ITINERARIO CUARESMAL 2021
por Carmen Herrero
Con la celebración del Miércoles de Ceniza -el 17 de febrero- comenzamos la Cuaresma. Cuaresma es tiempo de gracia y de misericordia por parte del Padre que constantemente invita a sus hijos al banquete de la Pascua. Pues, Cuaresma es un caminar con alegría y júbilo hacia la Pascua, hacia la resurrección de Cristo y con él a nuestra propia resurrección. “Si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rm 6, 8). Tristemente, la Cuaresma la hemos vaciado de su verdadero sentido, quedándonos en el aspecto exterior, sin llegar al corazón de lo que realmente celebramos: el Misterio Pascual. Y para prepararnos a celebrar este gran misterio la Iglesia nos acompaña con la Liturgia, la Palabra y los Sacramentos.
La Cuaresma es un camino a recorrer durante cuarenta días. Ahora bien, ¿cómo conducirse por este camino que nos lleva a la Pascua? Y, ¿qué disposición interior debo cultivar para vivir en plenitud el misterio de muerte y resurrección con Cristo? Este es el verdadero sentido de la Cuaresma: un camino recorrido con Cristo que nos lleva a identificarnos con él, para con él resucitar. “En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo” (Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma 2021)
Durante estos cuarenta días debemos conducirnos con dignidad, esa dignidad que nos viene de ser lo que somos: hijos e hijas de Dios, amados del Padre desde toda la eternidad y salvados en su Hijo Jesucristo. Desde esta convicción caminaremos con gozo, con la certeza de que los obstáculos y dificultades del camino podremos superarlos, porque no caminamos solos; sino que caminamos con aquel que es nuestro Camino: Jesús. En él pongo toda mi esperanza, porque él es mi fortaleza, el cayado firme que me lleva a caminar a su lado con paso seguro y ligero; siempre mirando hacia adelante, sin volver la vista atrás, apoyando mis pasos sobre sus pasos y siguiendo su voz que me dice: “Tú, sígueme” (Jn 21, 22).
Una etapa de cuarenta días es larga y, por supuesto, hay que organizar la intendencia para el camino. Entonces, ¿qué provisiones poner en mi mochila para que este camino sea fácil de recorrer? Comenzaré por la sobriedad.
La sobriedad. La primera condición es que la mochila esté muy ligera y que el peso no sea un obstáculo para caminar. Así pues, la primera disposición: sobriedad. ¿De qué sobriedad hablamos? Sobriedad en tus pensamientos, juicios, sueños, fantasías y palabras hirientes. La sobriedad te lleva a volver a lo esencial y a tu propia realidad concreta; y esto pasa por la conversión del corazón. Déjate convertir y evangelizar las zonas más profundas de tu corazón; es decir, deja que la gracia de Cuaresma entre en ti y te reconstruya desde el interior. Seguro que, si logras hacer esta experiencia, tu caminar será más ligero y rápido, y tu alegría pascual infinita.
La sobriedad te lleva a la verdad. Vivir en verdad, hacer la verdad en tu vida. “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32). Y, ¿qué es la verdad? La verdad es Cristo, conocer a Cristo nos lleva a vivir en verdad, pues no podemos conocer a Cristo y vivir en la mentira, en el pecado, en el desorden, la esclavitud de tantos ídolos como nos acechan. La Cuaresma, ante todo, tiene que llevarte a un mayor conocimiento de Jesucristo, a rechazar con energía todo ídolo que se te presente y se anteponga al amor de Jesús. “Cuaresma: crecer en el conocimiento y amor a Jesús”. ¡Qué bonito e interesante programa!
El conocimiento de Jesús te lleva al amor y el amor a la identificación con él. La Cuaresma tiene que ayudarnos, a nosotros, los cristianos, a identificarnos cada vez más con Cristo, y a partir de esta identificación podremos vivir esta muerte y resurrección que nos conduce a la Pascua. Las cuatro características propias de Cuaresma serán una necesidad: desierto, o soledad, oración, ayuno y limosna. En nuestro lenguaje actual, la limosna es compartir y ayudar a nuestros hermanos más necesitados. La privación en sentido de compartir tiene un sentido mucho más evangélico que la privación únicamente como ascesis. Pon en un sobre tus ahorros y comparte… Tu corazón se llenará de alegría, la alegría es superior a la ascesis, además alegrarás el corazón de tu hermano y hermana necesitados.
