Comunidad Rey de Reyes, Parroquia de Belén, RCC
Montevideo-Uruguay
Los discípulos con mucha frecuencia y facilidad nos olvidamos de algunas de las enseñanzas que por evidentes y sencillas, en oportunidades, dejamos de lado, restándole trascendencia. De allí la importancia, de estar recordándolas continuamente, sin olvidarnos que Jesús, no nos encargó sólo el qué, sino que también nos dijo el cómo.
Uno de los olvidos que no nos podemos permitir está referido a la Unidad
¿Por qué es tan importante la Unidad? Porque para el propio Jesús lo es.
En efecto, la noche en la que fue entregado, dirigiéndose al Padre, en la que se conoce como ‘Oración Sacerdotal’ oró por todos nosotros diciendo: No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. (Juan 17:20-21)
Entonces ¿será importante para Cristo que sus discípulos nos mantengamos en unidad? Podía haberle pedido al Padre porque: fuésemos sabios, elocuentes, convincentes, dados a la contemplación y tantas otras características. Sin embargo su preocupación a esa hora, fue que nos mantuviésemos unidos.
¿Tendrá que ver esa preocupación, con lo que pedía en un versículo anterior? No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. (15)
Creemos que sí. Alguien dijo alguna vez: El Maligno siempre quiere unir lo que Dios quiere separar, y trata de separar lo que Dios quiere unir.
En tiempos en los que vivimos la cultura del individualismo, en los empleos, en los estudios, en las parejas, en las familias, y hasta en las propias comunidades, nos es conveniente, no tener este tipo de fallas.
Cuando aprendemos de liderazgo, en la ‘tapa del libro’ encontramos que una de las tareas principales del líder ha de ser, preocuparse por mantener la unidad del grupo.
Muchas veces escuchamos comentarios o vemos actitudes de personas, que son demasiado rápidas y livianas para juzgar, que cuestionan al responsable de un grupo, cuando ven que permite impertinencias, o es más exigente con los que cumplen que con los que no. Si bien puede ser una debilidad del líder, lo más probable es que esté poniendo por delante la unidad del grupo.
La unidad es tarea del líder, la de que el necio deje su necedad, es de del Espíritu Santo.
El apóstol Pablo, les enseñaba a los efesios:
‘… los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido. Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida, hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos. Sin embargo, cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido. Efe 4:1-7
El hecho de ‘cada uno de nosotros ha recibido su propio don’ no puede ser un motivo de competencia o desunión. Muy por el contrario, la suma de dones se potencia, crea sinergia y en la unidad del Espíritu Santo, conquista.
Todos somos líderes en algún área de nuestra vida en cuanto la mayoría de nosotros - felizmente – somos responsables de otros o por lo menos co-responsables. Y si todavía no lo somos, no ha de faltar mucho.
Algunos liderazgos son más notorios, como el del pastor de la parroquia, el gerente en una empresa, el guía de comunidad, el responsable de un ministerio. Pero también ejercen el liderazgo el padre y/o la madre en la familia, la pareja en el matrimonio – porque ya no es él o ella, sino la comunión de ambos la que manda, y dejamos aquí para no extendernos.
Sea donde sea que nos toque esa responsabilidad es importante que tengamos siempre presente la fórmula de Pablo: humildad, mansedumbre y paciencia.
Hay personas o combinaciones de personas, que son muy difíciles de tratar, en esos casos se requiere: sopórtense mutuamente por amor.
La unidad del Espíritu, no puede ser posible sin el vínculo de la paz. ¿Cómo podrá ungir al espíritu del grupo si en lugar de ser una fogata es una colección de luces de cirios?
Ahora bien, hay lugares o situaciones en las que en lugar de guiar o liderar, somos guiados o liderados. En esas condiciones también somos responsables y debemos ponernos bajo autoridad para favorecer la unidad.
A los católicos nos cuesta lidiar con la autoridad cuando esta no es evidente. Hay distintos servicios y ministerios donde los responsables reciben lo que se conoce como ‘autoridad delegada’. La autoridad formal en la Iglesia, si mirásemos un organigrama, la veríamos en línea vertical: El Papa – los obispos – los sacerdotes – los diáconos. Pero la cadena de delegación no se corta.
Por poner un ejemplo: cuando un ayudante de misa viene a pedirle silencio a un guía de comunidad, está ejerciendo una autoridad delegada por el pastor y si el guía no le hace caso, está faltando a la autoridad. Quien no respeta la autoridad no tiene autoridad y no puede ejercerla.
Algunos de los enemigos íntimos con los que debemos enfrentarnos para cuidar la unidad son: el chisme, el egoísmo, los personajes, las falsas doctrinas, el turismo espiritual, la hipocresía, rivalidades entre hermanos, la desobediencia, la falta de conversión, la falta de orden.
El tema de hoy, no lo podemos agotar en una reflexión, porque es tan grande como los misterios de la Trinidad. Sin embargo, por lo menos que nos sirva de ayuda memoria.
Si en algo apreciamos el amor de Cristo. Si en algo nos duelen sus padecimientos, recordemos que uno de los más importantes anhelos de su corazón, es que nos mantengamos en la unidad del Espíritu.
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