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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

sábado, 30 de octubre de 2021

SINODALIDAD IV

La sinodalidad en perspectiva ecuménica


por Benito Méndez Fernández


La sinodalidad en perspectiva ecuménica - Parte IV

4. Hacia la superación del principal obstáculo en el camino sinodal de la Iglesia desde la perspectiva ecuménica

La respuesta católica al importante documento de convergencia: “La Iglesia: hacia una visión común” (2013) destaca en numerosas ocasiones la gran satisfacción que supone poder aceptar que, después de décadas de diálogo y profundización comunes, es posible llegar a afirmaciones comunes sobre temas cruciales como la relación entre autoridad y sinodalidad, la unidad y la diversidad en la Iglesia, o la relación necesaria entre sus dimensiones local y universal. Al mismo tiempo, aparece con claridad la disposición a recibir los dones, a aprender de la práctica de la sinodalidad que se dan en otras comunidades cristianas. Por otra parte, también es digno de mención el reconocimiento de la disposición a abrirse a profundizar en determinados aspectos que todavía son objeto de discusión, sin renunciar a la propia identidad. En este sentido, nos limitamos a ofrecer algunas indicaciones sumarias sobre el posible papel futuro del obispo de Roma en una Iglesia reconciliada.

4.1. Presupuestos

El contexto actual, en el cual hay un Sínodo convocado sobre la sinodalidad eclesial, es propicio para avanzar tanto ad intra como ad extra. En efecto, en principio la promoción de la sinodalidad no constituye novedad alguna desde el punto de vista teórico. Cuestión distinta es su sentido práctico, pues hacía falta su implementación concreta en la vida de la Iglesia; una tarea no fácil y llena de incertezas, debido a que la recepción de un Concilio como el Vaticano II está todavía en ciernes. Practicar la sinodalidad exige pasar del modelo de los ‘círculos concéntricos’, en el que todo en la Iglesia parecía discurrir de manera centrífuga; el movimiento es del centro a la periferia, siendo el centro el momento principal; por el contrario, un modelo poliédrico de Iglesia es capaz de valorar la diversidad y la originalidad de todas las particularidades 84. En este sentido, las relaciones sinodales han de ser también centrípetas, es decir, las Iglesias locales han de tener su presencia en el centro, para, de ese modo, establecer un dinamismo equilibrado en las relaciones mutuas, de modo que evite el centralismo 85. Y esto, también, debe ser aplicado a las demás relaciones eclesiales, tanto en el nivel regional o en el local 86.

La dimensión ecuménica de la sinodalidad, como hemos dicho, debe ser puesta de relieve, también porque acerca a la Iglesia católica con aquellas iglesias que ya la practican desde hace siglos. Por ello, es el mejor marco para caminar de forma convergente hacia una comprensión cristiana común de su relación con el primado, el cual, como reconocía Juan Pablo II, siguiendo en esto a Pablo VI, su ministerio continúa siendo un problema ecuménico de primer nivel. De ahí la necesidad que planteaba en Ut unum sint de valorar la nueva situación eclesial, marcada por las relaciones ecuménicas, y evaluar de nuevo la identidad y el papel del ministerio de Pedro como un servicio de amor que pueda ser reconocido por todos 87.

Como han demostrado los diálogos vigentes, principalmente con los anglicanos y ortodoxos, o, incluso, como se manifiesta en el documento de 2013, es necesario diferenciar la existencia y legitimidad del primado, de su ejercicio concreto 88. El concilio Vaticano II, en este sentido, por ejemplo, ha resituado el primado en el contexto de la colegialidad episcopal y de la relación con las Iglesias locales, sin dejar de lado los dogmas de 1870 89. Es decir, ha reflexionado sobre su estructura de autoridad desde la conciencia de que las formas pueden variar 90.

En esta línea, conviene recordar que la sinodalidad no se contrapone a la estructura jerárquica de la Iglesia, sino que, por el contrario, ambas se exigen mutuamente. Tanto es así, que el documento de la Comisión Teológica Internacional destaca que la sinodalidad es el mejor marco intepretativo para comprender el ministerio jerárquico, sobre las bases del sensus fidei fidelium, que los hace a todos sujetos de la evangelización 91. El Papa, a su vez, destaca que la perspectiva de la sinodalidad es decisiva para reinterpretar en el nivel interno de la Iglesia el ministerio jerárquico. Pero lo interno también influye en las relaciones hacia fuera. Por eso, en el importante discurso ya citado, con motivo del 50 aniversario del Sínodo de los Obispos, ofrece las líneas maestras de la aportación católica a la dimensión ecuménica de la sinodalidad; entre esas líneas destaca la necesidad de una relectura del ejercicio del primado. En diversas ocasiones ya había afirmado que el Sínodo y la Iglesia siempre actúa cum Petro et sub Petro, doctrina asentada de forma definitiva ya en el Concilio Vaticano I 92. Sin embargo, la relectura de esa fórmula implica una forma de ejercicio que parte de la misión de servicio colegial de todos los obispos y, más allá o en sentido más general, de una concepción de la Iglesia toda ella servicial. En este sentido, puede ser concebida como una pirámide invertida, en la cual los que sirven son los más pequeños, son los ‘ministros’:

