Construyendo con Él la Iglesia de los pobres: su Iglesia universal...
Un artículo de Alícia Pallás
Pasé suavemente la mano por aquellas piedras. A menudo no nos fijamos ni nos damos cuenta que nuestra ciudad está repleta de muros de piedras centenarias colocadas una sobre otra con una uniformidad y a la vez variedad que calma el espíritu. Levanto la cabeza y veo que cada piedra tiene su función, sigue su trayectoria para después inclinarse en una bóveda y reseguir armoniosamente hacia una columna y volver a alzarse otra vez hacia el techo. Habían colgado sentencias, poesías, que te hacía viajar lejos en el tiempo, haciéndote consciente de ser hija de aquella gente que en otro tiempo habitaba, hija de aquella ciudad.
¡Fíjate en este muro! ¿Ves la pequeñez de sus piedras?- recordé. Era ante la Catedral de Santa María del Mar. Explicaban curiosidades de la ciudad, historia de mujeres, de hombres y de niños que habían dejado huella. La ribera del mar antes estaba al pie de la iglesia, y allí estaba el centro neurálgico y económico que suponían las idas y venidas diarias de barcos. La construcción de una iglesia allí mismo tenía su lógica.
Aquella iglesia, ejemplo del gótico catalán, tenía una característica que resaltaba sobre el resto: en tan solo una cincuentena de años aquel edificio estuvo acabado. Demasiado poco tiempo para que otros estilos arquitectónicos venidos de otros países se instalasen. Me parecía imposible que en tan pocos años aquel edificio fuese erigido. Con personas, sí. Toda la ciudad se volcó y cada uno, a su manera, aportó su piedra. Esta era la razón de su medida; suficientemente pequeña para que unas manos la pudiesen transportar. Todo el mundo, personas como tú y como yo que poco saben sobre construir, pero a quien la voluntad no les faltaba. Personas sencillas con un solo objetivo: ayudar a hacer una iglesia. Podemos imaginar pues, que las piedras no debían ser exactas. Cada una tenía sus irregularidades y puestas una junto a otra no encajaban como un rompecabezas. Hizo falta mucho mortero para rellenar las grietas que se formaban y dar al final la sensación de un muro imperfecto dotado de una bella multiformidad.
Nosotros, como cristianos, somos la piedra que construye el edificio del Cristo. Piedras irregulares, imperfectas, piedras al fin y al cabo. Piedras vivas que quieren hablar y alabar a Dios por su bondad. Piedras que quieren hacer de éste -en donde aún la vida de muchas personas está infravalorada- un mundo mejor. Nosotros, como la basílica, estamos cubiertos por el Espíritu de Dios que llena nuestras deficiencias y nuestros corazones.
Pongamos nuestra esperanza en Él porque sólo Él nos guía, sólo Él nos hace instrumentos para hacer su voluntad en este mundo, sólo Él pone el amor que debemos a nuestros hermanos.
¿No habéis leído aquello que dice la Escritura: La piedra rechazada por los constructores, ahora es la piedra principal. Es el Señor quien lo ha hecho, y nuestros ojos se maravillan? Marcos 12, 10-11
Alícia Pallàs
De la Comunidad CEC-Masvidal
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