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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

jueves, 19 de junio de 2014

ESTRELLA FUGAZ EN EL ECUMENISMO

Juan Pablo I, 
estrella fugaz en el ecumenismo


No podemos afirmar que en esta revista se haya tratado con frecuencia del ecumenismo en los diversos Papas, pero sí se ha trazado el perfil ecuménico de algunos de ellos e incluso se ha hecho referencia a algunos de sus documentos referidos a este movimiento. Se ha expuesto, incluso, la “Instrucción Ecclesia Cathólica” de 1949 en tiempos de Pío XII, se ha hablado de Juan XXIII y en este mismo número aparecen tres artículos sobre éste Papa con motivo de su canonización. Acerca de Pablo VI, tal vez el Papa con mayor bagaje ecuménico, se han publicado algunos artículos y el último en este número. También del largo pontificado de Juan Pablo II y su encíclica “Ut unum sint” se han abordado bastantes aspectos, algo hemos subrayado sobre la doctrina ecuménica de Benedicto XVI y ahora ofrecemos continuas noticias del sencillo y atrayente ecumenismo del Papa Francisco. Algunos de estos Pontífices son considerados verdaderos astros en la acción ecuménica, pero ¿qué se puede encontrar sobre este tema en los 33 días del pontificado de Juan Pablo I?. Le calificamos aquí de “estrella fugaz en el ecumenismo”. ¿Qué podremos hallar y destacar sobre el ecumenismo de este Papa?. Antes de bucear en la búsqueda de cualquier signo de su interés ecuménico no debemos olvidar que el Papa Luciani, Albino Luciani, desde el primer momento de su llegada a este mundo hasta su salida de él estuvo ungido por el misterio de Dios. Misterio en toda la vida de Luciani que permanece presente y actuante hasta nuestros días.

Un excelente sacerdote veneciano, D. Germano Pattaro conversó largamente con el Papa Luciani días antes de su muerte. Tomó detallados apuntes sobre estos diálogos, los entregó a un amigo suyo para que los utilizara y quedan textualmente recogidos en el libro: “Il mio cuore è. ancora a Venezia”, de Camilo Bassotto, Editoriale Tipolitografía. Adriatica. Musile di Piave. Anno: Venezia, 1990. Utilizaremos algo de los mismos referente al ecumenismo en Juan Pablo I.

Un pionero del ecumenismo

 Del ecumenismo en los años que estudiaba Teología no se conocía nada. Ortodoxos, anglicanos o protestantes y los valdenses especialmente en Italia aparecían en el epígrafe “adversarios” en las tesis de Teología Dogmática y se los encontraba en las páginas de los textos de la Historia de la Iglesia, con un juicio siempre negativo. Pero las conínuas lecturas de Luciani desde que era muy joven le prestaron un notable servicio en este capítulo de las Iglesias disidentes, de las ortodoxas concretamente. En el verano de 1933, cuando acababa de recibir algunas órdenes menores, como se decía entonces, dedicó largas horas a organizar la magnífica biblioteca parroquial de más de 2000 volúmenes, sabiamente elegidos durante años por D. Filippo. Desde niño, y más de seminarista, el párroco le había prestado libros adecuados a su edad y no hacía muchos veranos había leído a Dostoyevsky y Tolstoi. Ambos autores rusos le habían entusiasmado y D. Filippo comprobaba que los entendía bien y extraía certeras conclusiones. En esta organización de la biblioteca topó de nuevo con ellos y no se contentó con la ficha bibliográfica sino que se decidió a releerlos de nuevo: Crimen y castigo, los hermanos Karamazov de Dostoyevky y Resurrección de Tolstoi, le dieron oportunidad de encontrarse con la belleza y profundidad del alma rusa. Al volver al Seminario buscó en la biblioteca libros sobre la doctrina ortodoxa, su liturgia y su espiritualidad. Aquello se correspondía mucho con lo que él sentía en su espíritu. No lo olvidó nunca. Fue su primer acercamiento a la desunión y unidad de los cristianos. Ya profesor del Seminario de Belluno leyó más sobre este tema y su alma se abrió tenuemente hacia la comprensión de lo que significaba la unión de los cristianos.