Desierto. Vivir el desierto no como una ascesis sin alma, sino como una necesidad para estar a solas con AQUEL que me ama y quiere entablar una relación de amor conmigo: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2, 4). Retirarse al desierto como necesidad de escucha amorosa y de estar a solas con Dios. Descubrir la mística del desierto, no quedarse solamente en la austeridad que implica el desierto, esta es real, sino descubrir la mística que el desierto encierra. No tanto como lugar geográfico, cuanto como estado interior.
Oración. La oración es el fruto del desierto, “acostumbrarse a soledad es gran cosa para la oración” dirá Teresa de Jesús. El desierto nos conduce a la soledad y a la escucha, y la escucha al amor, y el fruto del amor es la oración que transforma y une a Cristo y a los hermanos en humanidad. La oración que le agrada al Señor es la oración de un corazón sosegado, acallado, unificado; abierto a acoger Su presencia y a vivir en su intimidad. No todos podemos retirarnos al desierto como lugar geográfico para orar; pero si podemos retirarnos -y debemos retirarnos-al desierto de nuestro propio interior. Pues el desierto no es la ausencia de personas, sino la presencia de Dios. Y orar es vivir en su presencia.
Ayuno. El ayuno es esencial en el seguimiento de Jesús y también para vivir una relación justa y armoniosa entre los alimentos y mi yo. No dejándome poseer por ellos ni tampoco queriendo poseerlos. La justa relación con las cosas y los alimentos consiste en reconocer con gratitud su valor, su necesidad, y como dice san Ignacio de Loyola: “Las cosas se usan tanto en cuanto me ayudan al fin perseguido”. El saber privarse, sentir la necesidad, y hasta el hambre material nos lleva a la libertad y a valorar las cosas que Dios ha creado para nuestras necesidades; y a pensar en tantos hermanos nuestros como carecen de lo más esencial, en parte, por el mal uso que hacemos de los recursos de la naturaleza, de nuestro acaparamiento y de la posesión desmedida. Por ahí tendría que ir orientado nuestro ayuno.
Y siendo muy importante esta orientación del ayuno material, él debe de conducirnos mucho más lejos, a ese otro ayuno del yo que es el que realmente nos quita la libertad, nos esclaviza y nos impide ver al hermano con amor, con espíritu fraterno que lleva al compartir. Esto es lo que no supo vivir el rico de la parábola de Lázaro (Lc 16, 19-31). Su pecado no está en que fuese rico, sino en que ignoró a su hermano y su necesidad; y teniendo mucho no supo compartir ni vivir la fraternidad. Vivía al margen de Dios y -como consecuencia- no reconoció a su hermano. El ayuno de mi yo me lleva a reconocer el tú, el vosotros, y juntos caminar hacia la Pascua.
Compartir. El compartir me lleva a salir del yo y a pensar en el tú, en los otros. En mí nace la generosidad, el despojo, el verdadero sentido de la pobreza evangélica; y, sobre todo, a sentirme hermano con el hermano. Quien sabe compartir nunca se empobrece, antes bien, se enriquece infinitamente. La sagrada Escritura nos lo certifica; pero también la vida misma. “El que siembra escasamente, escasamente cosechará; y el que siembra con abundancia, abundantemente cosechará. Cada uno dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9, 6-7).
Quiero terminar con las palabras del papa Francisco en su mensaje de Cuaresma: “Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Esta llamada a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, y para compartir nuestros bienes, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre”.
Hna. Carmen Herrero
Fraternidad Monástica de Jerusalén
GRACIAS POR ESTA REFLEXIÓN.
ResponderEliminarPIDAMOS DOCILIDAD AL ESPÍRITU PARA DEJARNOS "SANAR EN PROFUNDIDAD" MIENTRAS RECORREMOS EL CAMINO CUARESMAL HACIA LA PASCUA DE LA LUZ.
EN EL DESIERTO INTERIOR SENTIREMOS NECESIDAD DE MAYOR INTIMIDAD CON CRISTO. Y AL CONOCERLE Y AMARLE, NUESTRA SOBRIEDAD SE HARÁ "ALEGRE COMPARTIR" CON NUESTROS HERMANOS, TODA LA RIQUEZA DE NUESTRO CORAZÓN.
¡Cómo me gusta leer a Sor Carmen! Siempre tan certera, tan reflexiva, pero tan real, ayuda y acompaña.
ResponderEliminarBien traídos estos textos por este barrio
Muchas gracias
P. Aurelio, ocd
Padre Aurelio, gracias es usted muy amable. ¿Es carmelita descalzo?
Eliminar¿Dónde vive? Me encantaria entrar en contacto con usted