¿Qué está ocurriendo entre bambalinas? Un ejercicio eclesial de transparencia y honestidad
Ignacio Simal Camps, pastor Iglesia evangélica.
¿A que me estoy refiriendo? A la necesidad de que las iglesias se abran al mundo mostrando lo que ocurre en ellas entre bambalinas. Como escribiera hace unos días Larry Hollon, secretario general de comunicación de la Iglesia Metodista Unida, “en un momento en que el mundo anhela transparencia y participación, la voluntad de la iglesia para abrir sus procedimientos y actuaciones a la sociedad a través de los medios digitales es un signo de fortaleza y madurez”, o ¿acaso las iglesias tienen algo que ocultar...?
Es curioso, por no decir paradójico, que los cristianos y cristianas regalen a sus amigos y conocidos los documentos internos de la primera iglesia como un instrumento evangelizador –entendiendo que ello puede propiciar el encuentro existencial con Jesús de Nazaret– y por otra parte ocultemos los documentos internos de nuestra iglesia contemporánea en aras del ¿buen testimonio?, siguiendo a la letra el dicho popular que “los trapos sucios se lavan en casa”.
Lo digo, si cabe, más claro todavía. Cuando ponemos un Nuevo Testamento en las manos de nuestros amigos estamos haciendo un ejercicio inconsciente de transparencia. Muchos “trapos sucios” aparecen en las cartas de los primeros discípulos de Jesús. Son textos que no sólo hablan de las virtudes de las primeras comunidades cristianas, sino también explicitan los conflictos internos de las mismas. Dicho de otra manera, estamos poniendo en sus manos lo que ocurría detrás del escenario eclesial en los primeros decenios de la existencia de la Iglesia.
Cualquier movimiento social, sindicato o partido político que tiene algo que ocultar no es de fiar, no es digno de que depositemos nuestra confianza en el mismo. En nuestro caso particular, la exigencia nos viene impuesta por el mismo Jesús de Nazaret cuando dijo, “nada hay oculto que no haya de ser descubierto, ni escondido que no haya de ser conocido y de salir a la luz” (Mt. 10:26; Mc. 4:22; Lc. 8:17;12:2).
Personalmente no estoy interesado en presentar una imagen idealizada de la Iglesia actual, estaría mintiendo de forma descarada. Y ese pecado es imperdonable en un mundo como el actual, anhelante de “transparencia y participación”. Cometeríamos un pecado tan imperdonable como lo fue la actuación de Ananías y Safira (Hch. 5:1ss). La falta de transparencia hiere de muerte a todo proyecto eclesial por muy bien planteado que esté de cara a la galería. Sin embargo, algo ha venido en nuestra ayuda para promocionar la honestidad y la transparencia de las iglesias, el mundo de las redes sociales. Hoy, más que en ninguna otra época, podemos decir con Jesús que no hay nada “escondido que no haya de ser conocido y de salir a la luz”.
No debemos, ni podemos negar que en los espacios eclesiales existen luchas por el poder, depuraciones e intereses espurios. De negarlo estaríamos haciendo un mal servicio al nuevo modelo de sociedad (Reino de Dios) que anunció Jesús a través de su prédica y su praxis.
El Evangelio nos exige transparencia total, sólo así es posible anunciar una nueva manera de ser comunidad. Personalmente no estoy interesado en presentar una imagen falseada de la realidad eclesial, no me lo perdonaría, ni tampoco me lo perdonarían mis contemporáneos. Nuestra agenda, en la medida de nuestras posibilidades, es oponernos cara a cara con las conductas petrinas que fomentan la hipocresía eclesial (Gál. 2:11-14), y ello hacerlo “delante de todos”. Y digo oponernos no sólo a las conductas ajenas, sino también a las propias, y ello hacerlo con “luz y taquígrafos”.
Finalizo afirmando, en mi opinión falible, que debemos descorrer el velo que oculta el interior de la iglesia en un saludable ejercicio de transparencia y honestidad existencial e intelectual. Sólo así estaremos capacitados para llevar a cabo la misión que Dios nos ha encomendado.
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