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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

sábado, 16 de diciembre de 2017

REFLEXIÓN DE NAVIDAD

Reflexiones del Hermano Aloise, prior de la comunidad ecuménica de Taizé en el libro "Atreverse a creer" 


"¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombre que ama el Señor!" (Lucas 2,14). 

Desde que este himno llenó la noche de los pastores en Belén, cuántas guerras, injusticias y violencias han seguido golpeando a la humanidad. El mismo relato de Navidad es narrado con un trasfondo trágico: El emperador Augusto pretendía imponer la paz en todo su Imperio, pero solo era una pseudo paz, establecida a costa de innumerables opresiones. 

Recuerdo las palabras de una joven ruandesa llamada Clarisse. Estábamos en Nairobi, Kenia. Nuestra comunidad había preparado con las Iglesias de esta ciudad un encuentro de jóvenes. Era una etapa africana de nuestra "peregrinación de confianza a través de la tierra". Se reunieron jóvenes de quince países de África. Clarisse pronuncio estas palabras: "Decid en Europa que recen por los jóvenes de Ruanda. Aquí el desempleo hace estragos. Hay muchos que, a causa de los sufrimientos padecidos durante el genocidio, ya no pueden creer en Dios, ni siquiera creer en la vida" 


En el corazón de los jóvenes, que participaban en este encuentro, había tristeza, pero también felicidad. Por extraño que parezca, en África las dificultades de la vida no impiden la alegría, la seriedad no excluye la danza. La vitalidad estallaba, sobre todo, durante los cantos de alabanza en las oraciones comunes. Siete mil jóvenes cantando juntos transmitían una energía extraordinaria, que salía de sus profundidades. Después de las lecturas bíblicas, un largo silencio expresaba la espera común de todos, ya fueran kikuyos, louos, masáis, congoleños o ruandeses: "¡Paz en la tierra!"

Con estos jóvenes africanos, hemos recordado que el Evangelio se abre a la gran esperanza de la noche de Navidad: Dios no ha enviado a su Hijo para que nada cambie. Su gloria en el cielo es la paz en la tierra. Pero esta paz no la impone desde arriba. El Evangelio cuenta la forma sorprendente y hasta inaudita con la que Dios actúa íntimamente en la humanidad. Viene en Jesús a pedir a cada una y a cada uno, generación tras generación, que participen en su obra de reconciliación. Entonces, incluso en las horas sombrías, la promesa de la Navidades fuente de motivación para aquellos que se comprometen en la construcción de la paz allí donde está amenazada. 

En Navidad comprendemos que la paz es un dos de Dios y que es importante acogerlo. Estamos llamados a realizar un verdadero cambio de corazón, volviéndonos hacia el niño en el pesebre. Sin este cambio en nuestras profundidades no hay paz verdadera, solamente apariencias de paz como la del emperador Augusto. "Comenzad en vosotros la obra de la paz, de manera que, una vez pacificados vosotros mismos, llevéis la paz a los demás", decía san Ambrosio. 

Cuando celebramos la Navidad, Dios hace nacer en nosotros la paz del corazón. Nosotros la obtenemos en la confianza de que Dios ama a los hombres, a todos los hombres sin distinción. 

Sin embargo, para muchos de nuestros contemporáneos, esta manera de hablar sobre el amor de Dios parece demasiado fácil. Son muchos los que buscan seriamente un sentido a su vida y, sin embargo, no pueden creer en un Dios que los ama personalmente. Intentemos respetar y comprender a las personas para las que Dios resulta incomprensible. 

En Navidad, celebramos un Dios que se hace cercano, pero no queremos olvidar que, incluso para nosotros que somos creyentes, Él seguirá siempre más allá de lo que podemos comprender. Abramos ampliamente nuestro corazón y nuestra inteligencia a estas dos dimensiones del misterio de Dios: su proximidad y su transcendencia. 

No le es dado a todos el poder comprender estas dos dimensiones. Algunos sienten su presencia cercana, casi tocando a su corazón. Otros, como la Madre Teresa, conocen, sobre todo, el silencio de Dios. Sin embargo, es posible caminar juntos siguiendo a Jesús: Él ha conocido de Dios, a la vez, su gran proximidad y su silencio. 

