Estamos concluyendo el Adviento, las cuatro velas de la corona de Adviento ya están casi encendidas al completo, la Navidad ya está en las puertas, pero nunca es tarde para publicar un artículo de nuestro colaborador el Dr. D. Pedro Langa Aguilar y más cuando une dos importantes temas: Adviento y Ecumenismo.
EL ADVIENTO DEL ECUMENISMO
La dimensión ecuménica del Adviento nos lleva directamente al canto arameo del Marana-Thá, súplica de los primeros cristianos al Señor como queriendo arrancarle su inminente venida en gloria (parusía). Delimitados luego los ciclos y debidamente establecido el de Adviento a manera de prólogo de la Navidad (venida del Señor en condición humilde), la sagrada liturgia fue trasladando a los aledaños de Belén toda la fuerza de aquella plegaria. El reajuste de textos escatológicos y vaticinios proféticos permitió centrarse en los preparativos del corazón (vigilancia), ascesis del alma (penitencia) y temple del espíritu (generosidad para ponerse en camino hacia Jesús que viene). El consumismo más tarde, como suele acontecer en casos así, fue haciendo de las suyas al revestir tanto misterio de gracia y amor con el oropel de regalos, árboles --más que belenes-- y villancicos de dudoso gusto, hasta casi desfigurar el inicial sentido mistérico.
La teología del Adviento, por otra parte, completa el dato bíblico señalando los dos rumbos del ciclo que, al cabo, se funden en el ansiado abrazo de Belén: por una parte, el Hijo de Dios que baja del Padre y, con su tierna Madre la Virgen María, acude al Portal; y por otra, la humanidad envuelta en tinieblas que en activa vigilancia se dispone a esta llegada. El Adviento alecciona siempre con esta doble marcha: del Hijo de Dios que se hace Emmanuel para la humanidad, y del hombre que sale diligente a su encuentro. A uno y otro pone música el Marana-Thá (“¡Ven, Señor Jesús!”). De ahí que el Adviento no sea sino Marana-Thá de espera en esperanza.
Lo curioso del caso es que tan sugestiva doctrina puede aplicarse también, con los citados rumbos, al ecumenismo, el cual no es, a la postre, diálogo interreligioso –por más que ambos sean movimiento ecuménico-, sino, más bien, cristología pura. De ahí que las Iglesias, pese a sus evidentes divisiones, puedan y deban acudir juntas y con resuelto ánimo, más que a la unidad de Cristo, al Cristo de la unidad. Adviento y ecumenismo, siendo así, presentan puntos de coincidencia y se resuelven en gracia de luz y amor. El ecumenismo lo será si mantiene vivo su anhelo unionista y de empuje hacia un Cristo Niño que llega y nace con el incomparable y sabroso pan de la unidad eclesial bajo el brazo. Porque es preciso entender que la Unidad, más que de las Iglesias, es obra de Cristo. Habrá por eso que poner buen cuidado en el proceso a seguir. También aquí se imponen, por tanto, la vigilancia, la penitencia y la generosidad, virtudes que si en Adviento permiten salir al encuentro de un Cristo ya cercano a la cuna de Belén, en ecumenismo, por su parte, pueden conseguir de igual modo la unidad restablecida. Cierto es que la unidad eterna sólo se dará en la casa del Padre. Ocurre, sin embargo, que en cuanto proceso de fraternal entendimiento es carrera de obstáculos a salvar por etapas desde ahora mismo. Las Iglesias irán haciendo kilómetros en ella, siempre y cuando eleven acordes el Marana-Thá, pospongan de consuno sus divisiones, y actúen en consonancia con el ut unum sint del Cristo ya próximo. Ello explica que se imponga siempre una eclesiología de Marana-Thá, de espera en esperanza, de unidad compartida.
Quien haya visitado Tierra Santa sabe que a la basílica de Belén se accede por una puerta baja y estrecha. Dicen quienes enseñan aquello que en sí misma encierra una sabia lección: para llegar a Cristo es preciso antes cruzar esa puerta, lo que no será fácil sin bajar primero la cabeza humillándose, único modo de entender al Niño Jesús, que yace pobre y humilde en las pajas del Portal. El ecumenismo verdadero prescribe igualmente que, tirando de humildad, las Iglesias se reconcilien entre sí, “porque es de la renovación interior, de la abnegación propia y de la libérrima efusión de la caridad de donde brotan y maduran los deseos de la unidad” y de ahí que debamos “implorar del Espíritu divino la gracia de una sincera abnegación, humildad y mansedumbre” (UR, 7). También las Iglesias, pues, deben vivir el Adviento en su ecumenismo a base de Marana-Thá, o sea, con espíritu de espera en esperanza.
Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, OSA
Adviento del 2013
Precioso escrito de D. Pedro Langa
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