Nunca lo olvidemos. Para los discípulos de Jesús, ayer, hoy y siempre, la única autoridad es la autoridad del servicio, el único poder es el poder de la cruz, según las palabras del Maestro: «ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser primero, que se haga esclavo» (Mt 20,25-27) 93.

Esta nueva comprensión de la autoridad, sea la autoridad episcopal o la papal, entendida como servicio, sin dejar de ser fiel a la Tradición del segundo milenio, indica un cambio de posición que podrá favorecer el diálogo ecuménico. Ahora, por poner un ejemplo, el título de vicario de Cristo, como recordó el Concilio (LG 27) y recuerda Francisco, ya no es exclusivo del Papa, sino que se extiende a todos los obispos. Pero esta perspectiva comunitaria se extiende, también, a todos los estamentos de la Iglesia, una vez que se acepta que una dimensión constitutiva de la misma es la sinodalidad.

4.2. ¿El Papa como portavoz de la Cristiandad?

La Quinta Conferencia Mundial de Fe y Constitución, celebrada en Santiago de Compostela en 1993, ya había planteado la posibilidad de aceptar por parte de todos los grupos cristianos un ministerio universal de la unidad cristiana, un portavoz de la cristiandad 94. Si repasáramos la actividad cuasi diaria de los papas del postconcilio, veríamos que en su agenda siempre están las recepciones a responsables de otras comunidades cristianas. Por otra parte, a lo largo de estas décadas hemos podido observar un ecumenismo de los gestos, del redescubrimiento de la amistad, de la promoción de una cultura del encuentro y la fraternidad, como nunca antes había sucedido antes del Concilio Vaticano II 95. Por supuesto, no hace falta señalar la actividad más específica del diálogo teológico. Pues bien, todos estos elementos ya están creando en la práctica, principalmente en Europa, un clima a favor de la aceptación del obispo de Roma como punto de encuentro entre los cristianos 96. De ahí que el fortalecimiento de la sinodalidad intraeclesial esté destinada a ser una contribución decisiva, pues dará credibilidad al compromiso de la Iglesia católica en favor del reconocimiento del primado como servicio universal 97.

Cuestión distinta será la justificación conjunta desde el punto de vista histórico, teológico y práctico (canónico y pastoral) 98. Si algún grupo cristiano persiste en identificar al Papa como el Anticristo, lo que también hizo Lutero, tal propuesta equivaldría a una traición a la Reforma. Sin embargo, a la luz de la situación actual del diálogo entre católicos y luteranos, no tendría por qué ser así 99. El diálogo, en efecto, ha llegado a la conclusión de que la protesta de Lutero surgió de una profunda preocupación por el Evangelio de la justificación a través de la fe únicamente en Cristo, que él vio como traicionado en la doctrina y la práctica romanas 100. Así, el reformador todavía podía admitir en su comentario a la carta a los Gálatas en 1531 (hipotéticamente) que estaba dispuesto a besar los pies del Papa, si este reconocía que Dios nos justificó por gracia a través de Cristo. La postura antipapista, por tanto, no estaba dirigida contra el Papa en sí mismo, sino contra el ejercicio del Papado, que el reformador veía como contrario a la Biblia. Por esta razón, después de la firma de la firma de la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación por la fe, el 31 de octubre de 1999, las acusaciones de Lutero tienen menos sentido y ello hace posible el comienzo de una reflexión conjunta sobre la autoridad y alcance de un ministerio de Pedro; como señaló Pablo VI, es probablemente el mayor obstáculo en el camino de las Iglesias entre sí 101.

