Lectura meditativa
Nosotros, los fuertes, tenemos que cargar con las flaquezas de los débiles y no buscar nuestra satisfacción. Busque cada cual la satisfacción del prójimo para lo bueno y lo constructivo. Tampoco el Mesías buscó su satisfacción, sino que, como está escrito: las afrentas con que te afrentan cayeron sobre mí. Lo que entonces se escribió fue para nuestra instrucción, para que por la paciencia y el consuelo de la Escritura tengamos esperanza. El Dios de la paciencia y el consuelo os conceda el mutuo acuerdo, siguiendo al Mesías Jesús, de modo que, con un corazón y una lengua, glorifiquéis a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, acogeos mutuamente como el Mesías os acogió para gloria de Dios. (Romanos 15, 1-7)
La vida cristiana, tal y como San Pablo la presenta aquí, no es un camino de autorrealización, en el cual nuestras necesidades son prioritarias, y tampoco una ideología que subordina nuestra individualidad a un sistema preexistente. Es una comunión de personas que, al seguir a Cristo, llegan a ser ellos mismos teniendo plenamente en cuenta a los demás.
En ocasiones esta forma de vivir se da con sencillez y facilidad: experimentamos de manera espontánea momentos de alegría por estar juntos como discípulos de Cristo, y estos momentos se asemejan a un aperitivo del Reino de Dios. Pero también hay periodos en los que dicha unidad requiere de un esfuerzo consciente o incluso de una lucha. Si nos encontramos con que no congeniamos con la personalidad o el modo de pensar de otros creyentes, resulta tentador imponernos o imponerles nuestro punto de vista; o bien desvincularnos de ellos y buscar rodearnos de un grupo más pequeño y cómodo de personas afines a nosotros. Pero la Iglesia de Cristo no es un grupo de personas que compartan las mismas opiniones. Es una comunión de personas muy diversas, que no tienen por qué llevarse bien necesariamente, pero que están llamados a seguir a un mismo Señor.
Por tanto, Pablo nos anima a «cargar» con las debilidades de los otros (v.1), a «acogernos» mutuamente (v.7), y a «buscar la satisfacción del prójimo» (v.2). Cuando nos esforzamos por procurar alegría a aquellos con los que, espontáneamente, no nos resulta fácil estar, porque nuestra prioridad no somos nosotros sino Cristo, esto es un signo cierto de que somos sus discípulos. Pablo nos anima a esto recordándonos que esto es exactamente lo que hizo Cristo, siguiendo y cumpliendo con las enseñanzas que se encuentran ya en el Antiguo Testamento (en el versículo 3 cita el Salmo 69).
Este tipo de solidaridad radical requiere «paciencia» o «perseverancia», la cual está profundamente unida al consuelo y a la esperanza (v. 4-5). Hoy día, muchas personas se sienten solas, muchas están heridas por las dificultades para permanecer fieles (las suyas propias o las ajenas) y a muchas les cuesta mirar al futuro con esperanza. La perseverancia que Pablo recomienda no es una elección fácil, pero tiende a limpiar y sanar estas heridas en profundidad. En este estilo de vida, los desacuerdos y las dificultades de la vida común pueden convertirse en el punto de partida para una unidad mucho más radical: son oportunidades para confiar a Dios cosas que nos tocan profundamente. El acto de abandonarnos a Cristo en confianza se convierte en un factor de unidad mucho más profundo que las opiniones compartidas o las preferencias personales. Esto es, en palabras de Pablo, una manera de «glorificar a Dios con un corazón» porque nos lleva a una alegría en él que provoca el agradecimiento y porque puede revelar a otras personas una parte de la identidad de Dios.
- ¿Qué ejemplos conozco de alguien que «carga con» otros cristianos, incluso cuando no es fácil, y que al hacerlo transparenta algo de Dios?
- ¿Con quién me siento llamado a «cargar»? ¿Qué pasaje de la Biblia me anima a ello?
- ¿He experimentado alguna situación en la que la «paciencia» al cargar con otros me haya llevado a la alegría?
Comunidad de Taizé
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