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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

lunes, 22 de agosto de 2011

LA ALEGRÍA DE VIVIR

HEMOS RECIBIDO ESTE ESCRITO EN NUESTRO CORREO, LO HA ESCRITO UN JOVEN DE 19 AÑOS DIAGNOSTICADO HACE UNOS MESES DE UNA ENFERMEDAD MUY GRAVE:

ALEGRÍA DE VIVIR

Muchas veces he oído, hemos oído entonar a jóvenes. “Cantando la alegría de vivir”. Una canción que en mi parroquia, al menos es frecuente escuchar. Alegría de vivir, y dicen bien. La vida tiene muchas cosas bellas que merecen ser cantadas.

Por eso, resulta antipático sin más el título que, hace años, puso una joven escritora francesa (Françoise Sagan) a su libro: “Buenos días, tristeza”. Que no llegué a leer porque el título ya no me gustó y no me animó ni a que abriera la tapa y pasara a su primera hoja. No hablamos ni de la novela ni de la escritora, sino sólo del título.

¿”Buenos días a la tristeza”? ¿Un simple saludo de cortesía a la tristeza?... No, ni en broma, no lo podemos hacer. Porque nosotros no queremos ni buscamos más que alegría para todos. Nosotros gritamos: ¡Viva la alegría! ¡Viva la ilusión!, y así damos el tiro de gracia a ese criminal asesino que corre libre por las calles, que corroe el corazón de muchos: La tristeza, la apatía, el pesimismo, el desasosiego, llámale como quieras.

Hablar de la alegría es hablar de una importante virtud. Y atacar a la tristeza es combatir un vicio que se convierte en un enemigo terrible. El hombre que sufre, podrá sentir dolor, pesar y angustia ante muchas situaciones de la vida. Pero eso es muy distinto de la tristeza

La tristeza no cabe sino en quien no tiene fe en la vida, en quien no tiene esperanza. Porque en medio del dolor se puede sentir, y se siente siempre, la paz del corazón, y, con esa paz del corazón, uno sabe unirse a todos los demás, se sabe que no está solo y no desespera nunca.

En la Biblia podemos leer esta frase del salmo 100 “Servid al Señor con alegría”. La alegría como tantas cosas, pensamos los creyentes como yo, viene de Dios, y por tanto quien tiene a Dios no puede vivir triste. Esa alegría de Dios es seductora, se transparenta y arrebata.

Pero no es bueno que uno se quede para si con algo beneficioso, algo genial, algo impresionante, debe compartirlo hacerlo extensible a todos los que le rodean, sino sería egoísmo por su parte. Por eso mi ALEGRÍA POR VIVIR, no puede ser sólo mía

La Alegría es primeramente un deber. Un deber tanto o más que un derecho. Porque es un deber llevar contigo todo lo bueno, todo lo que hace el bien, al igual que una persona creyente lleva a Dios dentro del alma. Y quien está con Dios no puede estar triste nunca. Recuerdo esa historia de un humilde fraile, san Pascual bailón que encerrado en su pobre celda del convento, saltaba de alegría mientras se iba repitiendo: “A Dios no me lo quita nadie” Pues yo digo ¡mi alegría por vivir no me la quita nadie! Una expresión como ésta se convierte en un programa de vida. Si estoy alegre y tengo a mí alrededor gente conmigo que también están contentos, alegres ¿que me falta? Y si además de todo lo que tengo además de todo, Dios está conmigo, ¿qué motivo puede justificar el no estar alegre del todo?

Está mal decirlo yo, pero mi Alegría es una virtud. Lo es porque exige valentía para vencer todos los amarres que nos atan a lo negativo, a lo malo, a la enfermedad, a las contrariedades, a todas las causas de la tristeza. Me acuerdo de otra historia que desde crío nos contaban: Caín después de la más que riña con su hermano iba cabizbajo, hasta que le dijo Dios: ¿No será porque has matado a tu hermano?... Claro, si hubiese vencido su envidia, otra cosa hubiera sido. Es eso por tanto, hay que huir pero de una forma determinante y decidida de todo lo que nos hace sentirnos tristes porque si no lo hacemos y nos dejamos llevar, lo uno nos puede inducir a lo otro y entonces: Desastre total.

Es la Alegría algo, también, que se debe transmitir y es más compartir, (que quiere decir “partir con”), repartirla también, en definitiva. Porque además y si lo que hablo es de la Alegría de vivir, es dar testimonio de la vida que llevamos dentro, y arrastramos así los otros a vivir siempre con ganas, con ilusión con Alegría en definitiva. Además, saber comunicar alegría es repartir el mayor de los bienes.

Son muchos los que temen al dolor, a la tristeza cuando se presenta en alguien, y ese temor es mayor cuando es alguien conocido, de nuestro entorno. El mal, el mal en si, “qué miedo” parece que estemos hablando del demonio, y por tanto parece como en la antigüedad que el que tenga el mal estuviera “endemoniado”. Los endemoniados y los exorcistas han estado muy de moda en los últimos tiempos, al menos en el cine, aunque realmente nos dicen, sobre todo por los que entienden, que no debemos ser muy crédulos en estas cosas...

Pues bien, como a mí me sirve el ejemplo, continúo: ¿Queremos convertirnos en unos exorcistas de primera categoría? Muy fácil, nos basta que vivamos nosotros mismos alegres. Después, alegraremos sin más al que veamos triste, y habremos expulsado de su alma al “demonio” de la peor especie, si me permitís continuar con el símil.

En todas las historias que nos han contado de pequeños y de no tan pequeños, es una experiencia muy sabida que no hay pobre o rico, mendigo o Rey que fuera feliz, que no viva alegre y no difunda alegría en su alrededor. Muchos han buscado al hombre más feliz del mundo, hay muchos cuentos al respecto, pero en todos ellos en la moraleja final, una característica común en todos ellos era la alegría del personaje en cuestión. Alegría que a lo mejor la está viviendo en medio de tribulaciones muy fuertes. Puede que aumenten las pruebas, pero todas ellas juntas no son capaces de quitar su paz interior, la paz del alma. Y el alma en paz vive feliz y esparce felicidad por doquier.

Se me ocurre hablar así porque en unas de estas visitas que estoy teniendo estos días, un buen amigo me trajo un libro y en él he leído las palabras de un escritor muy antiguo el Pastor de Hermas que decía: “La tristeza es el peor de los espíritus; ninguno como él expulsa de nosotros al Espíritu Santo” Si así pensaban los antiguos, pero vamos nosotros a volver la frase al revés: La alegría es el mejor de los espíritus; ninguno como él mantiene y guarda dentro de nosotros al Espíritu Santo. Es decir el espíritu que nos invade con la alegría de vivir.

¿Entendemos así lo que significa ser transmisores de la alegría, y la importancia que tiene para los demás eso mismo? Porque inherentemente van unidas en el interior de la persona la alegría a la felicidad. No se puede ser feliz y ser un cenizo. Pero claro ser transmisores es cierto, nadie puede dar lo que no tiene

La Alegría, la alegría de vivir, la propia alegría por nuestra existencia, la vivimos nosotros, firmemente asentados en nuestra propia experiencia, y la esparcimos a todos los que esperan de nosotros eso mismo: una sonrisa feliz.

Quiero por tanto cambiar el conocido título de la novela, y propongo saludar cada amanecer a la jornada que Dios nos regala, diciendo: ¡Buenos días, alegría!

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