El Dios de Jesús es el Padre, del que Jesús habla constantemente. Es el Padre bueno. Y es bueno con todos. El Padre que manda su sol sobre justos y pecadores; y la lluvia sobre buenos y malos. El Padre que acoge al hijo perdido, sin reprocharle nada, sin pedirle explicaciones, ni exigirle cuentas. El Padre que quiere tanto a su hijo extraviado, que, cuando vuelve a la casa, muerto de hambre, el Padre le pone lo mejor que tiene y le organiza una fiesta por todo lo alto. Pero, sobre todo, es el Padre que se nos da a conocer y se nos revela en Jesús. De forma que, cuando el apóstol Felipe le dice a Jesús "enséñanos al Padre", Jesús le contesta: "Felipe, ¿todavía no me conoces?". Y añade el mismo Jesús: "Felipe, el que me ve a mí, está viendo al Padre" (Jn 14, 8-10).
Ver a aquel hombre, Jesús, que acababa de cenar con los demás y como los demás, en aquel hombre bueno se veía a Dios, se conocía a Dios. En el hombre Jesús, se revelaba Dios. Es decir, en Jesús conocemos a Dios. Por eso, es una tesis fundamental de la teología del Nuevo Testamento que Jesús es el Revelador de Dios y la Revelación de Dios.
Creo que es bueno seguir ese camino: conocer a Dios a través de Jesús. Y, por lo tanto, nada que se aparte de la imagen que de Dios da Jesús puede ser revelación para los hombres. Y así vamos comparando la imagen que nos hemos hecho del Dios del AT con la que nos ofrece Jesús. Y es de vital importancia para los que nos llamamos cristianos usar ese filtro. ¿Hubiera hecho Jesús esta cosa, o tal otra, si hubiera vivido en los tiempos del diluvio, o en los de Sodoma y Gomorra? ¿Hubiera Jesús matado a Uza por tocar el arca de la alianza para que no cayese al suelo? O, incluso, este filtro vale también para algunos relatos del NT: ¿Hubiera Jesús matado a Ananías y Safira por engañar a la iglesia cristiana primitiva? Hay que aprender a conocer a Dios leyendo los evangelios antes que ninguna otra cosa. Una vez comprendido esto, podemos acudir al AT con la fortaleza que da saber cómo actuaría Jesús en cada caso, y aplicar ese filtro a nuestro Padre Dios.
Algunos buenos cristianos (o al menos así los considero yo) parecen querer hacer, sin embargo, el camino contrario: conocer a Jesús a través de Dios. Es decir, se han hecho una imagen de Dios a través del AT y la emplean para intentar entender a Jesús. Y, así, con todas las deformaciones antropomórficas derivadas de una lectura “a pelo” del AT, se imaginan a Jesús leyendo de forma sobrenatural el pensamiento de la gente, o incapaz por naturaleza de ceder a una tentación, o ajeno a lo que significa para nosotros levantarse un día con el pie izquierdo.
Cuando piensan así mis amigos cristianos, se me antoja que lo que les ocurre es que leen a Jesús desde la luz del AT, y no el AT desde la luz de Jesús. Sin embargo, ser cristiano es ser de Cristo, tenerlo como luz y guía de nuestras vidas y de nuestros pensamientos. También de nuestra forma de entender la religión y a Dios. Y, para mí, sólo hay una solución a todo esto: cuando queremos leer la Biblia, hay que hacerlo desde atrás hacia delante, y no desde delante hacia atrás. Conocer primero a Jesús, cómo se comportaba con los que le rodeaban, con los ricos, con los sacerdotes, con los religiosos fariseos, y también con los pobres, con los pecadores, con las paganas prostitutas. Una vez realizado este ejercicio, entonces podremos comprender mejor el AT, y de dónde provienen realmente tantos excesos de violencia divina. Y también de dónde surge el Dios de los ejércitos, el Yahvé Sebaot, que vence y destroza a sus enemigos....
Conocemos a Dios desde Jesús. Es decir, en la humanidad, en la bondad, en la cercanía y en la entrañable generosidad de Jesús, ahí es donde conocemos a Dios y en quien conocemos a Dios.
El Dios de Jesús se revela a los discípulos en la pesca del lago: es lo que sintió Pedro y le hizo postrarse ante Jesús (Lc 5, 1-11). Pero el Dios que Pedro percibió en Jesús, no es un Dios que se localiza en "lo sagrado" del monte santo o del templo consagrado. El Dios de Jesús se revela en "lo profano" del trabajo y la convivencia, que jamás produce miedo, sino que siempre ofrece acogida, salud, pan, respeto, tolerancia, cercanía, sobre todo cercanía a los más despreciados y desgraciados.
No podemos olvidar a Felipe: preguntó por Dios (el Padre), y Jesús le dijo: "Felipe, ¿tanto tiempo viviendo conmigo y todavía no me conoces?" Felipe preguntaba por Dios. Y Jesús se presentó como Dios. En Jesús, se veía y se palpaba a Dios.
Según es el Dios en el que cada uno cree, así es la fe que cada cual tiene. Para muchos, la fe nos relaciona con el "otro mundo". La fe que presenta Jesús, sin embargo, nos mete de lleno en "este mundo". Se dirá que lo uno es compatible con lo otro. Es más, que lo uno es complementario de lo otro. Y es verdad. Pero no es lo mismo subirse al cielo y, desde la otra vida, mirar a la tierra y organizar esta vida, que meterse de lleno, encarnarse, en el espesor y hasta en la dureza de esta vida y de esta tierra. Y desde aquí, a fuerza de generosidad y perseverancia, hacer soportable este mundo, con la esperanza de que (si todo esto es cierto y desde nuestras dudas y oscuridades) Dios nos concederá la plenitud de vida que anhelamos.
Me parece "peligroso" pretender organizar "esta" vida desde la "otra" vida. Yo prefiero esperar en la "otra" viviendo con honradez (en cuanto eso me es posible) en "ésta". Porque ya estoy cansado y escandalizado de quienes se ven a sí mismos como portavoces de los designios divinos. Y así, desde las verdades y decisiones absolutas de la otra vida, no dudan en complicarle esta vida a mucha gente.
Insisto: según es el Dios en el que uno cree, así es la fe que tiene. Y así es también la vida que vive.
Juan Ramón Junqueras. Iglesia Adventista.
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