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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

domingo, 28 de noviembre de 2010

REFORMAS EN LA IGLESIA

La Iglesia Católica, como comunidad humana y secular al mismo tiempo, está necesitada de reforma, permanentemente, si no quiere quedarse obsoleta. Y esta necesidad nace de dos supuestos: la condición humana y su adaptación a los nuevos tiempos.

Tiene que adaptar, no sólo su lenguaje, sino también algunas prácticas que no son sino adherencias de siglos, además de ciertos conceptos ya trasnochados.

Debe cambiar su lenguaje, con frecuencia arcaico y superado. Y debe reformar una parte de su pensamiento doctrinal, a tenor de las nuevas incorporaciones del saber y de las últimas investigaciones: bíblicas, teológicas y morales.

Recuerdo la expresión de uno de los participantes en un Congreso de Misionología, al que yo asistía hace muchos años, que decía: “La Iglesia no puede ir en carreta, tras un mundo que va en avión”.

Existe un profundo y patente divorcio entre la Iglesia “oficial” (si se me permite el calificativo) e “institucional”, y la Iglesia comunidad, pueblo. Tanto ya el presente, como presumiblemente el futuro que ya se empieza a atisbar, se van alejando como dos líneas divergentes; y en el mejor de los casos, como líneas paralelas, que nunca tienen puntos de encuentro.

Se tiene que dar por bueno y necesario, lo que se ha dado en llamar la “evolución de los dogmas”; que no significa tanto el cambiarlos, cuanto encontrar su auténtico significado, a la luz de las nuevas teologías. Igualmente, hay que ser conscientes y consecuentes con la exégesis bíblica, que ha adquirido nuevos hallazgos y nuevas interpretaciones, a partir del mejor conocimiento de la historia antigua, y de los géneros literarios, gracias a los estudios más recientes de los estudiosos del tema.

Si se habla de la moral, personal, social o sexual, vemos que las orientaciones y conocimientos de la psicología y la antropología aportan nueva visión al panorama moral.
No se trata de renunciar a lo que es nuclear en el mensaje evangélico; se trata de purificarlo de las adherencias de tantos siglos, acudiendo a las fuentes, conservando la tradición apostólica, y renunciando a las múltiples tradiciones que son propias y exclusivas de ciertas épocas o momentos históricos y sociales, ya abundantemente superados.

«Ecclesia semper reformanda est» (”La Iglesia necesita constantemente reformarse”), es una expresión muy usada y que fue dicha primeramente por el teólogo calvinista Gisbert Voetios en el sínodo de Dordrecht (1618-1619).

Ojalá que se empiece a notar pronto, no vaya a ser que nos quedemos en teorías bonitas sin darnos cuenta de que la realidad, es que no estamos llegando eficazmente a nuestros contemporáneos.

La Iglesia es “antigua”, pero no “vieja”. La actualidad de su mensaje vale para siempre, pero tiene que ir envuelto en nuevos moldes. “A vino nuevo, odres nuevos”.

Una eclesiología remozada, nacida (y muerta) a la luz del Concilio Vaticano II, debe dar paso a una nueva realidad eclesial, remozada y viva.

Uno de los aspectos que contribuirían a este remozamiento, debería ser el asumir la pluralidad de pensamiento y la libertad de expresión.
Otro aspecto, no menos importante para lograr ciertos cambios significativos, sería la aceptación y promoción del laicado, no sólo en su faceta de ejecución , sino también en la gestión; y de forma preeminente, la incorporación plena de la mujer.

Una jerarquía y un “poder” casi exclusivamente de hombres, provoca el destructivo e ilógico “machismo”, que no aporta ni favorece un punto de vista plural, en un mundo que está hecho de hombres y mujeres.

La Iglesia, continuadora de la misión de Jesús, debe seguir sus pasos y su estilo. Toda la labor de jesús fue la de atraer, no rechazar, sumar y no restar. La compasión y la misericordia fueron siempre su forma de actuar: “yo tampoco de condeno” (a la mujer adúltera). Nunca hay que “apagar la mecha que humea”, ni “acabar de romper la caña cascada”.

Un refrán castellano, dice, lleno de sabiduría.:”Caen más moscas en un plato de miel, que en un barril de vinagre”. La persona que se ve acogida, querida, respetada en su dignidad, perdonada con generosidad, sin exigirle contrapartida, está más favorablemente dispuesta a la reconciliación.

Una Iglesia más madre que juez, estaría en mejores condiciones para reintegrar a los posibles descarriados.

Félix González, Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María

Corazones en red, el blog de los ss.cc.

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