¿Voluntad de Dios?
Un artículo de Koldo Aldai
“Un día me sorprendí pensando que cuando un ser consiga realmente traducir en toda su persona el espíritu de Cristo, ya no es la sangre lo que se escurre de su costado, de sus manos y de sus pies, sino aceite, la bendición del Cielo y de la Tierra…”, confiesa a su querida Chiara un Francesco, en gran medida arrepentido por tanta autoexigencia de sacrificio. Acontece ello en el libro una y otra vez releído de “El secreto de Asís” de Daniel Meurois Givaudan. Sin embargo esa disyuntiva de la sangre y del aceite, de la penalidad y del gozo, forma parte también, en alguna medida, de nuestras propias vidas. Nuestro presente se deja mecer a menudo en esa mezcla de líquidos tan diferentes. ¿Cuántas veces no hemos imaginado al santo de la Umbría reconstruyendo con los “frateli” su ermita de San Damián, pero somos hoy convocados al mismo sacrificio de manos y pies desnudos?
Claro que sí, “hágase Tu Voluntad y no la nuestra”, pero un espeso musgo ha ido comiendo las señales. Se esconden las flechas amarillas en las veredas hacia Su Reino. Un densa niebla cubre aún los prados de la Utopía. ¿Cómo se concreta hoy aquel "déjalo todo y sígueme…” a orillas del Tiberiades? ¿Pasa, en nuestro caso, esa instancia interior, que no invitación, por tomar las ruinas de la montaña de Lugo? Mi amigo dice que allí ha plantado la espada, que allí será nuestro Camelot, pero yo le pregunto un día sí y al otro también, si no contempla el Plan algún rodeo de zarzas y sinsabores, si es voluntad de Dios atrincherarnos entre esas piedras heladas. ¿Merecemos morar en un hogar más tibio? ¿Sigue siendo el esfuerzo sufrido un signo de trabajar con y para los Cielos?
No sé si desde Arriba aún tratan de enseñarnos más por el camino del sufrimiento. Torpe alma la nuestra que aún no distingue si la futura estancia es de piedra, de madera, o de algodón; si el camino ha de ser de hielo o sembrado de polen. He dudado mucho y he mareado más. No me hace aún temblar el frío, sino la duda. ¿Caduca o perdura aún el tiempo de las duras batallas? ¿Somos llamados a esas estancias tan a merced de los helados vientos?
A fuerza de imaginar las ruinas nos encerramos en ellas, ¿pero era ése el destino? ¿Había que provocar las pruebas hasta ese extremo? Respiro este frío de la montaña navarra, intentando sentir aquel otro frío más crudo, más desprotegido. ¿A fuerza de imaginar caminos duros, no cementaremos nuestra realidad inmediata? ¿Dónde el punto del medio? ¿Merecemos poder sentir el agua templada? ¿Había que tomar tan al asalto la utopía…? No lo sé, sólo comparto los interrogantes que me han perseguido día y noche desde que, allá por primavera, visitamos por primera vez aquel tan fascinante como desapacible lugar, a la vera del Camino.
Tiene que haber una geografía más alfombrada, más resguardada repite mi alma, cuando es lamida por aquellos vientos de altura. Honro a quienes siguen entre las ruinas, a quienes apuntalan tan pesado techo, pero mi piel urgía literalmente sol y mi alma luz. ¿Alguien sabe por ahí, por dónde se va a la Utopía? Apoyaremos tan noble causa, colaboraremos con el pionero que clavó allí su espada, con él y su compañera. Echaremos una mano a los valientes que apuestan tan fuerte, pero subiremos con el deshielo, cuando las flores alegren los prados y el sol vuelva a templar las heladas piedras.
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