No es tarea fácil volver al ejercicio de ese ministerio tal y como era vivido en el primer milenio de la era cristiana. No es posible obviar los dogmas del Vaticano I y superar la idea de que la unidad significa el ‘retorno a Roma’ 102. Pero una relectura siempre es posible 103. Tal es la que realizó en concilio Vaticano II en el capítulo III de la constitución Lumen Gentium, al proclamar la necesaria correlación entre primado y colegialidad episcopal 104. ¿Un Papa como portavoz honorífico de los cristianos sería suficiente? Todavía existe demasiada desconfianza ante esa posibilidad, pues las distintas iglesias temen que, aun así, pudiera tener la última palabra en cuestiones doctrinales o prácticas para todos los cristianos 105. De ahí que sea este un tema que va más allá de un tratamiento bilateral y, por ello, necesite una justificación aceptable por parte de todos; ha de contar, así, con la autoridad de la Biblia, que es común a todas las denominaciones 106.

Por otra parte, no cabe duda de que, a parte de las condiciones de tal ejercicio o papel, el que hubiera una sola voz, sería deseable en las circunstancias actuales, pues todos sabemos que las diversas iglesias continuamos separadas en demasiadas cuestiones, incluido el terreno práctico-moral. Esta división, como señala el Papa con frecuencia, ya no puede ser percibida más que como escandalosa 107. A esta necesidad se suman las actuales relaciones internas entre las Iglesias ortodoxas, que están pasando por graves dificultades; ya se oyen voces que apuntan a la necesidad de una mediación que ponga sosiego entre ellas. Como decimos, cuestión distinta es el cómo del papel del ministerio de unidad en una futura Iglesia unida. De todos modos, que ya se vaya percibiendo con mayor claridad esa necesidad, no deja de alentar la esperanza de que se lleve se le ponga remedio. La Iglesia católica se manifiesta abierta a mayores profundizaciones, a comenzar por el ejercicio del primado en su propio seno. La llamada del Papa a la conversión sinodal de la Iglesia es un signo inequívoco en este sentido 108.

Profundizar en las implicaciones de la sinodalidad en perspectiva ecuménica, significa aplicar la dinámica del encuentro, en la que insiste el papa Francisco, como una tarea para el presente y para el futuro. Si la Iglesia es sínodo, en ella, en todos sus niveles, tienen que darse juntas unidad y diversidad, fe y libertad, compromiso y participación. El ejemplo que encontramos con frecuencia en sus escritos, así como en el documento sobre la sinodalidad de la Comisión Teológica Internacional, es el del ‘concilio’ de Jerusalén. Allí, siguiendo esa dinámica, impulsada por el Espíritu, la Iglesia fue capaz de impulsar la misión haciendo las adaptaciones necesarias para la actualización del Evangelio. Por tanto, teniendo en cuenta que la situación de entonces era más decisiva, es decir, más innovadora con respecto a su praxis anterior, y la Iglesia estuvo a la altura, no debería haber reparos en tomar también ahora decisiones de calado, puesto que el Espíritu Santo no la ha abandonado.

Dicho esto, seguimos afirmando que, desde la perspectiva católica, el Papa es por voluntad de Cristo el principio y fundamento de la unidad del episcopado y de los fieles. Con este principio se conjuga el concepto de comunión jerárquica, usado por el concilio Vaticano II (LG); pero, bien entendido, ello no quiere decir que el ministerio de Pedro tenga que ser concebido como un ministerio en soledad. Al contrario, parece claro, desde los documentos del diálogo, que ha de ser concebido en relación. Esta posición podrá contribuir a darle credibilidad y, así, hacerle superar antiguos prejuicios, sobre todo por parte de las Iglesias ortodoxas, pero también, por parte de las Iglesias nacidas de la Reforma. Se trata de encontrar otro paradigma para el primado papal que supere la imagen de monarca absoluto que permanece en el imaginario de muchos cristianos. Tales prejuicios podrían ir superándose si el Papa asume decididamente una nueva imagen, en el contexto de una sinodalidad vivida en el interior, pero con una clara vocación comunicativa, como una notarius publicus, dicen algunos 109. Por otra parte, ello se ha de conjugar con la insistencia sobre lo que ha de entenderse por verdadera sinodalidad eclesial, la cual no puede equivaler a una mera democracia o a un sistema parlamentario, donde la figura del primado estuviera sometida a la voluntad de las mayorías. Si ello fuera así, entonces ya estaríamos hablando de una perspectiva distinta a la católica 110.

(Continuará ...)


Benito Méndez Fernández
Instituto Teológico Compostelano


PUBLICADO EN:
Salmanticensis 68 (2021) 265-300
ISSN: 0036-3537 (impreso) ISSN: 2660-955X (online)


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