Todos juntos
Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

jueves, 2 de diciembre de 2010

LA FE Y LAS OBRAS

“La fé, sino tiene obras, está muerta en sí misma” (Santiago 2, 17)

Muchas veces me preguntan cómo compatibilizar, en el ámbito de lo religioso, este binomio tan raro, a veces paradójico, entre fe y obras, entre Ley y Amor.

¿Se nos juzgará por la fe? Por supuesto que sí. Pero... ¿se nos juzgará por las obras? Pues creo que también... De hecho, sólo así podemos entender que los mensajes de Pablo y de Santiago, por ejemplo, no se contradigan, y no acaben produciendo en el creyente una especie de esquizofrenia espiritual.

¿Qué es más importante entonces, la fe o las obras? Cuando me plantean esta pregunta, sospecho. Lo hago porque, en el fondo, se está planteando una dicotomía inexistente en el Nuevo Testamento, del que somos herederos. La relación entre fe y obras no es disyuntiva, ni en Jesús, ni en las cartas del Nuevo Testamento, ni en la mentalidad de la iglesia primitiva. No es disyuntiva sino, al contrario, copulativa. Intentaré explicarme, porque mis amigos liberales estarán pensando que me he vuelto loco, y mis amigos legalistas se estarán frotando las manos, quizá sin razón ninguno de los dos:
Que quede bien claro: a mi entender, a la salvación sólo se puede acceder mediante la fe. Este requisito, que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento significa, ante todo, adhesión, no se enfoca en la Biblia hacia verdades, o hacia dogmas, sino hacia personas. En el Antiguo, hacia el Padre. En el Nuevo, hacia Jesús de Nazareth, que asume la misión de revelarnos al verdadero Padre, cuyo único signo de carácter es el amor. Pero cuando alguien se adhiere a una persona, no lo hace a una sombra, o a una entelequia. Eso es primar el dogma, las supuestas verdades que nos parece encontrar. Adherirse a alguien es hacerlo a su forma de ser y actuar. Es abrazar su proyecto de vida, lo nuclear de su razón de ser.
Así que la fe, que nos permite descubrir el proyecto de salvación de Jesús, significa, en primer lugar, adherirnos a su proyecto, y abrazarlo hasta sus últimas consecuencias.
Pues bien... ahora soy yo el que planteo una pregunta: ¿Podemos decir que el proyecto de vida de Jesús de Nazareth, su novedad, lo nuclear de su mensaje, fue enseñar que hay que cumplir la Ley? En absoluto. Eso no era ninguna novedad. Cientos y cientos de escribas y fariseos centraban su vida en enseñar eso mismo. Lo nuclear del mensaje de Jesús, aquello en lo que se empleó a fondo, fue la compasión, que mueve a la acción a favor de los demás. Para Jesús, los frutos de la compasión era lo que demostraba que el Reino de los Cielos se ha acercado. Sentir la necesidad del otro como si fuera propia. Ese fue el proyecto de Reino de Jesús de Nazareth, y ése es el estilo de vida al que nos propone adherirnos (tener fe, dar crédito...).

Por ello, en la parábola del juicio final, Jesús se centra, de nuevo, en lo nuclear de su mensaje, en lo que ha sido su bandera durante su corto ministerio. Nadie que es incapaz de compadecerse entrará en el Reino de los Cielos. Nadie que no muestre respeto por el sufrimiento de los demás ha conocido a Dios. Quien dice amarle pero no se compadece de los pequeñitos, no tiene fe, no se ha adherido a su proyecto. El Juicio de Dios (que en la parábola es el Hijo del Hombre, es decir Él mismo) no consiste, por lo tanto, en la anotación detallada de las buenas acciones o de las faltas. Es una separación entre los que se han compadecido de los que sufren, y se han ocupado de ellos, y los que no lo han hecho.

Así que "las obras" por las que será juzgada nuestra adhesión al proyecto de Dios, que nosotros nos empeñamos, de forma inconsecuente, en contraponer a "la fe", no son ni guardar el sábado, ni no adorar ídolos, ni no comer cerdo. Todo esto está muy bien, pero no será la medida en que se verá juzgada nuestra adhesión a Dios, pues todos convendremos en que muchos que no han guardado jamás el sábado, se han postrado ante ídolos, y han comido cerdo, hacen parte del Reino de Dios. La Ley por la que, según Jesús en su parábola, son juzgados los creyentes, es la Ley de la compasión. Los que entran son los que se preocuparon y se ocuparon de los que sufren. Como dirá Juan, "Nadie que no ama puede decir que conoce a Dios, porque Dios es amor".
Por eso la fe y las obras no son disyuntivas sino copulativas. Por eso Pablo puede decir que la justificación es mediante la fe, y Santiago que la fe sin obras es muerta. No hay adhesión (fe) sin compasión (obras). La salvación proviene única y exclusivamente de la gracia de Dios. Pero nadie que se confronta con su proyecto del Reino, y se adhiere a él, puede vivir sin compasión. Si lo hace, demuestra que su adhesión no es verdadera y que, por lo tanto, no pertenece al Reino. Por consiguiente, quien no se ha adherido formalmente al Reino, quien no profesa ninguna religión, quien no ve a Dios en ningún sitio, pero vive preocupado y ocupado por el sufrimiento de los demás, se ha hecho permeable a la influencia de Dios, aun sin saberlo, y heredan el Reino preparado para ellos, según Jesús, desde la creación del mundo.

Ésta es la fe que produce obras. Obras que no buscan el trueque interesado, ni alcanzar algún tipo de justificación, sino que son la normal consecuencia de haber abrazado un proyecto de vida, del que la compasión es el eje central.
Casi podríamos decir, con Pablo y Santiago al unísono, que la salvación es mediante la fe, pero que la fe sin compasión es como si estuviese muerta...
Juan Ramón Junqueras

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