Pero hasta el otoño de 1962 fue sólo algo que se hallaba en su bagaje de conocimientos. Por aquella región del Véneto no se había encontrado si no a fieles católicos. Incluso en el poco tiempo que llevaba como obispo de Vittorio Véneto nunca había llegado hasta él noticia alguna de ortodoxos o protestantes en su diócesis. Todo ocurrió de improviso en el Concilio Vaticano II al que asistía como uno de los más jóvenes Padres Conciliares. Juan XXIII lo dejó claro en su discurso de apertura en la mañana del día 11 de octubre de aquel 1962 cuando afirmó que uno de los objetivos de aquella magna Asamblea era buscar la unidad de los cristianos. El obispo Luciani de Vittorio Véneto escuchaba con extraordinaria atención siempre las palabras de Juan XXIII. Le conocía personalmente desde su estancia como Patriarca de Venecia. El mismo Papa Juan le había elegido directamente y le había consagrado obispo en la Basílica de San Pedro pocos meses antes.

Como a otros muchos Padres Conciliares también al obispo Luciani le llamó poderosamente la atención el inolvidable discurso del arzobispo de Brujas, Mons De Smet, a todos los obispos en el Aula acerca de la importancia del ecumenismo para progresar en la buena marcha del Concilio. Estaban en los últimos días de la primera etapa conciliar. El arzobispo de Brujas era uno de los miembros más activos del grupo que rodeaba al cardenal Agustín Bea, responsable de la Comisión de Ecumenismo en el Concilio.

Los cuatro años del Concilio supusieron para el obispo de Vittorio Véneto una verdadera renovación en su teología y en su pastoral. Habló con frecuencia a lo largo de las cuatro etapas conciliares con los más prestigiosos teólogos, se acercó a conversar alguna vez con los Hermanos de Taizé, con algunos observadores ortodoxos y asimiló con precisión la doctrina ecuménica del Decreto “Unitatis Redintegratio”, observando con la perspicacia intelectual que le acompañó siempre cómo el ecumenismo aparecía como una doctrina transversal en prácticamente todos los documentos conciliares. Vuelto a su diócesis bajo la fuerte impresión de la supresión de excomuniones entre la Iglesia Ortodoxa de Constantinopla y la de Roma el penúltimo día del Concilio, se esforzó en que sacerdotes y laicos se adentraran poco a poco en la admirable reforma conciliar. Naturalmente, el ecumenismo iniciado por Juan XXIII y proclamado por el Concilio no fue lo que tuvo más repercusión pues por aquellas tierras del noroeste italiano eran contados los que pertenecían a otras Iglesias cristianas.

Trasladado a Venecia como Patriarca, allí el movimiento ecuménico tenía mayor notoriedad e influjo, aunque al Patriarca Luciani tampoco le atrajo mucho ni le inquietó. No obstante trató con verdadero esmero a la antigua comunidad ortodoxa instalada allí.

Había en Venecia un sacerdote, D. Germano Pattaro, gran teólogo, con grandes ideas e intuiciones, gran estudioso de la doctrina conciliar y decididamente abierto al ecumenismo. Por la unión de los Cristianos dio lo mejor de su inteligencia y de su vida. Fue pionero del ecumenismo en Italia desde los tiempos del cardenal Agustín Bea, con quien se relacionó estrechamente y con cuyos grupos de teólogos ecuménicos participó. En 1967 fue llamado a colaborar en la Primera Comisión Teológica Italiana. Con Mons. Luigi Sartori de Padua organizó el primer Congreso Nacional de Teología con el fin preeminente de convertir a los teólogos al ecumenismo. Le tocó el tema más comprometido : “Aspectos de la teología protestante actual”. Fue la lección más completa, densa de pensamiento y de doctrina, de historia y de documentación. Se publicó con las demás en la recién creada revista de ecumenismo “Ut unum sint”. Desde aquí D. Germano resultó para unos una luz y para otros un peligro a evitar.

