El misterio de la muerte del Hijo de Dios
Sobriamente va indicando el evangelio Marcos los momentos del proceso de crucifixión de Jesús. Ninguna nota moralizante, ningún calificativo. De lo que más importa, de la ejecución en sí, no dice más que una palabra: "y lo crucificaron» (staurousin auton: 15,24a). En torno de ella va presentando una serie de señales, como marcas de un camino abierto hacia el misterio de la muerte del Hijo de Dios.
Quiero destacar aquí las siete principales, siguiendo el orden del texto, que así aparece como paradigma o testimonio supremo de la presencia de Dios en la muerte del Jesús (es decir, del Mesías). Ésta es para Marcos la vía triunfal del enviado de Dios, que se opone al Camino de Triunfo, que Vespasiano y Tito celebraron en Roma tras la “victoria” de la guerra del 67-70, que está en el fondo del mismo evangelio. escrito por aquellos años.
1. La primera señal es la ayuda de Simón de Cirene (15,21).
No sabemos si Jesús está débil y no puede soportar el peso de la cruz. Lo cierto es que los militares-verdugos (utilizando un derecho que parece evocado en Mt 5,41; cf. angareuein) obligaron a Simón de Cirene a llevar la cruz de Jesús. Simón venía de camino, volviendo del campo. No lo había programado ni buscado, pero cumple aquello que le mandan los soldados de la ocupación romana. Este cireneo socorre en su marcha de suplicio a un condenado y, de esa forma, sin saberlo, es el primero en cumplir aquello que el mismo Jesús había dicho: «Si alguien quiere venir en pos de mí, tome su cruz... » (8,35).
Simón carga con la cruz de Jesús, sin haber sido su discípulo; pero, Marcos le recuerda como padre de Alejandro y Rufo y de esa forma indica, de un modo velado, que el encuentro de Simón con Jesús ha sido principio de conversión: es evidente que Simón o por lo menos sus hijos han formado parte de la Iglesia que recuerda con cariño sus nombres, que aquí pueden entenderse como signo de todos los cristianos del imperio romano, uno con su nombre griego (Alejandro), otro con su nombre latino (Rufo).
2. Gólgota, vino mirrado (15,23; cf. Sal 69, 21).
Llegan al lugar llamado Gólgota, que significa “calavera”, quizá porque es un altozano, en forma de cráneo, fuera de la ciudad, o porque es lugar donde se solía crucificar a los condenados a muerte, de manera que allí podían verse a veces sus cráneos secos, sobre el alto de unas canteras ya abandonadas. Llegaron allí y, según costumbre, unas mujeres humanitarias le ofrecieron vino mirrado, pero él no quiso tomarlo, para seguir dueño de su mente. La crucifixión es muerte por tortura, un modo de matar dejando que el mismo condenado muera, en impotencia, dolor, agotamiento.
Difícilmente se podía haber hallado suplicio más perverso, al servicio del reino de miedo que los poderosos de este mundo (en este caso los romanos) utilizan para controlar por terror a una población oprimida (esclavos, insurgentes), que pudiera rebelarse, poniendo así en peligro el orden dominante. No se han limitado a matar: le han torturado hasta la muerte, a la vista de todos, como público escarmiento. Parece normal que, por pura humanidad o por no escuchar sus gritos, conforme a la costumbre del tiempo, hayan querido ofrecerle una especie de droga calmante. No ha querido tomarla: ha preferido mantener la conciencia despierta hasta la muerte.
3. Repartieron sus vestidos, echando suerte sobre ellos (15, 24).
Ésta es la primera referencia expresa al Sal 22 (aquí 22,18), leído por la Iglesia como trasfondo simbólico y teológico para entender la muerte del Hijo de Dios. Lo que sucede en la pasión de Jesús no es una simple casualidad, no es algo inesperado, sino culmen, reflejo y consecuencia de una larga historia de violencia de los hombres.
Por eso, el relato de su muerte es, a la vez, lo más extraño y distinto, siendo lo más normal, algo que estaba preparado en las muertes y violencias anteriores de la historia. Así debemos afirmar que Jesús no ha muerto solo, en un espléndido y perfecto aislamiento. Al contrario: toda la dureza, la tortura y sangre de los hombres desemboca, de una forma que parece natural, en esta muerte. Así lo ha visto Marcos cuando cita de manera muy sencilla las palabras del salmo: «Repartieron mis vestidos... ». Los grandes del mundo (sacerdotes y Pilato) han obrado como dueños, imponiendo su poder sobre el mensaje y vida de Jesús, condenándole así a muerte. Los soldados (más pobres) sólo pueden repartir lo más pequeño que Jesús ha tenido, es decir, sus vestiduras.
