto un bar, una cafetería llena de un ruido que diluya toda la solemnidad requerida, que por supuesto haga desaparecer el rastro de la temida muerte. El despiste ante este tipo de ceremonias refleja en buena medida cierta desorientación del humano ante la razón última de su propia existencia. Si no sabemos del sentido de la vida, si no deseamos bucear en la finalidad profunda de nuestro paso por la tierra…, nunca podremos imprimir tampoco razón y sentido a esos importantes actos.
Si la vida cobra para nosotros un sentido superior, elevado; si vemos en nuestro paseo físico por la tierra una oportunidad de crecer internamente, de purificarnos, de ganar en amor, de curtirnos en servicio y entrega con el encuentro con nuestros hermanos…, las ceremonias ligadas al nacimiento, a la entrada en la pubertad, los rituales de matrimonio, de despedida física…, cobrarán igualmente su sentido incontestable. De lo contrario, si consideramos nuestra existencia banal, sin norte, ni sentido, éste brillará igualmente por su ausencia en las ceremonias. En este caso las ceremonias constituirán, en importante medida, un acto de huida, de escapismo de nosotros mismos, de negación de lo sublime que nos habita. Si nuestra existencia es una carrera hedonista, la muerte no será sino el fin de una fiesta más o menos gozosa, que no se repetirá y por lo tanto la ceremonia que la acompañe, un trámite inevitable que será preciso apresurar.
Al humano moderno, sumido en la filosofía materialista imperante, a menudo le pueden llegar a incomodar la quietud y el silencio, sobre todo en los momentos significativos de su vida. De una forma más o menos inconsciente, puede temer que en esos instantes de siquiera breve paréntesis de recogimiento, el alma abandone su postramiento y se le presente cara a cara interrogante. He ahí uno de los dramas de la sociedad materialista y profana que nos rodea, la permanente invitación a huir de nosotros mismos y nuestra condición trascendente. La mínima solemnidad, el mero y breve silencio puede sincerarnos y colocarnos frente a nosotros mismos y nuestras apremiantes y mayúsculas cuestiones. De ahí la tendencia a privar de esa elemental solemnidad a todas las ceremonias importantes de nuestras vidas.
Por lo tanto no podremos alumbrar la nueva ceremonia, mientras que no alumbremos una nueva conciencia de la vida. Las formas van tras la esencia. Una nueva era sagrada advenirá cuando el humano recobre el sentido sagrado y trascendente de la existencia, sentido que indudablemente impregnará los nuevos rituales. De nada sirve el rechazo de lo pretérito, si no somos capaces de dar vida a lo nuevo. De nada sirve cargar contra la Iglesia católica, si no logramos hilar un nuevo ritual acorde al sentir más abierto, más universal de nuestros días. De nada sirve jubilar a nuestros sacerdotes mayores, si no somos capaces de conducir un sencillo acto ya de venida, ya de despedida física de un ser amado.
La nueva era sagrada no advendrá de repente. El nuevo tiempo de universal espiritualidad que desborde la religiosidad doctrinaria y compartimentada del pasado, no se instalará de un día para otro. Necesita de su maduración, pero es preciso ya ensayarse en ello. Dejar a un lado los miedos que nos habitan con respecto a la llamada muerte, a nuestra condición trascendente, es un primer paso. Podamos ir dando con inteligencia, tacto y don de ubicación muchos más…
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