La muerte de los santos parece (solo parece) dejar intactas las cosas
por Miguel García-Baró
ELIE WIESEL |
Seguramente será imposible contener en nadie con sensibilidad e inteligencia la impresión amarga de que su vida apenas haya logrado transformar, pese a tantos trabajos, la sórdida realidad del mundo en torno. Cuando la hora de la muerte se acerque, aunque tengamos la dicha de poder contar una serie de hermosas historias de esperanza, de vida, de renacimiento, en las que hemos tomado parte o de las que hemos sido responsables en alguna medida, pensaremos en cómo a la mañana siguiente del día en que ya no estemos en este mundo todas las cosas no solo amanecerán de nuevo intactas, sino que el conjunto de la realidad presentará un balance de bienes y males que apenas diferirá del que ya había antes de que naciéramos. Indiferencia de los espacios que ven desaparecer a los seres humanos con su complicado tiempo a cuestas…
El mes pasado, en medio de las convulsiones salvajes de la nueva modalidad de crimen terrorista que se extiende como peste contagiosa por todas partes, ha muerto Elie Wiesel.
¿Habrá podido contener la angustia ante este espectáculo de perversidad? ¿No habrá tenido que pensar en lo extraordinariamente difícil que es que los seres humanos aprendamos de la barbarie derrotada?
Este superviviente de los campos de exterminio nazi, que sufrió en su alma los peores dolores de la tortura, ha tenido que morir en el momento en que multitudes de seres desesperados y sin entrañas desean que resurjan las llamadas guerras de religión, porque quieren que los débiles restos de libertad, conciencia individual y responsabilidad personal que perviven aún de puro milagro queden anulados (quizá porque no han logrado cambiar las realidades históricas sino solo agudizar la sensación de su deriva y su locura).
Se sigue usando como blancos a los inocentes cuyas muertes puedan suscitar una ola de odio generalizado, dentro de la cual todos acabemos siendo responsables de crímenes análogos. Se sigue justificando el asesinato como medio imprescindible para mover la historia. Se sigue manchando del modo más repugnante el nombre de Dios y las tradiciones de santidad que ha suscitado, como para terminar de convertir la Tierra en el Infierno.
Wiesel resucitó gracias al contacto con la ingenua humanidad -infinitamente resistente- de algún amigo bueno. Quien había abandonado toda expectativa de futuro y de sentido fue resucitado por Dios a través de la sencillez del amor de amistad. Dios se valió en este caso, como suele hacerlo, de los iconos suyos que son los seres humanos que se esfuerzan por no ser la presa del mal.
El objetivo principal del terrorismo que estamos viviendo es que las sociedades avanzadas rechacen de su seno toda forma de adhesión al islam, de modo que quienes viven éste como compatible con las sucesivas Ilustraciones terminen por pensar que se han equivocado: que entre Dios y la Modernidad existe una contradicción insalvable. (Quizá sea también esto lo que en última instancia explique los acontecimientos de Turquía este mes horrible.)
Wiesel sabía perfectamente que la estancia del Bien en este mundo se realiza por necesidad en el medio de las ambigüedades. Hay un aspecto de la religión -el superficial- que favorece las aspiraciones criminales de la estrategia política; hay la verdad de la religión -su lado de acceso difícil y libre-, que condena todo eso que en rigor es solo estrategia política.
Antes de cualquier reacción de odio, notemos la presencia cercana de las personas que quedarían englobadas en nuestro odio: sus rostros a nuestro lado pueden resucitarnos.
Elie Wiesel falleció el 2 de julio de 2016, a los 87 años de edad.
Profesor de Filosofía de la Universidad Pontificia Comillas y, antes, de la Universidad Complutense. Presidente de la Asociación de Amistad y Encuentro Interreligioso. Director de la colección de libros de filosofía Hermeneia, en Ediciones Sígueme. Entre sus libros: De estética y mística (2007) y Sentir y pensar la vida (2012).
FUENTE:
http://entreparentesis.org/
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