No obstante siguió participando como experto en todos los congresos internacionales y nacionales de ecumenismo. Exponía con claridad su pensamiento:

“Feliz quien vea el día soñado y deseado por los santos, los mártires y los fieles de toda la tierra, en el que nos encontraremos todos juntos alabando a Dios, comiendo del mismo pan y viviendo de la misma fe, después de siglos de amargas divisiones, de culpables silencios y de injustificados rechazos a la confrontación y a la búsqueda de la unidad entre las Iglesias cristianas”

Palabras así que en nuestros días serían lo más normal provocaban entonces grandes sospechas para unos y seguimiento incondicional de otros. A él le siguió gran parte de la juventud pero se enfrentó con el Patriarca Urbani. Luciani no se le puso en frente pero procuró darle poca importancia, aunque siempre le consideró un gran teólogo y magnífico sacerdote. Escribió muchos artículos en las revistas de Italia que se abrían al ecumenismo y organizó cursillos acerca de la teología del ecumenismo durante más de veinte años.

Pobres de nosotros si obstaculizásemos el camino ecuménico.

Elegido Albino Luciani Papa el 26 de agosto de 1978, no pasarían más de 10 o 12 días cuando D. Germano Pattaro recibió en Venecia la llamada del Papa Juan Pablo I diciéndole:

- Germano, el Papa te necesita.

A los pocos días se presentó en Roma y aquella misma tarde se encontró con el nuevo Papa. Hizo ademán de arrodillarse pero el Pontífice no se lo permitió si no que le abrazó con afecto.

- No te sorprendas de que te haya llamado. A los curas nos cuesta trabajo exteriorizar nuestros sentimientos, tenemos miedo de decir a alguien, incluso a las personas más queridas, te quiero. Ahora me siento movido a decirte que te he querido por tu fe, la transparencia de tu vida y la dolorosa pasión de tu enfermedad.

A lo largo de varios años D. Germano había padecido dolorosa enfermedad que le condujo a clínicas de Londres y Venecia. En este momento su salud también era precaria pero, acostumbrado como estaba a superarse continuamente, se hallaba dispuesto a aceptar cualquier propuesta de su hasta, hacía poco, Patriarca.

- Dios tiene un particular designio para tí, siguió diciendo Juan Pablo I. Ahora estás aquí y te digo : quisiera tenerte como mi consejero teológico. Debo ser apóstol de verdad y de misericordia, de unidad, de paz y de justicia, y si Dios quiere daré mi vida, incluso ya, por la Iglesia y por el mundo… Necesito buenos consejos de alguien que me quiera, que me esté cercano, que me consuele, alguien también con quien poder rezar juntos.

Enseguida habló de su querido Papa Juan XXIII y del Concilio Vaticano II. Se sentía protegido por aquel Pontífice y seguro con la rica doctrina del Concilio. Quería poner en marcha o intensificar los puntos más esenciales del Vaticano II y tenía prisa. Sintió él, entonces joven obispo, comenzar una nueva era. El Concilio seguía siendo un libro abierto, libro profético, todo por leer, por interpretar. El Concilio es un cofre de ideas y de doctrina, de preciosas innovaciones litúrgicas, de iluminaciones teológicas, históricas, religiosas y pastorales. El reverendo Pattaro escuchaba atento y valoraba el alto concepto que aquel nuevo Papa tenía sobre el Concilio.

- En el Concilio, añadió Juan Pablo I, leía y escuchaba las declaraciones de los Padres, las opiniones teológicas y mi mente se abría al corazón universal de la Iglesia y de la dimensión planetaria de los problemas religiosos, morales, culturales y sociales que acosan al hombre en toda la tierra. El Concilio es rico en ideas y en proposiciones, en fermentos innovadores y en preciosas enseñanzas para una acción teológica más incisiva, espiritual, eclesial y pastoral en el surco de la tradición y de la Unidad.

