El terror se abate en Paquistán sobre quien piensa, siente o respira diferente. El ministro para las minorías, el cristiano Shahbaz Bhatti, detractor de la polémica ley contra la blasfemia, ha sido asesinado a tiros en Islamabad. Bhatti era el único miembro cristiano del Gobierno paquistaní. En enero, otro dirigente contrario a la ley, el gobernador de la región de Punjad, también fue asesinado. Los políticos y activistas pro derechos humanos que quieren cambiar la injusta y arbitraria legislación son eliminados por los extremistas islámicos.
Esta última “hazaña” de los talibanes paquistaníes, supone para el país un grave retroceso en el empeño por la tolerancia, el pluralismo y el respeto de los derechos humanos. Allende sus fronteras, nos invita a abordar la delicada cuestión de la actitud a adoptar ante el radicalismo violento islamista en los diferentes ámbitos de la política, la sociedad, la fe…
A nivel político, pocas dudas abrigaremos sobre la necesidad de implementar todas las medidas que procuren la seguridad de quienes más arriesgan por el progreso de las libertades. A nivel social se tratará de deslegitimar el uso de la violencia, de ensayar ganar para el desarme tan duros corazones…, ¿pero en el territorio de la fe, de la apuesta por el puente, por el encuentro humano? La enorme convulsión que implica estos actos salvajes, pone a prueba la fe en el diálogo interreligioso, en el encuentro intercivilizacional. El interrogante se va imponiendo a fuerza de los brutales desatinos en geografías más o menos lejanas, pero no por ello ajenas: ¿cómo reaccionar ante la eliminación de quien ora de otro modo, ante el atropello del credo exclusivo, ante la sinrazón que acaba con los mandatarios que tratan de promover un mínimo de mutuo y elemental respeto?, ¿cómo reaccionar ante la barbarie que ametralla iglesias colmadas de fieles…?
La gran pantalla ha contribuido también a acercarnos a esta necesaria reflexión. El intenso debate en 1996 de los monjes trapenses franceses de Tibhirine ante la presión de los guerrilleros fundamentalistas del GIA argelino es también nuestro debate. Sus consideraciones y proceso han sido exitosamente plasmados en la película “De dioses y hombres”. El cine adquiere en este caso la grandeza de abocarnos, con alarde de realismo, hacia cuestiones de envergadura. Nos invita a la mesa de crucial meditación, de tremenda disyuntiva de los monjes en su amenazado monasterio. ¿Cuál es la respuesta del diálogo, del encuentro, del abrazo interreligioso ante la atroz negación de la vida por parte de quienes pretenden detentar la posesión del Dios único?
Siempre hay una vida destinada a vivir en la frontera, en el límite, en el extremo de un desierto tan arrebatador y peligroso al mismo tiempo. La frontera, allí donde el “kalashnikov” se pasea sin seguro persiguiendo al diferente, también ha de ser habitada. Siempre habrá valientes sin acero defensor, ni chaleco antibalas. Por mucha protección que se procure, siempre hay una vida que se manifestará vulnerable ante la barbarie. Siempre habrá hombres y mujeres de ancha fe, consecuentes, comprometidos, en el borde del peligro.
Allí donde la seguridad externa no existe, el remanso sólo será dentro. La compasión, su inherente vocación de eternidad también reconfortarán. Hay que proteger la vida, pero allí donde aun con todo ésta peligra, la sola presencia serena adquiere una fuerza poderosa. Después vendrán los informadores, los escritores, los cineastas…, para dar cuenta de un testimonio tremendo, de un martirio heroico. No hay otro camino que el de esa compasión generosa, sabia, consciente. La respuesta agresiva de Bush al atentado del 11 S sólo contribuyó a multiplicar el horror.
Los límites en la apuesta por el encuentro de los credos es objeto de reflexión plenamente actual. En la frontera donde se acaba el amor, donde arranca el odio más feroz, más amor… La opción del encuentro, del diálogo no es sin embargo la de la candidez, ni la del martirio gratuito. El camino del amor puede y debe ser también inteligente. Abordamos de cualquier forma un tema demasiado amplio con el consiguiente riesgo de recetas equivocadas. Evitar la exposición al peligro ante la barbarie, ni siquiera puede ser una propuesta general. Me atrevería a decir que la revolución de las conciencias a favor del amor y la compasión de los monjes-dioses de Argelia gracias a esa bella y acertada película, ha “amortizado” sobradamente, perdón por la burda expresión, su sacrificio. El cine de Xavier Beauvois y su eficaz promoción, han colocado a los siete hermanos trapenses en el corazón de muchos espectadores. ¿Quién dudará a estas alturas de su victoria sobre la muerte y sus vasallos de tan fácil gatillo? A veces vale más un testimonio sufrido que una huída a tiempo.
Los caminos de Dios son inescrutables. No sabemos lo que ha de durar el padecimiento de esta práctica talibán de tierra quemada, esta resistencia no-violenta de las comunidades cristianas ante los ataques en oriente de los extremistas islámicos. Apenas sabemos algo en medio de este cruce intercivilizacional, en medio de esta encrucijada tan definitiva que concita a las fuerzas de la esperanza y de la brutalidad. Sólo sabemos que no hay batalla a emprender, que la confrontación con el fundamentalismo islámico no es la salida, que, si se dan condiciones, el ensayo de acercamiento siempre será opción preferencial.
Hemos fabricado los dioses a nuestra conveniencia. El grito de “Deus vult” justificando las cruzadas, sacudía Europa hace casi mil años. ¿Será que nuestro Dios ha madurado, será que ha echado más prudente barba blanca, que ha triunfado por fin su manifestación de infinito amor? Mil años más tarde sólo sabemos que Dios no lo quiere, que no nos llama a la batalla, sino al abrazo con el otrora hereje, ahora hermano. Sólo estamos convencidos de que no desea más tañido de espadas, más choque entre credos y civilizaciones. Sólo sabemos que un día la sangre ya no llamaría más a la sangre, que llegaría la hora de grandes y generosos retos para las fuerzas que apuestan por la fraternidad universal.
Siempre conviene interrogarnos por la voluntad superior, máxime ante esta suerte de imponentes desafíos. Nuestra vocación de eternidad es sobre todo medida en la frontera. El Cielo, la Fuente siempre nos sugiere el camino de más donación y entrega, la opción del mayor bien ajeno, independientemente de las consecuencias personales. Cómo se concreta esa opción en cada circunstancia, será sin duda alguna lo más difícil primero de dilucidar, después de asumir. ¡Fuerza y fe a quienes habitan las más expuestas y atrevidas fronteras!
Koldo Aldai
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