CLAVE:
- El Padre Juan Bonal, fundador junto con la Madre Rafols de la Congregación de Hermanas de la Caridad de Santa Ana fue un hombre que siempre vio en el más necesitado, en el que sufría, independientemente de su nación y su condición, a un hermano al cual había que socorrer. Ejerciendo la caridad con los más pobres. Mendigo de Dios por los pobres, pasa por todas partes haciendo el bien, predicando a las gentes sencillas del mundo rural, excitando su fe y caridad, ... ofreciendo el perdón y la paz a los que, movidos por su palabra ardiente, acuden a él. (E.E.S.)
Padre Juan Bonal: hombre luminoso,
de los que dejan huella en la historia.
por Carmen Herrero
Desde hace muchos años la figura del padre Juan Bonal me atrae por su radicalidad en el seguimiento de Cristo: “Tú deja cuanto tienes y sígueme”. Y también por su entrega incondicional en favor de los más pobres y marginados de la sociedad de su tiempo; y por su talente de luchador desde la bondad y humildad. Juan Bonal se convirtió en un símbolo de humanidad, en ejemplo heroico de valores humanos y espirituales para la sociedad de su tiempo y también para la actualidad.
Hoy, deseo trazar algunas pincelas en homenaje a este gran hombre –tal vez no muy conocido- que fue mensajero del amor de Dios entre los españoles más pobres y desfavorecidos, concretamente en Aragón; en aquella sociedad destrozada a causa la guerra de la Independencia, de 1808 a 1814.
Juan Bonal nace el 24 de agosto de 1769, en el seno de una familia de hondas raíces cristianas, culta y acomodada, de Terradas (Gerona). Recibe una buena formación intelectual que va orientada al sacerdocio. El año 1799 será ordenado sacerdote. El hombre brillante intelectualmente, sacerdote y fundador, se convirtió en “pordiosero”, en “limosnero” en favor de los más pobres, viviendo olvidado de sí y de su condición, totalmente entregado para aliviar la pobreza humana y espiritual, especialmente de los enfermos del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, de Zaragoza; por quienes no escatimó ni esfuerzo ni sufrimiento ni caminatas por caminos angostos y pedregosos; con todo lo que ello implicaba dado los medios de transporte con los que en aquel entonces se contaba: carros con viejas caballerías y sus pies. El padre Juan Bonal fue el embajador de los pobres y enfermos por las calles e iglesias de Zaragoza, por villas aragonesas y por centenares de pueblos. El papa Benedicto XVI le nombró venerable en 2012, reconociendo el valor del testimonio de su vida y ejemplo.
Después de leer el libro: “Mosén Bonal, fundador y pordiosero” de don José Ignacio Tellechea, y tomar conciencia de la situación económica y social del pueblo español de aquellos años, me he quedado muy impactada, así como de la labor llevada a cabo por el padre Juan Bonal en aquel contexto de tanto sufrimiento y pobreza extrema. Indudablemente que, al profundizar en el conocimiento de Juan Bonal y su misión, todavía ha crecido más en mí la admiración y la acción de gracias por el “pordiosero de Dios” o “pordiosero para los pobres”. Toda su vida entregada a la tarea de pedir por Dios para los enfermos, esto lo convirtió en “pordiosero”. Sí, el padre Bonal era el pordiosero en favor de los que carecían de lo esencial: la falta de salud, con lo que ello implicaba en su época, dada la pobreza y el hambre existente, careciendo de lo más elemental, incluso en el hospital.
El padre Juan Bonal fue un hombre muy humano y humilde, valiente y arriesgado. El riesgo y la valentía lo mostro fuertemente ante las decisiones tomadas en sus veredas 1 cuando se trataba de obtener un mayor beneficio en favor de los enfermos, para aportarles más alivio humano a quienes carecían de lo esencial. Su humanidad la mostró a lo largo de toda su vida convertida en delicadeza, cuidados y generosidad para cuantos con él realizaban las veredas y las personas que encontraba en su camino.
En cuanto a la humildad, la vivió con heroicidad. Ante tantas humillaciones e incomprensiones por las que le tocó pasar, tanto por parte de la Sitiada 2 como por algunos de sus colaboradores, su actitud fue heroica. ¿De dónde le venía esa fortaleza y valentía? No nos equivocamos al pensar que su vida era Cristo, como dice san Pablo: “Mi vivir es Cristo”. Y de él le venía esa fortaleza y vigor para seguir adelante por el camino trazado de ser testigo del amor y de la misericordia de Dios para los más pequeños e insignificantes de la sociedad: carisma de la congregación que él mismo fundó con la hermana María Rafols.