Se percibía a las claras que el Concilio había invadido por completo su vida y que ahora como Papa tenía que urgir tantas cosas como había visto imprescindibles y que por el escaso tiempo transcurrido, no obstante la gran actividad conciliar de Pablo VI, no se habían puesto en práctica.

- Pobres de nosotros si obstaculizásemos el camino ecuménico con interpretaciones reductivas o retrasáramos las nuevas orientaciones misioneras de la Iglesia, dijo el Papa. El Concilio tiene que realizarse bajo la guía del Papa y los obispos con la aportación personal de los teólogos, de los sacerdotes, de los religiosos y de los laicos en cada país… Tú has escrito que la nueva frontera de los cristianos es la teología del ecumenismo. Un campo muy vasto de estudio, de investigación, de verificación y de confrontación con las Iglesias hermanas, con el judaísmo y con las demás religiones universales. La Iglesia, en tu opinión, se abre a un futuro de esperanza y de unidad en Cristo Señor, sin pedir que se cancele la identidad de cada confesión. Tú has estado en las asambleas ecuménicas de África y has conocido el mundo religioso, social, cultural, teológico y eclesial de las comunidades cristianas africanas.

El Papa Luciani conocía un poco el mundo africano e hispanoamericano, era partidario de los Sínodos especiales para estos continentes porque contribuían mucho a acrecentar la fe y la unidad. Le parecía que a esas alturas del s XX no se podía mantener una única teología de corte europeo pues todos aquellos países habían ido adquiriendo una teología con matices propios y defendía él la unidad en la diversidad porque le parecía una coniinua riqueza en movimiento. Hablaron entonces de la teología, del enriquecimiento que supondría una teología dialogada entre todos los teólogos, que se abriría a una teología ecuménica. Entonces el Papa recordó de nuevo sus tierras bénetas.

- Tú has sido pionero del ecumenismo en Venecia , dijo Juan Pablo I.

- Sí, contestó el P. Pattaro, pero a la par con Mons. Luigi Sartori de Padua.

- En el pasado, acentuó Luciiani, tuve cierta perplejidad sobre Mons. Sartori. Con sus aperturas ecuménicas y teológicas me parecía un cura de frontera.

- Y quizá en el espíritu y la pasión lo era, subrayó D. Germano, pero hace una teología auténticamente ecuménica, con sus riesgos que, naturalmente, los tiene.

- Su obispo que también es el mío me lo elogió y me dijo: es un sacerdote de fe y de piedad, culto y preparado, un teólogo que mira lejos, anclado siempre en la unidad y en la ortodoxia.

Don Germano intervino:

- Todo eso es insustituible en un buen teólogo ecuménico. Sin esas cualidades no se puede hacer nada por la unidad de los cristianos. Santo Padre, sus palabras me producen una gran alegría. Sabía de sus perplejidades, pero esperaba que un día usted pudiera conocerle verdaderamente. Monseñor Sartori es un gran amigo mío, al que quiero mucho.

- Recuerdo que gracias a tu colaboración el cardenal Agustín Bea fue a Venecia a una asamblea ecuménica, en los primeros años 60, en el teatro “La Fenice”, estando presente el Patriarca Giovanni Urbani. Tuvo resonancia en toda Italia. Hubo un silencio y el Papa continuó.

- Tenemos que volver, dijo el Papa, a mirar en lo más profundo la actitud y el pensamiento que tuvimos durante siglos hacia los hermanos de las Iglesias cristianas. No buscamos en los tiempos atrás, con mayor tenacidad y caridad, previsión, confianza y humildad el camino de la unidad, sin quitar nada a la esencia, a las raíces y al patrimonio de nuestra fe. Jesús nos dice: “Por eso reconocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros como yo os he amado”. Nosotros no nos hemos amado los unos a los otros. Durante siglos nos hemos ignorado y peleado. Todas las Iglesias cristianas, nosotros incluidos, hemos pecado en contra del amor y en contra del mandato de Cristo.

