Ver las vacaciones sólo como un momento de relax lleno de tentaciones es injusto para con nosotros mismos y para con el mismo Dios. El traje de baño, las gafas de sol, una novela de intriga, una revista de crucigramas, algo de ropa (no mucha), desodorante, colonia... Todo entra en la maleta, antes de salir, por fin, de vacaciones.
Todo... Bueno, algo tiene que quedarse en casa. Miramos a la estantería y salta, ante nuestros ojos, una Biblia. ¿La llevamos? Una voz nos susurra: "pesa mucho, además, vas de vacaciones, para disfrutar y descansar, que te lo mereces..."
Todo... Bueno, algo tiene que quedarse en casa. Miramos a la estantería y salta, ante nuestros ojos, una Biblia. ¿La llevamos? Una voz nos susurra: "pesa mucho, además, vas de vacaciones, para disfrutar y descansar, que te lo mereces..."
Existe el peligro de vivir el tiempo de vacaciones como si Dios no existiese, como si la fe cristiana fuese sólo para los días ordinarios, para el trabajo, cuando los familiares, conocidos y amigos clavan sus ojos en nosotros y siguen cada uno de nuestros movimientos. Las vacaciones, piensan algunos, se viven para olvidar deberes pesados, responsabilidades difíciles, normas oprimentes. Incluso hay quienes olvidan o quieren olvidar esa lista de mandamientos que Dios nos dio por medio de Moisés y que marcan nuestro camino de fidelidad a Cristo. Buscan hacer "vacaciones de Dios", o, incluso, mandan a Dios "de vacaciones" para poder disfrutar unos días según lo que se les antoje en cada momento.
El cristiano, sin embargo, no puede tomarse vacaciones de sus compromisos espirituales. Pensar en las vacaciones como una especie de tiempo sin ley, donde uno se echa unas cuantas canas al aire y se permite películas, bailes o bebidas que pueden ser peligrosas, es simplemente no entender el tesoro tan estupendo que llevamos entre manos. No es justo arriesgarse a perder, en unos días, la amistad con Dios que llamamos "estado de gracia".
La vida cristiana, no lo olvidemos, es el tesoro más grande que Dios nos ha dado. Implica vivir según las bienaventuranzas, pensar en los demás, ayudar a los pobres, ser fieles a los compromisos familiares y sociales. El descanso no puede ser un paréntesis, un momento en el que dejemos volar los instintos a donde nos lleven, incluso tal vez a algún que otro pecado grave.
No pensemos sólo en el campo sexual, donde ya de por sí somos tentados durante casi todo el año. También se puede aplicar a las vacaciones la parábola del pobre Lázaro a las puertas del rico (que llamamos, ya por costumbre, Epulón): habrá algún necesitado que nos pida ayuda, y el pensar en los otros vale también cuando uno está en la playa o en la montaña. Igualmente, hay vírgenes necias que, en el descanso, son sorprendidas por la llegada del esposo, y no tienen aceite en sus lámparas. La muerte no avisa, y no es de psicóticos estar preparados al encuentro del Señor. Y los dones que Dios nos ha dado (salud, alegría, optimismo, energías físicas y espirituales) no son para ser guardados durante las semanas de descanso: también nos pueden pedir cuenta de lo que hayamos hecho o dejado de hacer con ellos estos días en los que alguno se siente con más ganas de acariciar las sábanas que de dedicarse a ayudar a la familia en las pequeñas cosas de todos los días (también en vacaciones).
Pero ver las vacaciones sólo como un momento de relax lleno de tentaciones es injusto para con nosotros mismos y para con el mismo Dios. Cuando disponemos de más tiempo libre, cuando los momentos de descanso son abundantes, podemos dedicarnos con mayor serenidad a tantas actividades que embellecen el corazón, que nos acercan a Dios. El Papa Juan Pablo II nos lo decía en sus palabras del domingo 6 de julio de 2003, cuando expresaba su deseo de que "sea provechoso el descanso vacacional para crecer espiritualmente".
Ir un rato a una iglesia para rezar, sin prisas, sin relojes. Pasear los ojos en las plantas con las que Dios nos permite asomarnos a su imaginación inagotable. Escuchar con esperanza los gritos de unos niños que luchan por mantener en pie, frente a las olas, un castillo de arena frágil como la vida de cada hombre y mujer en este planeta de emociones y sorpresas. Seguir con la mirada el vuelo de un murciélago que todas las tardes busca y consigue la comida para su existencia efímera. Mil oportunidades nos permiten reflexionar sobre tantas cosas importantes: nuestra familia, nuestras amistades, nuestros sueños más profundos, quizá aún irrealizados...