4. Era la hora tercia y lo crucificaron (15, 25).
El despliegue de las horas resulta muy significativo.
(a) Sabemos que el juicio ante el sanedrín ha sido en la noche, y que debió culminar hacia el segundo canto de gallo, pues esa fue la hora de la tercera negación de Pedro, casi al amanecer (14, 72).
(b) Después, en 15, 1, se decía que los sacerdotes se reunieron muy temprano (prôi, de madrugada, hacia las seis de la mañana, hora de prima), decidiendo llevar a Jesús ante Pilato, para que le condenara a muerte.
(c) Ha seguido el duro (y rápido) proceso y ahora, a la hora de tercia (hacia las nueve de la mañana), le crucificaron, cuando empezaba a calentar el sol. A partir de aquí sigue el recuento del tiempo, que Marcos ha fijado con más precisión.
(d) A la hora de sexta (hacia las doce del mediodía) comenzó la oscuridad. (e) Esa oscuridad se extendió hasta la hora nona (hacia las tres de la tarde), en que Jesús grito y murió (15, 33).
(f) Quedó después un tiempo hasta la caída de la tarde (opsias, 15, 42), antes de la puesta del sol, cuando le enterró José de Arimatea (15,42). Tenemos, pues, un lago día de muerte. Todo nos permite pensar que este recuento de horas pertenece a la tradición que Marcos ha recibido de la Iglesia anterior.
5. Estaba escrita en un letrero la causa o razón de su condena: «¡El rey de los judíos!» (15,26).
No hacen falta más palabras que concreten o comenten su delito. Tampoco hace falta precisar si Jesús ha sido rey en verdad, o si lo ha dicho simplemente, en pretensión arriesgada y loca, sin serlo en modo alguno (problema que, conforme a Jn 19,20-22, ha preocupado a los sacerdotes, cuando vieron el letrero que ponía INRI: Jesús Nazareo, Rey de los Judíos). La sentencia queda clara, aunque cada uno la puede interpretar a su manera. Para los romanos será rey fracasado, uno más en la gran lista de pretendientes políticos vencidos; para los sacerdotes será un falso rey, un engañoso profeta de mentiras peligrosas; para los seguidores de Jesús, ese título es principio de su nuevo mesianismo pascual. Allá sobre la cruz hay un letrero que permite interpretar todas las líneas y opciones de la historia.
6. «Y con él crucificaron a dos ladrones (lêstas)…» (15,27).
No sabemos si eran unos simples salteadores o,,más bien, guerrilleros del posible (deseable) ejército de liberación nacional anti-romano (conforme al sentido que da a este nombre lêstes el historiador judío Flavio Josefo). En un sentido estricto, parece que en tiempo de Jesús no se puede hablar de ejército celota bien organizado, pero es posible que hubiera insurgentes armados y que los crucificados con Jesús lo fueran (lo mismo que Barrabás). Sea como fuere, es muy probable que Marcos, en el momento de escribir su evangelio, esté pensando en los celotas guerreros posteriores (del 66-70 d. C.), llamándolos sin más ladrones, conforme a la terminología usual de los romanos, asumida por Flavio Josefo.
7. Como séptima y última señal puede ponerse el hecho de que fue crucificado entre dos impíos (anomois) (15, 28).
Sea cual fuere el sentido que tiene aquí el término lestâs, bandidos, el caso es que Jesús no muere solo. Han librado en su lugar a Barrabás (15,6-15), pero han puesto a su lado a dos bandidos para darle compañía. Como rey fracasado termina Jesús; a derecha e izquierda padecen otros dos fracasados de la historia. Es evidente que ellos le han dado buena compañía, como ha indicado la glosa posterior de 15,28, tomada de Lc 22,37. Todo nos permite suponer que este versículo (esta glosa) no forma parte del evangelio primitivo de Marcos, pero nos ayuda a comprender su texto. Como un bandido más murió Jesús; por eso pueden estar representados y asumidos en su mismo camino de reino los bandidos, fracasados, torturados y olvidados de la historia. En el cruce (cruz o cárcel, fosa o campo) donde acaban por morir los expulsados de la tierra encontramos a Jesús. Una verdadera guía de fracasados, hecha evangelio de reino, es el relato de su muerte.
Cinco reflexiones: Ser Mesías, aprender a morir
Jesús se ha hecho humano asumiendo la tarea arriesgada de la vida y la dureza de la muerte. Le han matado sacerdotes y romanos, ejecutándole con saña violenta, para que su cruz sirviera de escarmiento. Por anunciar lo que ha anunciado y vivir lo que ha vivido, ha quedado inerme ante la muerte. Su misma no-violencia (anuncio de la gracia de Dios) ha condenado a Jesús y le ha puesto en manos de la violencia de la historia.