Se había echado la noche cuando dejaron la conversación. Mientras Pattaro cruzaba la Plaza de San Pedro y algunas calles de Roma daba vueltas a la conversación con su Patriarca y ahora Papa. Afloraba la sonrisa a su rostro y pensaba que estaba ante un Papa que valoraba el ecumenismo y sería tan ecuménico como Pablo VI. Se dijo asimismo que debía darlo mucha importancia pues a tan pocos días de su elección le había llamado para tenerlo a su lado en relación con una actividad ecuménica que seguramente pondría en marcha con rapidez. Recordó las últimas palabras del Papa al despedirse: “El modo de tu presencia, aquí, junto a mí, dejo que lo estudies tú. Sé que eres ajeno a cualquier obligación que te ate a un escritorio. Te entiendo; yo también soy así. Hablaremos de ello. Procuraré que te incluyan en el despacho de curia que te corresponde”.

“Quiero ir a Israel”

En el siguiente coloquio, días después, dialogaron bastante sobre el tema de los judíos. Había conocido Juan Pablo I a diversos rabinos y miembros de la comunidad judía en Venecia y mantuvo conversaciones con ellos. Estaba muy influenciado por la doctrina conciliar sobre los judíos y conocía casi de memoria la Declaración “Nostra Aetate”.

- Tú sabes que no me gusta viajar, dijo en un momento el Papa a D. Germano. Pero no puedo encerrarme en el Vaticano, alejado de todos. Iré a donde me quieran, a cualquier tierra, a cualquier país, especialmente a los países pobres, donde hay hambre y guerra. Quiero encontrarme con los niños, los ancianos, las mujeres, las monjas, los misioneros y los obispos que viven y mueren con la gente, en los lugares más perdidos, para dar testimonio de Cristo. Si se me concede quiero ir a Israel. Debemos restablecer las relaciones con este país. Nuestra casa es la casa común de todos los pueblos… Yo quiero el diálogo, la reconciliación. He conocido a muchos judíos y de muchos me he hecho amigo como tú.

Pensaba el Papa que la diplomacia era buena pero a veces lenta, fría y despegada y que el corazón lo ve todo antes. Pensaba que en esa zona de Oriente los problemas eran inmensos y no se pueden resolver sin conocerlos. Tenía el Papa Luciani una intención secreta que le comunicó al P. Pattaro en aquellos días: convocar a una representación de obispos de todo el mundo para un acto de penitencia, de humildad, de reparación, de paz y de amor de la Iglesia universal para que el Papa y los obispos lo repitieran cada año en las iglesias locales todos los Viernes Santos porque los cristianos pecan mucho contra los judíos, porque habían sido ignorados y calumniados durante siglos. Añadía que los judíos no eran deicidas, aunque en el plano histórico algunos lo fueran y tienen un nombre concreto. La acusación le parecía teológicamente infundada y moralmente injusta. Agregó que el Antiguo Testamento es el fundamento común, la raíz teológica e histórica del judaísmo y del cristianismo. Sin el Antiguo Testamento la Iglesia pierde su identidad y la imagen de sí misma. Decía que los verdaderos pecadores contra el Pueblo de Israel eran los cristianos, los curas, los obispos, los Papas que han actuado y actúan en las instituciones de la Iglesia y debían rezar a Dios para que los perdone ese pecado. El tema judío se prolongó un largo tiempo porque el Papa insistía en que los cristianos tenían mucho que aprender de los judíos y aunque se había avanzado, especialmente por el terrible testimonio del Holocausto, todavía se encontraban sombras y desavenencias entre la Iglesia y los judíos. Repetía a cada momento la necesidad de volver a pedir perdón, a desterrar el sentido trágico del Viernes Santo todavía para muchos judíos y volvía a insistir en su viaje a Israel.