Acabamos de preparar la maleta. Quizá no hubo espacio para la Biblia gruesa, pesada, más de adorno que de lectura. Pero pudimos apretar, entre un pijama y unos pantalones de paseo, un pequeño Evangelio. Tendremos pequeños momentos para volver a leer verdades que nos salvan, que nos ponen ante lo único necesario. Cuando cada domingo, en la playa o en la montaña, busquemos una iglesia para ese encuentro deseado con Cristo en la Misa, podremos decirle que esta vez, de verdad, no hemos hecho unas vacaciones sin Dios.
A Él lo invitamos, el primero, a vivir unos días de emociones y de descanso, estos días de vacaciones. Un descanso que será eterno y feliz, si acogemos su amor, cuando nos llame, un día cualquiera, en el trabajo o, por sorpresa, en un día de vacaciones vividas, esperamos, entre sus brazos de Padre bueno.
Autor: Fernando Pascual
Fenomenal este comentario y además ponerlo después de los horarios de los cultos "oficiales", aunque para acordarse de Dios no necesitamos de un templo y un lugar. En la paz del mar, en la cumbre de una montaña, retozando el la hierba de un campo, también recordamos a Dios y podemos hablar con El.
ResponderEliminarNacho
Qué razón tienes Nacho, en cualquier rincón podemos encontrarnos y encontrar al Señor, esto es válido hoy y en cada momento ¿Qué ocurriría si Dios se fuera de vacaciones durante un tiempo y paralizara ...? Difícil imaginar un ambiente en el que Dios estuviera de vacaciones.
ResponderEliminar¿Cómo sería el mundo si no hubiera Dios? Estuve a punto de responderme esta cuestión casi de forma automática, pero en seguida me di cuenta que la pregunta tenía bastante calado. ¿Es razonable concebir un universo del que la divinidad esté completamente ausente? Y suponiendo que sí lo fuera, ¿cómo sería un mundo así?
Quizás se podrían facilitar las cosas formulando estas preguntas de otra manera. ¿Qué ocurriría si Dios se fuera de vacaciones durante un año y paralizara por completo su actividad providente en el cosmos? Francamente difícil de explicar, de imaginar, de comprender, … alguien apuntaría ¿al caos?
Fernando Pascual acierta sobremanera en el texto que nos presentan los amigos del Equipo Ecuménico de Sabiñánigo: “Ver el verano sólo como un momento de relax lleno de tentaciones es injusto para con nosotros mismos y para con el mismo Dios”
Dios no se toma vacaciones. Nos sigue allí donde estamos o hacia donde nos dirigimos. He podido comprobar veranos pasados la asistencia masiva que hay en Misa los domingos en las iglesias de las playas. En mi pueblo natal, que está bañado por el cálido Mar Mediterráneo del sur, se celebran 15 misas de precepto, y todas llenas. E igualmente en los pueblos limítrofes. Cerca también hay una iglesia evangélica y ceden el local a los anglicanos, por aquí también vienen de vacaciones muchos ingleses, en verano sus cultos también están a rebosar. No está reñido, ni muchos menos, el tomar el sol, darse un buen baño, descansar unos días, y pasar ratos a solas, o en compañía, con el Señor. Es bonito pensar que para mucha gente el verano puede ser decisivo para su vida interior.
En este tiempo, además, se organizan muchísimos encuentros, asambleas, ejercicios espirituales, campamentos, etc. Son oportunidades de sacarle un poco más de provecho a esos días y largas horas que disponemos para administrarlas a nuestro gusto.
La Biblia presenta un cierto paralelismo entre providencia y salvación. En tanto en cuanto el plan de Dios, el de la salvación esté abierto para el ser humano, también lo estará el binomio providencia-conservación del mundo. Dios sustenta todavía el universo porque aún estamos en un régimen de salvación permanente. Y todo esto confluye en la persona de Jesucristo. Dios creó por él y para él. En Cristo se unen la creación y la salvación. ¡Menos mal que ni el Padre ni el Hijo ni el espíritu se toman jamás vacaciones!
Marta