"La libertad religiosa reside en el corazón de los derechos humanos"
por Rodrigo Guerra
CLAVES
- El "corazón de los derechos humanos" anima la vivencia plena del resto de las libertades. En contextos como los que ofrece la actual Nicaragua, el derecho humano a la libertad religiosa fácilmente tiende a ser mancillado
- La voluntad de poder se impone sobre los derechos de la conciencia y la sofoca. Las convicciones religiosas, les parecen a algunos, un aspecto menor, secundario
- Lamentablemente, la conculcación de este derecho no es exclusiva de algunos gobiernos de izquierda. Las derechas liberales, en ocasiones han buscado también reducir la libertad religiosa a "libertad de culto"
- No existen libertades sin conciencia autónoma y sin un sentido que confiera densidad a la existencia. No hay verdadera liberación sin promoción plena de la libertad de conciencia y de religión
En contextos como los que ofrece la actual Nicaragua, el derecho humano a la libertad religiosa fácilmente tiende a ser mancillado. La voluntad de poder se impone sobre los derechos de la conciencia y la sofoca. Las convicciones religiosas, les parecen a algunos, un aspecto menor, secundario, un tanto trivial, dentro de la vida de las personas y de las naciones. La religiosidad, muchas veces reducida a folclore, a espectáculo para turistas, o a reminiscencia infra-racional, se dificulta verla abrazada dentro de una concepción fuerte de los derechos humanos.
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Sin embargo, tanto en la filosofía y en la historia del derecho, como en la comprensión cristiana del ser humano y su libertad, el encuadramiento de este derecho es muy otro. La Declaración Universal de los Derechos Humanos afirma: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”. Esta convicción, no es fortuita. Desde los orígenes del movimiento a favor de los derechos humanos, la libertad religiosa ha ocupado uno de los lugares más fundantes de la arquitectura total del resto de los derechos.
La primera generación de los derechos humanos nace en la época en que cae el absolutismo político junto con las monarquías que le daban sustento. Éste es el clima que origina el constitucionalismo del siglo XVIII y la búsqueda de positivización de los derechos “civiles” y “políticos”.
Sin embargo, justamente los dos derechos precursores de este ambiente fueron los derechos a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa consignados en 1598 a través del Edicto de Nantes, por parte de Enrique IV de Francia; luego vinieron el derecho a la vida, a la libertad física, a la libertad de conciencia y de expresión y el derecho a la propiedad en el “Bill of Rights” de Virginia y en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, francesa.
Desde un punto de vista, menos histórico, pero más antropológico, Juan Pablo II sostiene que: “La religión expresa las aspiraciones más profundas de la persona humana, determina su visión del mundo y orienta su relación con los demás. En el fondo, ofrece la respuesta a la cuestión sobre el verdadero sentido de la existencia, tanto en el ámbito personal como social. La libertad religiosa, por tanto, es como el corazón mismo de los derechos humanos.” (1 enero 1999).
Lamentablemente, la conculcación de este derecho no es exclusiva de algunos gobiernos de izquierda. Las derechas liberales, en ocasiones han buscado también reducir la libertad religiosa a “libertad de culto”, sin atender a su verdadero contenido, que incluye la dimensión social de la fe.
Más aún, en ocasiones no se percibe que un derecho que protege las convicciones más íntimas sobre el significado último de la vida sostiene toda la articulación posterior que pueda existir en materia de libertades fundamentales. No existen libertades sin conciencia autónoma y sin un sentido que confiera densidad a la existencia. No hay verdadera liberación sin promoción plena de la libertad de conciencia y de religión.
El profesor Guerra López nació en la Ciudad de México en 1966. Es licenciado en Filosofía en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, México, doctor en Filosofía por la Academia Internacional de Filosofía del Principado de Liechtenstein. Es Miembro del Equipo de Reflexión Teológica del Celam. Ha sido Coordinador Académico del Pontificio Instituto Juan Pablo II en la Ciudad de México y Catedrático de Metafísica, Bioética y Filosofía del Derecho en la Universidad Panamericana de México. De 2004 a 2007 dirigió el Observatorio Socio-Pastoral del Consejo Episcopal Latinoamericano. En 2008 fundó el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV), del cual es Profesor-Investigador de la División de Filosofía.
FUENTES:
https://www.religiondigital.org/
https://www.vaticannews.va/
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ResponderEliminarEn ocasiones, por determinadas opiniones, aparece cierta modestia o temor a ofender, que nos lleva a incluso ni nombrar que uno es cristiano. A esto se une el creciente individualismo que tanto beneficia a organismos, entidades e instituciones. Frente a convivir y tener empatía con las personas sin tener en cuenta sus orígenes y peculiaridades.
ResponderEliminarMuy de acuerdo con JMFE.
ResponderEliminarCierto es que el individualismo social se extiende también no solo al ámbito ciudadano, laboral o político sino también al hecho religioso, llevándonos en cada aspecto al yo, mi, conmigo y perdemos entonces toda la objetividad y esas aspiraciones más profundas de la persona humana, que expresa la religión y con ello la anulación de la su visión del mundo y orientación de cada cual en su relación con los demás.