Una nube de testigos (Hebreos 12, 1-2)
Así pues, nosotros, rodeados de una nube tan densa de testigos, desprendámonos de cualquier carga y del pecado que nos acorrala; corramos con constancia la carrera que nos espera, fijos los ojos en el que inició y consumó la fe, en Jesús. El cual, por la dicha que le esperaba, sufrió la cruz, despreció la humillación y se ha sentado a la diestra del trono de Dios. (Hebreos 12, 1-2)
Los creyentes de la Iglesia primitiva no eran muchos, pero se sabían rodeados de una densa nube de testigos de la fe de todos los tiempos. El capítulo precedente (Hebreos 11) cita a unos cuantos, comenzando por Abel, Henoch, Noé y Abraham, y hace alusión a algunos más.
Nada hay más íntimo que la fe. Pero ¿acaso no es cierto que creemos como otros creen y porque otros creyeron en Dios antes que nosotros? En momentos importantes de mi vida me he encontrado con otros creyentes. Su vida me parecía auténtica. Veía que ellos eran como yo, con preguntas y luchas parecidas a las mías. Y que creían en Dios.
Los argumentos a favor o en contra de la fe se parecen un poco a las partículas y las antipartículas en física: se anulan mutuamente. Casi cualquier argumento a favor de Dios tiene su argumento contrario. Es por esto que las discusiones sobre la existencia de Dios suelen terminar en partida nula.
Con los creyentes en persona es diferente. La existencia de una persona no puede ser refutada como pueda serlo un argumento. Su simple existencia provoca esta pregunta: “Si la fe en Dios ha dado forma y proporcionado coherencia y autenticidad a la vida de este hombre o esta mujer, esa misma fe ¿podría aportarme también una autenticidad y un sentido vital?”
La “gran nube de testigos” que nos envuelve son las personas de todos los tiempos cuya vida estuvo marcada por su fe en Dios. El autor de la epístola a los Hebreos los compara con los hinchas de las tribunas de un estadio. Ellos ya han culminado su carrera, pero no se despreocupan de los que todavía luchan y corren, sino que les motivan y aplauden. Es así como los testigos sostienen nuestra fe.
Pero por alentadora que sea la presencia de los testigos, no es hacia ellos hacia quienes hemos de mirar, sino hacia “Jesús, el que inició y consumó la fe”. El mismo Jesús aceptó un camino difícil, resistió el sufrimiento y la vergüenza. Aceptó ser testigo y no juez. Ante Pilatos “dio testimonio” (1 Timoteo 6, 13).
¿Conozco, personalmente o a través de libros o películas, a personas cuya vida ha quedado marcada por su confianza en Cristo? ¿Quiénes son? ¿En qué momentos de mi vida han sido particularmente importantes para mí?
¿Qué significa para mí no caminar o correr solo en la fe, sino rodeado de “una densa nube de testigos”? ¿De qué manera nos sostienen? ¿Cómo podemos percibir el apoyo de los testigos de la fe de todos los tiempos?
¿Qué mirada dirijo a Jesús? ¿Cómo marca mi relación con él el hecho de que no sólo sea un maestro que ha sido escuchado sino también un testigo?
Comunidad de Taizé
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