Pues el mensaje que oísteis al principio es que os améis unos a otros. No como Caín, que procedía del Maligno y asesinó a su hermano. Y, ¿por qué lo asesinó? Porque sus acciones eran malas y las de su hermano buenas. No os extrañéis, hermanos, si el mundo os odia. A nosotros nos consta que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte. Quien odia a su hermano es homicida, y sabéis que ningún homicida conserva dentro vida eterna. Hemos conocido lo que es el amor en aquel que dio la vida por nosotros. Así, pues, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Si uno posee bienes del mundo y ve a su hermano necesitado y le cierra las entrañas y no se compadece de él, ¿cómo puede conservar el amor de Dios? Hijitos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad. (1 Juan 3, 11-18).
No hay ningún pasaje de la primera carta de San Juan en que la palabra “hermano” aparezca con tanta frecuencia como en estos pocos versículos: en plural o singular, encontramos el término siete veces. Y, sorprendentemente, en la historia de Caín y Abel a la cual el pasaje se refiere (Génesis 4, 1-16), la misma palabra aparece también siete veces. Quizás se trate de una mera coincidencia, pero, en cualquier caso, dirige inmediatamente nuestra atención hacia una dirección determinada: cuando los hermanos y hermanas conviven, el amor no aparece de por sí. Las rivalidades y los conflictos pueden surgir. ¿Cómo comportarnos entonces?
“No como Caín”, reza el pasaje (v. 12), sino como “Aquel” (v. 16). Y “aquel” es, obviamente, Jesús. Es como si el autor lo señalara con el dedo.
Caín se sentía amenazado por su hermano, porque, aparentemente éste era mejor aceptado. Con tal de no sentir esta amenaza, necesitaba eliminar a Abel, excluirlo de su horizonte. Mientras que “aquel”, Jesús, ¿qué hizo? Su vida terrena, fugaz y frágil (su “alma”, tal y como dice el texto en el versículo 16), fue capaz de entregarla por sus hermanos y hermanas, de darla por los demás. Mientras el primero vivió en un mundo de muerte, donde no sólo todo acaba sucumbiendo a la muerte, sino donde también se inflige muerte a aquellos que nos amenazan, el segundo, “aquel”, nos remite a una situación totalmente opuesta: gracias a él permanecemos en la vida (v. 14) y esa vida es eterna (v. 15). Así, es posible abrirnos a los demás (v. 17) sin sentirnos amenazados y entregarlo todo por ellos, incluida la propia vida (v. 16)
Para el autor de la carta, el amor fraterno reside en el corazón de esta oposición entre la vida y la muerte. Amar significa hacer una opción. Se trata de “elegir amar”, como decía el hermano Roger. Aunque, según algunos escritos judíos, deberíamos compadecer a Caín, dado que él está en todos nosotros, debemos elegir no ser como él. Escoger, pues, la vida dada en Cristo en lugar del universo de muerte que nos rodea naturalmente.
Amar significa vivir y hacer vivir. Vivir la única vida verdadera, ésa que es eterna. Recibirla una y otra vez, a pesar de no ser dignos de ello, y comunicarla a otros tan pobres como nosotros. Es posible que esta carta se opusiera a las ideas de algunos cristianos que, buscando ideas elevadas y espiritualizadas, se sentían por encima de los creyentes ordinarios y despreciaban gestos como la apertura del corazón o el compartir las posesiones (v. 17).
El amor siempre traza un movimiento descendente. Nunca queda satisfecho con palabras, ideas o sentimientos. Se deja tocar por la miseria concreta que encuentra a su alrededor y que verdaderamente le molesta. Busca maneras de enfrentarla, se da sin descanso y nunca se achica ante la tarea más humilde.
Sin embargo, San Juan une esta necesidad de probar el amor con actos a una llamada urgente a amar “en verdad” (v.18). Con esto no se refiere a que el amor deba ser sincero y pasar la prueba de la verdad. La palabra “verdad” se refiere a lo que Dios ha mostrado de sí mismo, al modo en que Jesús revela lo que es el amor (v. 16) Aunque todos tengamos algunas nociones sobre el amor y aspiremos a él, no sabemos lo que es amar. Lo que llamamos amor no siempre lo es. Para descubrir todo lo que contiene esta palabra, tenemos que mirar cuidadosamente el ejemplo de Jesús, que nunca se puso a sí mismo por delante de sus hermanos y que, además, no dudó en entregar su vida. La verdad de nuestro amor no se juzga según parámetros puramente humanos o criterios psicológicos. Está en aquello que Jesús nos ha permitido ver y entender.
Podríamos resumir este pasaje diciendo que el amor significa elegir la vida y la verdad. Aunque estas palabras quizás no tengan ya el sentido pleno y profundo que poseían para Juan, dejémonos atraer por ellas dándoles toda la frescura y amplitud reveladas en Jesús.
- Si el amor es un mandamiento para los cristianos, ¿cómo imbuirnos cada vez más de la certeza de que no hay nada más hermoso que amar, dado que el amor conquista la muerte?
- ¿Cómo enraizar cada vez más nuestro amor hacia los demás en la vida verdadera? ¿Cómo orientarlo según la verdad del Evangelio?
Comunidad de Taizé
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