- Quiero ir como peregrino a Jerusalén. Pediré consejo, pero pienso que el Papa debe ir a Israel, debe ver con sus ojos, debe hablar, rezar, escuchar y dialogar. Recuerdo el entusiasmo y la emoción levantada en todo el mundo por Pablo VI, cuando fue como peregrino a Israel. Recuerdo los gestos, los encuentros, las palabras y sus invocaciones de paz, de fraternidad y de respeto hechas hacia los dos pueblos que cohabitan en aquella tierra, que ha visto y ve tanta sangre y tan crueles divisiones. Del 4 al 6 de enero de 1964 el Papa Pablo peregrinó a Jerusalén. Preparó el viaje en silencio y fue una obra maestra de diplomacia. Se encontró con las autoridades israelitas y jordanas. Una muchedumbre conmovida le acompañó desde la puerta de Damasco hasta la basílica del Santo Sepulcro. Después de Pedro era el primer Papa que ponía su pie en la tierra de Jesús. Fue allí donde pudo abrazar después de siglos y siglos al metropolita ortodoxo de Constantinopla Atenagoras. Al volver a Roma dijo a la multitud que vino a saludarle: Gracias, hijos, por esta vuestra amable acogida. Tengo aún en el corazón las palabras de paz, de esperanza y de caridad que he podido pronunciar en Jerusalén… Yo quiero hacer una visita y hablar con los jefes de Estado de Israel y de Jordania.

“Yo sé que la división de los cristianos es pecado”

El Pontífice, que conocía bien la pasión ecuménica del sacerdote D. Germano, al escucharle intervenir en el diálogo de estos días pensó que había encontrado un verdadero colaborador en este campo y otro día le comentó:

- Hablaremos más de ecumenismo. Pediremos a Dios, al Espíritu Santo y a Cristo Señor que nos iluminen. Yo sé que la división de los cristianos es pecado y que la unidad de los cristianos es don de Dios. No habrá verdaderamente ecumenismo si no hacemos penitencia, si no nos damos la paz y el perdón, si no nos convertimos. Hemos pecado. Cada acto ecuménico debe ser un acto de “reconciliación” vivido en la contrición y en la humildad

Al pronunciar estas palabras lo hacía lentamente, reflexionando y con emoción. D. Germano advirtió por sus citas literales a lo largo del coloquio que el Papa conocía de memoria el Decreto de Ecumenismo del Concilio Vaticano II “Unitatis Redintegratio”, que lo había meditado sacando unas conclusiones claras acerca de su valor teológico y de su importancia en la acción viva de la Iglesia Católica y de todas las Iglesias Cristianas.

- Todos los caminos del diálogo ecuménico van a ser largos y difíciles e implicarán riesgos, subrayó el Papa. Buscar la unidad en Cristo quiere decir también buscar la unidad con el hombre. El reto abarca los siglos, los pueblos, las Iglesias hermanas y la historia. Queremos la unidad, trabajamos por la unidad, ofrecemos nuestra vida por la unidad y la plena comunión de los cristianos. Antes de morir Jesús dijo: “Que todos sean uno, como Tú Padre en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17, 21). Son palabras fuertes, dichas por Jesús: “ Para que el mundo crea que Tú me has enviado”. La unidad de los cristianos se convierte en la prueba de la credibilidad de Cristo. La división “viola la voluntad de Dios, escandaliza al mundo, impide la santísima causa de la predicación del Evangelio” (UR 1). No debemos encerrarnos en nuestra concha convencidos de estar en posesión de la verdad. Pobres de nosotros sí perjudicamos la esperanza y si retrasásemos con nuestro egoísmo y nuestra soberbia los designios de Dios.

En aquella conversación D. Germano se iba emocionando por momentos. Resultaba que Juan Pablo I, que por tantas causas había ofrecido su vida a Dios: Por sus seminaristas de Belluno, por su diócesis y sacerdotes de Vittorio Véneto, por el Patriarcado y sacerdotes de Venecia y siempre había sido aceptado por Dios con sufrimientos y enfermedades, ahora había ofrecido su vida por la unión de los cristianos. ¿Podía esperarse más de un Papa recién llegado a la Sede de Pedro?. El sacerdote veneciano dejaba hablar a su, hasta hacía tan poco, Patriarca. De repente se acordó el Santo Padre de algo y dijo:

