Todos juntos
Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

jueves, 23 de julio de 2015

EL PERDÓN



Los grados del perdón.

A los que nos ofenden los perdonamos con dificultad. O, si perdonamos, no olvidamos. (Y el perdón sin olvido es como si no existiera; casa sin perro, boca sin dientes)

Nos perdonamos incluso más difícilmente a nosotros mismos.

(Y este continuo recordar envenena. Para conseguir la serenidad interior, tenemos que poder perdonarnos, a través del arrepentimiento y más allá del arrepentimiento)

Lo que más difícil nos resulta es perdonar a los que hemos ofendido. (Quien consigue perdonar a aquel a quién ha faltado, logra algo verdaderamente difícil, en realidad bate un récord).

El hecho de no perdonarse a sí mismo tiene un carácter más grave de lo que podría parecer: significa una desconfianza en la bondad de Dios, la prueba de nuestra maldad testaruda y contable. Es también el caso de Judas, que no creyó ni en el poder de Cristo (que puede perdonarlo) ni en su bondad (que quiere perdonarlo).

Cuando los franceses dicen Dieu a créé l’homme à son image qui le lui a bien rendu [“Dios creó el hombre a su imagen y este le ha pagado con la misma moneda”], seguramente han tenido en consideración este rasgo de la criatura, característico de Judas. A aquel que nos ha creado a su imagen y semejanza le pagamos con la misma moneda, imaginándonoslo según nuestra imagen y semejanza: somos tan malos y rencorosos que no podemos creer que Dios pueda perdonarlo absolutamente todo. ¡No! Por muy omnipotente que sea en el Terreno físico –admitimos los milagros materiales más fantásticos-, no podemos concebir un poder capaz de realizar este hecho tan inimaginable: perdonar.

Por otro lado, al igual que el señor Perrichón [“El viaje del señor Perrichón” (1859), drama cómico de Eugéne Labiche](que tienen manía a aquel que lo ha sacado del barranco, mientras que adora a aquel que pretende haberlo hecho), queremos muy pocos a los que nos han librado de la inmundicia y la desgracia; sin embargo, queremos con pasión a quienes hemos tenido la ocasión de ayudar, demostrándoles nuestro poder y magnanimidad.

Nicolae Steinhardt
"El diario de la felicidad"
(página 186-187. Ediciones Sigueme. Salamanca 2007)



Nicolae Steinhardt nació el 29 de Julio de 1912 en Bucarest en el seno de una familia judía. Su padre Oscar Steinhardt, de profesión ingeniero, había estudiado en la Politécnica de Zúrich, donde había tenido como compañero a Albert Einstein. Por línea materna, Steinhardt era pariente de Sigmund Freud. De profesión abogado y de vocación escritor, Steinhardt responderá a los dos totalitarismos del siglo XX, mediante la restauración de los principios del liberalismo clásico.

En 1960, durante la segunda ola de represión de los años 1958-1960, es condenado en un juicio trampa por las autoridades comunistas a doce años de cárcel, por haber participado en unos cenáculos literarios en los que varios escritores leían sus propias obras o comentaban los libros publicados en Occidente de Cioran, Ionescu y Eliade. Su detención es la consecuencia de la política de represión y arbitrariedad de un régimen totalitario cuya ideología conducía a la deshumanización del individuo.

La cárcel fue para Steinhardt una experiencia que iba a cambiar para siempre el curso de su vida. La cárcel fue el umbral de su conversión: allí Steinhardt, un joven judío agnóstico que se percibe a sí mismo como viejo y fracasado, se convierte al cristianismo y sale de esta experiencia regenerado, sereno, feliz y transfigurado por la fe.

A pesar de la tortura, el hambre y el aislamiento, la cárcel se convierte para Steinhardt en el lugar de máxima felicidad. Hace posible la metanoia, el renacer a una nueva personalidad. Su diario deja constancia de este sufrimiento transfigurado en felicidad que años más tarde en 1980 culminará en la experiencia del hesicasmo ortodoxo.

Liberado gracias a la amnistía general de 1964, Steinhardt será hasta el final de su vida un opositor inconformista e incómodo para el régimen. Después de tomar el hábito en 1980, Steinhardt vivió en el monasterio de Rohía. Murió el 30 de marzo de 1989, pocos meses antes de la caída del muro de Berlín y de la revolución en Rumanía. El diario y el comportamiento lleno de dignidad y nobleza de este monje ortodoxo se ganaron los elogios del Papa Juan Pablo II.


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