La fe cristiana aparece entonces como un riesgo, como la audacia de la confianza. Toda la Biblia nos lleva a esta confianza: es el Dios absolutamente trascendente quien viene a hablarnos con un lenguaje accesible. 

Meditar la cercanía de Dios manifestada en Navidad, provocará siempre un asombro. El Verbo se hace carne. Dios se hace vulnerable. San Agustín insiste: su palabra se hace un niño pequeño incapaz de hablar. Desde su nacimiento, Jesús vive en la precariedad, en la inestabilidad de la existencia humana. Poco después sufre con María y José la persecución y el exilio. 

En navidad, ya se perfila la sombra de la cruz. 

Porque, al encarnarse, Dios elige revestirse de la fragilidad humana. Viene a compartir nuestros desgarros y nuestros sufrimientos. Cristo se abaja a lo más bajo, se hace hombre como nosotros para tendernos mejor la mano. 

Con la venida de Jesús, Dios se compromete a un verdadero intercambio. Asume nuestra humanidad y, con ello, nuestra propia persona. A cambio, nos comunica su vida. María es la garante de que este intercambio es real, ella lleva la promesa de que este conducirá a la reconciliación de la humanidad con Dios. 

Osemos reconocer la presencia de Dios en el niño del pesebre, acojamos su paz y con ella la esperanza de paz para el mundo entero. En Navidad, Dios nos envía a transmitir esta paz a nuestro alrededor. Nuestro mundo necesita mujeres y hombres valientes que expresen con su existencia la llamada del Evangelio a la reconciliación. 

Recordemos que, a veces, han sido suficientes pocas personas para inclinar la balanza hacia la paz. La confianza y la valentía de una mujer, la Virgen María, fueron suficientes para dejar entrar a Dios en nuestra humanidad. Dejémonos llevar por esta confianza y este coraje. 

Y nuestras vidas pueden llegar a ser como pequeñas luces de Navidad, que brillan en las tinieblas, incluso cuando la llama, a veces parece vacilante.


Hermano Alois (Alois Loeser) nacó el 11 de junio de 1954 en Baviera, se crió en Stuttgart. Sus padres nacieron y se criaron en lo que entonces era Checoslovaquia. De origen alemán, de nacionalidad francesa desde 1984, católico.

Después de varias estancias en Taizé, se quedó como joven voluntario, en los años 1973-1974 para participar en la acogida a los jóvenes durante varios meses antes de recibir la vestimenta de oración de la comunidad en 1974. Hizo el comprmiso para toda la vida en la comunidad en el 06 de agosto de 1978. Siempre ha vivido en Taizé desde esa fecha.

Como hermano ha consagrado mucho tiempo a la escucha y al acompañamiento de los jóvenes.

Hasta la caída del muro de Berlín realizó muchos viajes en los países de Europa central y oriental con el fin de apoyar a los cristianos de esos países, entonces bajo la influencia soviética.

Antes de ser el prior de Taizé, el hermano Alois ha coordinado la organización de los encuentros internacionales en Taizé y encuentros europeos en varias metrópolis de Europa.

Además de interesarse por la música y la liturgia, ha preparado la publicación de un nuevo libro de oración de la comunidad « Oraciones para cada día » y ha compuesto varios de los cantos de Taizé

Conforme a la regla de Taizé que había publicado en 1953, el hermano Roger lo designó, con el acuerdo de los hermanos, como sucesor durante el consejo de los hermanos de enero de 1998. El hermano Roger, muy cansado por el peso de los años, había anunciado a la comunidad, en enero de 2005, que el hermano Alois comenzaría este año su ministerio.

El hermano Alois se convirtió en prior de la comunidad al momento de la muerte del hermano Roger, el 16 de agosto de 2005.

FUENTE:
BOLETÍN ECUMÉNICO
COMUNIDAD HOREB CARLOS DE FOUCAULD
Boletín nº 89, diciembre de 2017.




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