- He prometido al Patriarca católico maronita, que me lo pidió entre lágrimas, que iría a Beirut. Líbano, un tiempo tierra feliz de fe y libertad, hoy está muriendo en las cosas y en las personas, retenida como rehén por los pueblos que la rodean como un botín a repartir. Un pueblo sin esperanza, dejado a la merced de brutales facciones y de milicias extranjeras que han llevado muerte y destrucción, mientras las grandes potencias rechazan poner fin al genocidio para salvar sus intereses y sus alianzas con los pueblos cercanos, enemigos del Líbano. Los cristianos están bajo amenaza de destrucción. Los árabes sirios tratan de borrar del Líbano la presencia de los cristianos.

La conversación discurría por distintos puntos más o menos cercanos al ecumenismo y D. Germano, que había conocido al metropolita Nikodim de Rusia en reuniones ecuménicas y por el que sentía estima, admiración y amistad, pidió a Su Santidad que le hablara de Boris Nikodim.

- Murió entre mis brazos, acentuó con sentimiento Juan Pablo I. Todo sucedió en pocos instantes, quedé desconcertado. Un hombre de vida íntegra fuerte en la fe. Esto lo puedo decir, un gran obispo, un alma de alta espiritualidad, de gran cultura, cercano al corazón de los católicos. Con la riqueza de su hablar me decía: Quizá un día, Padre Santo, podamos subir juntos, con las antorchas encendidas, al altar de Dios, convertido en el altar de todos los cristianos. Me dejó un hermoso regalo. Te aseguro que jamás en mi vida había escuchado palabras tan bellas sobre la Iglesia Católica, como las que él pronunció. Sé que sufrió mucho por la Iglesia, trabajó muchísimo por la unidad de los cristianos. Su muerte es una señal profética de mi pontificado. Nikodim me dijo: La historia de nuestro pueblo está siempre escrita con sangre. Le respondí: Pero ahora hay una solemne promesa de maría, la Virgen de Fátima, que ha dicho: al fin, Rusia se convertirá y habrá paz. Me lo dijo también a mí Sor Lucía en Coimbra. Lo piden todos aquellos que padecieron y murieron en los campos de concentración siberianos, todos aquellos que fueron humillados en los hospitales psiquiátricos hasta enloquecer por permanecer fieles a Cristo, todos aquellos que fueron perseguidos, privados de los derechos humanos, del trabajo y de la casa, exiliados, torturados y asesinados por la fe cristiana.

Nikodim añadió en su conversación pocos minutos antes de morir que el día que llegara a Rusia la paz y la libertad todo el mundo se vería afectado y se beneficiaría, que saldría a la luz el inmenso martirologio de los cristianos de la Iglesia Ortodoxa Rusa y que brillarían también los mártires y los santos de la Iglesia católica de Ucrania.

- Me pidió finalmente Nikodim que bendijera y rezara por el pueblo ruso. Lo he hecho de todo corazón y que seguiré haciendo.

Caía la noche y nuevamente emocionado se despidió de Su Santidad. No le volvería a ver vivo pues Juan Pablo I murió en el misterio de Dios, como misterio de Dios había sido toda su vida. En la madrugada del 28 de septiembre apareció muerto en su lecho de los apartamentos pontificios. Tiempo después el P. Germano Pattaro escribió a un amigo suyo, depositario de todos estos apuntes :

Muchos se maravillarán de estas ideas mías sobre Albino Luciani, obispo y Papa. Debo decirte con plena conciencia que mis convicciones sobre Luciani han cambiado, especialmente después de los tres coloquios que tuve con él. Es mi intención hablar y dar testimonio de ello a pesar de que estoy seguro de que esto suscitará en muchos, aquí en Venecia y en Roma, profundo estupor. Mi testimonio contrasta, sin duda, con la opinión difundida por acá y por allá de que Luciani ha sido un hombre muy insignificante y no imaginable para aquel puesto”.

Un artículo de Marta Díez Gómez 
publicado en la Revista Pastoral Ecuménica


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