No es un problema particular de católicos o protestantes, de ortodoxos o de anglicanos, sino que nos afecta a todos por igual. Tenemos que poder anunciar con sencillez y valentía a nuestras sociedades occidentales, quien es Jesucristo, por qué creemos que es el único Salvador, por qué sería bueno que todos lo conocieran, amaran y siguieran, y por qué debemos entrar a formar parte de su Iglesia y traducir sus enseñanzas en vida de caridad.
Por eso es por lo que hoy se habla más de ”ecumenismo espiritual”, que según el Abad de S. Pablo extramuros el P. Edmund Power significa “buscar juntos la voluntad de Dios a través de la oración, el sacrificio y el servicio”.
No es una evasión hacia la espiritualidad, dadas las dificultades por la unidad real, sino que existe un sentido profundo del ecumenismo que significa buscar juntos a Cristo. No habrá unidad si todos los que creemos en Cristo no estamos profundamente arraigados en la vida de Cristo.
Es esencial la oración y el dejarse conducir por el Espíritu Santo, que nos dará la imitación y la comunión con Cristo y los hermanos. Entonces avanzaremos juntos y encontraremos maneras concretas, prácticas y cotidianas de vivir más unidos.
El ecumenismo requiere conocerse y amarse mucho, perdonarse por las heridas de la historia mal vivida y las agresiones mutuas, dialogar y acogerse cordialmente con las diferencias y aportaciones de cada tradición. En la unidad de Cristo, las diferencias serán enriquecimiento.
El verdadero ecumenismo va más allá de la teología; conmueve nuestras vidas espirituales y nuestro testimonio común. A medida que el diálogo se desarrolla, encontramos en los otros hermanos el amor por Cristo que nos invita a la cooperación práctica y al servicio. Esta fraternidad en el servicio de Cristo, que ya experimentan muchas comunidades en cualquier parte del mundo, añade un nuevo impulso a nuestras relaciones ecuménicas.
Refiriéndose al progreso del ecumenismo, el Papa Benedicto XVI y el Primado anglicano Rowan Williams declaraban conjuntamente que “existen ya muchas áreas de testimonio y de servicio en que podemos ir juntos, y que piden una cooperación más estrecha entre nosotros: la búsqueda de la paz en Tierra Santa y en otras partes del mundo, afectadas por conflictos y por la amenaza del terrorismo; promover el respeto por la vida, desde la concepción hasta la muerte natural; proteger la santidad del matrimonio y el bienestar de los niños en el contexto de una vida familiar sana; la opción preferencial por los pobres, por los oprimidos y los más vulnerables, especialmente los que son perseguidos por su fe; encarar los efectos negativos del materialismo; y aún, la salvaguarda de la creación y de nuestro medio ambiente. También el compromiso por el diálogo interreligioso, mediante el cual acercarnos conjuntamente a los hermanos no cristianos”.
Si no caminamos unidos, el mundo no creerá. Todo un programa se muestra de nuevo en la oración de Jesús en la última Cena: “Que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en Mí y yo en Ti. Que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17,21-22).
Joan-Enric Vives, Obispo de Urgell
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