Por eso se vinculan en su muerte el pecado humano (egoísmo de aquellos que le matan) y la gracia de Dios Padre/madre que le acoge en la muerte, que así aparece como asesinato central de la historia (pecado de la humanidad) y signo supremo del amor de Dios, experiencia suprema de gracia.
1. Como chivo emisario.
La sociedad funciona en claves de violencia: ella se mantiene expulsando (matando) a los presuntos culpables (chivos emisarios). Entre todos ellos, como aquel en quien se unen y condensan los restantes, descubrimos a Jesús; así le expulsan y matan los humanos, ratificando en su muerte el proceso de muerte de la historia, el asesinato fundante de nuestra humanidad violenta. Pues bien, condenado por la violencia del mundo, llamando a Dios desde su angustia, pero sin pedir venganza, Jesús ha revelado y realizado el signo más alto de la vida: ha verificado muriendo la verdad su mensaje, ha mostrado que es posible amar siempre, superar sin violencia la violencia, acoger en pacto de amor a los humanos, a quienes redime con el propio y más alto testimonio de su gracia.
2. Apuesta por la vida en contra de la muerte.
Donde otros matan por vivir, Jesús muere para que vivan los otros, incluso los que matan; donde otros quieren realizarse contra Dios (en conquista violenta), Jesús deja que Dios sostenga en gracia su existencia. Fundado en ella, está dispuesto a regalar su vida a los demás, muriendo porque anuncia perdón universal y cumple con sus hechos lo que anuncian sus palabras. Le quitan la vida y él la ofrece, convirtiendo el odio en amor, la violencia en gracia. Precisamente en el momento en que le hacen chivo emisario (encarnación de la violencia), él se vuelve portador de gracia del Dios no violento.
3. La muerte, un grito. Desde el fondo de la muerte, Jesús llama a Dios diciéndole ¿por qué me has abandonado? (15, 34).
La muerte es crisis plena: se apagan las certezas, se anulan los poderes, se acaban los caminos. Los señores de este mundo la utilizan para imponerse sobe Jesús: Dios parece callar, no responde a ese nivel, no destruye la muerte con más muerte, matando a los culpables. Calla Dios y su silencio es revelación de gracia suma, tal como la iglesia ha venido a descubrirlo por la pascua. Humanamente, nos hubiera gustado que Dios respondiera a la violencia con violencia, matando con el rayo de su fuego a los culpables (como Elías: cf. 2 Rey 1), desclavando a Jesús de la Cruz y burlando a los verdugos (como ha creído la tradición musulmana)... Pero ese talión iría en contra del mensaje de Jesús.
4. Silencio de Dios.
A nivel de violencia mundana Dios calla, dejando a Jesús sin respuesta, como a los millones de torturados, muchedumbre infinita de todos los que gritan desde el mundo, sin respuesta en esta tierra. Con ellos muere Jesús: eleva su grito y Dios calla. Llama y nadie responde. Su Padre Dios hablará de otra forma, en el misterio de la pascua. En la ribera actual de nuestra vida, no existe más respuesta que la misma pregunta de Jesús, elevada a Dios en amor dolorido y, sin embargo, confiado. Su actitud se ilumina desde el signo sacral de Prometeo.
5. Jesús no es Prometeo, gigante mítico, que robó el fuego del cielo, siendo castigado y sufriendo por su rebeldía.
Por el aparente bien de los hombres, Prometeo se había alzado contra el Dios tonante (Zeus), en gesto de tragedia: luchó contra del destino, robó la llama y el poder sacral para los hombres. Por eso, muere sin fin, sufriendo en el Cáucaso, cautivo, la venganza dolorida e implacable de los dioses. Luchar muriendo siempre contra Zeus, tal es su destino. Jesús, en cambio, es amigo de Dios, y por eso ha querido ofrecer a los hombres y mujeres la verdad y plenitud de lo divino, sin tener que convertirse en un rebelde para conseguirlo. Su Dios no es Zeus envidioso que quita a los humanos el fuego de vida, sino Padre que regala vida. Éste es su secreto y novedad: Dios ama a Jesús y con El a los humanos. Por eso, su muerte no es castigo de dioses, ni rebeldía perdurable, sino entrega en el amor supremo. No muere por alzarse, sino porque ha ofrecido a los humanos la gracia de Dios Padre.
Frente al Prometeo que interpreta la vida como envidia y lucha, Jesús ha desplegado su vida como gesto de confianza, mesa y casa compartida. Por eso muere preguntando desde su abandono, ratificando lo que ha hecho y poniendo su vida en manos del Dios que se la ha dado. No grita contra Zeus (como Prometeo), ni eleva su voz hacia la nada; llama a Dios, esperando el nuevo nacimiento de la pascua.
Xabier Pikaza Ibarrondo
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