El padre Juan Bonal vivió el Evangelio en su profundidad: “Si el grano de trigo no muere no produce fruto”. Porque él supo morir a sí mismo, su fruto fue y sigue siendo fecundo. Una muestra de ello la tenemos en la “Fundación Padre Juan Bonal. ¡Cuánto bien está haciendo esta fundación! El objetivo de dicha fundación es ser cauce y expresión de solidaridad y cooperación en cualquiera de sus formas, dedicando todos los esfuerzos a los colectivos más desfavorecidos y vulnerables y facilitando su integración en la sociedad. La mayor parte de su actividad se realiza en los países en vías de desarrollo, proporcionando ayuda a personas, organismos y entidades sociales que sufren necesidades y carencias propias de los pueblos más pobres. Recientemente, la fundación se ha hecho solidaria con la La Palma, isla canaria a la que ha apadrinado. Las Hermanas de la Caridad de Santa Ana son quienes la pilotan ayudadas por laicos. La fundación cuenta con más de 300 centros de trabajo repartidos en 30 países. La Fundación Juan Bonal celebra la jornada del 20 de diciembre como homenaje a su fundador.
El Padre Juan Bonal supo proclamar la ternura y la bondad de Dios en una sociedad en la que reinaba la miseria, el miedo, el hambre y tantas otras calamidades, bajo diferentes aspectos. Profunda era la pobreza del pueblo español después de la guerra de la Independencia. Los trágicos sucesos de los sitios de Zaragoza hicieron de aquel centro hospitalario un montón de ruinas, causa de la miseria que reinó en la vida del hospital y sus moradores, durante muchos años. Pero en este contexto de miseria y de desesperanza, el padre Juan Bonal transmitió la confianza, la fe y la esperanza en Dios a aquellas gentes desprovistas de lo fundamental para vivir. Su gran sueño era construir una sociedad más humana y más justa; intentando erradicar la extrema pobreza material y la pobreza espiritual reinante. Con Dios en el centro todo puede renacer. ¡Esta era su esperanza! En sus largas horas de escucha, de predicación por los pueblos, cercano y bondadoso con las personas más sencillas, pudo consolar y, sobre todo, sufrir por y con los pobres. ¡Qué testimonio de humanidad y de evangelización para el hoy que nos toca vivir! Vivir la compasión, de la que tanto nos habla el papa Francisco. Hacer camino con y por los más necesitados. ¿No es esto la nueva evangelización? Una Iglesia en salida.
Si la finalidad de sus veredas era “mendigar” en favor de los enfermos del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, pues para esta misión era enviado por la Sitiada, su alma sacerdotal era profundamente misionera y sus veredas iban mucho más lejos que solamente la recogida de fondos. A través de estas veredas aprovechaba para anunciar a Cristo. Queda constancia de las horas pasadas en el confesionario y de sus predicaciones “a tiempo y a destiempo”, como dice san Pablo. El padre Juan Bonal no solamente era el “pordiosero”, sino que era, ante todo, el sacerdote que llevaba en sus entrañas el anhelo de dar a conocer a Cristo, de evangelizar y de ayudar a crecer en “gracia y sabiduría”, en humanidad y en fe a cuantos a él se acercaban.
El fundador, junto con madre María Rafols de la incipiente congregación de Hermanas de la Caridad de Santa Ana, era un hombre de fe que vivía la caridad y la esperanza. “En Dios he puesto toda mi confianza y no quedaré defraudado”. De esta vivencia teologal mana la fuerza y el dinamismo, como de un manantial, para afrontar y vivir con serenidad y entrega, los grandes incidentes y dificultades que encontró en su camino de peregrino por la ancha y larga geografía española como “limosnero”.
Con total entrega y confianza, prolongó esta misión durante el resto de su vida, hasta su muerte el 19 de agosto de 1829, en el Santuario de Nuestra Señora del Salz, en Zuera, Zaragoza, donde solía retirarse para preparar sus viajes.
Gracias, padre Juan, por tu vida entregada con tanta generosidad en favor de los más olvidados de la sociedad de tu tiempo: los enfermos, los pobres, los desvalidos y los sin voz.
Quiero terminar con las palabras de don José Ignacio Tellechea: “La vida del padre Bonal deja pasar la luz, en ella se transparenta la caridad”.
Sor Carmen Herrero Martínez
NOTAS:
- Vereda eran los recorridos por los pueblos que hacían los misioneros. Y veredero el que iba enviado con documentos para distribuirlos, en varios lugares. Y los procuradores verederos llevaban poderes especiales para recibir, cobrar y pedir limosna para el hospital.
- Se llama Sitiada a la Junta de Gobierno del Real y General Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza de aquel entonces.
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Muchas gracias Hna. Carmen por acercar una figura tan querida en Aragón como el padre Bonal, un ejemplo de cercanía y misión con los más pobres en la situación difícil de una guerra, en Zaragoza es muy grande su legado. Muy bonito texto.
ResponderEliminarMuchas gracias
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